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Resultado de la rara y feliz coincidencia de un enorme talento, una salud robusta y una voluntad y dedicación encomiables, doña Emilia Pardo Bazán (1851-1921) nos legó una obra extraordinaria y muy, muy abundante. Singularmente prolífica, la ilustre escritora cultivó, además de la novela, otros géneros como el cuento y la crónica periodística, siendo acaso estas facetas no tan bien conocidas como merecen; tal vez por ser consideradas ramas secundarias de las artes literarias, o quizá por su abrumadora riqueza en variedad y número. Pero lo cierto es que también en aquellos terrenos de la pluma tenidos erróneamente por “menores” dejó doña Emilia muestra de su excelente prosa. Textos imbuidos de un reconocible afán por plasmar honrada y fielmente la realidad de la época que le tocó vivir; que ilustran con precisión, lucidez y gracia la transición del siglo XIX al XX.

Cultísima y viajera, doña Emilia mostró siempre una especial inclinación por las artes y, fruto del estudio y una notable sensibilidad, fue conformando el depurado criterio artístico que impregna sus artículos y crónicas publicados en El Imparcial, La Ilustración Artística, El Correo Español, La época, La ilustración gallega y asturiana, Nuevo teatro crítico, etc. Según sus mismas palabras: “[…] si el público lee con algún interés mis trabajos, lo debo a la franca libertad con que dejo reflejarse en ello el pensamiento o la emoción artística; porque presumo que ni la amistad me ciega, ni me engaña el instinto, ni, en suma, podría, aunque lo intentase, dar gato por liebre a mis lectores […]” (“Una visita a San Antonio de Padua”, Padua, 13 de enero de 1888, para El Imparcial, Madrid, recopilado en Mi romería, 1888).

Emilia Pardo Bazán escribió en la prensa sus impresiones artísticas, tomadas en sus recorridos por España y allende los Pirineos, recopilándolos posteriormente en los libros De mi tierra (1888), Por la España pintoresca (1896), Mi romería (1888), Al pie de la torre Eiffel (1889), Por Francia y por Alemania (1889), Cuarenta días en la exposición (1900) o Por la Europa católica (1902).

Sin la exhaustividad de los críticos-artistas como D. Rafael Balsa de la Vega (1859-1913); José López Jiménez –más conocido por el pseudónimo Bernardino de Pantorba (1896-1990)–, o  Manuel Gómez-Moreno (1870-1970), Pardo Bazán se sitúa en la línea de los críticos-literatos franceses, como Diderot –en sus «Salones» para la Correpondance littéraire, de 1759 a 1767–; Stendahl –en «Exposiciones del Museo Real», de 1822 a 1827, para el Journal de Paris (1811-1827)–; o Zola –en sus «Salones» para L’Êvénement, Messeger de l’Europe, La Situation, Sémaphore de Marseille, Le Voltaire y Le Figaro, de 1866 a 1896–. Doña Emilia conjugó la crítica –siempre aguda– con la amenidad de sus descripciones, dejando acertados análisis de las mil y una circunstancias de interés en relación con las exposiciones de las que fue testigo. Desde las vicisitudes concernientes a la digna representación de la pintura española en la Exposición Universal de París de 1889 (“Nuestra pintura”, París, 12 de junio de 1889, para El Correo Español, Buenos Aires), a la denuncia de la arbitrariedad cargada de prejuicios de Meissonier en la estimación de los artistas nacionales y sus obras: “Desengáñense mis compatriotas, si hay todavía alguno que viva engañado en este particular: el cosmopolitismo de los franceses se reduce a tomar gustosos el dinero español […] y a distraer un rato su curiosidad non sancta con los quiebros y zarandeos de nuestras flamencas. Lo que en nosotros vale, significa y entraña algo elevado, algo que puede realzarnos a los ojos de Europa… eso lo echan abajo, si pueden, con una palabra, con cruzar al trote un Jurado presidido por un pontífice infalible (Meissonier), al través de una sala llena de obras artísticas, sin fijar en ellas la vista”. (“Pintura española y jurados franceses”, París, 10 de agosto de 1889, recopilado en Por Francia y por Alemania, 1889).

Muestra destacable de la querencia de doña Emilia por las artes, fue su vinculación con el semanario La ilustración Artística (1882-1916). Una prolongada y puntual colaboración quincenal durante veinte años –desde 1896 hasta su desaparición en 1916– en la que publicó la sección titulada “La vida contemporánea”.

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Pardo Bazán compartió con el público las impresiones tomadas de sus vistitas a los talleres de insignes pintores como el malagueño José Moreno Carbonero (La Ilustración Artística, 15-04-1901) o el valenciano Joaquín Sorolla (LIA, 26-09-1900 y 29-04-1901). Preocupada por la prosperidad de la patria en todos los órdenes –incluido el ámbito espiritual–, le interesaron los asuntos de Fe y dedicó líneas espléndidas al arte sacro y la Navidad. Nos dejó sus impresiones sobre el monasterio de El Escorial (LIA, 23-04-1900) y la sentida semblanza del pintor Joaquín Vaamonde, cuyo talento fue truncado por la tuberculosis (LIA, 03-09-1900).

Así mismo, dedicó numerosas páginas a las exposiciones de pintura y al debate artístico, mostrando predilección por Sorolla, a quien profesaba una especial y sincera admiración: “El encargo de la Sociedad de edición artística, que me pide un libro sobre El Arte español en el presente siglo, me ha obligado a encasillar, por decirlo así, en la cabeza el arte contemporáneo. La primera casilla de la nueva generación, la ocupa Sorolla […] En compañía de un ilustre paisajista fui al taller de Sorolla, donde no había estado hacía tiempo, y vi lo que tenía dispuesto para remitir a la Exposición Universal […] Naturalmente atrajo mis miradas y cautivó mi atención el gran cuadro, del cual tanto se habla, y que por fin ha recibido el nombre de Triste herencia. Triste es, no sólo la herencia, sino la impresión que causa en el ánimo aquel trozo de verdad trasladado a la tela por la mano del gran artista”. (“Crónicas y cuadros”, La Ilustración Artística, 26 de febrero de 1900).

También reivindicó a mujeres pintoras como Fernanda Francés o María Luisa de la Riva Muñoz (LIA, 13-05-1901), contribuyendo ya entonces a su reconocimiento público. Y, haciendo gala de un sano feminismo, con total libertad, claridad y dureza en ocasiones (LIA, 10-06-1901), rehuyó la caricatura maniquea de los hombres, incidiendo, al contrario, en la crítica constructiva: “[…] no pierdo la ocasión de felicitar a los pintores que, según noticias, han tenido estos días un rasgo de dignidad y de probidad, al interesarse en que sea admitida a oposición para la pensión de Roma una señorita, sobrina de Pradilla, de quien se trataba en las esferas oficiales de excluir por razón de su sexo, interpretando a la chinesca (por alterar el orden en un entorno exclusivamente masculino entonces) ciertos artículos del reglamento que vedan la presencia de mujeres en la Academia de Roma”. (LIA, 13-05-1901).

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Fue doña Emilia, en suma, una enamorada de las artes, que admiraba como las más altas manifestaciones de la cultura y la civilización. Refugio y consuelo, también, de las miserias que a menudo copan nuestro horizonte: “El Arte, cima y corona de la vida sensible; el arte, ante el cual todo es sombra, vanidad y miseria […] Yo misma no sabré nunca hasta qué punto me llama siempre el Arte, distrayéndome de cualquier preocupación, de cualquier interés de la existencia”. (“El país de la pintura”, Por la Europa católica, 1902).