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Los famosos baños del mundo islámico no fueron otra cosa sino un preciado trasunto de los que tan profusamente se habían construido en el mundo romano. En realidad, el estricto musulmán miró con recelo los baños, que en el siglo X llamaban romies y que, por si fuera poco, se decoraban con pinturas extrañas a la ortodoxia islámica.
Sin embargo, en el siglo XIII había en la España cristiana un tipo de baño copiado de los modelos andaluces islámicos. Los baños públicos eran muy comunes a las poblaciones hispanocristianas, aunque la mayor parte de ellos no fueron tan suntuosos como los romano-islámicos.
Los fueros se preocupaban del buen servicio de los baños municipales. Estimaban indispensable que el baño estuviese bien provisto de “agua caliente e fría e de duermas e de cubos e de mandiles”; estos mandiles hay que entenderlos como toallas, y esas duermas indican que las tinas eran de madera y tal vez de tradición no meridional, sino nórdica. Y se distinguían dos tipos de baños: los baños propiamente dichos, que eran los más frecuentes, y las estubas, o baños secos.
Existen representaciones gráficas de los baños medievales. Están compuestos por unas cubas de madera cubiertas por copulillas sostenidas sobre columnas, coronadas por unas almenas califales; las cúpulas dejan ver unas lucernas cerradas por hojas de talco. Todo el local está lleno de tinas y cubos de madera que recuerda la posible ascendencia nórdica de estos recintos, aunque su arquitectura entronca mucho más con lo andaluz. En estos baños usan “sponjas: las mugieres lavan con ellas mucho los cuerpos por que han muy grand fuerça de lavar”.
La asistencia a los baños estaba reglamentada por los fueros. Era costumbre generalizada que los hombres fuesen martes, jueves y sábados; las mujeres, lunes y miércoles; y los judíos, viernes y domingo.
Los fueros también suelen hablar de las tréstigas y de las condiciones que debían tener para evitar molestias a los vecinos. Esas cámaras privadas, también conocidas simplemente como privadas, eran de dos tipos muy parecidos entre sí: una construida en forma de cajón y la otra en forma de tonel con eje horizontal; ambos recipientes tienen una típica abertura de forma circular con escotadura al frente. Sustancialmente es un cilindro de madera zunchada con una abertura escotada, todo sobre un poyete. El sistema era bastante primitivo, aunque su uso ha perdurado mucho tiempo; muchas de estas privadas estaban ligadas a un sistema municipal de alcantarillado, caños bajo tierra, como se los conocía entonces, pensados en la “manera por la quoal sea sana cosa a los vecinos”.
En 1254 se encontraba en Uclés el rey Alfonso X. En un documento de la época escribe: por remission de mio pecados, otorgo a la abbadesa de San Clemente que labren aquel baño que an en el arraval de Toledo e que bañen e que fagan dél e en él como ellas quisieren. Las tinas que aparecen en un manuscrito flamenco a finales del siglo XIII son del todo similares a las españolas, incluso también con los toldillos. Las tinas eran individuales y llegaban hasta la cintura de los usuarios.
En otro documento, el Lapidario, en su página 69, se hace referencia a la piedra del baño: et este nombre a porque la fallan en las calderas de los baños, por escalentamiento. De nuevo aparecen en el baño las copulillas con lucernas y almenas escalonadas; las tinas son de duelas, técnica de la madera que procede del norte europeo. El agua se calentaba en una sala contigua y con cubos era transportada a las tinas, donde se mezclaba con agua fría a gusto del consumidor.
Todo esto nos recuerda lo que, hasta hace muy poco tiempo, se hacía en nuestras casas de los pueblos. El agua caliente del calderín de la cocina económica se llevaba a un balde metálico, para mezclarla con agua fría, donde la higiene personal se aplicaba en dos tiempos: de medio cuerpo para abajo en el balde, y de medio para arriba, en la fregadera. El baño de cuerpo entero quedaba reservado para el buen tiempo y en el río, donde el jabón no se cortaba como en el balde; los que usaron de los dos tiempos en el aseo personal saben a qué me refiero. Lo de la ducha y la bañera llegó a nuestras viviendas hace muy poco tiempo, como quien dice, ayer. En los pueblos pequeños no recuerdo que hubiera baño público.
Viviendo en París, a finales de la década de los 60’, cuando gobernaba el Gran Charlot, que era como llamaban cariñosamente los franceses al general De Gaulle, los que morábamos en los áticos del centro de la ciudad, aún recordamos que la dotación de baños en los pisos no era tan profusa como cabría suponer. Nuestro ático, y digo nuestro, porque lo ocupábamos tres o cuatro compañeros de estudios, no disponía de este necesario servicio y debíamos recurrir a los baños públicos que abundaban en la capital para darnos una buena ducha de agua caliente. En el pasillo que unía los áticos del edificio en el que vivíamos, sólo contaba con un único servicio para necesidades más perentorias y un lavabo minúsculo que a penas nos permitía lavarnos como los gatos. Y eso que vivíamos cerca del Teatro de la Comedia y de los jardines del Palacio Real, en la calle Richelieu. Así que la modernidad de aquel París de Edith Piaf o Brigitte Bardot, no estaba bien dotado de servicios.
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