03/05/2024 14:31
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Continuamos con el libro Queipo de Llano: gloria e infortunio de un general, de Ana Quevedo & Queipo de Llano, nieta suya. Los episodios anteriores están aquí.

Siguen los intentos de asonadas y golpes de estado de los republicanos. Tras el fracaso de Jaca, el PSOE mariconea, pero los aviadores de Cuatro Vientos siguen adelante y Queipo con ellos. Así lo cuenta:

El 14 por la tarde era del dominio público que el partido socialista y la UGT habían acordado no ir a la huelga si se persistía en llevar a cabo el movimiento, y todos, faltos de dirección, pensaban que el aplazamiento era ya una cosa hecha y decidida. La lógica lo aconsejaba así.

Me notificó que los artilleros que habían de acompañarme a Carabanchel se consideraban desligados de sus compromisos, ya que tenían la seguridad absoluta de que ni el Partido Socialista ni la UGT cooperarían.

… como, al hacer las objeciones que me dictaba el sentido común, me preguntasen si también nos rajábamos, contesté, empeñando la palabra de honor en el nombre de usted y en el mío propio, que a las seis y media estaríamos en el aeródromo. Si hice mal en dar esa palabra, en su nombre, perdóneme; con no cumplirla, a nada falta, puesto que la empeñé sin estar autorizado para ello.

  —Pero era usted mi enviado, por lo que no puedo dejarle mal, ni mis convicciones me permiten desertar en el momento del peligro, aun con la seguridad de que vamos al fracaso.

  Me indicó su propósito de tratar de convencer a alguno de los artilleros que habían estado comprometidos y añadió que volvería a buscarme a las cuatro y media de la mañana.

 

Tan convencido estaba del fracaso, pero al mismo tiempo, tan dispuesto al sacrificio, que me quité cuantos objetos de algún valor llevaba ordinariamente conmigo. Deposité todos ellos en un cajón. [El anillo de matrimonio lo puso en manos de su hija Maruja, para que, si llegaba el momento, lo entregara a su madre, a fin de suavizar de alguna manera el dolor; y le pidió que expresara su mensaje de amor a todos ellos.]

 

Este es el relato de Queipo sobre los sucesos de Cuatro Vientos. Casi se saltan las lágrimas -de la risa- viendo la chapuza y la falta de dirección:

A las cuatro en punto de la madrugada acudió de nuevo a la casa de Queipo el teniente coronel Muñoz a recogerle. En la puerta estaba detenido un taxi, y dentro le esperaban el comandante Hidalgo de Cisneros y el capitán Martínez de Aragón; éste, separado del ejército por no haber querido servir a la dictadura, había venido de Vitoria, donde residía, con el exclusivo objeto de tomar parte en la sedición.

  Los cuatro, en un rápido intercambio de opiniones, llegaron a la conclusión de que iban al fracaso, y sin embargo, a ninguno se le ocurrió proponer que se dejara de acudir a la cita.

Preguntamos al conductor del coche si no tenían orden de huelga y nos contestó que se la habían dado la noche anterior, pero que después, a las once, los delegados de la Casa del Pueblo habían recorrido las paradas dando orden de suspensión. ¿Por qué no se nos había dado conocimiento oficial de ello?

  —¿Y el otro coche? —preguntaron.

  —Vienen en él Franco y Rada, y han quedado fuera para reunirse con los cientos de hombres que vienen con nosotros.

«Hidalgo de Cisneros, Martínez de Aragón, Pastor y González Gil fueron a los dormitorios para que se vistiese la tropa. Muñoz y yo fuimos a que se levantase la guardia de prevención, que prorrumpió en vivas a la República al indicarles el objeto que nos había llevado al aeródromo.

Hidalgo de Cisneros me expuso la conveniencia de que hablase a la tropa que en aquel momento formaba en una de las calles del acuartelamiento. Lo hice, indicándoles la significación de lo que estaban presenciando, y les advertí que quien no estuviera conforme podía separarse de las filas, puesto que no queríamos violentar a nadie. La contestación a estas palabras fue una ovación clamorosa a la República, en la que se mezclaban vivas al comandante Franco, que era un ídolo popular.

Ramón Franco era el hermano aviador de Franco y héroe del Plus Ultra.

Dispuesto a decir la verdad en todo, no he de ocultar que en una de las últimas reuniones se dijo que la señal para que las tropas comprometidas comenzasen su actuación, sería el vuelo de los aviones, al toque de diana, sobre los cuarteles, seguido de una bomba que se arrojaría sobre el Palacio real. Por eso indiqué la conveniencia de que se elevasen los aparatos, pues ya debía haber pasado la hora. Entonces supe que para que los aparatos estuviesen en condiciones de volar se necesitaban ¡cerca de dos horas!, por lo que no podría efectuarlo ninguno antes de las ocho».

No habían llegado las proclamas que habían de arrojar los aviones sobre Madrid, dificultad que solventó Roa redactando y haciendo imprimir en la imprenta del cuerpo las que se arrojaron poco después. También fue Roa el que hizo radiar el despacho en el que se decía que había sido proclamada la República al toque de diana, lo que sirvió de mecha para hacer que explotara el afán revolucionario acumulado en tantos pueblos de España.

  Algo antes de las ocho volaban, ¡al fin!, sobre Madrid, Hidalgo de Cisneros, Martínez de Aragón, Álvarez Buylla y el malogrado Agustín Gobar y Luque, que dejaron caer las proclamas y volvieron con impresiones poco tranquilizadoras.

  Tampoco había bombas, porque estaban almacenadas en los polvorines de Retamares, y al percatarse Queipo de ello protestó duramente.

A nuestro lado, Galán había sido el colmo de la prudencia y la previsión. ¿Cómo podría yo haber supuesto una situación semejante?»

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¡Vaya con la conclusión…!

Hubo que designar cabos y soldados que actuasen de capitanes, tenientes y sargentos. Y como la instrucción de los hombres era muy deficiente, no había posibilidad de obtener un conjunto eficaz.

Y cuando no habíamos avanzado doscientos metros desde el comienzo de la carretera que desde la general de Extremadura conduce al aeródromo, nos cruzamos con dos autobuses, en los que llegaban los jefes y oficiales que en aquél prestaban su servicio,

Todas estas razones me indujeron a ordenar el regreso al aeródromo; pero antes hice que se me presentase el jefe de un grupo de soldados que, con dos carros, se aproximaban al espaldón de tiro, por suponer que fuesen a colocar los blancos para que tirase una unidad de su regimiento y, en efecto, se trataba de elementos del de Pavía, de Caballería, cuyo jefe fue conducido hasta donde me encontraba.

  —¿Qué objeto le trae aquí? —le pregunté.

  —Colocar los blancos para que tiren fuerzas del regimiento, mi general —me contestó.

  —¿Traen ustedes municiones?

  —Sí señor, tantas cajas [no recuerdo el número].

  Y sin que mediase otra palabra, ordené que fuesen conducidos los carros y sus servidores al aeródromo, en el que entraron dando estentóreos vítores a la República, llenos de satisfacción al enterarse de lo que estaba ocurriendo.

cuando estuvieron dispuestas las necesarias para dotar un avión, pudo elevarse Franco, en hora ya avanzada. Su vuelo sobre Madrid duró unos tres cuartos de hora, durante los cuales fue seguido con inusual atención desde Cuatro Vientos, donde se esperaba ver el estallido de las bombas. Pero no se produjo. No fue difícil para Queipo de Llano adivinar la causa, confirmada por el famoso aviador al aterrizar.

  Cuando tomó tierra, fue rodeado por los soldados y algunos oficiales. Sin pronunciar palabra, se acercó al general y le pidió hablarle a solas.

  «Aunque su expresión era suficiente para pensar qué me quería decir, fuimos al “Palace”; pero en el salón de entrada se encontraban los jefes y oficiales que se habían constituido voluntariamente prisioneros —sin cerrojos ni centinelas, como queda dicho—, muchos, después de haber actuado entre nosotros o de haber afirmado que teníamos todas sus simpatías; pero no se sumaban porque nos consideraban derrotados, puesto que habían podido apreciar la normalidad de la vida en Madrid».

  Mantuvieron, pues, la conversación al aire libre. En ella Franco expuso la minuciosidad con que había efectuado su vuelo, a muy poca altura, para observar mejor. En los cuarteles se advertía normalidad de movimientos dentro de la actividad necesaria y lógica, ya que se hacían los preparativos para salir a combatirlos. Nada en la inmediación de aquéllos revelaba agitación. Desde los de Intendencia y el del Conde-Duque se había tirado contra el aparato con ametralladoras.

  Los mercados estaban concurridos; se trabajaba en obras y fábricas, y los tranvías y taxis circulaban con toda normalidad. En suma, todo hacía creer que tan sólo los que acudieron a Cuatro Vientos habían cumplido en Madrid con el compromiso adquirido.

Dijo, por último, que no había tirado las bombas sobre el Palacio por el temor, que Queipo apreció y encontró justísimo, de causar bajas innecesarias entre las gentes que tomaban el sol en la plaza de la Armería, en la que se divertían con sus juegos una multitud de niños.

 

Se dejan algunas consideraciones sobre las causas que originaron el fracaso, bastante ramplonas. Es obvio que Queipo iba sobrado de corazón y cojones, pero o tanto de cabeza. Lo de la Edad Media como época de pronunciamientos da vergüenza ajena:

La historia de la última centuria es pródiga en pronunciamientos, como lo es la de toda la Edad Media. Pero la desaparición del feudalismo primero y la expansión de los principios que informaron la Revolución francesa, después, dieron al carácter de los españoles un espíritu de libertad e individualismo que, al hacer precisa la connivencia de todos y cada uno de los que han de tomar parte en uno de esos movimientos, dio a ésta una dificultad de realización muy difícil de ser vencida.

Era una revolución que deseaban la intelectualidad del país, las clases medias y el pueblo todo. De esto no podíamos dudar, dado el ambiente que se respiraba por todos los ámbitos de España, que se comprobó unos meses más tarde en los comicios.

no puedo juzgar al Partido Socialista de su falta de cooperación. Masa disciplinada obedece siempre las órdenes de sus jefes y si en tal ocasión no cumplió con el deber que se había impuesto fue porque no recibió las necesarias al efecto.

  ¿Que hubo culpa? Es indudable. Pero ésta sólo es atribuible a algunos de los jefes que no dieron curso a las órdenes recibidas para transmitirlas a las organizaciones. Concretando más, la falta estuvo, exclusivamente, en Madrid, pues en provincias cumplieron la orden recibida. ¿De quién fue? Esto es lo que en el Congreso celebrado en el verano de 1932 no quiso esclarecerse, para no tener que sancionarlo.

De haber querido, el general Mola habría podido dar la clave, ya que en sus libros se expresa así: “No ignoro que existen elementos muy interesados en que se esclarezca este asunto —el de la defección del Partido Socialista y la UGT—, pero no lo juzgo oportuno todavía. Diré, sin embargo, que el Gobierno actuó en los días 13 y 14 con la casi absoluta seguridad de que la Casa del Pueblo de Madrid no se sumaría al Movimiento.” De los discursos pronunciados en el congreso se deduce que Muiño y Tritón no impartieron las órdenes que les correspondía dar ni estuvieron en sus puestos, aunque descargaron la responsabilidad sobre los militares, que, según ellos, se “rajaron”. Yo afirmo que algunos de éstos se “rajaron”, por utilizar su terminología, al tener conocimiento del resultado de la reunión de aquella noche en la Casa del Pueblo

El señor Mola añade: “Las vacilaciones de los directivos de la UGT fueron debidas, en parte, a no recibir instrucciones de la Casa del Pueblo de Madrid. Una orden de paro procedente de ésta hubiera sido secundada en el acto, no sólo por los obreros ferroviarios afectos a la UGT, sino también por los de la CNT, poniendo en grave aprieto al Gobierno.”

Concretando: expreso mi sincera opinión de que el fracaso de la intentona tuvo por causa fundamental la anticipación de los de Jaca y la desorganización que, fatalmente, le siguió. Después de esto, debió aplazarse todo movimiento hasta reanudar todos los enlaces. Fundamental fue también la defección del Partido Socialista y de la UGT, por voluntad de algunos de sus elementos dirigentes. Y, por último, el empeño en intentar lo que sólo podía ser una quimera».

 

El exilio de los golpistas; primero Portugal, después Francia:

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Al día siguiente, efectivamente, salieron para Inglaterra, el país de la libertad, de la proverbial hidalguía y de espíritu noble y acogedor para todos los refugiados políticos que con Rexach y Collar quebrantó aquellos usos que tanto respeto le habían granjeado en los espíritus liberales. Las autoridades inglesas se condujeron con ellos peor que Mr. Chiappe lo haría en Francia con nosotros, más aún, de un modo que habría hecho avergonzarse a éste si eso hubiera sido posible».

 

Inglaterra agita la libertad y usa de la masonería para sus intereses. Cuando no le interesa el asunto mira para otro lado, naturalmente.

De nuestra estancia en Portugal guardaremos siempre gratísimo recuerdo. La belleza de sus campos, de sus ciudades, la cortesía de sus habitantes, su espíritu liberal y digno, a pesar de la opresión ejercida por la dictadura sostenida por el ejército y asesorada por civiles, fueron para todos una gran y grata sorpresa. Difícilmente se encontrarán dos pueblos próximos que se desconozcan más mutuamente. El carácter portugués es abierto, obsequioso, extremadamente simpático y acogedor: cuando a nuestro paso por las calles de Lisboa éramos conocidos, la gente nos saludaba como si fuéramos antiguos amigos. En un café, cuando íbamos a pagar, generalmente nos contestaba el camarero que todo estaba pagado, pero nunca pudimos expresar nuestro agradecimiento, pues quien nos invitara “se había ausentado ya del local”.

 

En París:

Puedo asegurar al Sr. Mola que conocimos a la casi totalidad de sus agentes. Pero también reconozco que había uno que nunca se nos ocurrió pudiera estar a su servicio: era tan simple, que esto le perjudicó, pues cuando iba todas las noches contándonos historias fantásticas sobre lo que ocurría o iba a ocurrir en España, nos burlábamos de él, contándole otras que eran hijas de la imaginación de quienes las narraban con lo que, sin darnos cuenta, fuimos llevando la confusión al ánimo del Sr. Mola. Así supo de “nuestras relaciones con el comunismo ruso, por medio de la Delegación de los soviets en Viena”, “del empréstito de cuatro millones” y otros cuentos que se contaban a tal agente, cuando en nuestro espíritu no había nada más que el deseo de un rato de diversión. Por ése o por conducto semejante supo de “nuestras comilonas en La Rotonde y en Borras, al empezar a tener dinero”, lo que hará reír a cualquiera que conozca París, pues La Rotonde es un café modesto donde íbamos alguna vez después de cenar y Borras un restaurante modestísimo al que acudimos desde el primer día, ya que por ocho francos nos servían dos platos y postre y que contaba entre sus parroquianos con gente de la bohemia o de las clases menos pudientes».

También fueron invitados en numerosas ocasiones a tomar el té en la magnífica residencia de un personaje curioso, M. André Germain, a cuyas recepciones acudía una sociedad variopinta y cosmopolita de diplomáticos, escritores, artistas, revolucionarios… Allí conocieron a Trotski. El señor Germain recibía con frecuencia y, como la merienda era espléndida y los exiliados hambrientos, aquellas recepciones estaban concurridísimas, por lo menos hasta que la comida se terminaba, momento en el que se empezaban a producir algunas deserciones.

Entre los agasajos de que fuimos objeto en París, dejó grato recuerdo en nosotros el almuerzo con que nos obsequiaron unos modestos españoles, entre los que se contaba un gran número de hebreos descendientes de los que fueron expulsados de España, uno de los cuales habló al final para decir que habían tenido una gran satisfacción asistiendo a tal homenaje porque a pesar de cuanto habían sufrido sus antepasados y de su vida errante por distintos países, en ellos era inextinguible el amor a España y se consideraban españoles y revolucionarios. Siempre fueron obsequiosos con nosotros y realizaron una suscripción para ayudar a nuestro sostenimiento».

¿Cómo podría faltar la Sinagoga en una conspiración contra España?

Por fin:

En las primeras horas de la tarde del día 14, recibieron Prieto, Domingo y Martínez Barrios la orden de salir inmediatamente para Madrid: se había proclamado la República.

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