09/05/2024 17:24
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Soy una de esas 480 millones de personas que nacieron con el español como lengua materna. 100 millones más de seres humanos lo hablan o lo estudian en alguna parte de este mundo. ¿Podrá alguien dimensionar semejante milagro?

580 millones de personas teniendo en común algo tan fundamental como lo es nuestra capacidad de hablarnos los unos a los otros. Desde entregar una simple instrucción, hasta elaborar una compleja ecuación matemática o descubrir la belleza de un poema.

Hablar la misma lengua es un milagro que yo recuerdo cada vez que leo a Cervantes o a Borges.

Los españoles son sólo una décima parte en ese mar de hispanoparlantes, lo cual no es un detalle menor, si consideramos que hay algo de razón en ese tan manoseado eufemismo que los modernistas usan para afirmar que “el lenguaje construye realidad”. Hubo hombres intrépidos que hace siglos salieron de la relativa comodidad de sus hogares, y sin saberlo hicieron del español el segundo idioma más hablado del mundo.

Pero el lenguaje es mucho más que eso. Gracias a él somos capaces de expresar nuestra subjetividad y traer al mundo algo que se encuentra atrapado en nuestras cabezas. Cuando somos capaces de expresarnos, y -ojalá- de entendernos, creamos puentes que constituyen significados compartidos. El lenguaje posibilita la vida en sociedad, y cuando éste es usado bajo las leyes de la lógica y la sabiduría de la moral, es posible que surja la vida civilizada. El español hace eso con 580 millones de personas.

Pero ¿ qué pasa cuando en aras de realzar una supuesta identidad local, un puñado de burócratas busca utilizar el lenguaje como un arma de acción política, quebrando así el sentido de unidad entre los que antes ya estaban unidos? ¿Es realmente creíble esa tesis de la identidad local, o más bien se trata de una conocida estrategia ya probada por los totalitarismos que entendían también el idioma como medio de propaganda, subversión y control?

Pensando en esto, recordaba la obra del filólogo judío alemán Victor Klemperer, “LTI: La lengua del Tercer Reich”, que surgió como una práctica personal de sus notas entre los años 1945 y 1946, en los que consignó sus observaciones sobre cómo el régimen nacional socialista utilizaba el lenguaje como propaganda mediante la creación de frases sencillas, fáciles de recordar, tendentes a manipular la psicología de las masas. Klemperer decía que llevar ese diario era lo que le permitía sobrevivir sin caer en la locura.

En la misma línea y de la mano del peor de los totalitarismos que la humanidad ha conocido, el de los regímenes comunistas, recuerdo la triste anécdota relatada por un sacerdote católico, quien comentaba que en sus tiempos de seminarista tenía a un compañero que en su infancia había sido educado en la URSS; ahí, según relataba, cada mañana cuando los niños entraban a clases, el saludo de la maestra era: “buenos días, Dios no existe”.

Esa instrumentalización del lenguaje no está solamente presente en los totalitarismos flagrantes, sino también en aquellos que, siendo reminiscencias de los anteriores, han ido aprendiendo a enmascarar sus irrenunciables aspiraciones liberticidas. Así como el lenguaje es capaz de expresar la subjetividad humana, a la inversa, también es capaz de influirla o hasta destruirla. Es por ello que -aunque para muchos pudiese parecer ridículo- hay gente que piensa que decir “todes” es una forma de redimir una condición de injusticia.

Al respecto, los psicólogos bien sabemos que el lenguaje nos permite configurar el mundo, y esto es tan radical que hemos entendido -desde la ciencia cognitiva- que su uso está íntimamente ligado con la inteligencia. Siendo así, vale preguntarnos si hoy en día, que las nuevas generaciones están resultando menos inteligentes que sus padres ¿podrían éstos ser más fácilmente presa de la tiranía propagandista?

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En ese contexto, nos urge cultivar la virtud de la prudencia. Saber distinguir entre “las intenciones declaradas” y “las consecuencias padecidas” es algo crucial que sólo es plausible si usamos la razón; esto nos permitirá evaluar realmente si aquello que se nos propone es realmente bueno para nosotros y para las generaciones venideras.

Aristóteles afirmó en su Ética a Nicómaco que “todo arte y toda investigación, y del mismo modo, toda acción y toda elección parecen tender a algún bien”. Desde ahí, la declaración de intenciones de quienes promueven el proselitismo de la palabra, por supuesto que será presentado como un bien incuestionable. Difícilmente nos dirán “estoy manipulando el lenguaje para manipularlos a ustedes y quedarme con sus impuestos” (aunque por supuesto hay políticos menos aventajados intelectualmente que igual lo han dicho mas o menos de la misma forma). En este caso, además de intentar dividir mediante el lenguaje, lo que se consigue es ganar un terreno en lo social que no se ha ganado ni siquiera por las armas.

Triste es recordar que aquello es una batalla librada hace ya muchos años, y que hoy -mientras algunos miran desde la distancia- no consideran que en otro tiempo corrieron ríos de sangre para sostener una unidad que cada vez resulta más frágil. Guardar silencio es una muestra más de la importancia de la palabra, porque no sólo importa lo que se dice y cómo se dice, sino también aquello que se calla.

En tiempos lejanos en los que ni siquiera un océano dividía a un gran imperio, nadie podía imaginar que el hombre del futuro escogería voluntariamente por representantes a los que en lugar de garantizar la paz, traerían consigo el deshonor y la discordia.

La política de Babel es el “divide et impera” llevado hasta los límites del absurdo. A riesgo de parecer idiotas, el desprecio por lo común ha desplazado a la lengua de Cervantes por una mala broma de alto presupuesto.

En este tiempo bien llamado post- ateo, nosotros olvidamos que nuestras historias ya han sido contadas, y que hubo antes que nosotros otros soberbios. Hoy que nos creemos más civilizados, pensamos que somos la cúspide de la evolución entre los hombres de todos los tiempos, sin embargo, hay muy poco de distinto entre nuestras generaciones. Cuenta el libro más antiguo de la historia que a causa de nuestra soberbia, una sentencia cayó sobre nosotros: «Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es solo el comienzo de sus obras y todo lo que se propongan lo podrán lograr.  Será mejor que bajemos a confundir su idioma para que ya no se entiendan entre ellos mismos. Así los dispersó Yahvé por la superficie de toda la tierra».

Muchos creen que sus Sánchez o sus Feijoo son la solución, pero a la luz de las evidencias no son más que el castigo.

Quiso Dios para nuestra fortuna que aunque el gran Jorge Luis Borges sintiera predilección por las lenguas germánicas, su genialidad se expresara con el español por lengua materna. Me atrevo a decir que si estuviera vivo en estos tiempos, probablemente escribiría algo así como su prosa poética titulada “Juan López y Jhon Ward”, pero en una versión que tal vez se llamaría “Josep y Manolo”.

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Aunque no tendremos jamás su versión, esta que nos dejó -salvo leves matices- calza en estos tiempos perfectamente:

Les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.

López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote. El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel. Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen. El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender”.

Quisiera pensar que el desenlace de su versión moderna sería distinto, que seremos capaces de reconocer a tiempo a los que acarrean discordia; los hombres y mujeres no somos sujetos de nuestros tiempos, nos debemos a los hombres del pasado y a los que todavía no llegan. Por eso siempre es bueno hablar con aquellos que ya no están, para traer sus luces a nuestro oscurantismo moderno.

San Agustín de Hipona nos susurra algo al oído: La soberbia de los hombres confundió las lenguas, la humildad de Cristo las unió de nuevo”.

Autor

Inés Farfan U.
Inés Farfan U.
Psicóloga-Gerente de Desarrollo de Personas en
Easy Coaching-Vicepresidenta y Coordinadora Nacional Ladies of Liberty Alliance-Profesor docente en varias universidades.

"En lo personal puedo decir que me he encontrado con varias verdades: como Psicóloga sé que nuestro desafío es que la razón prevalezca y cuando sea conveniente, domine a nuestras emociones; como Magister sé cuáles son las condiciones para que los seres humanos podamos tener una vida más significativa; como Dip. en Dirección y Gestión de Empresas sé que el emprendimiento juega un rol fundamental en el bienestar y que la iniciativa empresarial es irremplazable si queremos salir adelante como sociedad; como Master Coach sé que el liderazgo es la clave para influir en otros con las ideas correctas; como mujer sé que somos complementarias a los hombres y no necesitamos estar en guerra cuando necesitamos ser aliados; como madre sé que la familia es la célula principal de una sociedad; como católica sé que cuando Dios está en el centro de nuestra vida y dejamos “cautivarnos por Su alegría”, nuestra existencia se llena de color; como chilena hispanista sé que el legado de nuestra maravillosa cultura merece ser preservada y difundida, y que debemos sentirnos orgullosos por nuestra tradición que no parte en 1810 sino desde antes de la gran Cruzada del Océano".
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Geppetto

500 millones de personas hablan español .
Medio mundo habla español, en todas partes el español es reconocido como uno de los idioma mas imprtantes del mundo, en todas partes menos en España, donde por lo visto el español no existe, habiendo sido sustituido por el castellano y dialectos cercanos.

aliena

El español sería igual de importante y digno de conservación so sólo se hablase en España. Acudir a los supuestos cientos de millones que lo hablan – yo niego la mayor – conduce a la degradación del idioma actual, y he dicho DEGRADACIÓN, gracias a la basura de la RAE y a la complacida bajada de pantalones de la mayoría de medios de comunicación incluido éste. Pues la barbarie «anglo» ha venido del otro lado del charco, ya ven ustedes.

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