10/05/2024 01:44

Tendremos dentro de poco dos acontecimientos políticos, una a escala nacional, las elecciones autónomas de Cataluña y de Vascongadas, y otra de dimensión europea, las elecciones al parlamento de la Unión Europa. Y volveremos, como siempre, a tratar de analizar el carácter de esas elecciones políticas, como todas las que se gestan en los sistemas políticos dominados por un sistema de partidos políticos autoritarios y cleptocráticos que me permito calificar de corrupto.

¿Son las elecciones una fiesta de la democracia? ¿Los resultados están manipulados por los medios de comunicación y de información? ¿Es lo más noble de los electores lo que expresa la elección de un partido u otro? O, por el contrario, las elecciones no son más que expresión de un civilización extenuada, vacía, que esta en transito hacia formas de corrupción generalizada ¿no sería la corrupción, en sus múltiples formas, la que constituye el cimiento de los comportamientos electorales?

La tesis de la manipulación

Curiosamente cuando se proclaman los resultados (ya no podemos asegurar, con la certeza de hace 100 años que sean el producto auténtico del recuento de los votos emitidos sino los sintetizados por un algoritmo concebido ad hoc) siempre tenemos la tentación de explicarnos, o saber las causas de por qué se vota a los partidos y, en especial, por qué precisamente a aquellos que provocan mayores perjuicios al interés general, empezando a sus propios votantes (aunque esta última ya no es una reflexión a priori que hagan los protagonistas sino los analistas a posteriori, porque siempre se equivocan). Pueden proponerse muchas tesis y enfocar la cuestión desde perspectivas diversas. Pero nos limitaremos a una.

La primera de las hipótesis, la que cobija la mayoría de las voces ‘sociológicas’, sería la tesis de la manipulación. Se ha votado con preferencia a un partido, un mayoritario respecto a otro minoritario (del que se espera más beneficios ‘para la sociedad’), porque ‘el electorado está manipulado’.

Creo que es un tesis infantil y carece de sentido y está soportada por paralogismos. El espacio mediático y de información durante el tiempo electoral esta saturado de mensajes estéticos, de infumables propuestas de uno y otro partido, de su propaganda infantil, de la recíproca invocación de infamias, de sus arteros planteamiento ‘salvíficos’, de esa avalancha de libelos y de anacolutos sin fin.

En esa saturación electoral de espacio, como del propio de tiempo donde no sucede absolutamente nada relevante, convergen todas potencias del arte de engañar no tanto para manipular como para reafirmar las afinidades profundas de los electores. Estamos frente a un escenario donde todos los políticos no buscan manipular sino saturar un espacio/tiempo tetradimensional de mistificaciones. Basta con hacer que circulen sus mensajes, sus imágenes, sus delirios.

En realidad, la manipulación es inviable porque su finalidad no sería aquella de proporcionar al elector información para permitir su reflexión para ‘cambiar de criterio o de opciones políticas’. Se busca alcanzar la filia mediante potenciar la fobia política. Es decir, se trata de invocar el subconsciente del elector, que ya está prefigurado, para ponerlo al servicio de una política determinada del elector que ya está en la predisposición exacta para aceptar las mentiras y las falsedades como lo que son. Aquí nadie engaña a nadie. El elector acepta y bendice la mentira como la condición inherente al discurso político. Por eso se trata de otra cosa que no explica la manipulación.

La seducción política

Siempre se produce, si quieres que alguien vote, un necesario reflejo íntimo del elector por aquello que le atrae, sin freno, de un partido político. Es la seducción política quien activa esta atracción fatal y le proporciona el combustible para involucrarse en el juego a las elecciones personales. Aquí no opera el concurso de la racionalidad (unas elecciones, cualquiera, jamás serán un fenómeno racional).

Todo se reduce a una cuestión de fe, de creencia, de apetencia … el elector queda reducido a un reflejo condicionado del partido, de ‘su’ partido, una especie de mimetismo de identificación total por que el elector queda disuelto para interiorizar las esencias de un partido. Y todos los partidos, sin excepción, ofrecen el mismo espectáculo: la fascinación irresistible de un modelo imaginario de corrupción económica, personal, ética, estética, etcétera.

No hay ninguna manipulación (puesto que todos engañan y son engañados). Lo único que podemos observar en vivo cómo opera la transustanciación por el que el estado natural, determinado por las leyes de la naturaleza, se convierte en estado político (que engendra el orden inestable de las sociedades complejas). Si lo quiere en lenguaje psicoanalítico: lo que se contempla en cada elección es el tránsito del inconsciente (el desorden de las pasiones) a lo consciente (el orden de lo político), eludiendo toda límite, toda represión.

Es el instinto el que vota, esa es la condición primaria, la más salvaje, la que se expresa y la que define la elección: la condición depredadora humana.

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Tener todo a cambio de nada

La corrupción económica (obtener renta o patrimonio sin contraprestación a nadie), pongamos por ejemplo, constituye parte esencial e inherente de la estructura corrupta del sistema de partidos políticos que tiene, seguramente, su origen en la condición depredadora humana natural: tener todo a cambio de nada, sea alcanzado o practicado o no con violencia (la solución que ofrecen los partidos políticos, en los últimos 150 años permite, normalmente, frente a otras soluciones, es que se alcanza cierto orden mínimo sin el deslavazado de un exceso de violencia). Es el modo en que se exterioriza su finalidad y la que proporciona, en cada época, las variantes del latrocinio.

El magma del que irradia de esas múltiples formas de corrupción universal y natural, que se concretan en la corrupción política y económica, no es más que la disposición entregada de una población ‘llamada a las urnas’ que está corrompida hasta el tuétano.

Basta con observar el curso de sus sueños o desgranar sus deseos que es tanto como decir la exteriorización más viva de sus pasiones más íntimas: vivir como ricos sin serlo, disponer sin límite de personas y de cosas sin tener mérito para ello, apetecer de lo noble y elevado por orates … a las masas, a los electores, sin duda, les mueve la ambición, la gula, la pereza, la soberbia, la ira, la depravación, la envidia, la avaricia lo que los escolásticos denominaron, por su gravedad, los pecados capitales. Todo eso que estaba como resistido, reprimido, en el periodo electoral de desata como un pantagruélico carnaval de fiesta insana.

Sin embargo, esa turba corrompida de población (los electores), en las democracias políticas organizadas por elites políticas, vota masivamente a “sus” partidos políticos que son, sin duda, su epítome: motivo por el cual legitiman su función dentro del Estado y fuera de él y, por tanto, todo el diseño de función y de gestión de la cosa pública condicionando la cosa privada.

Un partido corrupto necesita una población corrupta, del mismo modo que una sociedad corrupta precisa de la corrupción, en todas sus formas, para estructurarse corruptamente. La corrupción es un estado necesario, al principio del ánimo, pero por la potencia vital que la gobierna siempre intenta y busca materializarse, por la fuerza o de grado, en todas las instancias y en todos los intersticios de la vida.

La población corrupta no es ni una prolongación distorsionada ni una imagen refleja del sistema de partidos políticos. Es precisamente todo lo contrario: la población corrupta infunde el ser y el obrar de sus conductas y de sus pasiones al sistema político y a todos los restantes ámbitos. Sin excepción. Si fuera al contrario, los políticos tendrían que producir en masa la corrupción. En cambio, los políticos se limitan a coexistir en un medio humano donde la corrupción está generaliza y constituye un emergente necesario de las manifestaciones esenciales de las sociedades.

La corrupción, si podemos marcar su razón, debe ser concebida como un desviarse del fin de una utilidad, de un valor, de una función, de una idea, etcétera. Hasta los instintos pueden ser usados o desviados indebidamente respecto de su finalidad. Utilizando tu ejemplo: existe la coprofilia … y buen provecho. Y no me refiero a los escarabajos.

La corrupción como fenómeno universal

Que la corrupción sea universal, claro, es una evidencia que no necesita prueba, pero porque opera contra el orden establecido y constituye su cimiento esencial permitiendo su constante cambio o reordenación. Hablo de sociedades humanas complejas y organizadas sobre principios precarios, lo que les permite adecuarse a los condicionantes materiales y biológicos de constante cambio.

La corrupción, en definitiva, no es más que la de la sociedad ‘imperfecta’ organizada en su aspecto material y las formas anómalas que adopta no son más que resultado de las prácticas y de las tecnologías del robo y del reparto que adoptan las instituciones creadas por sus grupos protagonistas.

La corrupción, pues, debe ser reputada como la condición necesaria para cambiar el orden en que se engendra, sea por exceso o por defecto, pero cuyo equilibrio nunca se alcanza. No podemos olvidar que siempre subyacen y operan los instintos naturales y que la civilización representa un intento, nunca alcanzado, de someterlos a un orden convencional y positivo.

Casanova y todo su rosario de perversiones se han expandido por todos los intersticios del universo humano, porque lo anormal se ha convertido en normal, la excepción se ha transformado en regla. El cuerpo ya no se define por el alma sino que el cuerpo queda sometido a las exigencias que conjuga el deseo ansioso. Aunque no se sepa con precisión qué significa eso del deseo ansioso porque se eluden las divagaciones y siempre se centra, en última instancia, en la satisfacción, en el placer o en la saciedad de la voluptuosidad de la subjetividad soberana. Eso es lo que se considera. Eso es lo que nuestra civilización occidental prioriza, no la referencia de un cuerpo natural sino de aquello que pueda hacerse con él al quedar sometido al modelo subjetivo del ‘deseo’ profundo que define toda opción como posible.

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Por tanto, descendiendo al nivel de las convocatorias electorales, cada elección electoral no tiene nada que ver con la democracia (¿eso qué es exactamente?) o con la manipulación. Lo que vemos desplegarse en cada elección, como un espectáculo salvaje a modo de un astracán que produce hilaridad, son las turbulencias de las pasiones siniestras que buscan identificarse, ser seducidas por quienes se ofertan para satisfacer las apetencias naturales que determinan los comportamientos humanos: se aspira tener todo sin dar nada. Esto es lo busca todo humano y, por extensión, todo elector. Otra cosa, que no podemos tratar aquí, es el ejercicio de contención racional para dominar esas tendencias naturales.

Solo se vota por quien necesita esa catarsis política, esa identificación a la que reduce su animalismo indomable al postulado del partido corrupto. Ahí siempre encuentras lo mismo a modo de imagen de un espejo: un corrupto (de cuerpo o de alma o de ambas cosas) que se funde con la fuente de corrupción (el partido político) que lo eleva a la condición ‘elector libre’ porque, esa es la cuestión, quedan satisfechos sus apetitos al ser sometidos por quien ostenta su misma condición. Entre corruptos está el juego y entre ellos se identifican automáticamente.

Solo los corruptos votan partidos corruptos

Perro no vota perro, nos dicen. Es completamente falso. Del mismo modo que es falso y no se sostiene la tesis de que quienes votan a partidos corruptos han sido sometidos al flagelo de la ‘manipulación’. Falta a la verdad quien sostenga esas patrañas. Se vota por ser corrupto, profundamente corrupto, y se vota a un partido corrupto (todos lo son) por una simple operativa de mimetismo, de identificación de quien solo puede ser y realizarse, ya que no en la realidad, en la fantasía de un deseo desatado y insuperable: la de tener todo sin dar nada.

La corrupción es, pues, la potencia que mueve las decisiones de los electores y la escena electoral, con sus rituales, el momento en que se realizan las identificaciones irracionales: este color, aquella bandera, la densidad de ese odio contra el ‘rico’ o contra el ‘pobre’, un banal carnaval de excesos donde ‘los míos’ no sería más que la expresión volumétrica con la que se identifican las fantasías de un corrupto, un ser inferior, que alcanza así la condición geométrica de civilizado (corrupto). Y tan feliz, porque 2 + 2 son 22.

No se aspira, por el votante, al bien ideal, a lo moral, a lo sensato, a lo racional, al interés general sino que, por el contrario, el votante aspira dar curso a las pasiones infinitas, a las adhesiones y a sus servidumbres, a exterminar al otro, a alcanzar y obtener ventajas y privilegios particulares, en suma, todo lo que le inspira y le mueve es la corrupción vital que rezuma por todos sus poros.

El ejercicio de contención de una civilización, respecto de los instintos, nunca se alcanza ni puede lograse definitivamente. Los instintos, actuando de consuno, como potencia vital descarnada, desbordan las civilizaciones enteras y solo por su ‘parte maldita’ pueden entenderse y avanzar sin rumbo.

En su extremo, no solo la coprofilia, la sodomía o la agresión al cuerpo es la narración de una anormalidad que se expande. Una vez superada la frontera de toda contención del sexo, de una civilización donde las resistencias ha sido reventadas (la contención de la libido era lo que daba sentido pleno al desbordamiento del sexo), espera querido lector lo que viene imparable procedente de los ámbitos de la pedofilia, del bestialismo … es la ruptura del orden ‘amoroso’ lo que está ciernes ante la perspectiva del nuevo desorden de las potencias del sexo, del placer pero, jugando con su reverso, también de la anhedonia.

Entramos en un universo en el que se impone la esterilización, la ausencia de procreación, la infertilidad y las mil formas de escisiparidad. Es nuestro destino y nuestro final como especie. Se me antoja un proyecto verosímil y en ello estamos con todas nuestras potencias.

¿Cómo hemos podido alcanzar esa cima de podredumbre? Por la corrupción, amigo mío, llámela política o económica o corrupción de las costumbres pero, no le des muchas vueltas, la corrupción universal no es más que el resultado y la consecuencia de una generalizada corrupción personal

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Lomauco

En esta democracia adocenada se vota por inercia progresista, por agradecimiento o por fastidiar al odiado. Lo ideal sería que
el político, el gobernante, en momentos críticos sintiera el soplo del genio que le convierte en estadista, prescindiers de su yo, se alzara por encima de las conveniencias humanas, asumiera la representación del pueblo y de los intereses espirituales del Pueblo cuya dirección le ha sido encomendada y para ayudarle no pensase sino en los medios más eficaces. Nada de eso ocurre ahora, así que, a seguir disfrutando de lo que somos y lo que tenemos

Alberto

Los corruptos votan políticos corruptos, muy lógico, porque entre ellos se entienden, se comprenden y en definitiva todo lo que dice el autor sobre los mismos es una realidad aplastante. Pero este mundo y más concretamente este país ya no tiene solución, por lo menos inmediata ni a corto plazo, la corrupción se encuentra instalada en todas partes.

navarjm

Estoy de acuerdo con el narrador del calibre que está tomando la corrupción en este País nuestro, solo hay que analizar el barómetro, del último informe de Transparencia Internacional. España ocupa el puesto 36 de 180 países en el Índice de Percepción de la Corrupción IN CRESCENDO !!! Y cuatro con respecto al IPC 2020 (32/180). En el ranking 2023, España se sitúa, junto con San Vicente y las Granadinas y Letonia, un puesto por encima de Botsuana (39/180), dos por encima de Catar (40/180), y dos puestos por debajo de Lituania y Portugal (puesto 34/180)

Por descontado, que es evidente la tomadura de pelo que los partidos políticos nos tienen acostumbrados. Votamos por, tal como dice el narrador «Es el instinto el que vota» y los partidos lo saben, manipulando todos lo hilos necesarios, para manejarnos a su antojo; poniendo como uno de los ejemplos, las listas cerradas. Ni que decir tiene, que el nivel dialéctico de ciertos partidos, nos lleva literalmente a un lastimoso lenguaje cercano al «barrio bajero» y de una lamentable actuación «macarra»

Me duele pensar, el tono catastrofista del narrador, abocándonos a un catastrofismo incondicional sin ningún tipo de SALIDA a lo relacionado en el primer punto. Creo, por otra parte, que la solución pasa por ser más transparentes y con más democracia al estilo de los países nórdicos y/o algunos países centro europeos destacados en ese Índice de Percepción de la Corrupción

Hakenkreuz

¿Por qué se comete el acto de idolatría voluntario de ir a votar?

  • 1 ¿Por manipulación? Evidentemente hay manipulación en la información que se transmite y se silencia, en medios de manipulación políticos, para engrandecerse cara al público y para degradar al oponente. Y todos los políticos mienten, es su profesión. Pero la mentira es hija del demonio. Y las consecuencias de confiar en el mentiroso las hemos vivido desde Adán y Eva. Pero seguramente que la mayoría no vota manipulada, pues bien sabe que mienten todos. La manipulación es aquello feo de lo que los votantes hacen la vista gorda, tal vez del modo más insensato que podamos imaginar dado lo peligroso que es confiar en el que miente. El votante consiente lo que no debería jamás consentir. Eso será su perdición eterna.
  • 2 ¿Por seducción política? Es evidentísimo que el político es seductor de masas, es la imagen de la bestia, diríamos en términos religiosos. El político es mentiroso, embaucador, hipócrita, taimado, una vergüenza para el género humano. De hecho, no parece humano, parece más bien un vómito del infierno. Eso sí, un vómito muy atractivo, como un lobo con piel de cordero. Hay seducción, sí, pero la seducción no está solo en la palabra de un político. Hay algo más. Las palabras no bastan. Hacen falta señales que engañen incluso a los mismos elegidos. Ya no se vota a la persona. Ahora predomina el odio enfermo aparentemente incurable en unos y el amor exclusivo al dinero venga de donde venga en otros, pero no la seducción de unos y otros salvo la del demonio y los falsos doctores (a modo de oír lo que se quiere oír para matar o silenciar a la conciencia), que no es poco, aunque todavía queda más para ir a votar.
  • 3 ¿Por dinero, prebendas, privilegios, contratos, puestos, subsidios, subvenciones y por puro interés material? Totalmente sí. Factor imprescindible para que la población ejerza ese «derecho» de votar y para que perviva todo tipo de democracia (la socialista requiere además el terror implacable y sangriento. No hay socialismo sin sangre, muerte, tortura y terror). En toda democracia actual, el voto se compra, el votante se prostituye (vende su alma) a cambio de todo tipo de interés material que estima poder obtener o conservar si gana su partido, independientemente de todo tipo de males (la manzana de la discordia apetecible a Eva que lleva a la muerte) que en otro orden genere ese partido si llega al poder. A esto se ha llegado, como las putas (piénsese en las mujeres amadas de la familia de cada cual si realmente se odia la prostitución o si se aceptaría para las propias). Unos y otros votan porque si gana el otro creen que le quitan la paguita, el subsidio, la beca, el puesto a dedo en el ayuntamiento, la comunidad autónoma, el Estado, la empresa pública, el organismo de turno, etc., el contrato de obra, el goloso contrato de su empresa, su arbitraria concesión administrativa, su generosa subvención, sus privilegios económicos en determinado sector, su ausencia de competidores para explotar un poder oligopólico o monopólico (por medio de colusión), etc. Todo por puro interés material, como la puta tiene en el cliente, porque la prostitución es la forma más generalizada de degradación y de venta de la propia dignidad que solo Dios da a cada hombre o mujer en la Cruz (nadie nos ama más que Él), no ley o decreto alguno o democracia, engaño bastardo por doquier. Y aún hay algo más. Cualquier persona que pregunte a un votante las razones de su voto, seguro que aducirá razones materialistas y económicas.
  • 4 ¿algo más? El votante democrático tiene una especie de «contra dogma» venenoso en la cabeza (y el alma) según el cual en democracia, el propio votante «puede elegir» quien quiere que gobierne, mientras que en las pasadas monarquías absolutas o en los regímenes dictatoriales no puede hacerlo (a menos que se derroque violentamente al emperador, rey, príncipe, noble o dictador, que en no pocos casos ha sucedido así). Ese engaño de creer que «puede elegir» es verdaderamente aterrador, es como una anti religión, como una anti fe, como un fanatismo fundamentalista integrista de la mentira más abyecta por cuanto más difícil de eliminar de los corazones, cuando la evidencia es radicalmente contraria a esa diabólica creencia (no se decide nada por parte del pueblo y sus miembros, salvo el dictador que los próximos cuatro años ejercerá el poder según le plazca a su grupo de presión o partido, no muy diferentes unos de otros y, a buen seguro, cómplices de un pacto de no agresión mutua por mucho ruido de corrupción que se descubran unos a otros, siempre impune por ese pacto, por supuesto, pues a todos los grupos políticos conviene no ir demasiado lejos en eso de descubrirse sus crímenes y latrocinios, de los que son partícipes millones de votantes, no se olvide esto, que el pecado es colectivo. Y, por cierto, sí, dictador, pues la democracia no se propone, se IMPONE. No hay democracia voluntaria, no. Eso no existe ni ha existido jamás. La DEMOCRACIA se impone con sangre o sin ella, pero se impone. Y lo diabólico del caso es que la gente cree que «en democracia, somos libres», que la «democracia es libertad». Ese es el triunfo del padre de la mentira, la manzana de la discordia que tantos se afanan en comer porque creen buena y apetecible. Eso es lo verdaderamente aterrador, pues la mentira precede a la auto condena. Y después de la muerte hay una segunda muerte. Dios nos libre de ella). ¿Y por qué este «contra dogma» democrático del votante? Pues por ese pecado que es el más generalizado entre toda la humanidad y que es nuestro más mortal enemigo: la VANIDAD. La democracia con sus elecciones, con sus votos, apela a la VANIDAD del votante, al hecho de hacerle creer aquello con lo que el demonio tentó al Señor en el desierto: «Todo esto te daré si postrándote ante mí, me adoras». Es decir, el votante se cree enaltecido en un régimen democrático, que el pueblo, es decir, él, gobierna. No como en las dictaduras, donde solo obedece. La DEMOCRACIA es, al fin y al cabo, un régimen de poder del anticristo que no tiene otro destino que su auto destrucción, porque si la población no entiende lo de negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir al Señor, qué otro destino puede esperar…
lrf

Judas ya vendió a su maestro por 30 monedas. La corrupción es intrínseca con la condición humana desde su socialización. De lejos se denuncia, de cerca , incluso se fomenta, por aquello de que, en este país sigue viva la herencia de la picaresca ..y ya sabemos que no siempre pasa factura, se olvida con la rapidez que se pone un emoticono de hastío

Anónimo

De acuerdo totalmente con el narrador.
CORRUPTOS VOTAN A POLÍTICOS CORRUPTOS.
Desde mi punto de vista Toda la certeza y credibilidad lo que cuenta este artículo.
Me duele está realidad aplastante.

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