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A lo largo de la historia, los movimientos considerados como terroristas son definidos, como cualquier otro fenómeno social, desde los actos que los constituyen y por el contexto en el que se suscitan, en especial en el ámbito de las ideas políticas que enarbolan.
Desde su aparición, en el mismo momento del surgimiento del Estado moderno, el terrorismo ha sido visto como un riesgo para la humanidad, pues quienes lo practican buscan el cumplimiento de un fin político a través de prácticas violentas extremas en contra de los ciudadanos: alterar o mantener el statu quo.
Por ello, los terroristas a lo largo del tiempo se definen a sí mismos (al igual que sus seguidores) como héroes, salvadores, libertadores y justos, quienes, por la represión de su cultura o ideas políticas, han sido obligados a utilizar la violencia con el interés de generar miedo colectivo, para hacerse escuchar y lograr el cumplimiento de sus demandas.
Estos elementos en común hacen posible considerar que existieron organizaciones dedicadas a generar el terror en la sociedad, pero no podrían llamarse propiamente terroristas al ser éste un término moderno. Algunos ejemplos son los llamados sicarii, que aparecieron en Palestina, cerca del año 66 a. C., como un movimiento que participó en revueltas motivadas por protestas religiosas, asuntos políticos y levantamientos de orden social. Desde su surgimiento, combinaron sus inclinaciones políticas con fanatismo religioso, lo que derivó en el considerar el martirio como algo gozoso, pues matar a los romanos era como liberar al pueblo elegido de Dios y convertir su causa en un movimiento político extremista, nacionalista y anti romano.
A la par de los sicarii, surgieron los zelotes, quienes luchaban contra las clases dirigentes de Palestina y el sometimiento romano. Estos grupos judíos compartían características en su proceder, como ser extremistas, anarquistas y anti romanos; aunque los zelotes operaban principalmente en Palestina y Egipto (66-73 d.C.), y sus ataques se caracterizaban por tener principalmente como objetivo a los romanos y sus simpatizantes, emprendieron actos violentos contra la población con el propósito de forzarla a luchar contra los representantes del imperio latino.
También, durante el medievo, en la región de Persia y Siria surgió un grupo considerado terrorista denominado hashshashín (1090-1272 d.C.), cuyos miembros asesinaron prefectos, gobernadores, califas e incluso a Conrado de Montferrat, rey cruzado en Jerusalén. Al igual que los sicarii y los zelotes, consideraban el acto de matar como sacramental. Los hashshashín proclamaban la obligación divina de librar al mundo de aquellos gobernantes que consideraban injustos, sin embargo, sus propósitos finales eran el acceso al poder; sus ideas lograron combinar aspectos de carácter teológico (basados en el islam) y político.
Estos movimientos son considerados antecedentes lejanos de lo que hoy podemos entender como actividad terrorista. Aulestia, Laqueur, González y Prieto están de acuerdo en que los sicarii, zelotes o hashshashín representan la herencia que se percibe en los terroristas islámicos del siglo XXI, pues al igual que los llamados yihadistas contemporáneos, mostraban una férrea disciplina, sus miembros se preparaban para la muerte, lo que permitía ser vistos como mártires que padecían un suplicio mayor que el de sus víctimas. Es decir, sólo existen similitudes muy específicas con el yihadismo moderno, que se mencionan como precedente de lo que hoy conocemos como terrorismo, pues algunas las características de estos grupos son similares a las que se observan en los grupos de hoy en día.
No fue sino hasta el siglo XIX, en plena consolidación de los Estados nacionales modernos europeos, cuando las organizaciones nacionalistas e independentistas, con ideologías políticas diversas, encontraron en el terror un instrumento para sus fines, tal es el caso de las luchas contra gobiernos autocráticos; con los nacionalistas radicales combatiendo por la independencia o autonomía nacional, así como los grupos anarquistas.
La conformación y consolidación de los Estados nacionales de Europa es el origen contextual y la base socio-política y cultural que da forma a las ideas de algunos grupos terroristas nacionalistas e independentistas, que tuvieron como origen común la edad moderna.
Al ocaso del siglo XIX y principios del siglo XX, el terrorismo se asociaba a movimientos revolucionarios e independentistas cuyo patrón ideológico promovía la lucha contra los regímenes absolutistas, autócratas o imperialistas. Destacan los nacionalistas radicales irlandeses, macedonios, armenios y serbios, que utilizaron el terror sistemático para alcanzar la autonomía o independencia nacional.
Por su parte, LAQUEUR considera que existieron agrupaciones que respaldaban los gobiernos autocráticos opositoras a los movimientos revolucionarios, tal es el caso de Centena Negra, movimiento ruso de ideología de extrema derecha y de corte nacionalista, que luchó por mantener el sistema zarista ante la revolución. Esta experiencia es una muestra de la compleja lógica que mueve a dichas agrupaciones; es decir, aquellas que pretenden acabar con el statu quo y las que intentan mantenerlo (como ejemplo, el movimiento Ustasa croata de inspiración fascista y la Organización Nacional de Luchadores Chipriotas).
Así mismo, existieron grupos que utilizaban la violencia como estrategia para expresar su inconformidad contra la discriminación o explotación que pesaba sobre ellos, tal como lo fue la anarquista banda Bonnot en Francia o los Molly Maguires en Irlanda, Inglaterra y EE.UU. Sin embargo, el beneficio que buscaban estaba acotado a los propios grupos, pues no pretendían derrocar gobiernos o cambiar sistemas políticos, que es lo que hasta hoy los ha diferenciado de los terroristas contemporáneos.
En otro sentido, durante el segundo cuarto del siglo XIX, muchas organizaciones compartían las expectativas de un levantamiento social inminente. En la época de la Revolución Industrial la sociedad europea se había desestabilizado, entre otros aspectos, debido a que la población comenzó a concentrarse en las grandes ciudades; se amplió la brecha de desigualdad entre clases sociales; los antiguos oficios relacionados con la agricultura y el artesanado se vieron relegados con salarios precarios, esto propició la formación de diversos grupos que buscaban defender a los sectores sociales marginados, entre ellos, algunos grupos considerados anarquistas que pretendían defenderlos a través de la violencia.
Los más conocidos movimientos anarquistas de tinte terrorista, surgieron principalmente en Francia, Italia, España y Estados Unidos; su gran mayoría operaban guiados por el método de la propaganda con los hechos, que tenía como premisa conmover a la opinión pública a través de actos violentos, lo cual conduciría a otras personas a realizar nuevos actos y más personas se unirían a la lucha hasta producir una revolución general. Esta fue la época «álgida» del terrorismo en Europa Occidental, debido a que la utilización de artefactos explosivos e incendiarios comenzó a constituir un aspecto primordial en el terrorismo (Filosofía de la bomba).
El terrorismo anarquista tomó como víctimas al presidente francés Sadi Carnot, al rey de Italia Humberto I, a la emperatriz de Austria Isabel (Sissi), al jefe del gobierno español Cánovas, al presidente de Estados Unidos Mac Kinley, entre otros, lo cual generó amplia difusión al anarquismo.
A pesar de la publicidad generada por los asesinatos políticos que se adjudicaban a los anarquistas, estos movimientos fueron efímeros, pues operaban en una esfera individual y con protagonismos desde pequeños grupos autónomos y al no existir una organización suprema, altos mandos o siquiera una disciplina de partido único, «cada anarquista individual, cada grupo, se sentía libre de expresar su protesta en la forma y en el momento que considerase oportuno», por lo que el terrorismo de origen anarquista no consiguió reproducirse como una manifestación general, a diferencia del terrorismo contemporáneo, ya organizado, con un sistema de jerarquías y división de trabajo claro.
Mientras que Francia, Italia, España y Estados Unidos se conmocionaban con el movimiento anarquista, Rusia transitaba por una época de efervescencia política con la aparición del grupo Narodnaya Volya (1878 a 1881), que realizó múltiples atentados contra los principales actores políticos, muchos de los cuales perecieron. Entre sus víctimas destaca el Zar Alejandro I; una vez convencidos del éxito de su movimiento fueron apoyados por el Partido Social Revolucionario. En 1911 atacaron también a diplomáticos alemanes y jefes militares, encaminando ahora sus esfuerzos a sabotear las negociaciones de paz entre Rusia y Alemania.
El Narodnaya Volya no fue el único movimiento terrorista ruso, también estaban el Chernoe Znamia (La Bandera Negra), el Beznachalie (Sin Autoridad) o el Svovoda (Libertad).
Nos podemos remitir también al movimiento de la Mano Negra, organización anarquista que operó al sur de España de 1874 a 1883 de carácter agrario andaluz que se extendió por casi toda España hasta finales de la década de 1920-1930. No obstante, durante la Guerra Civil de 1936-1939, los anarquistas españoles comenzaron a reorganizarse en el exilio creando el Consejo del Movimiento Libertario que quedó dispersado con el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Otro grupo terrorista surgido en los años 20, es el de las Lanzas Rojas, quienes fueron equiparados con la mafia por algunas de las acciones que realizaban y reconocidos más por las acciones políticas que ejecutaban, que por la violencia empleada.
Por lo dicho hasta aquí, desde el surgimiento del Estado Nacional Moderno, a finales del Siglo XVII hasta la Segunda Guerra Mundial, los movimientos considerados terroristas se pueden clasificar a partir de su ideología política y fines inmediatos. Así están los grupos de terror anarquistas, revolucionarios, fascistas o nacionalistas.
Alrededor de las décadas de los 60 y 70 del siglo XX, los movimientos terroristas europeos (especialmente en Italia, Alemania, España) y americanos (en Chile, Argentina, Uruguay, México y Estados Unidos), se caracterizaron por su vigorosidad en sus actos, además de su alto nivel de politización, ya sea de corte ideológico de derecha o izquierda, que les permitió establecer una agenda política clara.
En general, a largo de la historia, el terrorismo se ha nutrido de dos corrientes ideológicas: a) la legitimación del uso de medios drásticos para replicar a la tiranía o b) el intento de echarla abajo. Así mismo entre las organizaciones de terror de inclinación religiosa (como la yihadista) se puede notar la aceptación del advenimiento de un mundo nuevo, producto de un determinado acontecimiento de inspiración divina o, bien, como consecuencia de las acciones o de mandato sectario.
La primera corriente busca mantener el statu quo de una posible amenaza, en tanto, la segunda, busca cambiarlo, incluso sustituirlo por un nuevo orden político, cuestionando el monopolio de la violencia por parte del Estado, haciendo suyo el derecho a ejercerla para lograr sus fines. Pero no todos los movimientos u organizaciones que buscan cambiar o mantener el statu quo son de este tipo; lo que distingue al terrorismo es el uso de la violencia de forma desmedida y al margen del poder establecido.
Mientras tanto, gran parte de los grupos terroristas de inspiración confesional se plantean como propósito instaurar un régimen religioso, por lo que todo aquél que no secunde tal esquema, se vuelve objetivo de su acción. Ello es lo que regularmente mueve a las organizaciones terroristas del siglo XXI, en especial a los de corte fundamentalista islámicos, tales como el Estado Islámico (EI), nutridos de los precedentes de los movimientos violentos de la antigüedad.
Ahora, el terrorismo contemporáneo logró superar sus antiguas formas gracias al empleo para sus fines de los avances tecnológicos, científicos y de comunicación; estos avances permitieron que sus acciones fuesen difundidas y reconocidas a nivel global; ejemplo de ellos sería Euskadi Ta Askatasuna (ETA) en España; el renacimiento de IRA (1969); el Frente de Liberación Nacional del Corso (FLNC), que comenzó su actividad en 1975; la Rote Armee Fraktion (RAF/Baader-Meinhof) y el movimiento del Dos de Junio, en Alemania, en los años 70; las Brigadas Rojas en Italia, predominantemente de izquierda, quienes asesinaron a Aldo Moro, líder demócrata-cristiano el 9 de mayo de 1978; y, la Unión del Ejército Rojo japonés, también a partir de los años 70.
Pero ahora, el terrorismo que inició al ocaso de la década de los años 70 y pervive hoy en día, de inspiración religiosa, específicamente islámica, plantea un esquema moderno, contemporáneo, que se ha convertido en la manifestación más importante del terrorismo. Se caracteriza por la diversificación de las estrategias y aumento de actos de terror en todo el mundo. Ejemplo de ello es el Ejército de Liberación del Pueblo Turco (TPLA); Al Qaeda, grupo terrorista de origen islamista, señalado como responsable de los ataques del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York y en Madrid el 11 de marzo de 2004; Hezbolá o Partido de Dios, originario de Líbano en 1982; y Hamás, surgida en 1987 que opera en Palestina; los separatistas chechenos que enfrentan a la Rusia postcomunista, quienes atentaron en el Teatro de Moscú y en el Colegio de Beslán; entre otras muchas organizaciones que han nacido en estas últimas décadas.
A pesar de toda esta gama de historias del terrorismo, muchos de los autores hasta ahora mencionados (LAQUEUR, AULESTIA, GONZÁLEZ, PRIETO) nombran algunos movimientos como aquellos considerados potencialmente terroristas, tales como pueden ser los casos del narcoterrorismo o la guerra de guerrillas (como ejemplo las FARC en Colombia). Si bien, estos movimientos violentos cuentan con connotaciones distintas que han surgido en el tiempo, se han nutrido de elementos constitutivos de lo que hoy entendemos como terrorismo, pero no comparten del todo los rasgos que son comunes en grupos de influencia global. Es decir, existen diversas manifestaciones violentas que causan terror, pero que el simple hecho de serlo, no significa que sea terrorismo, puesto que los fines buscados por estos movimientos determinan si son o no de dicha naturaleza.
AULESTIA señala que la historia del terrorismo no es una línea continua, en la que los grupos o movimientos considerados terroristas encuentran inspiración en sus predecesores. No obstante, considera que existen características similares entre los diversos movimientos del pasado.
Al respecto: «la existencia de un comportamiento primario violento como expresión extrema de la intolerancia y el fanatismo que en su práctica alcanza derivaciones más sofisticadas en cuanto a su capacidad de perversión. Las semejanzas entre los grupos terroristas se reflejan en los métodos, en las tácticas y la explicación exculpatoria que el terrorismo da de sus propios actos». A pesar de la presencia de grupos violentos en la antigüedad, existe un consenso en que se trata de un fenómeno propio de la modernidad, pues como GONZÁLEZ demuestra: «el terrorismo como ideología y como instrumento de lucha es un fenómeno moderno, un producto del conflicto entre los estados modernos y sus sociedades descontentas, y ha crecido en países desarrollados y del tercer mundo como parte de un mundo trasnacional de compromiso político». Lo que obliga a tener presente el desequilibrio de los sistemas económicos.
De igual manera, GILBERT sostiene que es un fenómeno inherente al «Estado Moderno, con sus dobles responsabilidades para preservar la seguridad nacional y el orden civil», pues el Estado moderno tiene la obligación de velar por la seguridad de sus ciudadanos, ya sea que los actos de violencia provengan del exterior como del interior de sí mismo por lo que dichos actos de violencia, en otras formas de Estado serían considerados como guerra o de delincuencia común.
Entonces, de acuerdo y coincidiendo con LÓPEZ, LAQUEUR, AULESTIA, GILBERT, PRIETO, MORAL y GONZÁLEZ, se puede enumerar como las principales características del terrorismo contemporáneo, las siguientes:
1) El terrorismo en un fenómeno relativamente nuevo, que surge con el Estado moderno, nutrido con algunos precedentes de la antigüedad.
2) El terrorismo es uno de los problemas de mayor impacto económico, político y social que debe enfrentar la sociedad actual.
3) Para inhibir la probabilidad de un brote de terrorismo se tendrán que reducir los agravios, las angustias y la frustración que subyacen el fenómeno.
4) El terrorismo es de inspiración ideológica, lo que puede conducir su fanatismo hasta las últimas consecuencias.
5) La diversidad de motivaciones, políticas, económicas, sociales, etc., sobre las cuales los grupos terroristas reivindican sus movimientos, hacen que este fenómeno pueda producirse en cualquier parte del mundo.
6) El terrorismo moderno tiende a la internacionalización pues pretende producir sus efectos en diferentes territorios en relación a aquellos de donde son originarias sus organizaciones.
Entender el terrorismo, como en la mayoría de los temas sociales, es situarlo en su historia en la transformación del fenómeno, en la óptica que le dan cada uno de los actores que han intervenido (la sociedad y los gobiernos), así como las causas y motivos que lo han impulsado, los fines políticos por mantener el statu quo o trastocarlo por completo, y la violencia, que une todo lo anterior, le da forma y lo hace real.
«La Alemania nazi tuvo que enfrentarse a los ejércitos de los países que quiso invadir, a la intervención aliada y a formas de resistencia convencionales que adoptaron expresiones de sublevación o de desobediencia. Pero tanto sus tropas y administradores, como sus colaboradores sufrieron también el acoso de los que técnicamente bien podríamos denominar terroristas, en cuanto a que representaba la aplicación de métodos de terror psicológico que, aunque fuese dirigido contra personas señaladas, trataba de disuadir a la población en general y a las fuerzas colaboracionistas —e incluso en momentos determinados a los propios soldados alemanes— mientras que en otras ocasiones suscitaban fuertes reacciones represivas por parte de los ocupantes contra esa misma población que así se sentía conminada a reconocer a su enemigo en el invasor. […] El 21 de mayo de 1941 el soldado Alfons Moser fue abatido de dos tiros en la cabeza en el metro de Paris. Fue el inicio de una serie de atentados llevados a cabo por la Resistencia francesa contra los nazis. Eran miles de oficiales y soldados que morían semanalmente en los campos de batalla del continente europeo y en el norte de África. Pero junto a esa creciente cifra de bajas hay evidencias que demuestran cuán efectivo llegó a ser el acoso padecido por los ocupantes y sus colaboradores en los Balcanes, en Polonia o en Grecia.»
Pero, de este ejemplo se puede entender que la acción de asesinar a un soldado Nazi por algún miembro de la Resistencia Francesa podría ser considerado por los Nazis, desde una perspectiva moralmente negativa, como un acto terrorista, dentro un conflicto bélico como lo fue la II Guerra Mundial. No obstante, también es de considerar que dicho acto de asesinato representa la reacción de quienes son sometidos por un ejército invasor, en este caso el ejército alemán. Además, la Resistencia Francesa atacaba o se defendía de objetivos militares, y no en contra de la población civil alemana.
SANMARTIN, por su parte señala que «las cosas se ven de manera muy distinta según se mire el fenómeno (terrorista) desde la perspectiva de la víctima o, por el contrario, desde la perspectiva de los autores del atentado». Por ejemplo, el debate en torno a la masacre de Múnich se planteó con toda su crudeza, cuando Kurth Waldheim, entonces Secretario General de la ONU, propuso que ese organismo no permaneciese por más tiempo como un «espectador mudo» ante actos de violencia terrorista que se estaban perpetrando en el mundo. Debía adoptar medidas drásticas para evitar un mayor derramamiento de sangre. Frente a esta posición, los representantes de la mayoría de los Estados musulmanes, africanos y asiáticos presentes en la ONU sostuvieron que los pueblos o grupos sujetos a la opresión o la explotación por parte de sus propios Estados o de entidades extranjeras tenían perfecto derecho a defenderse. Consideraban que, en el curso de esa defensa era legítimo el empleo de cuantos medios tuvieran a su alcance, incluyendo sus propias vidas. Entonces, los terroristas no desean ser llamados «terroristas» y prefieren autodenominaciones que los identifiquen como soldados, luchadores por la libertad o héroes.
El debate continuó y acertadamente en el Informe del Grupo de Alto Nivel Sobre las Amenazas, Desafíos y el Cambio: Un mundo más seguro, la responsabilidad que compartimos (A/59/565), de 2 de diciembre de 2004, se refirió a que un pueblo bajo ocupación extranjera tiene derecho a resistirse y que una definición del terrorismo no debería derogar ese derecho. El derecho a resistirse es cuestionado «Pero el quid de la cuestión no es ese, sino el hecho de que la ocupación de ninguna manera justifica el asesinato de civiles», lo cual es igualmente aplicable a actores no estatales, según puede leerse en el mencionado Informe. Supuesto aplicable a los actos violentos realizados por la resistencia francesa en contra del ejército Nazis que invadió el Estado Francés durante la II Guerra Mundial, en el que sólo atentaron contra objetivos militares.
Desde un mismo enfoque, y para terminar, lo aseverado por el coronel Sexby hace 300 años: «Matar no siempre es un asesinato, y la resistencia armada no siempre puede proceder, en una batalla abierta, de acuerdo con algún código caballeresco: ‘Nein, eine Grenze hat Tyrannenmacht […] zum letzten Mittel, wenn kein anderes mehr verfangen will, ist ihm das Schwert gegeben’ (No, la tiranía tiene efectivamente un límite, y, como último recurso, uno puede echar mano de la espada si ninguna otra cosa le aprovecha)».
La anterior tesis ha operado también hasta cierto grado para los habitantes de Irlanda del Norte, bajo control británico. Sirvió a los palestinos en el lado occidental y en la Franja de Gaza. Caso contrario los armenios, kurdos y otros grupos, donde no ha funcionado. La naturaleza del terrorismo radica en su éxito y no en su fracaso, dado que es más visible e influyente porque motiva al terrorismo futuro.
El terrorismo, como se conoce actualmente, del que tenemos un ejemplo palmario en España, ha mutado conforme al devenir de los tiempos como hemos podido trasladar en este artículo. El aspecto histórico del terrorismo surge como una pieza esencial para digerir este fenómeno a partir de sus primeros vestigios, que datan del año 67 a.C., en la antigua Palestina; pasando por el siglo XVIII, en Francia, donde el término «terrorismo» adquiere un significado más acorde con su propia nomenclatura; hasta la actualidad, en el que el fin de la Guerra Fría le da un giro considerable a un fenómeno de distintas acepciones y percepciones, que deriva en una caracterización muy concreta, a partir de los acontecimientos pasados que aterrizan en una hipótesis más evidente o plausible reflejado en tres supuestos: un comportamiento violento, intolerante y fanático; con la intención de infundir en la sociedad un miedo intenso, extremo: terror; para finalmente, alcanzar un fin político, traducido en la materialización de una idea o modelo social que en el caso de ETA en Vascongadas se ha culminado con un movimiento sociopolítico, MLNV, cuyo brazo político es BILDU, con representación en todas las Instituciones de la Nación.
De esta manera podemos afirmar que la victoria política incuestionable de la banda terrorista ETA sólo se puede contrarrestar a estas alturas desde dos perspectivas: una sociológica de larga duración que acarrearía el adoctrinamiento de la población hacía tesis unionistas, que provocaría más terrorismo, y/o, como consecuencia de este, una intervención armada de dudosas ventajas fácticas.
Por tanto, llego a la conclusión que la participación en el sistema democrático de participes en los movimientos ETA y MLNV no debe ser tomado como una afrenta sino como consecuencia de haber perdido la batalla política y social que tiene su ejemplo más claro en la España del XIX en el abrazo de Vergara entre Maroto y Espartero en las guerras carlistas con la conservación de los empleos por parte de los miembros de los Ejércitos carlistas entre los Ejércitos liberales.
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De toda esta inmundicia en que chapoteamos los pertenecientes a lo que antaño fue un país, y me refiero a lo de los terroristas-candidatos, aparte de todas las demás preguntas que se puedan hacer, hay una que me escuece principalmente y es esta ¿Qué piensan los vascos decentes? ¿Quedan todavía o se fueron todos cuando las últimas persecuciones nazi-etarras?
Porque todos estos canallas de Bildu-PSOE hacen lo que hacen y están donde están porque MUCHOS LES VOTARON ¿Qué pasa en la sociedad vasca?
Los etarras no son los socorridos nazis – sin los que la gente no puede vivir porque no sabrían de qué hablar – sino que son una ideología de IZQUIERDAS.