Getting your Trinity Audio player ready...
|
Una de las malas consecuencias del abuso de las palabras –desde hace décadas– es que, de tanto manipular los contendidos los vocablos han perdido su fuerza expresiva y algunos, de significado importante, ya no dicen nada. La irresponsabilidad, en este sentido, de los escritores modernos ha perjudicado, también, a quienes procuran – o procuramos– servir a la Verdad. Un ejemplo: de tanto llamar “trascendental” a cualquier cosa o decisión, resulta que, cuando ciertamente lo es, nadie hace caso de su importancia. Y, así, cuando quiero ocuparme hoy de un tema –tan viejo como la existencia misma del hombre—y, a pesar de su funesta trascendencia, no parece preocupar a nadie.
Me ha movido a tratarlo que es una realidad incuestionable, — y conocida de todos–, ésta: Vivimos en un clima de “impunidad”.
Lo tenemos a la vista diariamente y nos resulta sencillísimo comprobar como los asesinos de ETA, después de cerca de mil españoles muertos por ellos, de sembrar la tristeza en miles de hogares y, después de provocar la huida de varios centenares de vascos de su tierra, no solo han salido impunes sino que son glorificados como héroes, y se los premia con el poder, colocándoles en el Gobierno y en los Parlamentos.
Por otra parte vemos, igualmente, impunes a los políticos que utilizan sus puestos, bien pagados, para forrarse además robando nuestro dinero de contribuyentes y cuyo destino debería ser otro –y no sus bolsillos…–. Y de propina, cuando se van, lo hacen riendo pues “nadie les pide cuentas” y pueden –ellos y sus hijos–, disfrutar de lo robado, sin la menor molestia, por los siglos de los siglos. Y en el colmo de los colmos: ¡Todo el mundo lo da por bueno y sabido”!, ¡para eso “son políticos”!, y semejante privilegio va adherido al cargo
Es hora de que los españoles nos preguntemos: ¿Qué demuestra todo eso? Y tiene una simple y evidente respuesta: “No hay justicia en este mundo”. Asesinar es un derecho sin castigo—lo mismo que robar– “si se sabe hacer y tiene poder”. Estas realidades innegables son la mejor prueba de otra verdad absoluta: “la existencia del ‘Infierno’”. Ni siquiera un “ateo” –de inteligencia normal y si piensa un poco– puede tener la menor duda al respecto. .
Es una verdad tan cierta y confirmada como la existencia del sol y las estrellas. Los católicos tenemos además otras pruebas de su existencia. El sabio r incansable apóstol Saulo de Tarso nos dejó una expresión esclarecedora e irrefutable: “¡De Dios no se burla nadie!”
Los estúpidos teólogos modernistas–no encuentro mejor definición– tratan de presentarnos un “Dios papanatas” –que, a mi entender, es de por sí la peor blasfemia contra la Sabiduría, Justicia y Bondad de Dios–. Él es, por esencia, el Ser Perfecto, sin el menor fallo, En Él la bondad no se opone a la justicia, ni el amor a la sabiduría. En consecuencia, aplicando la lógica más elemental, Él arregla siempre y definitivamente cualquier desaguisado de sus criaturas y, por lo tanto, “no puede consentir la impunidad”.
El “Infierno”, es la obra perfecta de Dios para que, en el mundo, todo acabe en su punto…y es obra de su Bondad, Sabiduría, Justicia y Omnipotencia. Evidentemente, la existencia de un lugar de tormentos eternos, no es del agrado de Lucifer, ni de sus seguidores y lacayos –emperrados en negar su existencia—pero es motivo de gratitud por parte de quienes intentamos conocerle, servirle y amarle, y tenemos la esperanza –que Él nos exige– confiando estar a su lado disfrutando eternamente de su presencia, allí dónde San Pablo nos dice que tendremos “lo que no podemos ni imaginarnos”
Espero que este escrito contribuya a reforzar el ánimo de cuantos luchamos por los valores heredados de nuestros padres –por haber tenido la inmensa gracia de haber nacido en España o en Hispanoamérica–. Estoy convencido de que todos nosotros –con mayor o menos conocimiento de la realidad que vivimos– lo hacemos movidos por estas verdades –que no solemos tocar en nuestros escritos–, pero conviene que alguna vez pensemos en ellas. No luchamos por el “placer” de combatir sino porque nos empujan las convicciones que nos inculcaron en la familia y en las iglesias, en los colegios, y con los ejemplos de nuestros padres y maestros.
Es frecuente leer o escuchar: “No pretendo enseñar nada a nadie…” lo que me provoca una sonrisa y una respuesta a mí mismo: “Pues yo. ¡sí!…”; durante doce años fui docente, y nunca he dejado de hacerlo… A parte de ser una “obra de misericordia”, es una placer “dar gratis, lo que has recibido, gratis…” (aunque, hayas tenido que pagar los colegios y la Universidad… porque la enseñanza “no tiene precio”, (lo más, llega a ser una “limosna justificadora”) Yo, sí, trato de enseñar lo que sé.
Creer en el Infierno, no es un suplicio, sino un estímulo, y un acicate, agradable. Si tienes Fe, evidentemente. Por eso es triste ver que aumentan los agnósticos y los pretendidos “ateos”. Digo pretendidos, porque no creo que sea posible serlo de verdad.
Autor
- GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.