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No tengo la menor duda de que la inmensa mayoría de españoles con menos de cincuenta y cinco años ignoran por completo el Testamento de Franco, ni de que los de más edad, lo hayan releído. Tampoco, los cada vez más escasos compatriotas que vivimos la guerra, la postguerra y experimentamos en nuestras propias carnes las consecuencias de la Cruzada victoriosa –que él capitaneó durante dos años, ocho meses y trece días–, le dieron excesiva trascendencia a esta última lección de Franco,
Sin embargo, el papa Pablo VI –que como cardenal Montini menospreció al Caudillo– cuando le entregaron ese Testamento, exclamó –en una mezcla de indignación y arrepentimiento –: “¡Cómo me engañaron los que me informaban sobre Franco!”.
Ciertamente con esas palabras retrataba una realidad: El Vaticano, desde la muerte de S. S. Pío XII — asaltado por el Modernismo desde hacía décadas– se había convertido definitivamente en un instrumento de poder anti-Régimen 18 de julio, . Y fue una realidad que toda la información que llegaba a los papas era anti franquista.
Montini fue una de sus víctimas –pero culpable–, y un responsable del desprecio a lo que hoy todo el mundo llama “franquismo” cuando era y sigue siendo la expresión del “verdadero españolismo”. La inteligencia diabólica de la Sinagoga de Satanás –experta en “bautizar” con nombres que ella luego denigra y transforma en insultos – hizo del “franquismo” una de ellas,
Recordado este hecho entremos en materia.
Me considero obligado a glosar ese magistral documento que de haberlo entendido quienes heredaron el poder de la Victoria, quienes contribuyeron a conseguirla y sus herederos, no estaría España en la situación límite que nos toca vivir.
Franco cuyos méritos son ab undantes e innegables cometió algunos errores, la mayoría de ellos por su deseo de cumplir con los preceptos de Dios y de la Iglesia. El error no lo producían esos preceptos, ni la doctrina católica, sino el no haber entendido bien el consejo de Cristo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”…
El César tiene unas obligaciones sagradas que se deben traducir –o al menos lo entiendo yo así—que la organización social no es una fundación de San Vicente de Paul, ni de san Francisco de Asís, sino la que se rige por el precepto romano: “Salus populi suprema lex”, donde eliminar los enemigos de la paz y el bienestar de los ciudadanos es la norma implacable del gobernante. Franco dio por ganada la batalla cuando limpio el suelo patrio de enemigos de la verdadera España y se dedicó a reconstruir todo lo destruido por la canalla roja y separatista, Actuación elogiable, máxime que vio coronado por el éxito ese proyecto y convirtió la Patria arruinada en la octava potencia industrial del mundo. Pero olvidó que los derrotados seguían vivos y conspirando fuera de nuestras fronteras. Les garantizo que yo en su lugar, sin descuidar ese primer cometido, habría dedicado el mismo interés y celo en liquidar al enemigo allí donde estuviera. En eso admiro a Israel.
Mientras viví en Cuba me hervía la sangre viendo que los enemigos de España seguían intrigando y combatiendo a la nueva España desde el extranjero sin que nadie les estorbase. Ciertamente los “vencedores de la Segunda Guerra Mundial” nos tenían en su punto de mira pero, a pesar de todo, había muchas maneras de burlarlos y no voy a explicar ahora lo que ya no sirve para nada siete décadas después. Creo que el Caudillo cometió un tremendo error no creando su propio “Mossad”. Hoy no existirían ni Esquerra, ni Bildu… Era su obligación como “César” elegido de Dios.
Lo escrito no obsta a que dé la razón a quienes piensan en la introducción de la causa de beatificación del Caudillo, como modelo de gobernante católico, a imitación de Isabel la Católica o de San Fernando de Castilla.
Y ahora para los lectores que no conocen el Testamento del llamado “anterior Jefe de Estado” –por miedo a pronunciar su nombre—, glosaré ese documento magistral.
Lo inicia con un acto de fe, de esperanza y de fidelidad a Dios y a su Iglesia. Y de santo orgullo por morir como “hijo fiel de la misma”:
“Españoles: Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio, pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante, ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir.
Difícilmente ningún católico podía expresar los citados sentimientos de una forma más clara y resumida. Este primer párrafo ya define al “odiado tirano” en que la Sinagoga de Satanás ha logrado “convertir” al mejor estadista mundial de los últimos quinientos años.
Como adolescente al cruzar Castilla camino de Toledo para iniciar sus estudios militares ya demostró la sensibilidad de su espíritu ante las necesidades de su Patria y, viendo la diferencia entre su Galicia húmeda y la seca meseta, intuye que si algún día puede resolverá ese problema o, al menos, lo intentará. Digamos que en ese momento nacen los centenares de pantanos gracias a los cuales tenemos más electricidad…
Probablemente se pregunten ¿qué tiene que ver mi comentario con el primer párrafo del Testamento del Caudillo…? ¡Todo! Esa claridad de vista le viene de la luminosidad que la fe cultivada por su madre en su alma de niño, le proporcionó a lo largo de su vida. Franco, sin la Fe, probablemente habría sido un militar de tantos pero gracias a ella, no perdía su tiempo en lupanares y lo empleaba en formarse y en pensar cómo resolver los problemas diarios. Es admirable su forma de conseguía mejorar –con ganancias extras– la alimentación de sus legionarios. Y es que tuvo siempre claro lo que significa vivir la fe sirviendo a los demás y defendiendo los valores de España y de la Iglesia, No alardeaba de ello, simplemente aplicaba las fórmulas mejores en cada caso.
Por ejemplo cuando Franco impuso como condición para ser el Generalísimo, no tener limitaciones ni en el poder ni en el tiempo, conocía muy bien la historia de España y las reacciones de los españoles y se limitó a plantear el dilema o eso o busquen otro. El tiempo y la Historia le han dado la razón. Continuaremos la glosa otro día.
Autor
- GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.
Gracias