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No soy quien para glosar la biografía de Benedicto XVI. Sin duda cualquiera la hará mejor, con más conocimiento y mejor estilo. Pero si quiero recordar que, hace casi una docena de años, cuando visitó España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Madrid, me permití dirigirle algunos comentarios en mi blog. Por supuesto no le llegaron, como es lógico; pero ahora, releyéndolos, veo que acerté bastante en el diagnóstico que hice entonces. Nada extraordinario, porque era evidente para cualquiera que conociera el paño.

Quiero hoy –si mis camaradas de ÑTV lo consideran conveniente- traer aquí lo que escribí entonces. No por vanidad –que también, porque cualquiera que escribe para los demás lo hace partiendo de la vanidad de pensar que lo que dice le interesa a alguien- sino para dejar constancia de que muchas de las cosas que hemos visto recientemente ya estaban ahí, acercándose, enseñando la patita de lobo bajo la piel de tolerante democrático y progresista.

Si alguien gusta leerlo, aquí lo tiene:

miércoles 17 de agosto de 2011

BIENVENIDO A ESPAÑA, SANTIDAD.

Bienvenido, Santidad.

Bienvenido a esta España que acaso ya no lo sea pero que, de aspirar a continuar siendo, ha de ser católica.

Bienvenido a esta España que se suicida por horas, a esta sociedad encanallada y emputecida. Bienvenido a esta España que -aunque no lo haya dicho un acomplejado resentido- ha dejado de ser católica hasta en los católicos practicantes. Bienvenido a esta España que acaso guarda sus raíces profundamente católicas -y por tanto universales- precisamente en los que se han alejado de la Institución eclesiástica, expulsados del Templo por mostrar su escándalo ante los mercaderes.

Bienvenido, Santidad, a España.

Bien se que estas líneas de mi modesto diario no va a llegar a Su Santidad, pero quizá algún artilugio de búsqueda las presenten a alguien de su entorno. Por eso quiero comenzar con mi bienvenida.

Porque este país chabacano y hortera, guarro y snob, no es la España que de siempre ha recibido, con secular hidalguía, a quienes la visitaban, y les ha abierto las puertas, las casas y los corazones, fueran Papas o fueran Presidentes de cualquier lugar del mundo, y aquí se recibió por igual a Eva Perón, al genocida Eisenhower o al genocida Ceaucescu.

Bienvenido a España, Santidad. A esta España donde la hez de la sociedad gana terreno, donde los sinvergüenzas mangonean, los corruptos dirigen la opinión, los golfos levantan la voz y las gentes de bien callan, abandonadas por quienes debían ser guías.

Y esta, Santidad, es mi contribución a vuestra visita: deciros la verdad de esta España vendida al mejor postor de un voto cobarde en una urna sucia de mentira. Una verdad, Santidad, molesta pero al alcance de todos, de la que os deberían haber informado los Obispos y Cardenales de esta España doliente y moribunda.

Y la verdad, Santidad, aunque nos duela, es que la Iglesia no es ajena a esta situación. Que la Iglesia, Santidad, se ha convertido en demasiadas ocasiones en piedra de escándalo. Que la Iglesia ha colaborado con el terrorismo de ETA; que la Iglesia se ha mostrado de acuerdo con el aborto; que la Iglesia ha visto bien una Ley de muerte digna que abre la puerta a la eutanasia; que la Iglesia ha tolerado que algunos sacerdotes casen a homosexuales y tengan concubinas. Que la Iglesia ha consentido que bajo su nombre se manifiesten individuos y grupos contrarios a la Doctrina, todo ello sin reacción de la jerarquía.

La verdad es, Santidad, que la Iglesia en España se muestra sumisa ante los poderosos, y encuentra fácilmente subterfugios para obviar hechos que, por otra parte, son de dominio público, ofreciendo la Comunión a notorios excomulgados.

Y así, Santidad, el catolicismo en España ya sólo es en la mayoría una máscara, un rito puramente formal que ha perdido su significado profundo. Casi una cáscara muerta a punto de desprenderse, porque no va más allá de la simple escenificación vacía que no mueve los corazones, y en la que parece que los propios pastores no creen en lo que enseñan.

Vos mismo, Santidad, habéis hablado de la necesidad de evangelizar a España. Sabéis, pues, el riesgo enorme en que esta Patria doliente se halla, y sabéis que si bien España será católica o no será, también la Iglesia sería muy distinta sin España.

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Por ello, Santidad, os ruego que no nos dejéis en manos de pastores cobardes y pusilánimes, y que roguéis a Dios Nuestro Señor para que conceda vigor a la fe de quienes deben ser guías, y fortaleza a los que deben ser ejemplo, y para que no sigan tolerando que haya sacerdotes convertidos en piedra de escándalo.

Y como todo esto pudieran parecer exageraciones de lo que ahora llaman un integrista católico, aquí al final dejo la información periodística de cuando va dicho (1). No quiero hoy enlazar estas noticias en el texto para no distraer del contenido fundamental de mi mensaje.

Que es, sencillamente, este: Bienvenido a España, Santidad.

  • A la hora de transcribirlo hoy, encuentro que algunos de aquellos enlaces ya no funcionan, y que ocuparían demasiado espacio. Quien quiera comprobarlo, puede acudir a mi blog, donde fue publicado hace casi una docena de años, siguiendo el enlace insertado en el titular.

domingo 21 de agosto de 2011

SOBRE LA «RECEPTIVIDAD» DEL VATICANO.

Dice El Mundo que «El Gobierno señala que el Vaticano es receptivo a transformar el Valle de los Caídos».

Ya días antes había comentado la prensa -mi camarada Lobo_Ibero me puso sobre la pista antes que nadie, con la fecunda combatividad que acostumbra-, que el Gobierno pediría -véase El País- ayuda al Vaticano sobre el Valle de los Caídos, para transformarlo en un lugar de memoria reconciliada y que deje de ser un espacio de lo que fue el viejo nacional-catolicismo franquista.

Pongo en cuarentena esa pretendida receptividad del Vaticano con respecto a las intenciones socialistas hacia el Valle de los Caídos, porque estos sociatas giliprogres mienten más que hablan. Ya ha trascendido -aunque la prensa lo ha ocultado generosamente, salvo 20 Minutos- que vuestros representantes no han respondido al Gobierno, porque el tema merece mayor estudio. Pero, por si acaso, Santidad, quiero deciros las verdades que vuestros pastores no os dirán, demasiado preocupados en ponerse a bien con el poder terrenal. Ya decía El País que Rouco evita criticar al Gobierno en su homilía ante miles de jóvenes, y para que esto lo diga El País la cosa no debe ofrecer duda.

Quiero deciros, Santidad, que el Valle de los Caídos es -ha sido siempre- un monumento de reconciliación. Que el ataque al Valle de los Caídos es una ofensiva de los que no admiten reconciliación; de los que ni olvidan ni perdonan; de los que quieren volver a torturar, a fusilar, a asesinar, a los católicos; de los que viven en el rencor, en la venganza, en un pasado que quieren retornar.

Quiero deciros, Santidad, que el ataque al Valle de los Caídos no es una transformación de virtuoso perdón, sino una manifestación de odio revanchista, cuya máxima aspiración es desenterrar los muertos, asaltar las tumbas y profanar los cadáveres que allí yacen.

Quiero deciros, Santidad, que las hordas de salteadores de tumbas no pararán hasta -cual talibanes- volar la Santa Cruz que bajo sus brazos acoge, en ejemplar muestra de -esta si, verdadera- reconciliación, a caídos de ambos bandos.

Quiero deciros, Santidad, que este mismo Monseñor Rouco Varela que hace unos días os daba la bienvenida, ha dejado a su suerte tanto a la Basílica como a la comunidad benedictina que la sirve, y ha despreciado la posibilidad de ofreceros una visita a uno de los más hermosos monumentos erigidos en honor al Creador.

Quiero deciros, Santidad, que los mismos que os solicitan ayuda para «transformar» el Valle de los Caídos, son los que dan alas, protegen y miman a los que han gritado a los peregrinos de la JMJ que «os vamos a quemar como en el 36».

Quiero deciros, Santidad, que en España no existen los laicos. Ni siquiera los anticlericales. Son -neta y claramente- anticatólicos. No piden la aconfesionalidad del Estado -cosa que el propio Vaticano impuso en su día-; no van contra la Iglesia ni los sacerdotes. Van contra todos y cada uno de los que nos atrevemos a llamarnos católicos. De los que tenemos a gala dar testimonio de nuestra fe, en contra de la recomendación episcopal de guardarla en el ámbito de lo privado.

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No soy buen católico, Santidad, y decir lo contrario sería mentir a conciencia. Intento serlo, pero poner la otra mejilla me cuesta mucho en lo personal, y no lo concibo en lo público. No tengo derecho, como español, a poner la otra mejilla de mi Patria hasta que la cara de España esté llena de bofetadas, y si -con considerable esfuerzo- podría acaso tolerar la ofensa personal, jamás podré admitir la injuria a mi Patria.

Y el abandono del Valle de los Caídos en manos de las hordas marxistas, revanchistas, llenas de odio y de mediocridad, de soberbia y estupidez, supone, Santidad, una bofetada en la cara de España. Esa España que nació del catolicismo, y que dejará de ser España si el catolicismo se pierde en estas tierras.

Pero acordaos, Santidad, de que España dio a la Iglesia de Cristo un Nuevo Mundo, y la salvó del Islam en la mas alta ocasión que vieron los siglos. Acordaos de cuántos mártires del Siglo XX en España ha beatificado la Iglesia en los últimos tiempos, a impulsos de vuestro antecesor Juan Pablo II.

Y sabed, Santidad, que estos que hoy piden la ayuda del Vaticano para «transformar» el Valle de los Caídos -esto es, para que vos, Santidad, deis vuestro beneplácito a la profanación de las tumbas de quienes allí descansan- son los mismos que hace unos días amenazaban a los católicos, y -fuera ya caretas que no necesitan- afirmaban: «es que nos están provocando», «es que están rezando», «porque están aquí, porque existen, porque les vamos a prender fuego otra vez, como en el 36».

Esto es así, Santidad. En España se libra una nueva batalla, y si bien vuestro deber pastoral es recomendar la radicalidad evangélica de la mansedumbre, el respeto y el perdón, nuestro deber de españoles es sacar de paseo la espada si no queda otro remedio.

No soy buen católico, Santidad. Pero no voy a guardar mi fe en la intimidad, ni voy a ocultar que soy católico. Soy, Santidad, español por la Gracia de Dios y católico por la gracia de España. No provoco a nadie por decir que soy lo que soy, y si alguien se siente provocado, que ejerza la mansedumbre él.

Lo siento, Santidad, pero este es el catolicismo español. Sin paños calientes, sin guardar la ropa mientras nada, sin medias tintas y sin prudentes silencios. Es el catolicismo que hace el milagro de meter a un comunista bajo un paso de Semana Santa, ese espectáculo de la fe viva que os mostraron de lejos y sin la sustancia profunda, porque en nada se semeja ver obras de arte varadas a ver los pasos en movimiento, llevados a hombros y a pulso. En nada se parece ese Cristo de la Buena Muerte, yaciendo sobre el asfalto, y ese Cristo levantado a pulso por los legionarios que le cantan.

Os han hurtado eso, Santidad, como os quieren hurtar la realidad de esta España que se desangra en tolerancia, en correcciones políticas, en mansedumbre cobarde.

No soy buen católico, Santidad. Pero a mi, ni por católico ni por español, me van a cazar sin que me defienda.

También, Santidad, vuestro primer antecesor, Pedro, sacó la espada aún a riesgo de morir por el hierro. No abandonéis el Valle de los Caídos, Santidad. No cedáis a los engaños, a las mentiras, a las tibiezas de los mansos por cobardía, que se aprestan a escupir sobre la memoria de todos aquellos mártires, ni dejéis que os hagan cómplice de los martirios que, si Dios no lo impide, vendrán.

 

 

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