17/05/2024 06:32
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A  F. Sánchez Dragó

                                                                                                                 in memoriam.

   “Como se fue el maestro,

  la luz de esta mañana

  me dijo: Van tres días

  que mi hermano F…….. no trabaja.

    ¿Murió? … Sólo sabemos

  que se nos fue por una senda clara.

     […]”, Antonio Machado (Campos de Castilla)

     Si en ¿la elegía?, no, en ese machadiano elogio a Don Francisco Giner de los Ríos —una de las cabeceras fluviales de la hidrografía del pensamiento regeneracionista (o degeneracionista, dirían el Trono y el Altar) del Krausismo, desde su fuente en Julián del Río, repasando los afluentes de la Institución Libre en el regadío de la Enseñanza,  hasta el reguero republicano del himno de Riego—, si en esa silva arromanzada, siguiera a la inicial del maestro el nombre del iniciado Fernando Sánchez,  un torrencial río caudaloso que “va a dar a la mar, que es el morir” (Jorge Manrique dixit), llegado ya “el día del último viaje […] de la nave que nunca ha de tornar” (“Retrato” de Antonio Machado).

     A toda una generación de letraheridos la iniciación a las letras nos sobrevino en Encuentros con las letras, en blanco y negro —2º grado sería ya, para dragodependientes, su Negro sobre blanco—, nieve UHF y fundido a negro, donde oficiaba como  maestro de ceremonias, bajo la égida de Carlos Vélez y acompañándose de Esther Benítez, Daniel Sueiro, Miguel Bilbatúa, Jover o un joven llamado Andrés Trapiello e tutti cuanti.

   Gárgoris y Habidis, aquella tetralogía monumental y templo de papel de una Historia mágica de España, en pos de la tradición esotérica, mistérica, hispana, le valió a Dragó el ingreso en el “Índice de libros prohibidos”, versión lista negra de Literatura Fascista Española, a manos del comisario cultural y maquis del llano Julio Rodríguez Puértolas.

  De Rogelio Contreras a las órdenes del Federico Sánchez del Partido por antoniomasia (incluso a Antonio Machado le colaron en el bolsillo el carné del PCE post mortem) a púgil VOXeador de la derecha conservadora (y en su caso conversadora), pasando por el jipismo cultureta, en una evolución más razonable que la contraria, tan antinatural, las dos Españas se lanzan a tirarse los trastos a la cabeza sobre el cadáver aún caliente —en tanto que la “tercera España”, 80 años después del nacimiento de este hijo póstumo del periodista católico y conservador F. Sánchez Montreal, sigue sordomuda y a lo suyo—.

   Porque el misterio (eleusino, ahora de veras) de Dragó no está tanto en su trayectoria como hombre público (o sea conversador), que también, sino en su condición de “escritor”, es decir, de esa voz que da vida al personaje imaginario de sí mismo y que, dandi hispano, de Valle-Inclán o Ramón a Umbral, ha hecho de su vida una obra de arte y de su escritura (oral o escrita), un trabajo de recreación permanente (¿work in progress?)

  Y no es tanto el tan pregonado “¿De qué se trata?, que me opongo”, ni el pensamiento divergente del zurdo contrariado, del disidente sentando cátedra en el Templo, como de FerNano, el hermano mayor—que no menor (de San Francisco Giner)— de Antoñita la Fantástica, puer senex fabulador que se reinventa a partir de la letra impresa (trufando la vida con el elixir literario y la ficción con el fermento de la experiencia). No el pirata de La Dragontea (ni el Drake de Lope, ni el Dragut de Góngora o Cervantes), sino el de la “Canción del pirata” de Espronceda; ni el capitán Garfio, sino un Peter Pan (tan pánico como sus  correligionarios Jodororowski o Arrabal). Menos aún el Capitán Tan, sino el príncipe Valiente con gafas de présbita de Valentina, el eterno adolescente que trenza el recuerdo y la imaginación, ingenioso hidalgo pícaro que no se muerde la lengua por una ocurrencia. No un flamígero Dragón (Rapide) en fin, sino el pillo Guillermo el travieso. Y aunque ello no lo haga irresponsable —como a un menor, un demente diagnosticado o al Rey—, fija el punto de vista para leer su holograma textual, ciborg tejido de letra y sangre, ectoplasma megalómano (por no decir fantasma egotista dopado de autoestima) desde el homúnculo superdotado y niño prodigio al autorrapsoda de su épica legendaria.

   Genio y figura hasta sepultura, las “presentes sucesiones de difuntos”  de un Quevedo convivieron en él hasta el último momento en la (te)ctónica de placas de una identidad  pluriforme, en El héroe de las mil caras de un juglar con horror vacui y clérigo sin voto de silencio  —Psicoanálisis del mito (Joseph Campbell), porque ¿cómo “mata al padre” alguien a quien se lo asesinaron quienes él creía los hunos, habiendo sido los hotros?—, en el milhojas intertextual de su censo de incardinados heterónimos y complementarios: del afán de originalidad del romántico made in Spain (otro Tusitala de mesón, a lo Stevenson) a la evocación de El mundo de ayer de Zweig, pasando por la aventura moral de Kipling, el psicoanálisis de Jung o el espiritualismo de Hesse. De epígono de la Generación Perdida (Hemingway) a émulo (no echado a perder) del vagamundo de la beat generation, pasando por la enteogénesis del herbolario fáustico Sánchez Drogó con el vademécum de Historia general de las drogas del chamán Escohotado y el malditismo apátrida y contracultural de un aprendiz de brujo. Heterodoxo español, orientalista sincrético y cosmopolita, libropensador de la trascendencia (y la descendencia) y libertino divulvador del erotismo, omnívoro lector precoz de textos sagrados y profanos y clásicos (y modernos) hispanos (y universales), bibliómano políglota complutense políticamente incorrecto (varonil, taurino), erudito y culto o/cultista, facundo, parlanchín, lenguaraz (cuando no palabrón, de baladronada hiperboloide y retórica clasicista, de aluvión, con algo de librero de lance(s) a falta de Biblioteca Nacional, porque “todo, todo está en los libros”) e infatigable mantenedor y animador de tertulias, coloquios, encuentros y encontronazos, que concitaba en torno a sí a tirios y troyanos, a diestro y a siniestro, barroco abarrotado de saber enciclopédico y sabor castizo, redicho, pedante y sabelotodo —“Dragó, que de todo sabe seis”, decía Faemino, y si no se lo inventa, añado yo —, bululú proteico e intelectual intertextual, perejil de todas las salsas, ¡un Monstruo!

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  Tras haber zahondado en la Tradición bajo la necrosada capa del casticismo, en viaje no exotérico, sino de conocimiento esotérico, la reflexión ética sobre la moral recibida (como otro Fernando, Savater, explica a su hijo en Etica para Amador), devolvió a un libertario, anarquista de derechas ¿o anarcocapitalista?, y en tornaviaje cíclico para el que la filosofía oriental tendrá más de 1001 proverbios, a la tradición conservadora del padre —con entierro en sagrado, que aquel no tuviera en la fosa común—, enriquecida por el viaje iniciático —tras el funeral cristiano del “alto nano numantino” (Machado), del celtíbero viril, soriano de adopción transmigrado a aventurero capitán (Alonso de) Contreras—, para conservar los restos del naufragio de la nave nodriza central, los pecios de Expaña (¡Esta España mía, esta España nuestra, ay ay ay!, que cantara Cecilia).

  Extravagante ciudadano para papanatas que no dicen ni “Ahí te mueras” y ex-simio escritor, para encarnizados detractores que todo lo que le desean va de ahí (te mueras) en adelante, Dragó se ha despedido —parafraseando a Federico Sánchez se despide de ustedes de su prefecto Jorge Semprún—, para llevar la contraria, en Pascua Florida, a contracorriente, acaso en pos de su pagana resurrección eleusíaca, o a redropelo, pues  “Allí el maestro un día/ soñaba un nuevo florecer de España” (“Elogio”, A. Machado).

   No es descabellado pensar que, dando el brazo a torcer un hombre tan hipocondríaco y puntilloso como él ante la dictablanda sanitaria, el segundo par de banderillas en el punto de agujas y el cuarto pinchazo le dieran la puntilla, dejándolo para el arrastre, con ese infalible diagnóstico universal del infarto —escrito está, El camino del corazón—.“Tan listo que parecía” cantaba Emilio José, “y se ha convertido en pastor” (de almas, apostillaría él; en carne de vacuno, añadiría yo) en el multitudinario encierro, inoculado con el hierro de la ganadería globalitaria —la marca de la Bestia—, en NOMbre del Maligno.

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  Autumnal heteropatriarca de su clan sin haber degenerado en abuelo Cebolleta, siente uno la impresión de huérfano de padre (putativo), del preceptor y prefecto (¿prefector?) catódico, maestro de humanidades en la caja nada tonta de entonces (como la de cartón de la tetralógica Historia mágica de España en tetrabrik) o el suplemento cultural Disidencias, docenas de ensayos y novelas y sus columnatas de opinión en la prensa diaria.

  Y aquí se despide (de ustedes) el duelo. ¡Va por usted, Maestro!

    “Sentimos una ola

   de sangre, en nuestro pecho,

   que pasa… y sonreímos,

   y a laborar volvemos.”

        Antonio Machado (Soledades)

 

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Tutti quanti (con «q»).

ANTONIO PARRA GALINDO

un fornicario chaquetero periodista enchufado del Régimen, era un Mefistófeles que la tierra le sea leve

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