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“Yo le aseguro a usted que morirá con los zapatos puestos”

José Díaz, el Secretario General del Partido Comunista de España dirigiéndose a Gil Robles, el Jefe de la Oposición

Este fin de semana releyendo las infinitas copias que tengo en mi archivo del “Diario de Sesiones” del Congreso de los Diputados me topé con unas páginas que tenía marcadas en rojo y que me han parecido interesantes para  reproducir hoy que de acuerdo con “La Ley de Memoria Democrática” podamos ver cómo se debatía en el Parlamento en la primavera del año 36.

Ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi Señor… y en este caso mi Señor es la verdad:

“Diario de Sesiones

15 de junio de 1936

¿Es posible que en un Estado de Derecho y en un Parlamento de personas civilizadas puedan decirse las cosas que allí se dijeron ese día…? ¿Es posible que en unas Cortes donde figuran líderes políticos de prestigio, catedráticos de Universidad, hombres del Derecho, médicos, maestros, etc., se puedan lanzar los vituperios que allí se lanzaron… ? Querido lector, no sigo, juzga tú mismo. El que habla en el momento de levantar este telón testimonial es José Díaz, el secretario general del Partido Comunista de España, y el señor Presidente de las Cortes, don Diego Martínez Barrio.

  • El señor Díaz, don José, tiene la palabra:

Señor Díaz: «El señor Gil Robles decía de una manera patética que ante la situación que se pueda crear en España era preferible morir en la calle de no sé qué manera. Yo no sé cómo va a morir el señor Gil Robles. (Un diputado: «En la horca.» Grandes protestas.) No puedo asegurar cómo va a morir el señor Gil Robles, pero sí puedo afirmar que morirá con los zapatos puestos. (Las últimas palabras producen grandes protestas.)

El Presidente de las Cortes: «Señor Díaz Ramos, ruego a S.S. que tenga en cuenta que todo se puede decir atendiendo al Parlamento y a la necesidad de no provocar conflictos en la Cámara. (Nuevas y enérgicas protestas y contraprotestas.) Pido a S.S. que sea prudente en las expresiones. (Continúan las protestas, que duran largo rato.) ¡Orden, señores diputados! ¡Orden!»

Calvo Sotelo: «Se acaba de hacer una incitación al asesinato.» (El señor Ceballos: «¡Eso es provocar al asesinato y no se puede tolerar!» Persisten las protestas y contraprotestas. El Presidente reclama repetidamente orden.)

El Presidente: «Esas palabras no constarán en el Diario de Sesiones.” (Siguen las protestas.)

Varios diputados: «Eso no basta.»

La diputado Ibárruri, la Pasionaria: «Si os molesta eso, le quitamos los zapatos y le pondremos las botas.» Gil Robles: «Os va a costar trabajo, con botas o sin ellas, porque me sé defender.» (Aplausos en las minorías de derechas. Continúan los rumores.)

Tomás Alvarez: «Ya se levantarán los de Carbayin.» (Alusión a los supuestos fusilados en dicho lugar, sin formación de causa.)

Gil Robles: «Que conste que no soy asesino, como vosotros.» (Grandes protestas. En la tribuna de la Prensa se ponen en pie varios periodistas y pronuncian palabras que no se perciben. Entre varios diputados se cruzan imprecaciones y frases que no es posible entender.)

El Presidente: «Orden en la Tribuna de la Prensa.

¡Orden, señores diputados!» González Peña abandona su escaño airadamente, dirigiéndose hacia el de Gil Robles. Varios diputados se interponen. Otros gritan: «¡Viva Asturias! ¡Sirval! ¡Sirval!»,

En otro momento de esta misma sesión don José María Gil Robles dijo:

«Desengañaos, señores diputados; una masa considerable de opinión española, que por lo menos es la mitad de la nación, no se resigna a morir; yo os lo aseguro. Si no puede defenderse por un camino se defenderá por otro. Frente a la violencia que allí se propugna surgirá otra violencia y el Poder público tendrá el triste papel de espectador de una contienda ciudadana en la que se va a arruinar material y espiritualmente la nación. La guerra civil la impulsan, por una parte la violencia de aquellos que quieren ir a la conquista del Poder por el camino de la revolución; por otra parte la está mimando, sosteniendo y cuidando la apatía de un Gobierno que no se atreve a volverse contra sus auxiliares que tan cara cobran la ayuda. Su Señoria va a traer unos proyectos que significan el responso del sistema parlamentario. Yo creo que

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S.S. va a tener dentro de la República otro sino más triste, que es el de presidir la liquidación de la República democrática… Cuando la guerra civil estalle en España, que se sepa que las armas las ha cargado la incuria de un Gobierno que no ha sabido cumplir con su deber frente a los grupos que se han mantenido dentro de la más estricta legalidad. Dispuestos a toda clase de sacrificios, incluso el de nuestra desaparición -dice Gil Robles, no aceptaremos la eliminación cobarde, entregando el cuello al enemigo: es preferible saber morir en la calle a ser atropellado por cobardía.»

¿Y fuera? ¿Qué pasaba en los campos y en las ciudades de España…? ¿Qué podía pasar si las cárceles se habían abierto de par en par, no había autoridades y en las calles imperaba el odio más rastrero y la venganza personal? ¿Qué podía pasar en un país donde se había implantado la “ley del Talión” en alternancia con “la ley del más fuerte»?

Y por si fuera poco, la coalición triunfante -a pesar de todo– del “Frente Popular” se carga al Presidente de la República, don Niceto Alcalá-Zamora (el 7 de abril), en un acto de fuerza que sorprende a propios y extraños. Un diputado progresista, Fernández Castillejo, calificó esta “jugarreta” para la Historia:

«Algún día…, quizás el historiador de mañana al relatar este episodio podrá escribir: Las segundas Cortes de la República inauguran su mandato con un Golpe de Estado.»

Pero, en fin, de aquella España de los cinco meses prerrevolucionarios y de este “Golpe de Estado” que, al decir del diputado progresista, fue la destitución de Alcalá-Zamora como Presidente de la República no quiero hablar porque sé que en su momento habrá que escribir uno de estos “Episodios estelares” completo. Baste lo dicho hasta aquí como preámbulo de “la hora de la verdad” que esperaba a los militares en la jornada histórica del 18 de julio y las dos siguientes.

Así que vayamos al encuentro del Ejército.

¿Cómo? ¿Cómo reacciona el Ejército tras el triunfo definitivo del “Frente Popular” del 16 de febrero…? Y también: ¿cómo se comporta la revolución riunfante a nivel de calle y a nivel oficial con el Ejército o con aquellos militares que no comulgan con las ideas y el programa político del Gobierno frentepopulista?

Respecto a lo primero Joaquín Arrarás escribe:

«Ostentar uniforme militar en público empieza a constituir un peligro. Un ayudante del ministro de la Guerra, al pasar por la calle de Caballero de Gracia se ve cercado por un tropel de amotinados que le maltratan, llamándole fascista. «El citado jefe -declara Azaña- se encontraba en funciones de jefe de día. Ha observado siempre una conducta ejemplar. Le conozco personalmente y puedo atestiguarlo.» Por su parte, el ministro de la Guerra dice en una nota (13 de marzo): «El Gobierno de la República ha tenido conocimiento con dolor de indignación de las injustas agresiones de que han sido objeto algunos oficiales del Ejército… El Gobierno confía que la serenidad de sus soldados de todas las categorías sabrá hacerles menospreciar cualquier hecho en que con abuso de la credulidad de las masas sólo se busque provocar mayores males.» En la misma nota se desmienten los rumores que tienden «a mantener la inquietud pública, a sembrar animosidad contra la clase militar y a socavar, cuando no a destruir, la disciplina, base fundamental del Ejército». Salía el ministro con esto al paso de noticias muy difundidas de «complots militares». «Los militares españoles, modelos de abnegación y de lealtad, merecen de todos sus conciudadanos el respeto, el afecto y la gratitud que se debe a quienes han hecho en servicio de la defensa de la Patria y de la República la ofrenda de su propia vida, como la seguridad y el honor nacional lo exige.»

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Si por un lado el Gobierno trataba de proteger al Ejército de las demasías de la plebe, por otro se veía obligado por el compromiso electoral a proceder contra aquellos jefes militares denunciados como participantes de la represión de octubre. La Sala Sexta del Tribunal Supremo, «encargada de incoar la causa contra los que ejercieron la represión de Asturias, acuerda dictar auto de procesamiento y prisión contra el general López Ochoa y el capitán de la Guardia Civil Nilo Tella, cuya actuación en aquellos meses se considera fuera del derecho de amnistía». Los dos ingresan en la prisión militar de Guadalajara (l0 de marzo). El general, en escrito de recurso elevado a la Sala, afirma no ser ciertos los hechos que se le imputan a él, al Ejército y a las fuerzas de Orden Público que mantuvieron en Asturias el imperio de la legalidad. «De haberse producido aquéllos -añade-, los hubiera sancionado.» López Ochoa se hace responsable de la política militar y solicita ser interrogado «en todos los sumarios que se instruyan contra quienes estuvieron a mis órdenes». A ellos, dice, «a su labor digna y valerosa, se debe la subsistencia de la nación y del Estado y hasta que la Sala pueda haber firmado mi prisión y procesamiento, opinión que podrían aseverar los familiares de magistrados y jueces asesinados»

Respecto a lo segundo el Gobierno de Azaña, que todavía no ha sido “designado” Presidente de la República, no lo duda y ya en el Consejo de Ministros del 21 de febrero (es decir, dos días después de la toma de posesión) acuerda el cese del general Franco como Jefe del Estado Mayor Central y su nombramiento para desempeñar la Comandancia Militar de Canarias; el cese del general Goded como Jefe de la 3.» Inspección del Ejército y su nombramiento como Comandante Militar de Baleares; el cese del general Fanjul como subsecretario del Ministerio de la Guerra; la remoción de cargos en el Ejército de África y un sinfín de traslados que, tal vez, luego comentaremos. Entre ellos el del general Mola (día 28), que pasa de la Jefatura del Ejército de Marruecos a la jefatura de la 12.» Brigada de Infantería con sede en Pamplona, donde además será, por ser anejo lo uno a lo otro, Comandante o Gobernador Militar de la plaza

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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