13/05/2024 06:40
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En las ciudades de antes, esas sin rascacielos que quedaban a oscuras a la caída del sol, el cementerio solía encontrarse a las afueras. Con la distancia adecuada y desde un punto lo suficientemente elevado, podía observarse como el cementerio ocupaba un espacio equivalente al del total de la ciudad. Y, quizás, a cada transeúnte vivo de la urbe le correspondiera en justa balanza un fiambre del camposanto. Siempre se ha dicho que la muerte iguala, y no sin razón. Es lo mismo que ocurre en muchas de las vidas de los ancianos: que el peso de los vivos y el de los muertos componen un juego de espejos en torno a la presencia y la ausencia de los seres queridos. Sin embargo, ¿qué hay de todos los asesinados a lo largo de la historia: todos esos crímenes cruentos y sin resolver que parecen haberse perdido por el sumidero del tiempo? Esos muertos no respetan el límite de su sepultura. El dolor que carbonizó su alma y toda su tragedia aún por cerrar están impresos en la ciudad aunque sus restos descansen en el cementerio. De alguna forma, esa población de muertos coexiste en igualdad con la de los vivos. Ellos comparten su geografía y la habitan sin pudor cuando la luz diurna ya no puede denunciar su taimada efigie. Y cuando las luces se agostan, tampoco pueden los vivos permanecer de espaldas a toda esa sangre antigua, como muestra reiteradamente la última novela publicada en español de John Connolly.

Hay que felicitar a los editores de A book of bones (Antigua Sangre en español) por la portada que han escogido, donde se ve una vidriera sembrada de seres demoníacos que hace referencia a una escena de la novela donde Jesús queda oscurecido y, por el contrario, los demonios a los que se enfrenta salen al exterior de las cristaleras. Desde que las brujas han dejado de ser vejadas sabemos que esa parte oculta de la metafísica occidental a la que comúnmente nos referimos con el nombre de paganismo ha vuelto a cobrar vida pública con especial fuerza en la cultura popular. Los mitologemas tenebrosos han abandonado nuestras pesadillas para infestar nuestras ficciones provocando, con ello, nuevas noches de insomnio. De la vidriera de una antigua Iglesia descenderán figuras de inefable apariencia para combatir en una batalla entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal que de alguna manera auguran y emulan el propio Juicio Final. Con Charlie Parker, el detective creado por el escocés John Connolly, y su gran archienemigo mefistofélico Quayle de cruzados en la Batalla Final. Todo ello contenido en la portada, aunque el interior es mucho más que eso: una historia compuesta por múltiples relatos trenzados y una auténtica epopeya de estirpe neoplatónica sobre cómo los acontecimientos de nuestra realidad sólo son una mera manifestación de los acaecimientos que tienen lugar en un mundo suprasensible del cual se desprende el nuestro.

La trama de Antigua Sangre es compleja y engarza con la del anterior libro de Connolly protagonizado por Parker, La mujer del bosque, ya que de alguna forma ambas obras componen un díptico dentro de una serie de novelas que, en su versión original (a España llegan con dos años de retraso), supera ya la veintena de títulos. Sin embargo, la lectura de ambos libros se puede hacer independientemente de la trama global de Parker, un detective que tiene la particularidad, con respecto a otros colegas (de ficción, se entiende) de oficio, de investigar crímenes donde intervienen fuerzas sobrenaturales en calidad de detective privado. Pero la introducción de lo sobrenatural resulta lo suficientemente sutil como para no espantar al lector medio, dado que viene en todo momento supeditada a un relato típicamente noir. El asesinato inicial pasa a ser el macguffin mediante el cual Connolly describe a decenas de personajes en la espiral concéntrica de tramas que atraviesan distintas localizaciones geográficas y épocas históricas poniendo de relieve una ambición narrativa sin precedentes en su carrera y que solo tiene parangón actual en el género con grandes nombres como el de James Ellroy o Don Winsolw. La ucronía o el terror gótico son algunos de los subgéneros que redondean una trama cuya complejidad estructural en consonancia con la agilidad de su lectura es digna de los mejores narradores contemporáneos.

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Libros mágicos, la cultura druídica, un culto siniestro de origen prerrománico que recibe el nombre de “Los familistas”, viejos monasterios que esconden templos paganos, sociedades secretas como la Aurora Dorada (Golden Dawn) o la Sociedad Teosófica, un asesinato falsamente atribuido a Jack el Destripador, una red de crimen internacional, el fin de los tiempos… Todo eso y mucho más desfila con ambición por las páginas de Antigua Sangre porque, como afirmaba su autor en una entrevista, “Una de las grandes virtudes de las novelas de misterio y de la ficción en general es que te permite explorar otras culturas y otras vidas” Además, “la novela negra no debe sermonear”. En cierto sentido, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que John Connolly ha querido cerrar un ciclo de novelas (aquellas cuyo antagonista es Quayle) dentro de la serie de Charlie Parker en una obra que añade originalidad narrativa sobre la ya de por sí original propuesta que ha marcado desde sus inicios en 1999 con Todo lo que muere el sello de identidad de las novelas policíacas de Connolly: mezclar el género noir con el misterio, con el terror neogótico y con lo sobrenatural. Además en este volumen hay que resaltar el protagonismo que Bob Johnston, un personaje secundario de tantos pero que consigue robarle importancia al mismísimo Parker, con una trama secundaria ambientada en el mundo libresco y que manifiesta esa pasión por los libros que cada vez está reducida más a un extraño vicio no menos extravagante a ojos del adolescente medio que la filatelia. Otros personajes importantes en la novela son los recurrentes Louis y Ángel —el segundo sigue recuperándose de un cáncer—, peculiar pareja de asesinos homosexuales que se encuentran en un punto crepuscular de su existencia. Como el propio Charlie Parker, que sigue amando el jazz —no podía ser de otra forma con ese nombre— y que, a pesar de su larga sombra y de su pésimo modo de vivir, sigue manteniendo un buen porte acerado capaz de atraer mujeres anónimas, como muestra esa irónica escena en la que arranca la novela.

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En cuanto a la trama, se puede resumir en que Quayle, un abogado con decenios de existencia, quiere recuperar junto a Mors, una asesina no-muerta de rasgos cadavéricos que va sembrando con un reguero de cadáveres su camino, todas las páginas de un libro mágico extraviado, el Atlas, que es una especie de grimorio cuyo poder es capaz de traer de vuelta la totalidad de un tiempo extraviado con su panoplia de seres lovecraftianos correspondientes. Sobre esa premisa, Connolly introduce un viaje que conecta Maine, territorio de donde parte Charlie Parker —¿un guiño a autores como Stephen King o John Irving?—, con los Estados Unidos; los Estados Unidos con Londres; y Londres con Irlanda, en una huida hacia adelante que concluye, dejando atrás no pocos extravíos ficcionales, con una batalla épica cuyos tintes de Juicio Final que enfrenta a las fuerzas del bien y del mal están representados en las figuras contrapuestas y antitéticas de Parker y Quayle.

Para el lector que descubra por primera vez una obra de la serie no le será difícil inferir lo ocurrido, a grandes rasgos, en capítulos anteriores. Para el lector habitual de la misma, cabe señalar el estímulo que supone el cierre del viejo trauma personal, iniciado al principio de la serie de Charlie Parker, que se refiere a la trágica muerte de la mujer y las hijas del detective precisamente a manos de las mismas fuerzas del mal que en Antigua Sangre son perseguidas hasta la extenuación y, en último término, la aniquilación. La paradoja de Antigua Sangre es que, sí, da la sensación de cerrar un tramo literario pero, al tiempo, demuestra que la musculatura narrativa de Connolly está más compacta y resulta más fecunda que nunca. En ese sentido, es conveniente destacar esos capítulos breves con personajes que aparecen y desaparecen de la trama, como un fotógrafo que se limita a encontrar un cadáver, pero que componen escenas escritas con auténtica maestría en el oficio que, de por sí solas, justifican la lectura de más de setecientas páginas de libro. Con esto solo vengo a explicitar la, a estas alturas, más que innegable evidencia a modo de colofón: que John Connolly es un gran escritor y que Antigua Sangre es, sin lugar a la duda, una de las mejores novelas de este año.

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