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Artículo de David Engels publicado en Deliberatio.
Hoy celebramos el cumpleaños de Tolkien, nacido el 3 de enero de 1892, no sólo uno de los escritores ingleses más queridos de las últimas décadas, sino también una figura clave, aún muy infravalorada, de la renovación conservadora de Occidente. La complejidad y riqueza de la obra de Tolkien es inmensa, y cuando se trata de comprender no sólo el funcionamiento interno del proceso creativo de Tolkien o las fuerzas espirituales y emocionales que animaron su producción literaria, sino también las numerosas alusiones a la historia cultural de Occidente, se ha dicho ya tanto, que no es fácil añadir nada sustancial. Sin embargo, mi objetivo hoy es mucho más simple, ya que me gustaría más bien expresar algunos temores… y esperanzas.
No hay duda: quien lea la obra de Tolkien con al menos una pizca de simpatía por las tradiciones y por la historia que hicieron la grandeza de Occidente no puede sustraerse a una profunda fascinación, ya que Tolkien ha sabido dar forma a una “subcreación” que es la quintaesencia mitopoética de todo lo que define nuestra civilización, tanto para lo mejor como para lo peor. De hecho, la obra de Tolkien es mucho más que un popurrí, un pastiche de diversos hilos narrativos; es una refundición única que consigue de forma convincente que todas las tradiciones posteriores parezcan e incluso se sientan como variaciones muy posteriores de las verdaderas historias “originales” contenidas en su propio legendarium. De este modo, Tolkien ha conseguido crear Occidente de nuevo, pero no mezclando y combinando fragmentos inconexos como tantos autores de “fantasía”, sino empezando desde el principio y desarrollando una prehistoria alternativa coherente, aplicando prácticamente las reglas de la filología reconstructiva al ámbito del mito y la poesía. De ahí que, en retrospectiva, Tolkien transformara el objetivo inicial de “crear una mitología para Inglaterra” en el objetivo mucho más amplio de concebir un mundo que no sólo contuviera las raíces de todas las tradiciones culturales posteriores de Occidente, sino que también prefigurara los principales hilos de la historia de la salvación cristiana.
Sin embargo, el legado de Tolkien -una inspiración y una esperanza para tantas generaciones de europeos- está en peligro: por un lado, debido a la paulatina disminución de la alfabetización de los jóvenes, cada vez más agobiados por textos de más de un par de páginas o escritos en “estilo elevado” y, por tanto, desprovistos de la capacidad de dominar obras literarias más desafiantes; por otro lado, precisamente por parte de aquellos actores que pretenden “defender” el legado de Tolkien. Obviamente, uno piensa en primer lugar en la catástrofe que constituye el nuevo espectáculo de Amazon “Rings of Power”, que ridiculiza y distorsiona prácticamente todo lo que es querido para Tolkien: Mujeres fuertes e independientes en lugar de heroínas que luchan por definir su propia feminidad; diversidad étnica en un universo explícitamente diseñado para encajar en el noroeste de Europa; personajes impersonales totalmente diferentes de los héroes complejos y casi legendarios del Silmarillion; narraciones baratas de golpe y porrazo en lugar de la síntesis típicamente tolkieniana entre tragedia nórdica y eucatástrofe cristiana; etcétera. Ya el “Hobbit” constituyó un peligroso, aunque al menos parcialmente adorable, intento de reescribir y de alguna manera “completar” a Tolkien adaptando su obra al canon narrativo del Hollywood moderno – pero en comparación con la segunda trilogía de Peter Jackson, “Los anillos del poder” es una mera abominación.
Por supuesto, el problema no reside únicamente en la deformación abusiva del Legendarium como tal, sino más bien en su impacto final en la juventud moderna, la mayoría de la cual asociará a partir de ahora a Tolkien únicamente con “las películas” y no querrá o no será capaz de leer sus libros de cabo a rabo -o se sentirá tan disuadida por su última adaptación cinematográfica que ni siquiera querrá abrir sus libros. Por lo tanto (con la obvia excepción de “El Señor de los Anillos” de Jackson), las nuevas adaptaciones cinematográficas probablemente harán más daño que bien a Tolkien. En cuanto a la mayor parte de la “erudición” moderna sobre Tolkien, gran parte de la cual parece instalarse en cuestiones cada vez más woke, como la relación no binaria de Sam y Frodo, la xenofobia implícita de Tolkien o la necesidad de una lectura “feminista” del Silmarillion, mejor pasémosla por alto en silencio…
Pero, por supuesto, como siempre, hay algo de esperanza. Puede que la corriente dominante consiga piratear provisionalmente la obra de Tolkien y lleve a la clandestinidad a quienes la leen tal y como ha sido escrita y pensada con las difamaciones habituales; sin embargo, como ocurre con todas las grandes obras de arte, Tolkien sobrevivirá y será redescubierto como se merece, tarde o temprano; y si no en Europa, en otros lugares, como parece que ya ocurre con tantas otras creaciones occidentales. Y mientras tanto, la inspiración que proporcionará a los pocos y felices “verdaderos” tolkienianos será aún mayor, ya que su obra no se opone en absoluto a la situación vivida por los últimos occidentales del siglo XXI, sino que más bien la prefigura… y además describe todas las recetas para afrontar nuestro destino con honor y deber: Valor, lealtad, amistad, sinceridad, y la absoluta convicción de que este mundo no es el fin, y que la lucha por nuestros ideales merece los más altos sacrificios…
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