13/05/2024 20:52
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A quienes queda todavía algo de conciencia, les duele profundamente el mal trato (y el maltrato, incluso) al que están sometidos los ancianos en este mundo “filántropo”. No es raro ver cómo los hijos se desentienden de sus padres siempre que no sea para encasquetar a los nietos cuando deciden dar culto al dios viaje o al dios restaurante. Y si ya no valen ni para eso, residencia al canto; solución tan fácil como macabra para mantener una vida tan acomodada como vacía.

En uno de esos trámites burrocráticos en los que uno se ve envuelto, apareció una extraña mujer en la oficina pública. Calada con su gorro de estética similar al de una bolsa de basura, se aventuró a hablar, poco consciente del error al que, previsiblemente, le habría llevado el mapa del teléfono móvil. “Hola. ¿Es esta la residencia de mayores? Soy la profesora de yoga”, se escuchó en la sala.

Los ciudadanos sumisos a los burrócratas se dividieron entre las risas, la incredulidad y un alma “caritativa” que se acercó a explicarle que se había equivocado de edificio. Pero después de ese primer paso, a uno se le cae el alma a los pies. No se equivocó el sacerdote que tendría que atenderles, ni tampoco el familiar que peleó por no llevar a su ser querido al moridero de ancianos, sino la profesora de yoga. No por repetirlo es menos doloroso: fue la profesora de yoga.

Comencemos el análisis por un hecho que no es poco relevante. El yoga es una técnica oriental asociada a falsas religiones como el budismo, el hinduismo o el jainismo. No hace falta ser un gran teólogo para conocer que lo espiritual acerca o aleja de Dios; no hay punto medio, se adora a Dios o sea adora al diablo; la única forma de acercarse a Dios es a través de Él y donde no está Dios está el demonio. No hay que ser Santo Tomás para conocer que estas falsas religiones son, ni más ni menos, adoraciones a Satanás.

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Esto viene a significar que, bajo una bandera de ayuda a los ancianos, en el trance final de su vida les incitan a adoptar posiciones demoníacas. Aquella mujer que se equivocó de edificio no iba para brindarles los consejos de una contrición perfecta. Ni para leer los versos de Santa Teresa o el Catecismo de San Pío X. Iba para que el alma de estas pobres víctimas se alejase de Dios en el último suspiro de su vida.

Y si no es el yoga, cuya gravedad extrema está perfectamente confirmada, son otros menesteres que alejan de Dios en tan trascendental momento. Más de uno tendrá en mente esas jovencitas voluntarias que bailan con los ancianos y les abrazan después, nuevamente poniéndolos en tesituras moralmente dificultosas. Los bingos y telebasuras completan el horario de estos pobres señores mayores. La situación es tan deplorable como patética.

Siempre quedará por ahí alguna familia que brinde el apoyo necesario, tanto físico como espiritualmente, a sus queridos mayores en los últimos días. A día de hoy, mantener las costumbres moralmente correctas es cosa de titanes. Y, sobre todo, que lo vean quienes vienen por detrás, porque a ellos les tocará un día seguir el ejemplo de sus padres.

 

Autor

Luis Maria Palomar
Luis Maria Palomar
Joven periodista zaragozano nacido en 1996 y profesional desde 2019.

Defensor de lo bueno, lo bello y lo justo; de Dios y de la auténtica España.

Solo la verdad puede hacer libre a la persona, y para ello escribo.

No te preocupes por el mañana, que mañana seguirá reinando Dios.
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Surreal

¿Abandono o genocidio rabioso?

Manolo

Muchos llevan a los ancianos a urgencias y les dan a los médicos teléfonos falsos. Yo cuidé a mi padre en su casa, iba todos los días, mi hermana se lavó las manos y hacía barbacoas. Yo ahora tengo depresión por el estrés.

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