30/04/2024 08:58
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En el mundo sindical del régimen de Franco, en 1958 se había producido una reforma conducente a dar una mayor participación de los trabajadores en la elección de sus representantes. Una decisión que el régimen esperaba fuera aplaudida por naciones europeas que criticaban la represión del franquismo y que acabaría por fomentar el llamado “entrismo”, o sea, la incorporación interesada de elementos contrarios al régimen, siguiendo una estrategia de infiltración,  entre los representantes oficiales de los trabajadores, acertadamente descrita por el Ministro Solís como “enquistarse en el sistema”. La Ley de convenios colectivos sindicales de Abril del 58 (que había sido pensada tiempo atrás por Girón de Velasco) preveía condiciones laborales “acordadas entre trabajadores y empresarios y no impuestas, naturalmente bajo la supervisión de la Central Nacional Sindicalista.

 

Iban pues a coincidir la perfección de la máquina del capitalismo que fue el Plan de estabilización con un movimiento obrero que  intentaba poner huevecillos en el sistema. La nueva economía, que introducía parámetros con reglas más ortodoxas,  estaba en marcha y un ejemplo lo tenemos en la implantación del control de producción conocido como sistema de puntos Bedeau. Ajustes que llevarían a la huelga en Mieres SA. Se estaban imponiendo en los convenios colectivos los criterios de la parte empresarial frente a los de  los trabajadores  y ello llevó a  algunas decenas de miles de obreros a la protesta, dirigidos por las escasísimas minorías de UGT, FLP, HOAC, JOC y sobre todo por el PCE-OSO. El País Vasco y Cataluña sufrieron contagio, algo Madrid y algunas zonas mineras andaluzas. De aquellos incidentes quedaron unos comités de huelga que se plantearon transformarse en comités estables y que con el tiempo lo conseguirían.

 

La situación de conflicto en Asturias llevó en Octubre de 1963 a una carta firmada por ciento dos personas-encabezadas por José Bergamín- y dirigida al Ministro Fraga Iribarne acusando al gobierno de una represión brutal  que habría causado al menos una muerte (un tal Rafael González, minero), heridos y detenidos y que tuvo la respuesta del Ministro desmintiendo los hechos denunciados sobre supuestos falsos (Rafael González nunca existió. Vamos, que era un personaje más de ficción que el futuro Prokopius de otro de los firmantes) o aminorando lo que el escrito decía, fruto de la propaganda y manipulación del comunismo internacional. Ya puestos, don Manuel no se privó  de recordarle a Bergamín su aval a los asesinatos de los comunistas estalinistas durante la guerra de España y su criminal actuación en el caso de Andreu Nin.

 

No es que fuera el fenómeno de protesta limitada de extraordinaria preocupación para el Estado. Cuenten lo que cuenten (“El régimen se tambalea, Evelio…”),  madre no hay más que una y Franco se murió en la cama. Es verdad que aquello, por la novedad que significaba, inquietaba algo. Preocupación que aparecía también  por el qué dirán en algunos países europeos con los que había que hacer intercambios de personas y mercancías. El Contubernio y Grimau estaban todavía muy cerca. Y los que hablaron, los que se arrogaban la representación de trabajadores cuantificaban en  600 los detenidos y en 300 los desterrados por el régimen fascista y el Ministro Solís (la sonrisa del régimen hasta para la vergonzosa huida del Sahara con Franco comatoso) se hacía de bruces: ¿Cómo es posible? y se dirigía al MAE Castiella a ver si don Fernando María (que algo sabía de alemán por su antigua militancia en la Asociación hispano-germana) podía hacer de bombero ante los gobiernos de Bonn y  Washington.

 

Sabían los trabajadores más concienciados que una nueva herramienta quedaba a su disposición, como representantes elegidos por la masa productora en las elecciones de 1963, la de  negociar el convenio colectivo. Por su parte, la Organización sindical realizaba una labor de adiestramiento en los cauces legales, para estos enlaces  mediante cursos en centros ubicados en la Casa de Campo, en el Instituto Virgen de la Paloma o en el local de formación de Barajas.

 

Enlaces de la sección laboral del Sindicato del metal presidida por el verticalista José Bañales Novella (laminador-de oficio-, que sería procurador en las Cortes franquistas y que daría un “no” a la ley de reforma política de Suárez) y en donde había comunistas, falangistas e independientes se irían reuniendo desde el 10 de Abril de 1963 en la Avenida de José Antonio 69 de Madrid, sede de la  Delegación Provincial de Sindicatos. Quienes más claro lo tenían eran los comunistas, su labor: la de  formar comités estables para la discusión del convenio.

 

La negativa de subida acordada del 20% en los salarios en  el sector del  metal provocó que los enlaces convocaran una manifestación ante la sede de la delegación  provincial de Madrid el 2 de Septiembre de 1964 y que recogía la revista Sindicalismo de Maestú: “En la calle esperaban la decisión de sus representantes varios centenares de trabajadores, sin que se desarrollara ningún incidente con la fuerza pública, que se limitó a ordenar cortésmente la circulación.”

 

Los enlaces redactaron un acta en donde manifestaban sus  reivindicaciones y crearon un comité. Los elegidos fueron: Marcelino Camacho y Julián Ariza (Perkins)-que fue el redactor del documento-, Doroteo Peinado y Francisco Meseguer (Pegaso), Juan Bautista Goicoechea (Marconi), José Macarrilla (CASA), Culebras (Flabesa), Félix Salamanca (Isodel), Magaña (Femsa), Chafino (Standard), Félix Casasola (Barreiros), Julio Romero (Osram) y Andrés Martín (Eclipse). Firmaron también el acta vocales verticalistas que no eran de la comisión. Allí aparecían otros como el falangista Matorras (Marconi), los hermanos falangistas Emilio y Serafín Reboul (Manufacturas Metálicas Madrileñas); Crescencio Sánchez (Femsa), Fuentes (Empresa Nacional de Hélices para Aeronaves)…Junto a comunistas, gentes de HOAC-JOC-AST aparecían también algunos falangistas. Maestú acudía con sus siglas de UTS (Unión de Trabajadores Sindicalistas) En el recuerdo al 50 aniversario de la comisión del metal las Comisiones Obreras recordaban el pequeño contingente azul:

 

“Los falangistas que estuvieron en la fundación de Comisiones fueron muy pocos, y cabría destacar a los hermanos Emilio y Serafín Reboul Estecha, ambos trabajadores y vocales de Manufacturas Metálicas Madrileñas. Emilio fue con 17 años, voluntario en la División Azul, que combatió en Rusia junto a los alemanes. Serafín, tras la separación de Comisiones, fue durante un periodo secretario general del sector sindical de Falange Auténtica. Matorras trabajaba en Marconi y era hijo de  Enrique Matorras, un destacado dirigente de las juventudes comunistas que durante la República se pasó a Falange y sería asesinado en la Cárcel Modelo de Madrid al comienzo de la guerra civil. Hay que mencionar también al grupo Unión de Trabajadores Sindicalistas (UTS),  liderado por el periodista  Ceferino Maestú, que aunque no se reclamaba falangista sus miembros si tenían esa precedencia, y  aunque no tenía mucha presencia en el Metal, contaban, según Maestú, entre otros con Francisco Meseguer (Pegaso).”

  

El malestar había cobrado entidad y en ánimo de atajarlo se produjo un encuentro “al más alto nivel”. Camacho, Ariza, Matorras y Fuentes acudieron  a una reunión con el Ministro Solís el 6 de Enero de 1965 donde le manifestaron  sus demandas: derecho a utilizar medios de presión entre lo ilícito y lo legal, reclamando un sindicalismo independiente de la Administración con mayor representatividad y responsabilidad que dé cuenta a los trabajadores y que permita la contrapresión de estos cuando se hayan agotado las posibilidades de negociación. Defensa del derecho de huelga. Creación de Secciones Sindicales en las fábricas y asambleas de trabajadores en las mismas. Además añadieron reivindicaciones salariales y cogestión en las empresas, entre otras.

Resulta un poco desconcertante la actitud dialogante de  la “férrea dictadura fascista”, en donde ni más ni menos que un ministro se reúne con los líderes de los agitadores y habrá que interpretarla, además de que todos los tiempos no fueron iguales, como el intento de quitar hierro al aumento de encontronazos que aparecían en el horizonte en momentos donde resultaba imprescindible el entendimiento con Europa.

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Diálogo difícil por lo que vio. El 10 de Marzo de 1965 se produjo un enfrentamiento físico entre mandos del sindicato y los enlaces. Se llegó a las manos y resultó el peor parado el enlace sindical Serafín Reboul a quien, por  su ideología falangista, le tildaban de traidor los mandos del sindicato.

 

La imposibilidad de continuar allí las reuniones hizo que se buscara un lugar alternativo y pasaron a realizarse en un centro social falangista, el Manuel Mateo, en la calle Vergara, al lado de Ópera. Unos de los hermanos Reboul fue quien propuso el lugar y el secretario del mismo, el falangista José Hernando abrió sus puertas a los enlaces. En charlas celebradas, como la dada por Emilio Romero, director del diario Pueblo con asistencia de más de cien personas se evidenciaba el rechazo hacia la organización sindical.

Pero no solo los del metal estaban en el Manuel Mateo. Al centro falangista acudían enlaces de otras secciones y  se creó la comisión interramas o inter. Marcelino Camacho cuenta:  (…) Formamos una comisión que coordinaba todas las ramas y a la que acudía un representante de cada una de ellas; fue la Comisión Interramas, a la que llamaríamos más tarde la Inter, de la que formaríamos parte, entre otros Tranquilino Sánchez, Ceferino Maestú, Julián Ariza, Martínez Conde, Nico Sartorius y yo.

 

La valoración  del Manuel Mateo en palabras de Marcelino Camacho fue: Si Comisiones nació de la forma ya indicada en el sindicato, tuvo su plataforma inicial en el Manuel Mateo, que se transformó casi en una Casa del Pueblo durante un periodo,…

Efectivamente el Manuel Mateo convertido en Casa del Pueblo, así lo corroboraba el que fuera jefe de la inteligencia franquista, el coronel San Martín

 

Eduardo Saborido, que desde Sevilla viene a Madrid a conectar con sus compañeros comunistas acude al Manuel Mateo. La descripción de lo que allí ocurre en los tiempos de la férrea dictadura resulta muy interesante:

 

(…) A la caída de la tarde, Fernando Soto y el que suscribe nos acercamos al Café Gijón, conocido por ser un lugar frecuentado por artistas e intelectuales. Teníamos previsto conocer las Co misiones Obreras de Madrid y para ello, el Partido Comunista nos había facilitado el contacto con Julián Marco, guionista y director de cine que iba a ser nuestro intermediario con las Comisiones Obreras madrileñas. (…) Era este un local regentado por la falange, y allí, en su primera planta, vivimos por primera vez y en su salsa una reunión numerosa de las CCOO de Madrid. (…) Cuando llegamos la reunión estaba en plena ebullición. Alrededor de ciento cincuenta personas en pie pe dían la palabra sucesivamente, dando su opinión sobre lo que allí se discutía. Dirigía la asamblea el que después se nos dio a conocer como Marcelino Camacho. Tras la discusión, hicieron las conclusiones y las votaron a mano alzada. Todo fue realizado con un desparpajo propio de una situación de libertades. Una vez concluida la reunión, Julián Marcos nos presentó a Marcelino Camacho y éste a Julián Ariza y a Nicolás Sartorius. Conocimos a José Hernando, que era Presidente del Círculo Manuel Mateos y a Ceferino Maeztu, ambos falangistas de izquierda. Más adelante también a Víctor Martínez Conde, Antonio Gallifa, Tranquilino Sánchez, Martino de Jugo… iniciadores e impulsores de aquel movimiento pujante conocido ya como las Comisiones Obreras. Hablamos con todos ellos y les contamos nuestras vivencias, comprobando que había muchas coincidencias entre ambas experiencias (…) Fernando y yo nos volvimos para Sevilla pletóricos y una vez en el patio del metal, transmitimos esa experiencia contada a viva voz.

 

Informantes policiales confirmaban lo que estaba pasando en un centro social falangista, o sea, la actuación sindical contra el sistema de la que hablaba Saborido: “Todo fue realizado con un desparpajo propio de una situación de libertades”  lo que ponía en riesgo las reuniones en aquella sede.

 

Y lo acontecido, en el desconcierto falangista permanente, ha llenado de orgullo a algunos por la participación en buscar la justicia social con independencia del compañero de lucha mientras que otros han mostrado la acritud total con quien desde el pensamiento falangista-Ceferino Maestú- abrió la puerta de la colaboración, “peor que Zapatero”.

 

El “enquistamiento” del que hablaba Solís era un hecho que iba en aumento  y había que actuar. Se prohibieron  las reuniones en el Manuel Mateo y los prohibidos buscaron  una alternativa: Tras deambular más que Allan Poe por Filadelfia (círculo José Antonio, locales sindicales de Orcasitas y otros, Plaza de los Mostenses-sede UTS, parroquia del Padre Gamo en Moratalaz …) se encontró cobijo estable en  el Pozo del Tío Raimundo donde ejercía  su labor el Padre Llanos  desde 1955.

 

 Mientras Franco se dedicaba a pescar en junio de 1966, convencidos Camacho, Hernando, Maestú y Martínez-Conde (cargos sindicales y miembros cualificados de las Comisiones obreras según el fiscal que acuse en su momento) de la inoperancia de la Organización Sindical y de que la misma no respondía a las mínimas exigencias de la defensa y reivindicación de sus derechos, redactaron una carta dirigida al ministro de Trabajo, que pretendían entregar en el Ministerio el 28 de junio de aquel 1966, a las 8 de la tarde. Seis personas en parejas de dos se aproximaron al Ministerio, los primeros no llevaban la carta porque sabían de su más que posible detención. La carta contenía, entre otras peticiones: Revisión del salario mínimo, con escala móvil; eliminación de los contratos eventuales y freno a la modalidad de despido justificado en sospechosos expedientes de crisis; garantía de. empleo a los trabajadores mayores de 35 años y a los titulares de familia numerosa; derecho de huelga; libertad de reunión en los locales de los sindicatos; que todos los dirigentes sindicales fuesen elegidos de abajo a arriba; completa separación e independencia en lo sindical entre las organizaciones de trabajadores y de empresarios y de ambas respecto de la Administración; plenas garantías de libertad, independencia y seguridad para los representantes de los trabajadores y auténtica campaña electoral y derecho al control por los trabajadores en todas las fases del proceso electoral. La carta estaba suscrita por «Comisiones Obreras y por los trabajadores madrileños».

 

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Mediante octavillas y en asambleas de fábricas se había difundido la carta firmada en algunos casos por “Grupos de obreros de unión sindical” y en otros “Un grupo de obreros de varias factorías ”convocando a una manifestación. Se pidió de manera explícita la asistencia de los trabajadores,  para manifestarse pacíficamente, frente al Ministerio de Trabajo, en el momento de entregar la carta. Según el relato de la fiscalía dado que el anuncio de la manifestación tuvo mucha divulgación, la Dirección General de Seguridad envió una nota a los periódicos madrileños en la que advertía de la ilegalidad del acto y la detención de quienes acudieran. Naturalmente las advertencias no arredraron y se realizó una concentración en las proximidades de los Nuevos Ministerios a las 8 de la tarde del 28 de junio de 1966.

 

La fuerza pública disolvió mediante cargas a centenares de personas. La policía realizó  numerosas detenciones. 27 fueron puestos en libertad a los días siguientes y los cuatro cabecillas pasaron a disposición del juzgado de Orden Público. Unos días en la cárcel y salida a espera de juicio. En la sexta galería de la prisión de Carabanchel reservada a “políticos” escribiría Ceferino un texto: Memorias de unas vacaciones en Carabanchel. Los cristianos y el plan de Dios.

 

En julio de 1975 Yenia Camacho, hija de Marcelino Camacho recordaba refiriéndose a estos hechos  “Entonces comenzaba todo el movimiento de comisiones obreras y se ponía en marcha la Comisión Obrera Provincial del Metal, dentro del Sindicato, de forma legal. Mi padre iba al Círculo Social Manuel Mateo, que ya sabéis que era un centro falangista. Allí iba con Ceferino Maestú. Le detuvieron con Ceferino, Víctor Martínez Conde y José Hernando cuando los cuatro iban a entregar una carta al Ministerio de Trabajo. A los diez días los soltaron y vinieron a casa directamente los cuatro a celebrarlo con champán”.

 

No había transcurrido un mes cuando desde la Organización Sindical se instruyó un expediente para la desposesión de los cargos sindicales de los detenidos en base a deslealtad probada de los principios de la Organización sindical, incumplimiento voluntario de las órdenes de la Comisión permanente del Consejo Provincial de Trabajadores y su confabulación contra cargos sindicales para perturbar, impedir y desvirtuar las funciones sindicales netamente representativas.Ante aquellas acusaciones Maestú se defendió  considerando nulo el expediente  y utiliza en su defensa la argucia de que lo que presentaban era un recurso de alzada basado en las reivindicaciones realizadas en los últimos años. Marcado quedaba y cuando acuda como informador  al Congreso Sindical de Tarragona de Mayo del 68 será tenido como persona “no grata” 

 

Poco tiempo después Ceferino abandonó el proyecto sindical de las comisiones obreras. Camacho y Ariza, que según el falangista no eran mayoritarios en el núcleo de trabajadores y que debieron recibir órdenes, actuaban de forma distinta a lo decidido. Maestú así se lo hizo ver a Camacho,  le aportaba lo que escribía como decisiones tomadas en unos papelitos que guardaba, o sea, que levantaba una especie de acta informal sobre los acuerdos. Quedaba clara la forma de actuar de los comunistas y el desencuentro llevó al alejamiento de Ceferino con su UTS, ahora con el proyecto de crear un Frente Democrático Sindical en donde se integraran ellos, USO, la Federación Solidaria del Trabajo, la UGT y la CNT. Analizados los hechos años más tarde por algunos de los que vivieron el fenómeno obrerista comenzado en el año 63 llegaban a la conclusión de que se estuvo a punto de obtener el reconocimiento legal de la situación y que no fue posible “por el miedo y la intransigencia oficial, de una parte, y los manejos absorbentes del Partido Comunista de otra”

 

 

En el sumario 178/66, consecuencia de los hechos acaecidos en junio, se imputaba a Camacho, Hernando, Maestú y Martínez-Conde  como organizadores de un delito de asociación ilícita y otro de: manifestación no pacífica, A  los demás detenidos se les acusaba del mismo delito de manifestación no pacífica, aunque en calidad de meros asistentes. Para cada uno de los cuatro primeros  se pedían  cuatro meses de arresto, un año de prisión y 10.000 pesetas de multa, para los meros asistentes tres meses de arresto. El juicio se celebró a puerta cerrada. A Camacho le juzgará otro tribunal porque su abogado Ruiz Jiménez reprobó-con éxito- al que le correspondía. Aparecían como letrados  nombres importantes del derecho  Manuel Jiménez de Parga,  Gregorio Peces Barba,  Jaime Cortezo, Jaime Miralles, Leopoldo Torres…   El fiscal modificó las conclusiones en el sentido de calificar los hechos de asociación dentro del artículo 173 del Código Penal, en lugar de 172, manteniendo las peticiones de pena. Los trece abogados defensores pidieron la absolución de sus defendidos. El único que acabaría entrando en prisión fue Camacho. Miralles, abogado de Ceferino, consiguió la no entrada de su patrocinado.

CONTINUARÁ…