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En estas últimas semanas estamos viviendo un furibundo ataque a la institución monárquica por parte de la coalición socialcomunista que nos desgobierna y sus adláteres con la excusa, según ellos, de la “conducta poco ejemplar” del anterior titular de la Corona y padre del actual Rey.
Por lo que luego diré, no soy particularmente forofo de la dinastía borbónica que ha reinado en España desde 1724 hasta 1931 (con la breve interrupción del reinado del intruso Amadeo de Saboya y la nefasta 1ª República) y desde 1975 hasta la actualidad, y tampoco del ex Rey Juan Carlos, pero aun así creo que en este momento la obligación de todo patriota es defender la institución, como mal menor.
Una amplia mayoría de los afiliados y cuadros del PSOE, especialmente desde que el infausto Rodriguez Zapatero se hizo con la Secretaría General de ese partido de criminal historia, y por supuesto todos los comunistas, golpistas y terroristas que les apoyan, son declaradamente republicanos. Todos aspiran a una república socialista, y ahora además bolivariana, que no hace falta decir, por ese carácter de socialista y bolivariano, sería demoledora para nuestra Nación. A nadie debe extrañar su empeño en cargarse la Monarquía, está en su ADN, aunque por razones tácticas durante varias décadas hayan tenido aparcado ese objetivo.
En este momento, además, se une la necesidad imperiosa de tapar con este asunto otros escándalos: su criminal gestión de la pandemia, los 50.000 muertos que no reconocen, la mega-crisis económica en la que estamos metidos por su nefasta gestión, el escándalo judicial (simulación de delito, perjurio, etc., etc.) del vicepresidente segundo, la caída en picado en las urnas del socio de coalición y todos los demás.
Los promotores de la campaña de acoso y derribo se llenan la boca diciendo que “todos somos iguales ante la Ley”, lo que ojalá fuera cierto, pues ellos disfrutan de un innegable trato de favor de la Fiscalía y de los Tribunales, del que creo que no hace falta poner ejemplos. Obviando lo anterior, y si las informaciones que se publican son ciertas, desde un punto de vista estrictamente legal el ciudadano Juan Carlos de Borbón parece que cometió un delito fiscal, cierto es que de abultado importe, pero que ya estaría prescrito. Prescrito para él y para cualquier hijo de vecino y por eso, hasta donde yo conozco, la Agencia Tributaria hasta la fecha no ha abierto ninguna inspección al contribuyente Juan Carlos de Borbón. Es ridículo hablar de blanqueo de capitales (el origen del dinero es bien conocido y completamente legal) y recibir un regalo, por muy cuantioso que sea, no es delito; es absurdo hablar de comisiones ilegales (creo que sería la primera vez que el “cliente” paga una comisión al “constructor”, y además tres años antes de que se adjudique la obra) y por tanto está injustificado hablar de corrupción.
Desde un punto de vista ético o moral la cosa es bien distinta pero, claro está, la valoración desde ese punto de vista depende de los principios morales que tenga cada uno. A mí el comportamiento del ciudadano Borbón y Borbón, presunto defraudador de Hacienda y presunto adúltero, me parece execrable, si es verdad lo que se cuenta, pero igualmente execrable me parece que estos amorales, que cobran de la dictadura chavista y de los ayatolas iraníes, que defienden el libertinaje, la promiscuidad sexual y todos los comportamientos degenerados habidos y por haber, tengan la desfachatez de exigir a nadie lo que llaman una “conducta ejemplar”, sea al ex Rey o sea al conserje de su ministerio.
El problema de fondo con la institución que a día de hoy ostenta la Jefatura del Estado y, en particular, el problema de fondo con el anterior titular de la Corona, D. Juan Carlos de Borbón, es otro bien distinto.
La historia de los Borbones en España es terrorífica, con la única excepción de Carlos III y -por distinta razón- del breve Alfonso XII. Felipe V se encontró por una carambola de los equilibrios de fuerzas entre las monarquías de la época, y después de una guerra, en el trono del mayor imperio de la Edad Moderna y en poco más de doscientos años él y sus descendientes lo convirtieron en una piltrafa. Los nombres y las andanzas de Carlos IV, de Fernando VII o de Isabel II dan escalofríos, es casi imposible encontrar algo bueno que hicieran por España, han sido, simplemente, una maldición. Alfonso XIII, el bisabuelo del actual Rey y el último rey de la dinastía antes de que el general Franco instaurara una nueva monarquía precisamente en la persona de uno de los nietos del antedicho (ya es mala suerte) es un perfecto ejemplo de lo que han sido los Borbones para España. En abril de 1931, y después de traicionar al General Primo de Rivera -uno de los pocos jefes de Gobierno que pensaba en el bienestar y el progreso de los españoles- y a las primeras de cambio, sin hacer lo más mínimo por defender la institución ni a los numerosos españoles que le apoyaban, “tomo las de Villadiego” y se marchó a disfrutar de la vida a Roma, a Paris o a Lausanna. Por abandonar, abandonó hasta a su familia, dejando España en manos de una banda de facinerosos (republicanos, socialistas, anarquistas, comunistas, etc…) que en cinco años y después de dos golpes de estado (uno fracasado, la revolución de 1934, abortado precisamente gracias al general Franco, que en esa ocasión salvó a la República y otro consumado, el pucherazo electoral de febrero de 1936) nos llevaron a una dramática Guerra Civil.
El general Franco, que ganó la Guerra y que convirtió un estado fallido, arruinado y destruido en una Nación ejemplar y en la novena potencia industrial del Mundo, pudiendo haber tomado cualquier otra decisión sobre el futuro de España cuando él ya no estuviera, pues estaba legitimado para ello, decidió traer de Portugal a uno de los nietos del último rey, que aunque no era especialmente inteligente si era simpático, tenía don de gentes y (aparentemente) era “buen chico”; le pagó los estudios; le tuvo viviendo “a cuerpo de Rey” (nunca mejor dicho); procuró formarle lo mejor que pudo (aunque con poco éxito) y unos años después, cuando su vida en la Tierra llegó a su fin, le regaló el Trono de España y la Jefatura del Estado. El Generalísimo podía haber decidido cualquier otra cosa, podía haber nombrado rey a su chofer o a su prima, podía haber dejado una Junta Militar o podía haber dado paso a un régimen republicano (hay muchísimas repúblicas, más que monarquías, que funcionan estupendamente, empezando por los EE.UU. y siguiendo con Francia o con Alemania, por poner solo algunos ejemplos), pero pensando siempre en lo él creía que era lo mejor para España decidió no solo instaurar una nueva Monarquía en el por entonces era un simple ciudadano, sino además dar orden a todos sus fieles, empezando por el Ejercito y siguiendo por todo el aparato del Estado, de apoyar al nuevo Jefe del Estado como si fuera él mismo.
¿Qué hizo el agraciado con ese gran “cuponazo”? Lo que todos sabemos: primero, traicionar de la forma más miserable al que le había nombrado, incumpliendo sus juramentos públicos y solemnes de “fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino” (1969) y “cumplir las Leyes Fundamentales y guardar lealtad a los Principios del Movimiento Nacional” (1975) y segundo, lo que es casi más incomprensible y estúpido, suicidarse “en diferido” (y arrastrar a España en ese suicidio) aceptando una nefasta Constitución, la de 1978, plagada de bombas de relojería (autonomías, ley electoral, confusión entre los poderes del Estado, partitocracia, etc., etc.) en la que, voluntariamente, renunció a cualquier responsabilidad o capacidad de hacer o impedir que se haga. Su papel de “arbitro y moderador” simplemente no existe, es una ficción, como bien se ha comprobado. Decidió regalar la autoridad que la había entregado el general Franco, que era TODA, entre otros a los mismos que 40 años antes habían estado a punto de destruir España o a sus herederos políticos.
A Juan Carlos de Borbón se le puede reprochar su delito fiscal, si lo ha cometido, se puede tener una opinión u otra sobre su vida privada (aunque en ese aspecto hay que tener mucho cuidado, pues como dice el Evangelio “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”) o incluso se puede hacer mofa sobre su patética candidez al pensar que la fulana que se encamaba con él tenía algún sentimiento noble hacia su persona pero, por encima de todo, la historia le exigirá responsabilidades por su incalificable traición al Régimen -no solo a la persona- que lo puso donde estuvo y que facilitó que su hijo reine todavía hoy y por su renuncia voluntaria, innecesaria e irresponsable a cualquier atribución o mecanismo legal que le permitiera, efectivamente, ejercer como Jefe del Estado. De aquellos polvos (un imperdonable pecado original y un garrafal error inicial) vienen estos lodos.
Dicho eso, y dado que con la república a la que pretenden llevarnos estos cavernícolas y fanáticos comunistas “sería mucho peor el remedio que la enfermedad”, hoy no nos queda otra que taparnos la nariz y defender lo que tenemos, aunque no nos guste, pero sin olvidar por culpa de quién estamos así y sin cegarnos por elogios infundados y otros cuentos chinos.
Y mañana Dios dirá…
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