21/11/2024 12:09
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Esta es la segunda parte del repaso al libro Mis recuerdos, de Largo Caballero. La primera parte está aquí.

Segunda carta: Primeras luchas

En este testimonio, a pesar de alguna exageración victimista de Largo Caballero, se puede ver muy claro el paternalismo de aquella monarquía:

… cuando no estaba en la cárcel se me buscaban las vueltas para llevarme…

 

… [durante] la revolución de Barcelona contra la guerra de Marruecos, en 1909, me sacó la policía de mi casa a las dos de la madrugada, estando en cama y con fiebre de cuarenta grados.

Me llevaron en coche al juzgado, pues todavía no podía andar, y me encontré con un proceso contra mí por delitos cometidos por otros. El título de la carpeta era éste: «Proceso contra don Francisco Largo Caballero por delitos cometidos por otros».

A los cuatro días me llamaron al locutorio, donde esperaba el jefe de policía señor Riquelme que quería hablarme; este jefe de policía era el mismo que nos había llevado a la cárcel. Dicho señor, con gran sorpresa mía, se expresó en estos términos: —Vengo en nombre del Gobierno a rogarle salga esta noche en el rápido de Madrid y se presente en cuanto llegue en el Instituto de Reformas Sociales, del que es Presidente el señor Azcárate.

Comenzó el gobernador diciendo con tono amenazador, que era necesario dar término a la huelga porque se hacía intolerable ese conflicto; me conminó a darlo por terminado o, en caso contrario, que me atuviera a las consecuencias. Contesté que tenía entendido que me llamaba para buscarle una solución, pero, en vista de lo que oía, nada tenía yo que hacer allí, ya que la Sociedad de Panaderos tenía su Junta Directiva, su asamblea, su independencia para acordar lo que mejor le pareciera. Hice ademán de salir, pero el gobernador, cambiando de tono, me rogó hiciera saber a la citada Sociedad la conveniencia de solucionar la huelga; así se lo prometí y me marché.

No le cabía en la cabeza que se pudiera ser Presidente del Centro Obrero y al propio tiempo trabajar para ganar un salario. Para él todos éramos unos vividores que explotábamos a los trabajadores sin ningún escrúpulo.

 

Carta tercera: Huelga revolucionaria de 1917

Largo Caballero cuenta diversos detalles de esta huelga, fallida, cuya importancia reivindica. Se desencadenó por la subida de los precios a consecuencia de la guerra europea:

Otro hecho glorioso de los trabajadores españoles ha caído en el olvido sin justificación alguna: la huelga de agosto de 1917.

Jamás he comprendido las causas influyentes en ese olvido, ya que el progreso en la acción política de los trabajadores es un hecho debido, principalmente, a ese movimiento revolucionario.

 

Todo empezó en el Congreso Nacional de la Unión General de Trabajadores de España, que decide:

… hacer una campaña de propaganda oral y escrita por todo el país, reclamando del Gobierno medidas para el abaratamiento de las subsistencias. Segundo, si ello no daba resultado, declarar la huelga general durante veinticuatro horas en toda España. Tercero, en el caso de seguir indiferente el Gobierno, organizar y realizar la huelga general revolucionaria.

La casualidad hizo coincidir en el mismo mes otro Congreso de la Confederación Nacional de Zaragoza, tomándose parecidas resoluciones. Los sindicalistas pidieron tener representación en el organismo encargado de llevar a cabo los acuerdos.

… se unieron a las Ejecutivas: Ángel Pestaña y el Noy del Sucre en representación de la Confederación.

Toda la España obrera se movilizó celebrando mítines, conferencias, publicando folletos y artículos periodísticos, etc., etc., sin que el Gobierno diera señales de vida. Vista esa actitud de indiferencia, se declaró en diciembre la huelga general de veinticuatro horas, que fue un éxito rotundo como paro. No se recordaba otro igual. A ella se adhirieron elementos de la clase media, cerrando cafés y otros establecimientos. El paro fue imponente como protesta contra la conducta del Gobierno.

Pasaron las veinticuatro horas. El paro terminó sin incidentes, y, en lugar de las disposiciones ofrecidas por el Gobierno, surgió la crisis ministerial total. Se hicieron cargo del poder los conservadores, con don Eduardo Dato en la Presidencia.

 

Como la primera huelga no da resultado, se propone una huelga politica. El se opone, porque la cosa no estaba madura, pero las ciurcunstancias obligan a la UGT a seguir adelante.

Curiosidades de la reunión preparatoria de los anarquistas, que se celebra en el monte, “por seguridad”:

Los que teníamos la responsabilidad nos oponíamos tenazmente a declarar el movimiento sin preparación alguna.

En el viaje se me ocurrió algo que, por su rareza, merece que usted lo conozca, sin que yo le haya dado otra importancia que la de una simple coincidencia.

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Seguí el camino hasta un merendero donde comí y esperé la hora de la asamblea. Allí había algunos anarquistas vegetarianos que arreglaron su menú con pimientos y tomates crudos. A uno le oí con espanto que a su compañera cuando estaba parturienta la alimentaba con iguales hortalizas.

Hablé extensamente, demostrando la inoportunidad e inconveniencia de declarar la huelga revolucionaria sin una preparación suficiente; afirmé que si pedían la ayuda de la Unión General ésta se la negaría y aconsejaría a sus Secciones que no secundaran el paro.

Cuando habló Pestaña confirmó que él y Noy del Sucre habían propuesto ponernos en inteligencia con Alejandro Lerroux y Melquíades Álvarez, pero lo hicieron de acuerdo con el Comité de la Confederación.

Terminada la reunión regresamos a Barcelona. En el camino, dentro del monte, los sindicalistas se dedicaban a disparar las pistolas al aire. En su autobiografía Ángel Pestaña menciona este hecho y supone que yo creería que me asesinarían. En ningún momento pensé semejante cosa. Lo que pensaba era en lo absurdo de tomar tantas precauciones para celebrar la reunión, en contraste con los disparos para llamar la atención de la policía.

 

Las dudas e indecisión siguen haciendo mella. La UGT va arrastrada por las circunstancias:

Después de varias horas de discusión, [el Comité Nacional ferroviario] acordó declarar la huelga general en todo el país desde el lunes inmediato. (Estábamos en jueves). La Ejecutiva de la U. G. de T. celebraba su sesión semanal cuando le comunicaron verbalmente la decisión. Se hicieron muchas gestiones para obtener el desistimiento de lo resuelto, pero fue inútil; no había remedio.

Acuerdo tan descabellado colocó a la Unión General en situación muy difícil. Si se abstenía, no podía evitar que se uniesen a la huelga ferroviaria los trabajadores de otros oficios en la creencia de que éste era el pretexto para la huelga revolucionaria, no obstante no haber una dirección ni quién asumiera la responsabilidad, y tal abstención se podría interpretar como una deserción de la Unión General y, especialmente, de las Ejecutivas. Si se aconsejaba no secundar a los ferroviarios, se podía suponer lógicamente que era la desautorización de éstos; debilitaría el movimiento, y si perdían la huelga, caería la responsabilidad sobre la Unión. Todo eso sin contar con la actitud que adoptaría la Confederación Nacional del Trabajo a la que habíamos convencido para el desistimiento de la huelga de Cataluña.

Ante situación tan dificilísima se acordó lo más grave: la huelga general revolucionaria para el lunes, cargando así con la responsabilidad de un movimiento que ninguno queríamos, por no dejar abandonados a los trabajadores en momentos tan difíciles y críticos, y, además, para orientarla e imprimirle un carácter político social.

Se nombró una Comisión de huelga designando al efecto a Julián Besteiro, Daniel Anguiano, Andrés Saborit y yo.

El trato paternalista de la monarquía a los revolucionarios:

A la noche siguiente salimos Besteiro y yo para entrevistarnos con Melquíades Álvarez a fin de darle cuenta de lo sucedido y de cuáles eran nuestros propósitos. Mucha fue nuestra suerte cuando pudimos volver a casa de Ortega sin que nadie nos conociese ni detuviese a pesar de que Madrid estaba ocupado militarmente. La noche del 15 de agosto nos disponíamos a cenar cuando llamaron a la puerta. Abrió la mujer de Ortega. Eran el comisario y varios agentes. Como la habitación era pequeña nos vieron en seguida y el comisario, dirigiéndose a mí, dijo: —¿Están ustedes aquí? —¡Ya lo ve usted! —contesté yo. —Tengo orden de detenerlos, vénganse conmigo. —¿Nos permite usted cenar? —pregunté. Dudó un momento y contestó: —¡Bueno! Se marchó, dejando con nosotros a los agentes. Estando comiendo observé que uno de ellos se sonreía. No pude contenerme y le pregunté: —¿Por qué se ríe usted? —Me río —me contestó— porque comen ustedes como si no ocurriera nada. —¡No hemos cometido ningún crimen! —le repliqué. Los periódicos afirmaron que nos encontraron debajo de las camas, y a Virginia, metida en una tinaja.

Al descender del camión a la puerta de Prisiones Militares, el jefe de la prisión —un coronel— nos recibió lanzándonos una sarta de injurias: «¡Canallas! ¡Granujas! ¡Bandidos! ¡Criminales!…», y algo más que no puede transcribirse. Nos encerró separadamente en celdas de soldados, sucias, mal olientes, con centinelas a la puerta y en la ventana del patio con orden de disparar al menor movimiento que se hiciese. La impresión que me producía tanto aparato de fuerza armada era que aquella noche tratarían de liquidarnos.

Me cambiaron a una celda de oficiales en el piso principal. La noche la pasé sin dormir, oyendo un ruido como si en la prisión trabajasen en un taller de carpintería en plena actividad. Después nos informaron. Los ruidos eran producidos por trabajos de instalación de la Capilla. ¡La intención no podía estar más clara!

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Insistía en el deseo de leer y el Jefe de la prisión me facilitó cuatro o cinco folletos, entre ellos uno de Víctor Hugo titulado: Las últimas veinticuatro horas de un condenado a muerte. ¿Verdad que el obsequio era propio de una persona fina, delicada, culta y humanitaria?

 

Atención al famoso Mangada, uno de los militares mimados por la futura República. Ya apuntaba maneras:

Rebuscando en el escalafón, encontraron al capitán Mangada; lo designaron advirtiendo que la defensa le costaría, seguramente, enviarlo arrestado a un castillo.

… en cuanto a Mangada le hicimos la observación de que un párrafo de su escrito defendiendo a Ortega censuraba al Ministro de Gobernación, señor Sánchez Guerra; este párrafo no podía favorecer al acusado y podía perjudicarle a él. Se negó a suprimirlo antes de consultarlo con su amigo don José Nakens; el cual, cuando fue consultado, dio la misma opinión que nosotros, y lo suprimió, pero como ya había entregado una copia a los periódicos, «El Imparcial» la publicó íntegra. El capitán Mangada fue castigado a un mes de arresto en un castillo.

La condena a prisión la cumplen en Cartagena:

Besteiro se cansó pronto de recibir Comisiones. Le molestaba tener que contestar a las innumerables preguntas que nos hacían inquiriendo hasta nuestros pensamientos para el porvenir. Para algunos, resultábamos unos seres extraordinarios. Cuando hablaba Besteiro, lo hacía siempre en primera persona del singular; para él los demás no existían. Anguiano se unió a Besteiro en el retraimiento; se subían a la tercera terraza en las horas de visita. Saborit y yo los disculpábamos, diciendo a los visitantes cualquier mentira. La conducta de Besteiro nos disgustaba, particularmente a Saborit, que algunas veces exclamaba: «¿Pero es éste el que será jefe del Partido cuando muera Iglesias? No seré yo el que le siga».

A propósito de esto, creo haber comprendido el porqué de la táctica conformista y conservadora que después han mantenido. En la huelga de agosto del 17, estuvieron firmes, enteros y decididos, pero cuando fuimos libertados, debieron reflexionar sobre el peligro que corrimos, pues salvamos la vida por una casualidad. Como Saborit se casó, esto le hizo ser más cauto; avivó en él el instinto de conservación. Besteiro debió oír alguna filípica amistosa en la Institución Libre de Enseñanza donde debieron decirle: «Una y no más Santo Tomás».

Curiosa conclusión.

La experiencia de la cárcel:

La mayor parte estaban condenados por homicidio; bastantes de ellos en la fiesta de su pueblo, embriagados, habían reñido y, en la riña, matado a un vecino. El alcohol les empujó al delito. Eran obreros honrados, que un momento de locura les perdió para siempre. Algunos de ellos, los primeros meses, recibieron cartas de sus mujeres con regularidad; luego, con intermitencias; después las cartas no llegaban. Pasado algún tiempo, un amigo les escribía anunciándoles que su esposa y sus hijos vivían con otro hombre. Las mujeres habían perdido la esperanza de volverlos a ver; los convecinos las miraban mal; no tenían que comer y, la necesidad, las condujo a buscar un apoyo. El penado que recibía esta noticia se desesperaba. Generalmente entraban en la enfermería, deseando morir. ¿Para qué vivir? Cuando algunos salían en libertad por haber cumplido su condena, los que quedaban, en su mayoría, sentían pena y tristeza porque ellos no salían y aumentaba el número de enfermos.

Y su salida de la cárcel:

En las elecciones de diputados a Cortes fuimos elegidos: Julián Besteiro, por Madrid; Saborit, por Oviedo; Anguiano, por Valencia; y yo, por Barcelona. Ya no era posible retenernos más tiempo. El Parlamento se constituyó y acordó una amnistía. Salimos en libertad y en todo el trayecto, hasta Madrid, fuimos aclamados con delirio y recibidos con música. En Madrid, al llegar a la estación de Mediodía, nos recibió una manifestación enorme.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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Aliena

Son unas memorias bien jugosas. Resulta conmovedor que Largo Caballero, precisamente él, utilice la ironía para quejarse de la falta de delicadeza ajena ( «persona fina, delicada, culta y humanitaria» ). Criaturitas, no pudiendo disfrutar de su cena antes las malévolas sonrisas de los agentes, ahh. Desternillante la delicadeza de que hace gala: » el jefe de la prisión —un coronel— nos recibió lanzándonos una sarta de injurias: «¡Canallas! ¡Granujas! ¡Bandidos! ¡Criminales!…», y algo más que no puede transcribirse», y que me recuerda al furibundo pudor que muestra el personaje de Toni en «Los Buddenbroock», a quien su segundo marido ha llamado «una cosa» que jamás podrá repetir – que resultará ser, más o menos, «puerca quisquillosa»Curiosas las opiniones sobre Besteiro ( quien, en Madrid, tiene dedicada la calle que se le arrebató al General Varela. Qué gran opinión tiene el personaje sobre sí mismo y sobre la importancia de sus acciones ( ni Otto von Bismarck, vaya ). Estoy deseando que llegue la Dictadura de Primo de Rivera, a ver cómo justifica él ( ya sé cómo lo hacen otros ) su papel en ella.

Última edición: 1 año hace por Aliena
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