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Celebramos en este año el 250 aniversario del nacimiento del genio musical por esencia, presencia y potencia; gloria de la Humanidad en esta faceta de la Historia: Ludwig van Beethoven (1770-1827).

Beethoven no tuvo vida larga; vivió 56 años y tres meses; menos que Bach, Haydn, Liszt, Wagner y Brahms.

Nació junto al Rhin en Bonn y murió junto al Danubio, en Viena, capital de la música europea, el 26 de marzo de 1827.

En Bonn pasó el artista su niñez y mocedad; en Viena, la mayor de su existencia, casi 35 años: teatro de su gloria y de su martirio.

Dio conciertos de piano en las principales ciudades alemanas.

Viéndose pobre y poco comprendido, soñó con irse a la liberal Inglaterra, donde se pagaba bien la buena música. Pero ni las nieblas de Londres ni el sol y el mar de la deseada Italia, acariciaron jamás su testa poderosa.

Aprendió el arte musical por dura imposición de su padre, tratando de que emulase el genio de Mozart, niño prodigio, para sacarle rentables economías.

Fue concertista excelente y profesor distinguido, pero lo que le da inmortalidad y la gloria, fue su genio de compositor.

Genial revolucionario que se adelantó a su época, evolucionando el estilo clásico de Mozart y Haydn, que cultivó, y elevó al estilo romántico, donde la expresión del sentimiento y la vivencia lírica, sobrepasa el formalismo inexpresivo y frio del clasicismo.

Fue el primero en convertir la orquestación en un cuadro pictórico de colorido expresivo.

“Antes y después de Beethoven”, se dice hoy, superando al resto de eminentes compositores del siglo XVIII.

Música más movida, rica y briosa, apasionada y honda de los que siguen el camino abierto por él.

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Los posteriores, estudian en él. El más completo en géneros musicales, originalidad que le hace llegar a la cumbre de la genialidad expresiva, de arquitectura técnica impecable, en fondo y forma sólida.

Los sucesores músicos, son discípulos imitadores, hasta ir degenerando en estilos impresionistas, abstractos y vanguardistas, distorsionadores del arte estricto y que cómo las filosofías modernas, despectivas de la filosofía clásica-escolástica, no sirven ni para vivir, ni para morir.

La cuantiosa obra beethoveniana de 9 sinfonías, 5 conciertos para piano y orquesta, uno para violín, 32 sonatas para piano, dos Misas solemnes, una ópera, lieders, cantatas, coros, 16 cuartetos de cuerda, etc…, le convierten en uno de los creadores más fecundos en el escenario musical.

No se puede en un corto artículo describir la riquísima vida de Beethoven como artista consciente de su misión, alma católica que elevó a la cumbre de su pensamiento el lema: “Hacer todo el Bien posible; amar a la Libertad sobre otras cosas y aunque fuese por un Trono, no traicionar jamás a la Verdad. Esta es mi vida”.

Pensador profundo, generoso, ejemplar; alma de voluntad titánica que venció los gravísimos problemas de salud, de economía siempre insegura, de su sordera humillante, que le distanció del trato social, su soledad sentimental, rechazado por sus admiradas damiselas, sólo la bondad y el amor al arte puro, le mantuvo en su esfuerzo de trabajo compositivo, de lucha contra su destino al que quiso agarrar por el cuello…

Diez mil vieneses acompañaron su solemnísimo entierro, reconocido al fin, y honrado por aquella sociedad, en la que sufrió de todo.

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La envidia y la estupidez humana hacen despreciar lo que no se tiene, lo que no se es, y lo que no se sabe. De ahí que una tal Susan MoClary, que además de feminista es “musicóloga”, haya comparado la 9ª. Sinfonía con “la rabia de un violador impotente”, y que el movimiento racista antiblanco denominado Black Lives Matter, no solo ha destruido monumentos, también satanice la música clásica, y en particular la de Beethoven, considerándola como “banda sonora del privilegio blanco”.

Mayores blasfemias contra este genio y patrimonio de la Humanidad, no cabe imaginar. Yo les prestaría una de las muchas biografías de Beethoven (tengo 11), para que se avergüencen de su ignorancia biliosa y se sentasen al lado de mi piano, escuchando la sonata “Claro de luna”, gozando de la belleza de lo sublime, que desconocen.

Todo lo que sea denigrarlo Verdadero, lo Bueno y lo Bello, lleva el sello indisimulable de lo satánico. Tratan de destruir la obra bellísima y sapientísima del divino Creador (dicho de paso, el Supremo Artista), arrojando estiércol en todo lo que sea sublime y dignificante.

La estupidez humana no es infinita, pero sí indefinida.

Todas esas hordas, no saben lo que se pierden.

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Padre Calvo