
Decían los antiguos que cuando un Papa muere tiemblan las columnas de los templos. Ahora tiembla Google con las búsquedas de las profecías de San Malaquías y de Nostradamus para ver si es cierto que esto ya estaba previsto. Y sí. Ahí está la dichosa profecía del Papa Negro, que con cada cónclave sale a relucir más que la Macarena en la Madrugá.
El Papa Negro no tiene por qué ser nacido en el Kilimanjaro. Puede tener más de símbolo que de realidad, y ser negro por el humo que sale de la capilla Sixtina; por el incienso del mito; por ese aroma a iglesia que mezcla cera derretida, mármol frío y misterio eterno; por la sombra o por la noche simbólica del Fin de los tiempos… Pero aquí en Sevilla, si hay algo que nos guste más que una misa cantada, es un buen Apocalipsis con sus trompetas, sus bestias y sus falsos profetas, pero a la vez tenemos claro que Roma no muere: se disfraza. Un día con mitra, otro con gorra de béisbol papal y otro de Twittero congoleño. Así somos desde que venimos a este mundo extraño.
Aquí en Sevilla tuvimos ya un Papa Negro que era torero: don Manuel Mejías, fundador de la estirpe de los Bienvenida. Era Papa Negro porque a su rival, Ricardo Torres «Bombita», le llamaban el Papa Blanco. Nadie relacionó a ninguno de los dos con el Apocalipsis, conque Nostradamus nos coge en Sevilla curados de espanto.
Al sevillano hay que entenderlo. Tenemos un máster en simbología, rituales y dobles sentidos, porque aquí la metáfora es más importante que el BOE, dónde va a parar… El sevillano no se toma las cosas como lo haría un suizo ni un alemán, que leen a Nostradamus y a San Malaquías como quien lee una Encíclica en latín. Nosotros, con ese arte del retablo y esa sorna del quinario, decimos «¡Mira tú que si ahora sacan a un Papa negro y se acaba el mundo justo antes de la Feria!» Porque hay cardenales africanos con posibilidades, y esta vez el nuevo Papa puede tener acento congoleño o ghanés, pero lo primero es lo primero, y aquí nos lo tomamos todo como se toman los chistes en la peña bética: con caoba en el alma y una sonrisa torcida.
Los andaluces en general somos escépticos. Incluso los hay ateos. Pero ojo con tocarnos la Semana Santa. El sevillano, además, no espera que el Papa salve al mundo. Espera solo que el Papa no moleste; que bendiga con gracia y no haga reformas litúrgicas que fastidien al organista; que respete la saeta, el incienso y el moquero en la solapa; y además que sepa que en Sevilla la Iglesia no se entiende sin un buen bar cerca de cada parroquia, como Dios manda.
Así que, mientras en Roma los cardenales se encerrarán a deliberar en silencio si conviene o no conviene un africano, en Sevilla vamos a ir comentando el cónclave como si fuera una procesión más: con Fe, con arte, y con esa mezcla de retranca y respeto que solo se da en esta tierra.
Si hay que elegir Papa, que sea con fundamento. Y si además es negro, que sepa al menos quién es la Esperanza de Triana.
Con eso, ya nos ha ‘ganao’.
Autor

-
Articulista en ÑTV
Colaboradora de Las Nueve Musas, Ars Creatio, y ESdiario
Autora de la novela "La cala de San Antonio"
Últimas entradas
Actualidad22/04/2025Acerca del Papa Negro. Por Yolanda Cabezuelo Arenas
Actualidad21/04/2025Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa: El Narciso superviviente. Por Yolanda Cabezuelo Arenas
Actualidad21/04/2025Mario Vargas Llosa y el último impulso de la pichula. Por Yolanda Cabezuelo Arenas
Actualidad20/01/2024Miguel Hernández, arma arrojadiza. Por Yolanda Cabezuelo Arenas