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No hace mucho se celebró en Madrid el Día de la Hispanidad con el tradicional desfile de las Fuerzas Armadas presidido por el Rey. Un desfile que siguió su habitual recorrido por la Castellana y Recoletos hasta Cibeles, concluyendo muy oportunamente casi a las puertas del Museo Naval. Y decimos “oportunamente” porque en el citado museo se exhiben libros, portulanos, astrolabios, cuadrantes, “agujas de marear” y demás instrumentos de navegación que hicieron posible nuestro dominio de los océanos y la incomparable gesta de la Hispanidad; empezando por los dos mayores hitos científico-culturales de la Historia de la Humanidad: El Descubrimiento de América en 1492 y la Primera Vuelta al Mundo entre 1519 y 1522. Y es precisamente en relación con la epopeya atlántica del Descubrimiento, por lo que nos detenemos ante el cuadro que preside la entrada del citado Museo, titulado “Primer homenaje en el Nuevo Mundo a Colón”, y realizado en 1892 por un pintor excepcional: José Santiago Garnelo y Alda (1866-1944).

Por descontado, debido a la sistemática ocultación –durante décadas– de nuestra gran pintura del siglo XIX en todos los niveles de enseñanza, Garnelo es un artista desconocido hoy en día. Pero, siendo conscientes de ello, sirva el presente texto para corregir –aunque sea mínimamente– la oscuridad reinante en torno a este período recordando a un autor de cuya valía dan fe sus obras. De hecho, la pintura mencionada mereció la medalla de oro en la Exposición Universal de Chicago de 1893.

Muy joven –con apenas veintiún años–, José Santiago fue premiado con una segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887 por “La muerte del poeta Lucano”. Una composición equilibrada y muy bien ejecutada que acaso nos traiga a la mente otra pintura dedicada a otra víctima de Nerón, “La muerte de Séneca”, con la que Manuel Domínguez (1840-1906) obtuvo la primera medalla en la Exposición Nacional de 1871.

Pero no fue éste el único motivo tomado de la Historia y mitología clásicas que inspiró a Garnelo[1]. Convencido por su ambiente familiar de que el artista debía ser culto, José Santiago siempre manifestó en sus creaciones una notable formación: En 1888, obtuvo la plaza de pensionado en Roma[2] con “Hércules, Deyanira y el Centauro Neso” –expuesto en el Museo de la Academia de San Fernando–; y durante su estancia en la capital italiana –entre 1888 y 1892– pintó “Bacante en reposo” (1888) y “Cornelia enseñando a sus hijos”[3] (1889); una pieza artística extraordinaria esta última en todos los aspectos que mereció la primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1892. Por supuesto, cabría añadir otros títulos: “Veturia y Coriolano” (1893), “La ninfa Aretusa y el río Alfeo”, “La madre de Proserpina”, “Esparta semper”, “La mujer de Escipión”[4] y “El pedagogo”[5] (1893) –”–, pero, más allá del número de obras, lo más relevante es que en todas ellas no sólo se manifiesta un absoluto dominio de la técnica pictórica, de la luz y una composición magistral, sino también un cuidado exquisito en la selección de los motivos –siempre sugestivos y edificantes– y un estudio concienzudo de los ropajes y objetos de la Antigüedad que ambientan las diferentes escenas.

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Por otra parte, fuera del género clásico, Garnelo supo retratar situaciones dramáticas de su época invitando a la reflexión; así: “¡Sin trabajo!” (1889), “Suicida por amor” (1889), “Pudo ser ministro” (1889), “La duda” (1890), “Duelo interrumpido”[6] (1890), “Magdalena”[7] (1893), “De vuelta de Montecarlo”[8] (1895), o “¡Quién supiera escribir!” (1909) –medalla de oro en la Exposición Nacional de 1910, en Valencia– son títulos en los que a la destreza en la ejecución se sumaba siempre una enseñanza.

En sus viajes por Europa –visitó París, Austria, Baviera, Verona, Bolonia, Florencia, Venecia, Pompeya, Atenas y Corfú–, Garnelo realizó numerosas “tablitas” o apuntes. Y, por supuesto, también inmortalizó distintos paisajes españoles: “Patio de la Alhambra”, “Sierra Nevada”, “El Puntal”, “Sierra de Guadarrama”, “Sierra de Gredos”, “Paisaje de Valsaín” o “Panticosa”… Pero, aparte de las bellas imágenes de las tierras y cielos de España, José Garnelo quiso plasmar en el lienzo momentos señeros de nuestra Historia, entre los que cabe contar: “Últimos momentos de Alfonso X El Sabio”, “El Cid y los condes de Barcelona”, “La muerte de Viriato”[9] (1890) o el ya citado “Primer homenaje en el Nuevo Mundo a Colón” (1892).

Preocupado por la leyenda negra y su influencia negativa en la moral del pueblo, Garnelo supo ofrecer una visión positiva de nuestra Historia en un cuadro extraordinario titulado “La Cultura española a través de los tiempos” (1894) –expuesto en el Instituto de España en Madrid–, muestrario de nuestras glorias en las Letras, las Ciencias y las Artes a lo largo de los siglos. Una idea que guió otras obras como “Pro patria Semper” (1904)[10], “Una lectura del Quijote” (1893), “El indio Tabaré”[11] (1894), o la serie dedicada –en 1930– a ilustrar la famosa “Fuenteovejuna” de Lope. Y que se advierte igualmente en sus grandes murales: desde los tres lienzos de la “Proclamación de los Reyes Católicos en Segovia” (1903) para el Palacio de la Infanta Isabel de Borbón[12] en la calle Quintana de Madrid[13], hasta “El collar de la Justicia” (1924-25) para la bóveda del despacho del presidente del Tribunal Supremo de Madrid[14].

Por último, no podemos olvidar sus obras de carácter religioso, entre las que destacan: “Anacoreta” (1884), “San Francisco” (1885), “La gruta de Massabielle en Lourdes” (1897), “Jesús, manantial de amor” (1901), “La muerte de San Francisco” (1916) y, sobre todo, los doce apóstoles realizados en 1929 para la Iglesia Parroquial del Apóstol Santiago en Montilla, donde está enterrada la familia y donde también pueden admirarse una “Inmaculada” (1891) y el “Milagro de San Francisco Solano en la Cuesta de las Tenerías” (1907).

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Hoy su tierra le guarda recuerdo y cumplido homenaje en el Museo Garnelo de Montilla. Y es que, como diría el marqués de Lozoya: “Sin duda, Garnelo es uno de los más preclaros artistas de una de las épocas en que en España se ha pintado mejor”[15].

 

[1]               [1] Ver Miguel Carlos Clémentson Lope, El mundo clásico en José Garnelo y Alda (1985).

[2]               [2] Donde coincidió con Francisco Pradilla Ortiz, Joaquín Sorolla, Emilio Sala Francés, José Villegas Cordero, Mariano Benlliure y su propio hermano Manuel Garnelo.

[3]               [3] Pintura conocida también como “Los Gracos”.

[4]               [4] En la embajada española en Oslo.

[5]               [5] También conocido como “Aspasia y Pericles”.

[6]               [6] Inspirado en la novela “El maestro de la herrería” (1882) del escritor francés George Ohnet. Este cuadro mereció una segunda medalla en la Exposición Nacional de 1890. Actualmente expuesto en el Museo de Bellas Artes de Valencia.

[7]               [7] Primera medalla en la Exposición de Bilbao dicho año.

[8]               [8] Esta obra obtuvo una mención de honor en el Salón de París de 1896.

[9]          En el 139. a.C. El cuadro se conserva en la Casa Consistorial de Sevilla.

[10]             [10] Expuesto en el Salón de plenos del Ayuntamiento de Montilla.

[11]             [11] Basado en el poema épico “Tabaré” (1888) del escritor uruguayo Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931), donde se narra el amor del indio Tabaré y la española Blanca.

[12]             [12] Conocida popularmente como “La Chata”.

[13]             [13] Palacete de los Condes de Cerrajería, en la calle Quintana, nº 7, obra del arquitecto Antonio Ruiz de Salces (1820-1899).

[14]             [14] Donde representa todas las ramas del Derecho: Natural, Romano, Civil, Político, Canónico, Internacional, Mercantil y Penal, así como una serie de alegorías de virtudes y dignidades: la Meditación, la Memoria, el Entendimiento, la Voluntad y la Gloria y, en primer término, la Verdad.

[15]             [15] Segovia, agosto de 1965. Colofón del entonces presidente del Instituto de España, el historiador, literato y crítico de arte Juan de Contreras y López de Ayala, a propósito del cuadro titulado “La cultura española a través de los tiempos” (1894),  albergado en el citado Instituto.

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