24/04/2024 17:28
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José Antonio Bielsa Arbiol

Licenciado en Historia del Arte. Graduado en Filosofía. Universidad de Zaragoza

SND Editores, Madrid, 2022, 520 págs. ISBN: 978-84-1881-655-0

Por su ambición temática y originalidad de planteamiento, la nueva obra de Fernando Alonso Barahona bien merece una atenta lectura, máxime cuando esta publicación aparece en un contexto socio-político poco favorable para su debida recepción.

Así y todo, nos encontramos ante un gran trabajo, cuasi monumental en sus dimensiones (amplio formato, más de 500 páginas), el cual marca un triple triunfo en el esclerotizado contexto historiográfico español actual, pues difiere gratamente del grueso de los enfoques dominantes, adscritos al discurso progresista-izquierdista de turno, es decir “políticamente correcto”; esta triple cualidad se funda en las siguientes notas diferenciales:

1a: El libro ofrece una revisión ecuánime y desprejuiciada de la cinematografía nacional durante la “Era de Franco”, es decir, tiene la libertad y autonomía suficientes como para no doblegarse a los intereses sectarios del mundillo académico e

institucional, plegados al sempiterno discurso de la demonización y el vituperio glo- bal de las producciones adscritas al régimen, con todo cuanto ello implica;

2a: El autor, prestigioso escritor y cinéfilo de raza, apuesta por priorizar su juicio personal (o guía interior), sin dejarse jamás mediatizar por los chantajes culturales que la crítica oficial embute en las mentes de nuestros adoctrinados coetáneos; una crítica oficial tan adicta al doble rasero y a la discriminación tendenciosa como ineficaz y falsaria se revela en sus seudoanálisis, por muy sesudos que los pin- ten: muy al contrario, en el libro de Barahona irrumpe un abanico de opiniones rabiosamente personales, en certero choque con las directrices “normativas” del gusto estandarizado; y

3a: La obra, estructurada en cuatro partes presentadas por orden cronológico, articula su narrativa interna –y cuasi rapsódica– mediante un sofisticado ir y venir de informaciones y valoraciones que van dando consistencia y densidad a una época irrepetible, lo cual es esencial para que este libro “vivo” sea tan atractivo como agradable de leer. Idóneo pues para todos los públicos, iniciados o no.

Por todo ello, podemos –y debemos– celebrar la aparición de esta obra tan especial como ilustrativa, en cuanto implica esa esperada refutación del discurso unidireccional monopolizado por la izquierda mediática.

Barahona, en las antípodas de los enfoques estructuralistas obsoletos y las deconstrucciones freudomarxistas trasnochadas, hace de El cine español en la Era de Franco (1939-1975) un viaje nostálgico –y sentimental a su manera– por casi cuatro décadas de la historia del cine español, y para ello analiza la coyuntura histórica, pero también la obra de los cineastas más descollantes (Rafael Gil, Sáenz de Heredia, Orduña, Neville, Buñuel, Vajda, etc.) por la vía del comentario de sus películas, sin obviar la infraestructura político-legislativa, con menciones especiales para las estrellas de nuestro cine, las sinopsis (en cursiva) de los filmes destacados, multitud de anécdotas pertinentes, nombres señeros de técnicos relevantes, un trasiego de nombres y películas, mejores unas y peores otras, revistas de cine y contribuciones a la televisión, que integran la filmografía del cine español y sus múltiples vasos comunicantes.

El cineasta al que Barahona dedica más espacio es Rafael Gil, del cual es especialista, y al que ha dedicado un par de libros importantes. Gil es indudablemente un hito prominente de nuestro cine, un artista integral, y su catálogo cuenta con al menos media docena de obras maestras, como son Huella de luz, El clavo, El fantasma y doña Juanita, La calle sin sol, La guerra de Dios y Murió hace quince años, amén de una veintena larga de películas notables.

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Junto a Gil, completan el olimpo de los grandes cineastas –de los años 40 y 50–, tres colosos incuestionables de talla mediterránea (e incluso europea): Sáenz de Heredia (Raza, El escándalo, Historias de la radio), Juan de Orduña (Locura de amor, Pequeñeces, Agustina de Aragón) y Edgar Neville (La torre de los siete joroba- dos, La vida en un hilo, Nada); al margen, desde luego, estaría don Luis Buñuel (Viridiana, Tristana), que es de talla universal, lo mismo que King Vidor, Murnau o Kenji Mizoguchi.

Uno de los capítulos más gozosos de El cine español en la Era de Franco es el relativo a las “rarezas y tesoros ocultos”, en los que Barahona revisa esa larga serie de “películas-isla” que ayudan a iluminar con mayor intensidad la singularidad del cine español; entre estas piezas singulares se encuentran Vida en sombras, María Fernanda la Jerezana, La corona negra, Noche fantástica, La sirena negra, etcétera.

El autor recuerda la notable contribución de cineastas de rango modesto (Luis Marquina, Antonio Román, Antonio del Amo, Torrado, etc.), repasando del mismo modo la obra de los grandes estilistas del período (Carlos Serrano de Osma, Manuel Mur Oti), como ponen de manifiesto secuencias tan antológicas como el apo- teósico y siempre recordado travelling final de Cielo negro.

Sin olvidar a Bardem (Calle Mayor, Nunca pasa nada), Berlanga (Plácido, El verdugo) y Saura (Los golfos, La caza), desde luego, se revisa la aportación de cineastas con al menos una obra maestra en su filmografía, como es el caso de José Antonio Nieves Conde (Surcos), Pedro Lazaga (Cuerda de presos), José María Forqué (Amanecer en Puerta Oscura), Ana Mariscal (El camino) o el excelente César Ardavín, acreedor del Oso de Oro del Festival de Berlín por su fascinante versión de El Lazarillo de Tormes. La relación de directores y películas puede eternizarse, y Barahona nos confirma a cada vuelta de página que lo ha visto todo, y lo más importante, que ha disfrutado vivamente el visionado de todos estos filmes.

En otro orden de cosas, cabe celebrar el sensacional capítulo dedicado a las muy cuestionables “Conversaciones de Salamanca”, en las que un petulante grupo de “intelectuales de salón” intentó negar cualquier relieve político-social y entidad estético-intelectual a la producción cinematográfica nacional, cuya realidad industrial incluso era negada por su supuesto “raquitismo” (sic). Supone esta parte del libro la más incisiva de las escritas por Alonso Barahona, puesto que el autor desmonta con excelentes datos los falsarios tópicos progresistas, cansinamente repetidos por los peones del discurso oficial, tal y como documentales como el muy lateralizado De Salamanca a ninguna parte (Chema de la Peña, 2002) ponían de manifiesto en su día; con ojo clínico, Barahona encabeza este capítulo con una cita de Berlanga: “Las conversaciones de Salamanca han sido el gran error histórico del cine español” (p. 185).

La calidad del libro es alta, y la copiosa relación de datos lo hacen una herramienta imprescindible para adentrarse en los pormenores del período estudiado. Como cinéfilo, he disfrutado mucho de su lectura, pese a que en alguna ocasión es difícil coincidir con el autor, como me ocurre con su elogio del cine de Mariano Ozores, del que personalmente (y con la mejor voluntad, lleno de paciencia) no he logrado ver entera casi ninguna de sus películas, con la excepción de La hora incógnita, la cual no resiste la comparación con La hora final (Stanley Kramer, 1959), de temática afín, también en blanco y negro, y no menos aburrida. Y en honor a la verdad, debo confesar que tampoco me produce ningún entusiasmo la figura y la filmografía de Paco Martínez Soria: esa visión esperpéntica de lo aragonés, entre paleta y pater- nalista, tal y como la encarna el insigne cómico, no hacen justicia al recio temperamento del aragonés arquetípico…

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En su valoración del denominado “Nuevo Cine Español”, nos resulta difícil suscribir la opinión del autor de que los mejores exponentes del mismo sean Manuel Summers y Mario Camus. De Summers sólo me resultan soportables sus cuatro primeros largos, destacando sobre todo el documental Juguetes rotos, pero a partir del éxito No somos de piedra (1968) su filmografía se me antoja indigesta, tocando fondo con cosas tan insufribles como To er mundo e güeno. Camus tenía mucho oficio, pero su cine ha envejecido mal (Los pájaros de Baden-Baden), y como adaptador de clási- cos literarios oficiales (La colmena, Los santos inocentes) no resiste la comparación con Gil; sigo pensando que su mejor película es la temprana Young Sánchez. En cualquier caso, revisaremos de nuevo las filmografías de estos dos prestigiosos directores, pues igual nos deparan alguna sorpresa…

Para los completistas, noto en falta la mención de algunas películas particularísimas (e incluso inolvidables) de nuestro cine, como puedan serlo El milagro del Cristo de la Vega (Adolfo Aznar, 1940), Orosia (Florián Rey, 1943), El camino de Babel (Jerónimo Mihura, 1944), Llegaron siete muchachas (Domingo Viladomat, 1954), La rana verde (Jose María Forn, 1957), el segmento de Berlanga “La muerte y el leñador” para la coproducción colectiva Las cuatro verdades (1963), El espontáneo (Jorge Grau, 1964), Crimen de doble filo (José Luis Borau, 1964), La llamada (Javier Setó, 1965), El rostro del asesino (Pedro Lazaga, 1965) o La madriguera (Carlos Saura, 1969), entre otras… Mas entre la riqueza de títulos desplegada por el autor y su gusto por el cine de género (con una mención especial para Paul Naschy), podemos ir descubriendo nuevos títulos olvidados que el autor reivindica inesperadamente, como por ejemplo Rueda de sospechosos, un policiaco de Tito Fernández que logré ver en La 2, en horario de madrugada, hará unos veinte años.

Con El cine español en la Era de Franco (1939-1975), Fernando Alonso Barahona entrega una de sus mejores obras y uno de los libros de temática cinematográfica más relevantes del año en curso.

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Proby

Mariano Ozores es un GRANDE. Y Paco Martínez Soria también. Y tanto La hora incógnita como La hora final son dos buenas películas. El autor de este artículo debería intentar escribir libros tan buenos como el de Fernando Alonso Barahona en vez de decir tonterías.

Bypro

Ha quedado bien clara su patética opinión, y la mediocridad de sus «gustos».

Proby

Mis gustos no son mediocres. Y mi opinión no es patética. Mucha gente iba al cine a ver esas películas. ¿Qué pasa, que usted los descalifica a todos como tontos? No sea usted majadero y búsquese otro nombre más original en vez de darle la vuelta al mío.

Proby

Manuel Summers es otro grande.

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