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Primero fue visto con indiferencia y luego con verdadera admiración. César Pérez de Tudela había llegado con la intención de escalar la pared más difícil del Peñón de Gibraltar. La presencia del famoso alpinista español, que en solitario había coronado el Aconcagua y otras montañas importantes, se convirtió en todo un espectáculo seguido con emoción a ambos lados de la verja.

 Asistido por Francisco Albert Fisher y Miguel Herrero Álvarez se disponía a acometer la escalada por la dificilísima cara nordeste, a 426 metros sobre el nivel del mar. Una pared prácticamente vertical que, a partir de los 30 metros, el plano comienza a alcanzar los 90 grados en sus tres cuartas partes.

   

La escalada se inició a primeras horas de la mañana del día 21 de mayo de 1976, soportando durante todo el día temperaturas de 30 grados. Previamente, la expedición española había obtenido los permisos necesarios por parte de las autoridades británicas. Asimismo, contó con el apoyo de los responsables políticos locales y de una población sumida en la monotonía y el aburrimiento tras el cierre del paso fronterizo de 1969.

        

Pérez de Tudela, que había llegado vía Marruecos, escribiría que «el asunto va cobrando caracteres de acontecimiento popular, de difícil significación. Dicen que somos los primeros deportistas españoles que entran en Gibraltar tras la medida Castiella».

      

Hasta entonces sólo una expedición británica encabezada por el militar Henry Day había logrado coronar la cima calpense. Day era un experimentado montañero que había cubierto la pared sur del Himalaya. Sin embargo, el equipo de Tudela había apostado por la pared nordeste, la de mayor dificultad.

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Pero lo que parecía iba a ser un nuevo éxito del popular montañero, se convirtió en un inesperado suceso. Pérez de Tudela fue víctima de un desprendimiento de piedras cuando junto con el joven  Francisco Albert Fisher “Frasco”, se hallaba muy cerca de la cumbre. Así lo relataba el propio deportista.

           

«Todo va muy bien. Vamos con retraso hacia la cima. Deben ser más o menos las cinco de la tarde. Frasco me asegura unos quince metros bajo mí, casi colgado de una clavija (,,,). Qué horror…Estoy cayendo. Veo cómo se viene sobre mí. Siento un tremendo dolor en la pierna y en el pecho. Al mismo tiempo me veo pasar junto al Frasco. Un tirón tremendo me detiene. La clavija de arriba ha resistido».

           

Con emoción y temor se vivió el suceso tanto en Gibraltar como en la comarca, donde utilizando anteojos eran muchos los que seguían la peripecia de la escalada.

 

El alpinista sufrió la fractura de una pierna, pero alentó a su compañero Frasco para que alcanzara la cima, cosa que logró, para acto seguido poner en marcha el rescate del accidentado. Hasta que eso ocurriera Pérez de Tudela permaneció colgado veinticinco  interminables horas, en las que llegó a perder la esperanza de retornar con vida.

           

Finalmente, un helicóptero naval británico logró rescatar al montañero, que dejaría testimonio del trato recibido por el pueblo de Gibraltar:

          

«Abajo, bajo la montaña hay una multitud.  Más tarde me dirán que prorrumpió en aplausos. Y los claxon de los automóviles de Gibraltar sonaron al unísono. Ha debido  ser impresionante (…) Los días siguientes son emocionantes. Todo el pueblo de Gibraltar va desfilando por el hospital. Me traen regalos. Los niños de los colegios me traen dibujos y cartas refiriéndose a la escalada de los españoles. Mis compañeros son agasajados constantemente. El ministro de Turismo los invita a cenar al casino. En mi habitación del hotel se reúne el primer ministro con el de Turismo y Sanidad, para decidir sobre mi asunto. Esto sí que es cordialidad y unión. No han recelado. Han estado orgullosos de los españoles. Y al día a día me van contando anécdotas sucedidas mientras se efectuaba la escalada. Se dijeron varias misas por nuestra suerte. Se nos dedicaron poesías. Vinieron a visitarnos todos los sacerdotes de Gibraltar incluido el obispo (…)».

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Muchos gibraltareños recordarán al valiente montañero y su equipo, que un buen día vino a romper la rutina de una pequeña ciudad.

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