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De todos los virus que han llegado a España escapados del misterioso laboratorio de Wuhan hay uno que aún no ha sido convenientemente estudiado y al que aún no se ha podido aislar, pero que se conoce popularmente como el virus del bambú, quizás -digo yo- por sospecharse que se lo transmitan entre sí los osos panda al compartir los tallos del bambú con el que se alimentan. No es un virus mortal, desde luego, porque únicamente penetra en el cerebro de los humanos y se adhiere a algunas de sus neuronas más débiles trastornando su normal funcionamiento, por lo que lleva a sus víctimas a tomar decisiones desacertadas hasta el extremo, e incluso -en los casos más graves- les hace renegar de sus ideas y convicciones morales para sustituirlas por otras que chocan frontalmente con las que siempre mantuvieron. A Madrid ha llegado este extraño virus y se ha asentado en un único lugar que sepamos: en la madrileña sede del partido VOX.
Sus primeros síntomas aparecieron en la diputada Macarena Olona, víctima de un cambio repentino de personalidad, que la llevó, de atacar el desfile del Orgullo Gay conforme a sus convicciones cristianas, tan valoradas por su electorado, a erigirse en defensora de todos los burdeles de España y a enarbolar la bandera de su legalidad. Se le había metido en la mollera que era preciso clamar por el reconocimiento laboral de los trabajadores del sexo, de su derecho al disfrute de vacaciones pagadas y al cobro de prestaciones de desempleo y de jubilación. Estos trabajos, tan nobles y tan dignos como cualquier otro, debían dejar de ser marginales y alegales para pasar a ser considerados como actividades beneficiosas para la sociedad y, por tanto, debían quedar sometidas al fisco, que sabría obtener del ingente nivel de ingresos que produce a sus practicantes, una parte nada desdeñable que, sabiamente ingresada a su debido tiempo en el erario público, revertiría en provechosos frutos para el bien común (he dicho). Los clientes de estos honestos trabajadores ya no tendrían que acudir avergonzados u ocultos a estos centros sociales de distribución de placer y enfermedades venéreas: al entrar en ellos rellenarían una ficha con todos sus datos y firmarían un contrato estándar marcando la casilla o casillas de los servicios seleccionados en cada ocasión, abonándolos por anticipado y pagando el IVA reducido del 4 %, habida cuenta de que se trata de una satisfacción de necesidades básicas del cuerpo que merecen la especial atención de las autoridades gubernativas, el mismo tipo aplicado a la compraventa de una barra de pan o de una botella de leche.
Algo no funcionaba bien en el cerebro de Macarena. Ya se observaba algo raro cuando en sus intervenciones parlamentarias hablaba disparando las palabras como si fueran las balas de una ametralladora, reminiscencias de su época de opositora, cuando le pusieron las máximas calificaciones, quizás no porque demostrara saberse de carrerilla el tema que le habían preguntado sino porque se suponía que lo había hecho a la perfección, ya que a esa velocidad con la que hablaba era imposible saber si había recitado un tema de la Ley de Enjuiciamiento Civil o un capítulo de El Quijote. Y la mejor solución era regalarla un traje de faralaes para que con él se presentara a las elecciones andaluzas. Si el asunto salía bien y llegaba a ser vicepresidente de la Junta se habrían quitado un peso de encima porque estaría ocupada en asuntos realmente importantes, consistentes en condicionar la política del Partido Popular en esa autonomía. Pero si salía mal volvería a la carga y no habría manera de quitársela de encima, exactamente como una de esas moscas que se nos pegan al cuerpo cuando estamos sentados en la playa y que reciben un nombre que ahora mismo no recuerdo.
Y salió mal. Se fue al Camino de Santiago a rogarle al Apóstol que le devolviera el protagonismo perdido en su partido, o quizás que consiguiera enternecer el corazón de Ortega Smith para que no se opusiera a su ingreso en la cúpula del Partido y así poderse sentar a la derecha de su líder, Santiago Abascal, en su glorioso banquete. Pero el Apóstol estaba más preocupado por los desastres que el Partido Popular llevaba causando a Galicia durante cuarenta años y no le concedió lo que deseaba. Ya solo le quedaba la venganza, consistente en el derecho al pataleo, inútil desde un punto de vista político pero muy productiva desde el punto de vista mediático. Chillará y pataleará hasta perder el sentido o hasta que el virus del bambú que ha causado tanto daño a su cerebro se inactive o pierda su eficacia.
Pero no acaba aquí esta historia. El virus sigue haciendo estragos en la sede de VOX y ya empieza a preocupar, no sea que se descontrole y salga de ese recinto donde ahora parece confinado. La última ocurrencia de alguien que manda en VOX ha sido solicitar al excomunista Ramón Tamames que lidere una moción de censura que solo apoyará esta fuerza política. ¿No había nadie más indicado? Un hombre, por sabio que sea, que dice públicamente que Franco es un asesino y que luchó contra él haciéndose amigo de Santiago Carrillo y de la Pasionaria, a quienes nunca llamaría criminales, no es la persona más adecuada para que este partido la apoye, y su electorado jamás lo comprendería, por mucho que el Sr. Tamames coincida con VOX en que hay que bajar el tipo de gravamen que afecta en el Impuesto de Sucesiones a los parientes del causante en el tercer grado de la línea colateral. No, Abascal: no te dejes afectar por el virus del bambú. Aún estás a tiempo de rectificar esa decisión errónea, y de obligar con ello a ese microorganismo infeccioso que ha recalado en la sede de tu partido a hacer las maletas y volverse a su país, de donde nunca debió escaparse.
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