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Esta es la sexta parte de la serie de artículos sobre el libro de José Vasconcelos, Breve Historia de México, que se pueden seguir aquí.

Vamos a ver una de las partes más deprimentes de la historia de Méjico: la perdida de los territorios de los actuales estados del sur de los EE. UU., de Texas a California, vendidos por un plato de lentejas después de una derrota militar. El período viene protagonizado por un repugnante personaje, Santa Ana.

Santa Anna es el típico espadón liberal decomonónico del que se dieron muchísimos casos es España (El reinado isabelino fue un albur de espadas. Espadas de sargentos y espadas de generales. Bazas fulleras de sotas y ases…). Santa Ana es vergüenza para cualquier país medianamente honorable, que trataría de enterrarlo bajo siete llaves. Por ejemplo, veamos el episodio del Álamo.

Todo mientras seis mil hombres sitiaban a ciento sesenta, pero nadie advertía la acción amenazante, cautelosa de Samuel Houston. Se ordeno, por fin, el asalto, al toque salvaje de degüello. «Va a costar muchas vidas», le había advertido uno de sus oficiales a Santa Anna, sugiriendo que se esperase la llegada de unas piezas de artillería. A lo que su Excelencia respondió: «No importa lo que cueste». (p. 332)

Fusilamientos de soldados capturados:

Se preguntan los historiadores norteamericanos el motive de la crueldad innecesaria de Santa Anna, que todavía mando ejecutar a Fanning y sus cuatrocientos hombres rendidos a Urrea, (p. 333)

Santa Anna es capturado prisionero y se comporta cobarde y vilmente:

¿Que había pasado con su Alteza Serenisima? El relato de Hagnighen, tornado de documentos fehacientes y concordes, nos lo dice: Deshaciéndose de caballo y asistente, se alejo a pie sin saber el rumbo, hasta un rancho abandonado. Se quito allí el uniforme de «Generalísimo» y se vistió camisa azul y pantalón blanco. Al día siguiente, perdido por el campo, topo con una patrulla texana que Ilevaba ordenes de no matar a los prófugos* Al ver a los soldados enemigos, Santa Anna «se echó en tierra tapándose la cara con un cobertor». A puntapiés lo hicieron levantar y entonces, tomando la mano de uno de los soldados que lo aprehendían, ‘la beso humildemente* Fácil le hubiera sido pasar por uno de tantos y acaso escapar, pero la codicia lo perdió: lo registraron y le hallaron un reloj valioso y dinero, lo que hizo sospechar a los soldados que se trataba de persona importante. Pregunto Santa Anna por Houston, y a su campamento lo llevaron sus captores. * ‘Miserable, débil, llorando y quejando de fuertes dolores en piernas y brazos, Santa Anna fue reconocido al pasar por frente a la estacada que encerraba a los prisioneros, los que se pusieron a gritar: El Presidente. . . el Presidente. . .» (p. 336)

Los americanos lo devuelven a Méjico después de ablandarlo. Pero no solo el era un miserable, también la plebe mejicana:

Y ocurrió lo mas bochornoso. Cuando el mismo Santa Anna dudaba y temía que en México le esperara el presidio, el pueblo de Veracruz salió a recibirlo y las autoridades declararon «día festivo el día del desembarco del traidor». Gentes ambiciosas de restablecer un régimen de abuso y sangre lo escoltaron hasta Manga de Clavo. Allí pretende sincerarse publicando un «manifiesto**. A nadie le paso por la cabeza la idea de que los actos de Santa Anna solo podía juzgarlos un Tribunal Militar.

Sigue la historia de la guerra de EE.UU. y Méjico.

El país perdió la mitad de su territorio, pero hubo algo peor. Y es que aun no se libraba de Santa Anna. Cuando se resolvió arrancarnos otra zona territorial, ademas de la que ya nos quitaban los tratados de Guadalupe, el Inteligence Service Yankee se las arreglo para que Santa Anna fuese otra vez Presidente y formulase, ofreciese, el tratado Gadsden, que nos quito la Mesilla de Arizona. Repitamos que no es culpa todo esto de Santa Anna; es culpa de la nación que padecía la ignominia en que cae todo pueblo en que manda el ejercito.

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Los Tratados de paz llamados de Guadalupe, firmados por un Presidente Provisional, nos quitaron a Texas hasta el Bravo, Nuevo México., poblado hasta hoy por mexicanos, Arizona y California. Lo mas vergonzoso de los Tratados fue la forma de compra de tierras que se les dio, desde el momento en que se aceptaba la indemnización de quince millones de pesos, Por quince millones vendimos a la esclavitud a nuestros hermanos de Nuevo México. y de California, sin consultarlos (p. 348)

Ojo, aceptaron la propina de los americanos vendiendo el territorio. No pueden decir que se lo robaron: lo vendieron.

… quizás por eso mismo fue California el único territorio que se defendió de la conquista

yankee con positiva gallardía. Para ninguno de los conquistadores fue mas dura la tarea que para Fremont, el vencedor de Stochton y San Francisco. Todo porque en California los rancheros organizados en guerrillas defendían el hogar y no peleaban por ningún Santa Anna; peleaban por la patria. Y aun se hizo celebre una táctica guerrera peligrosa, inventada por los californianos: se dejaban perseguir de las fuerzas yankees, aparentaban la huida y, de pronto, ya que escaseaba el numero de perseguidores, se volvían con furia y a menudo extinguían corporaciones enteras de yankees. (p. 351)

Lo expulsan del país pero después es nombrado presidente y vuelve otra vez del exilio:

Como es natural, apenas vieron las yankees en la Presidencia a Santa Anna, les volvió a entrar la codicia de tierras. Y ocurrió el llamado Trato de la Mesilla, o sea que Santa Anna vendió la región Sur de Arizona, el 13 de diciembre de 1853, embolsándose una indemnización. La operación fue proclamada como triunfo diplomático de México. Los últimos años del gobierno de Santa Anna fueron de farsa publica increíble. Sin preocupación alguna del futuro, los conservadores se adhirieron a la personalidad de su Alteza, y padecimos el bochorno de que un hombre que constantemente había traicionado a su patria y que un militar que constantemente había deshonrado su espada, llegara, por obra de la adulación publica, a las estrofas del Himno Nacional que compuso el pobre sujeto Bocanegra y que no se cuantas generaciones de mexicanos repitieron con servilismo de incomprensible estulticia.

Pero ¿no vomitan al leer la abyecta historia de su menguante país los mejicanos?

Comonfort. La Guerra de Tres años. Otro presidente traidor.

¿Cómo no habían de regocijarse los estadistas yankees, si el acceso de Comonfort les aseguraba el dominio político de nuestro país, dominio que han conservado, con la sola excepción de los meses que duro el Imperio y los dos años de Madero y los tres años en que Obregón gobernó con el reconocimiento de Washington?

Lo que debemos censurar es que la Reforma se hiciese bajo la dirección de un programa extranjero y con sentido antirreligioso. Nunca se debió privar a la Iglesia de aquellos bienes que eran necesarios para su sostenimiento y para el sostenimiento de las instituciones educativas y humanitarias que mantenía.

… formulo una ley de desamortización de bienes de corporaciones. Postulo dicha ley el principio absurdo jamas puesto en practica en pueblo alguno civilizado, de que las corporaciones privadas no podrían poseer bienes raíces. Con esto quedaban destruidas fundaciones privadas, colegios, Universidades, Hospitales.

Por virtud de la nueva ley, la mitad de la riqueza del país, que pertenecía a la Iglesia, debía pasar a manos de adjudicatarios … Pronto habría de verse como las tierras arrebatadas a las corporaciones mexicanas, pasaban a manos de adjudicatarios sin experiencia que en seguida las entregaban a agiotistas extranjeros que hoy las justificaran.

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Lo habitual…

Juárez y la Reforma.

Apenas hecho publico el apoyo de Washington, Juárez lanzo las famosas Leyes de Reforma, que eran confirmación y ampliación de las que se habían dictado bajo Comonfort.

En las leyes de Juárez ya no se hablaba de transferencia de propiedad, sino de confiscación y nacionalización de los bienes del clero, a pretexto del apoyo que estaba dando al régimen

usurpador de Miramon (p. 326)

Se consuma el saqueo general de Iglesias y Conventos. Fueron vejadas y expulsadas las~monjas; desaparecieron Bibliotecas y Archivos; la obra civilizadora de la Colonia quedo deshecha.

En la destrucción general implacable, quedaron abolidas infinidad de instituciones que per entonces sostenía la Iglesia y que todavía no han sido reemplazadas… (p. 369)

Los capitales de la Iglesia, según estadística del Dr. Mora copiada por el Padre Cuevas, montaban a 179 millones de pesos. Todo este dinero disperse fue a parar a manos de demandantes mexicanos y a la postre de agiotistas extranjeros. El Padre Cuevas estima que, en realidad, las propiedades del clero valían cuarenta y cuatro millones de pesos* El hecho es que las tierras del clero sostenían curas y, si se quiere. sobrinas de curas, pero unos y otros eran mexicanos. Por virtud de la amortización esas tierras entraron a producir en beneficio de los tenedores extranjeros de nuestra propiedad raíz. Y quedaron sin servicio, tuvieron que cerrar: los Hospitales de Caridad de México., Michoacán, Guadalajara, Monterrey y Chiapas, que atendían a mas de siete mil personas de ambos sexos, anualmente.

Se cerraron también infinidad de Colegios y Bibliotecas publicas. Se quedaron sin asiento y sin bienes los seminarios católicos que pronto empezaron a ser reemplazados con seminarios

protestantes.

Todo se vende, dice Sierra, dando ciento per quince. Era lo que había previsto el Plan Poinsett: el remate de la mas gruesa porción de nuestra propiedad territorial, en beneficio de la Banca judía internacional.

Consolidado el liberalismo per las victorias obtenidas con ayuda yankee. Juárez fue electo Presidente con **facultades extraordinarias.

Este es el famoso origen del “cincodemayo”:

En Puebla esperó a los Franceses el general liberal D. Ignacio Zaragoza. Los asaltantes, fiados en la facilidad con que habían avanzado desde la costa, atacaron en muy escaso numero y fueron rechazados el cinco de mayo de 1862. La batalla resulto trascendente porque contuvo el avance francés hasta la llegada de los refuerzos europeos. Se entusiasma don Justo Sierra por el triunfo del 5 de Mayo, no obstante que reconoce que, como batalla, no lo es ni de segunda categoría. Peritos militares imparciales han explicado como la victoria fue de Lorencez, ya que Zaragoza pudo hacerlo pedazos si sale de sus parapetos y lo ataca durante la retirada, Pero lo grave para la seriedad de nuestro patriotismo esta en la exageración que falsea la verdad, a fin de convertir en hechos marciales gloriosos, sucesos que, en buena táctica militar, no merecen sino censuras.

Es decir, siguen celebrando actualmente la retirada de un ejército enemigo poco numeroso que levantó un asedio.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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