21/11/2024 11:44
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El animal humano es un alma que posee un cuerpo. El alma envuelve y anima la estructura corporal. Por eso, antes que cuerpo, el hombre es persona. La persona incluye o implica al cuerpo y a ella le es un tanto extraña la expresión “mi cuerpo es mío”, “hago con mi cuerpo lo que me place” o también esta otra: “este cuerpo me pertenece”.

No podemos elegir otros cuerpos. “No podemos” no ya en el sentido técnico, sino en el sentido ético: no debemos, no resulta lícito elegirlos. Hay que aceptar nuestro cuerpo, incluida su condición sexual y todas las demás especificaciones de nuestra individuación.

El imperio de los tecnólogos se basa en difundir una falsedad: “ellos lo pueden todo”. Por medio de la tecnología, nos dicen, todo es realizable. Podrás cambiar de cuerpo, podrás cambiar de sexo, podrás asumir las más diversas identidades. Pero el imperio de los tecnólogos es el mismo imperio del dinero. Quien paga y puede pagar, ese es el que manda. Previo pago, se operan las transformaciones pertinentes en la configuración somática. No hay otra lógica oculta tras el capitalismo: el dinero compra la voluntad, y la voluntad es tanto más potente cuanto más dinero hay para impulsarla.

Los tecnólogos son esbirros del poder del dinero, que compra voluntades y las dispara hacia objetos aberrantes. El hombre cree ser Dios, y en un modo de producción desquiciado, éste, el hombre ha generado una casta especial de trabajadores cualificados que harán lo que se pueda hacer mientras exista un fondo de dinero para lograrlo, o sea, los tecnólogos.

Se disfraza el poder del dinero bajo un manto ya ajado y maloliente: el “progresismo”.

Para que los pobres puedan hacer las mismas cosas que los ricos, es preciso que el Estado y la ley financien o tomen como deber suyo lo que las voluntades subjetivas de los ricos deseen, y sólo porque el deseo de los ricos ha pretendido mudar de su condición de simple máxima, a ley de alcance universal. Pero no es una ley universal que todos podamos cambiar nuestro cuerpo o cambiar nuestro sexo. No existe ese derecho, pues nada que contraríe a la natural puede ser derecho. La voluntad caprichosa de quienes poseen el dinero y los medios técnicos para contrariar a la naturaleza y satisfacer sus ansias particulares, no es un derecho natural ni lo puede llegar a ser nunca. Los ricos siempre han encontrado medios para satisfacer sus caprichos, incluso saltando por encima del derecho natural y del derecho positivo. Pero lo característico de esta aciaga época es arropar tales ansias, halagadas por el poder del dinero y el de la técnica, con una falsa universalización: “para todos”…, y ese “para todos”, proclamado con independencia del nivel de renta de cada ciudadano, resume a la perfección el “progresismo”, esto es, la ideología moderna. La falsa universalización la llevará a cabo el Estado: tus miserias subjetivas serán tratadas por personal especializado, pagado a cargo de los presupuestos generales del Estado, y ellas incluyen objetivar tu tristeza o malestar anímico (disforia).

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No hace falta ser muy avispado para constatar que nadie se vuelve protector y proveedor de curas de manera “gratuita”, si no se es padre o madre, amigo o hermano ejemplar, profesional de alto nivel deontológico, etc. La Gracia viene solamente de Dios, y cuanto da el hombre “gratuitamente” para aliviar las cuitas del semejante, movido por la caridad (en el verdadero sentido, que es el del amor y no el del limosnero) es un espejo torpe y mínimo de cuanta ayuda nos venga de Arriba.

Es de sospechar que hoy el Estado se abalance a operar “gratuitamente” a personas que dicen estar “en contradicción consigo mismas”, aunque objetivamente  sean sanas. Hay listas de espera para operaciones y tratamientos de vida o muerte para enfermos que se hunden en la desesperación del dolor físico y de la angustia ante la inminencia de la muerte o de la discapacidad. Pero el Estado se abalanza a socorrer a personas que “no están a gusto” con su cuerpo y no lo reconocen como propio, y las pone por delante en las listas. A ellas no se les debe negar la posibilidad de un sincero sufrimiento subjetivo, cuya causa no puede residir en su cuerpo mismo si este está sano y este, el cuerpo mismo, es naturaleza.

Una naturaleza sana no es ni puede ser causa de sufrimiento. Cuando el cuerpo es sano, las discrepancias de la mente con él son de índole subjetiva. No son irreales, pues lo mental forma parte de la vida, y el tratamiento psicológico es obligado con vistas a la recuperación y bienestar de la persona. Pero la localización de la causa no está en el propio cuerpo y carece de sentido recambiar el cuerpo.

La ideología moderna ha barrenado por completo el concepto de causa y el de objetividad. Al entronizar la subjetividad, hasta volverla tiránica sobre la propia noción de realidad, la ideología moderna (que incluye el progresismo y la ideología de género) prefiere las acciones tecnológicas contra natura a los tratamientos reconfortadores en pro de la naturaleza misma del sujeto.

Las prótesis, las hormonas, las mutilaciones y demás intervenciones técnicas para alterar la naturaleza sexual sólo consiguen la alteración de la psique de quienes la demandan, así como ofrecer pingües beneficios a los laboratorios, clínicas, fabricantes y expertos a los que se les abre un negocio. La naturaleza, mal que le pese a la ideología moderna, es la que es. La prueba definitiva del realismo se podría resumir con viejos adagios castellanos: las aguas vuelven a su cauce, la cabra tira al monte, etc. Es esa tendencia metafísica a que las leyes y las causas actúen siempre y cuando no existan impedimentos violentos que, de momento, las retengan.

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Véase con un ejemplo sencillo. Yo sostengo en mis manos la pluma. El objeto no se me cae al suelo, lo cual sería natural acorde con la fuerza de la gravedad. Soy yo quien retengo mi estilográfica. En el momento justo en el que la suelte, ésta se desplomará siguiendo una ley ineluctable. Algo análogo sucede con los hechos biológicos. La persona querrá apartarse de su naturaleza por medio de la técnica (sustitúyase aquí la palabra técnica por la otra, “violencia”). La violencia de los tratamientos, en cuanto es interrumpida, hará que el cuerpo natural haga valer sus derechos. Se “torna”, al cesar la violencia médica y tecnológica, a lo que en el fondo se es, pues ese fondo -nacer hombre o nacer mujer- está escrito en el núcleo de cada una de las células y está impreso en el proyecto del Creador, que es único para cada persona.

La ideología moderna, es decir, el progresismo, la ideología de género, el relativismo y el psicologismo, está haciendo mucho daño. Se intenta ir contra la realidad, pero la realidad es dura, testaruda (“de testa” o cabeza terca y dura). El animal racional que es el hombre haría bien en tratar de acomodar su psique a su realidad, conciliarse con ella y con los demás y no postrarse ante el negocio tecnológico, que remedando a Dios crea su “realidad” postiza o prostética. Todo esto forma parte del proceso de alienación que el hombre occidental ha llevado a cabo con respecto a lo natural. Solamente una reconsideración radical de la técnica y la producción logrará “que las aguas vuelvan a su cauce”. Entonces podremos volver a un mundo donde el varón se realice como hombre amando a una hembra, y la hembra, a su vez alcance su plenitud amando a su hombre. Un mundo donde haya regresado la ilusión por arar la tierra y parir y criar niños. Un mundo (y una España) que se forja sobre una tupida red de familias sanas, dispuestas a llenar de sonrisas infantiles todos nuestros páramos, vegas, costas y montes. Un mundo donde el trabajo por los tuyos sirva para sembrar ilusión y alejar “contradicciones con uno mismo”. Pues quien vuelve a rezar, a arar, a generar y a crear, ya está curado de toda tristeza.

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REDACCIÓN
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Gus Paulson

Gran Artículo, Le Felicito Don Carlos X Blanco. Estoy de acuerdo con Usted al 110% como decimos en Estados Unidos.
Le envía Saludos Cordiales desde Texas, U.S., Gus Paulson.

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