23/11/2024 21:15

Confío en que los lectores entiendan  la crudeza de estilo tras ocho décadas de batallar sin grandes resultados  visibles. (Más bien  he predicado en el desierto).

La pregunta del título se me ha presentado espontánea –en términos  más duros– leyendo un artículo de un colaborador de este medio,  comentando su  indignación por no haber podido oír misa un domingo en el Valle de los Caídos.

Tenía yo  la idea de que los monjes del Valle era una comunidad valiente que no se había plegado, ni nunca doblaría la cerviz,  ante los tiranos del Gobierno rojo que hoy tiene en sus manos las riendas del poder en España; ni tampoco imitarían a la debilucha Jerarquía  católica a la hora de proteger la Fe de los españoles,  incapaces de imitar al cardenal Gomá y los obispos de 1937.

Desgraciadamente,  al vivir casi aislado de lo que ocurre  en ese mundo de la política y de la Religión oficial, no estaba al tanto  de lo narrado por el citado colaborador de ÑTV España. Sin duda,  considero nefasto ese día en el que el Prior de la abadía benedictina  autorizó la profanación del Valle de los Caídos,  si nos atenemos a su relato. Resulta penoso comprobar que  verdaderos héroes de la resistencia al enemigo,  en algunos casos,  se cansan, acaban cediendo y doblando la rodilla y esa realidad   me hace plantear la pregunta que da título a este escrito.

Una pregunta que debiera ser doble: ¿Quién logra semejante éxito?… ¿Cómo lo  consigue? Me encuentro frente a un dilema: ¿Puedo dudar de la verdad del relato? ¿Es posible la traición después de haber resistido tantos años y tan bien?

No entra en mi magín que el Prior del Valle nos haya fallado,  ni que  el colaborador de nuestro medio se invente lo que cuenta. Necesito, pues,  que alguien me  explique  lo que ha pasado pues encierra sin duda un gran misterio un misterio porque  cuando los hombres que han demostrado tener vocación de héroes,  no es fácil verlos arrodillados ante nuestros enemigos.

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Sin duda alguna,  detrás de todo esto hay un misterio que debemos desentrañar. Tengo bastantes amigos que conocen muy bien lo relacionado con el Valle de los Caídos, y les ruego que nos faciliten más información. La Cruz de Cuelgamuros y cuanto la rodea,  es algo de vital importancia para el futuro de nuestra Patria y toda luz es poca sobre el tema. Estoy convencido de que  el porvenir de España está ligado a ese signo que abrió el “primer milenio” del Catolicismo triunfal que se inició con la victoria de Constantino  de Puente Milvio.

También pudiera interpretarse, como una aproximación a los tiempos apocalípticos  predichos en los Libros Sagrados y, semejante realidad,   debería excitar  nuestra imaginación primero, pero sobre todo nuestra voluntad,  a proceder en consecuencia    es decir, aprovechar bien el tiempo que Dios nos conceda para ser mejores colaboradores en el proyecto obligatorio para todo católico  de ampliar el Reinado de Cristo  pues Nuestro Señor  nos lo recuerda en la oración que nos enseñó,  cuando nos dice de pedir: “Venga a nosotros tu Reino”.

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.
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Macht Spanien vom Marxismus frei.

Sr. Gil de la Pisa

Figúrese si comprendo su ira, y la de tantísimos compatriotas desarmados, que esa misma ira, especialmente en lo que respecta al Valle de los Caídos (por el que pido oraciones y rezo cada día), ya es tema recurrente de confesión en la iglesia cada poco. Y, no pocos sacerdotes, pues resulta que sienten también esa misma indignidad y enfado. Que Dios nos perdone a todos.

Eso sí, como católicos conviene recordad que Jesucristo Nuestro Señor, ahí lo tenemos en el Evangelio según San Juan, tiene poder sobre la vida y la muerte. Y que nadie le quitó la vida, sino que Él la dio voluntariamente en la Cruz. A San Pedro, en el huerto de los Olivos, le recordó, ordenándole envainar la espada, que si esa fuera su Voluntad, haría comparecer en el acto doce legiones de ángeles, pero que entonces no completaría la Misión Santísima por la que Él mismo se encarnó viniendo al mundo. Sí, Jesucristo aceptó un calvario. Y, además nos pidió seguirle con la cruz a cuestas, negándonos a nosotros mismos (con obediencia), es decir, aceptar también el nuestro (aunque nos cueste horrores llevarlo a cabo). Y la cruz nuestra es precisamente tener que soportar lo que soportamos de los enemigos encarnizados de Dios y de España, que son los mismos, esos que no pueden ver la Cruz del Valle, como no pueden tolerar nada relacionado con el Señor o con la paz de los muertos de una guerra que quieren ganar a su manera, pues como hombres es imposible que la ganen.

El Prior del Valle de los Caídos, como toda alma consagrada, sucesor de San Pedro incluido, tiene una serie de votos sagrados, entre los que figura el de la obediencia, el más duro de sobrellevar. ¿No apeló el Señor en Getsemaní al Padre para que apartase aquel amarguísimo cáliz de Él si era posible? El Prior del Valle de los Caídos tiene que obedecer por amor a Dios, como Cristo obedeció al Padre en medio de horribles tribulaciones y tentaciones del demonio, que trataba de disuadirle de salvar y redimir a la humanidad, como también tienen que obedecer los obispos y cardenales y el Papa al mandato de apacentar las ovejas de Dios, es decir, a los fieles. Desobedecer no es una opción para el cristiano si verdaderamente se ama a Dios por encima de todo. Y la obediencia puede exigir hasta la vida, la humillación, la cárcel, el destierro, la tortura, la destrucción de templos, la persecución, el derramamiento de sangre inocente, etc. Que se lo digan a los mártires, como los de aquellos años de nuestra Cruzada (término empleado por Pío XII).

La profanación diabólica de la tumba del Generalísimo Franco, como la de otros militares del Glorioso Movimiento Nacional (caso del victorioso también General Gonzalo Queipó de Llano y su esposa), fue perpetrado, arma en mano, por los mismos siervos del demonio que en 1936 profanaban cementerios de almas consagradas, exponiendo los restos mortales de frailes, monjas, obispos y sacerdotes, a las puertas de iglesias y catedrales carbonizados y reducidas a escombros que cayeron bajo su demencial dominio, para horror generalizado del mundo mínimamente sano que se inhibió a la hora de defender a la II República de los «fascistas». Es un acto diabólico y de odio inextinguible (porque quien odia a Dios y los suyos, como recuerda San Juan en su Evangelio, lo hace sin motivo), sin réplica alguna, como cabe esperar de personas sanas que no profanan tumbas de marxistas, socialistas, comunistas, socialdemócratas, ilustrados, ateos, masones, liberales, conservadores, demócratas, judíos, luteranos, islamistas, etc., pero la culpa de la profanción no la tiene quien NO la puede evitar, como tampoco la pudieron evitar en aquellos años de la Cruzada en zona roja, ¿verdad? ¿O es que la conferencia espiscopal española de 1937 dejó que quemasen miles de iglesias, matasen más de 7000 consagrados, etc. por su «cobardía» y «tenue defensa de los católicos»?. Quizá, quien debía haberla evitado como se hizo entonces, son los militares, los guardias civiles, la policía y los jueces de las más altas instituciones judiciales, en lugar de prestarse a perpetrar un acto de odio contra la España patriota y nacional cuyos difuntos descansan en paz allí, si les dejan, ya que se suele decir que vivimos en un «Estado de Derecho» (no a profanar tumbas) y en una «democracia» (al menos en otras democracias no profanan las tumbas de personas odiadas. A eso todavía no han llegado. Quizá aquí son más progresistas en ese sentido). Desde luego, no cabe esperar que un obispo armado de báculo, acompañado por vicarios, sacerdotes y por los propios monjes benedictinos y su Prior, armados de cruces de madera, se opongan a mamporro limpio y excomunión a discreción a los efectivos armados de la guardia civil y de la policía que allí acudieron con los políticos masones a perpetrar la salvajada de la que el tirano rojo dice que es su «mayor logro» de todo su mandato (más odio, no cabe suponer a una «criatura». Y, por supuesto, por sus otros logros, no puede enaltecerse, a pesar de su egolatría incontrolada, pues sus votantes son lo que son, pero aún no tanto).

Así pues, téngase la entereza y patriotismo de exigir valentía a quien corresponde, al ejército, la guardia civil y la policía nacional, para que corrijan el atropello cometido y manden a este gobierno al exilio perpetuo o a la cárcel para siempre, disolviendo los partidos políticos y restableciendo el buen nombre del que acaudilló al ejército y a la España nacional y católica unida y grande frente a los que querían destruirla y someterla al Kremlin sobre un mar de sangre, torturas, terror, chekas, esclavitud, holodomor y miseria física y moral indescriptible. O que, cobardes hoy (Ap 21,8), encaren mañana el Juicio de Dios por su proceder propio de funcionarios al servicio de la nómina, que no de España y, mucho menos, de Dios, ante el cual ya han comparecido todos los citados, sin excepción, a los que debían dejarse descansar en paz, independientemente del odio que contra ellos inunde los corazones cortesía de la política.

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