09/05/2024 09:51
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El clima cultural que se necesitaba para la Revolución francesa se larvó en los años previos de la Ilustración y el enciclopedismo, y sus principales inspiradores fueron el filósofo Charles Luis de Secondât, barón de Montesquieu, el teórico de la división de poderes (“tria política”), que fue iniciado en la masonería durante una estancia en Londres y por ello, según cierta tradición masónica, puede ser considerado como el primer masón real de Francia, y François de Salignac de la Mothe, más conocido como Fenelón, arzobispo de Cambrai, cuyo secretario y ejecutor testamentario fue Andrew M. Ramsay (autor de la “magnum opus”: “Principios filosóficos de la religión natural y revelada”), uno de los artífices de la masonería moderna.

En cuanto al grupo constituido, es evidente que los masones llevaron desde el principio la voz cantante, aunque da la impresión de que había al menos dos clases de masonería actuando: la «normal» y la infiltrada por los Illuminati.

Diversas fuentes, empezando por algunos protagonistas de la época como Marat o Rabaut Saint Étienne denunciaron en su momento la presencia de «agitadores extranjeros», sobre todo ingleses y prusianos, que dirigieron al populacho en los principales episodios, como la toma de La Bastilla (que se rindió de inmediato y sin oponer resistencia, ya que había tan solo 7 prisioneros) o el asalto al palacio de las Tullerías.

En las confesiones obtenidas durante el posterior proceso a la fracción extremista aparecen, entre otros agentes, los de un banquero prusiano llamado Koch (Johann Heinrich von Koch), los austríacos Junius y Emmanuel Frey, y un español apellidado Guzmán.

Sin olvidar que una de las figuras de mayor interés al inicio de los acontecimientos, Felipe de Orleans, posteriormente rebautizado como Felipe “Igualdad”, que llegaría a ocupar el cargo de maestre del Gran Oriente de Francia, había sido iniciado en la Gran Logia Unida de Inglaterra y, por tanto, podría haber actuado aconsejado por estos rivales de los Illuminati.

Recordemos la reunión organizada por los Rothschild pocos años antes en Frankfurt, en la que se había estudiado el desencadenamiento del proceso revolucionario.

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Según el especialista Alan Stang (autor de la obra “Perestroika Sunset”), uno de los delegados franceses que asistieron a ese encuentro fue el introductor de los Iluminados en Francia, el político, orador y escritor francés Honoré Gabriel de Riquetti, más conocido como conde de Mirabeau, presidente de la Asamblea Nacional Francesa en fecha tan crítica como la de 1789, y cuyo nombre simbólico era el de “Leónidas”.

Mirabeau había sido captado años atrás durante su visita a la corte prusiana de Berlín como enviado del propio Luis XVI.

Gracias a su influencia, los Illuminati penetraron en la logia parisina “Los Amigos Reunidos”, rebautizada como Philalethes (Buscadores de la Verdad).

Entre los prohombres conducidos a la «iluminación» por su labor proselitista figuran Desmoulins, Saint Just, Marat, Chenier… y el obispo Charles Maurice de Talleyrand Périgord, de trayectoria tortuosa pero larga, puesto que siguiendo los planes de “Weishaupt “reorganizó en noviembre de 1793 las iglesias en Francia, motivo por el cual fue formalmente excomulgado por el Papa; más tarde fue el encargado de dar el visto bueno a la coronación de Napoleón como emperador y, aún después, llegó a ser ministro de “Negocios Extranjeros” con Luis XVIII durante la segunda Restauración.

Una de las obras más célebres de Mirabeau, – en la que ya se esbozan algunos de los ideales revolucionarios -, es su Ensayo sobre el despotismo, que había redactado durante uno de los encierros a los que le sometió su padre en su juventud para intentar frenar sus costumbres libertinas.

En público, siempre defendió la monarquía constitucional, aunque su propia ideología no podía estar más de acuerdo con los principios revolucionarios.

Además de los Illuminati, se ha hablado de la influencia de la orden de los Templarios – o, más bien -, de sus herederos. La leyenda afirma que, cuando la cabeza de Luis XVI caía guillotinada ante la turba, una voz más alta que las otras gritó: «¡Jacques de Molay, estás vengado!» Recordemos que De Molay fue el último de los maestres templarios, ejecutado por orden del rey francés Felipe el Hermoso.

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Cierta tradición masónica liga a las logias con el linaje templario, cuando un puñado de caballeros perseguidos logró embarcar en el norte de Francia en un buque con destino a Escocia.

Allí encontraron refugio en las hermandades de constructores, con las que se fundieron y constituyeron el llamado “Rito Escocés Antiguo y Aceptado”.

En aquel momento nació la idea de «la venganza templaria», según la cual, los templarios «masonizados» asumirían como objetivo político no únicamente el derrocamiento de los herederos de Felipe el Hermoso, sino de toda la dinastía “Capeta” (Hugo Capeto, rey de los francos).

En el ritual del grado 30 del rito escocés se puede leer: «La venganza templaria se abatió sobre Clemente V (pontífice 196.º) no el día en que sus huesos fueron entregados al fuego por los calvinistas de Provenza, sino el día en que Lutero levantó a media Europa contra el papado en nombre de los derechos de conciencia.

Y la venganza se abatió sobre Felipe el Hermoso, no el día en que sus restos fueron arrojados entre los desechos de Saint Denis por una plebe delirante, ni tampoco el día en que su último descendiente revestido del poder absoluto salió del Temple, convertido en prisión del Estado para subir al patíbulo (Louis XVI), sino el día en que la Asamblea Constituyente francesa proclamó frente a los tronos, los derechos del hombre y del ciudadano (26 de agosto de 1789).»

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