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NOTA DE REDACCIÓN: ¿Qué es un Folletón?: Publicar novelas o ensayos por entregas diarias. Le llamaban «El Folletón», y curiosamente hasta la «Rebelión de las masas», de Ortega y Gassset o «Amor y Pedagogía», de Unamuno, se publicaron de esta manera. Hoy lo hace Julio Merino en ÑTV ESPAÑA con su excepcional libro por entregas El Príncipe Republicano.
CAPÍTULO I
¡HA MUERTO EL REY!…
¡VIVA EL REY!
Durante siglos esta fue la formula de la sucesión a la Corona. El Gran Chamberlan, el Mayordomo Mayor o el Primer Ministro del Gobierno se adelantaba en cuanto fallecía el Monarca reinante y gritaba: “¡Ha muerto el Rey…Viva el Rey!”.(1). Aunque no siempre fue así, porque hubo excepciones. Felipe II fue Rey por la abdicación-retiro de su padre, Carlos I. Carlos II (el “Hechizado”) murió sin un claro sucesor (2) y ello motivó una Guerra Civil de 10 años (la llamada de Sucesión) entre los dos candidatos aspirantes: El duque de Anjou, de la Casa Borbón, y el archiduque Carlos, de la Casa de Austria. Lo de Carlos IV y Fernando VII fue un triste sainete: el padre abdicó en el hijo, después se volvió atrás y luego ambos le dejaron la corona a Napoleón, que hizo Rey de España a su hermano José (3).
“Como los achaques de que adolezco no me permiten soportar por más tiempo el grave peso del gobierno de mis reinos y me sea preciso para reparar mi salud gozar en un clima más templado de la tranquilidad de la vida privada, he determinado, después de la más seria deliberación, abdicar mi corona en mi heredero y muy caro hijo el Príncipe de Asturias”.
(Primera abdicación de Carlos IV).
“Yo fui forzado a renunciar; pero asegurado ahora con plena confianza en la magnanimidad y el genio del grande hombre que siempre ha mostrado ser amigo mío, yo he tomado la resolución de conformarme con todo lo que ese mismo grande hombre quiera disponer de nosotros y de mi suerte, la de la Reina y la del Príncipe de la Paz. Dirijo a V.M.I. Y R. una protesta contra los sucesos de Aranjuez y contra mi abdicación. Me entrego y enteramente confío en el corazón de amistad de V.M., con lo cual ruego a Dios que os conserve en sus santa y digna guarda”.
(Carlos IV retira su abdicación).
“Sire, sabe que soy un admirador y servidor de S.MI., y que haré siempre lo que su M.I. Se digne decidir sobre mis Reinos. Francia será más grande con España a su lado. Disponga, pues, S.M.I., y R. de la Corona de España como mejor le plazca y mi admiración por el hombre más grande de la Historia será total”.
(Carlos IV le cede la Corona de España a Napoleón).
“Sire, al Rey y a la Reina les complace que este asunto tan espinoso se haya resuelto a favor de S.M.I., debería proporcionarnos los medios necesarios para nuestra subsistencia y un lugar decente para retirarnos con nuestro querido Príncipe de la Paz. Los tres queremos vivir apartados y lejos de cualquier intriga”.
(Petición de la Reina María Luisa).
“Confiamos, Señor, en que acogerá nuestros deseos en provecho de vuestra felicidad, a la que está unida la de nuestra Patria y que tendrá a bien concedernos vuestra amistad, a la que tenemos derecho en razón de la que profesamos a Vuestra Majestad.
RUEGO A VUESTRA MAJESTAD CATÓLICA QUE ACEPTE EL JURAMENTO QUE LE DEBO EN CUANTO REY DE ESPAÑA, ASI COMO EL DE LOS ESPAÑOLES QUE ACTUALMENTE ESTAN JUNTO A MÍ.
Quedo de Vuestra Majestad Católica en affmo. Hermano.”
(Parte de la indigna carta que envió Fernando VII al nuevo Rey de España José I Bonaparte).
Lo de Fernando VII fue una tragedia, ya que su testamento provocó una primera guerra civil de 7 años (1833-1840) entre su hija Isabel y su hermano Carlos. Pero de aquel Rey felón no se podía esperar otra cosa. Porque al decir de un escritor coetáneo:
“Fernando VII nos dejó una herencia peor que él mismo, si es posible: nos dejó a su hermano y a su hija, que encendieron espantosa guerra. Aquel Rey que había engañado a sus padres, a sus maestros, a sus ministros, a sus partidarios, a sus enemigos, a sus cuatro esposas, a sus hermanos, a su pueblo, a sus aliados, a todo el mundo, engañó también a la misma muerte, que creyó hacernos felices librándonos de semejante diablo. El rastro de miseria y escándalo no ha terminado todavía entre nosotros.”
Lo de los otros Borbones fue curioso: Isabel II abdicó en su hijo y heredero en París (1870) y cuando ya estaba en el exilio forzoso. Por tanto, no pudo repetirse el viejo grito de “Ha muerto el Rey…viva el Rey”. Alfonso XII sería Rey más tarde e impuesto por un general sublevado contra el Estado y a su muerte (soló con 28 años y 11 de reinado) tampoco hubo un heredero claro, porque la Reina estaba en estado y no se sabía si lo que iba a nacer sería niño o niña. Por ello España estuvo pendiente de la barriga de la Reina cinco meses largos. Al final fue niño y fue Rey en cuanto vino al mundo. Reinó con el nombre de Alfonso XIII, al alcanzar la mayoría de edad en 1902. Pero, tampoco a su muerte pudo lanzarse el grito tradicional porque abdicó en su hijo Juan, conde de Barcelona, cuando ya estaba en Roma en un exilio obligado (1941) y declarado traidor a la Patria por las Cortes republicanas (1931):
«Las Cortes Constituyentes declaran culpable de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos del acta acusatoria, al que fue rey de España, quien, ejercitando los poderes de su Magistratura contra la Constitución del Estado. Ha cometido la más criminal violación del orden jurídico del país; en su consecuencia, el Tribunal soberano de la nación declara solemnemente fuera de la ley a don Alfonso de Borbón Habsburgo y Lorena. Privado de la paz pública, cualquier ciudadano español podrá aprehender su persona si penetrase en territorio nacional.
Don Alfonso de Borbón será degradado de todas las dignidades, derechos y títulos, que no podrá ostentar legalmente ni dentro ni fuera de España, de los cuales el pueblo español, por boca de sus representantes elegidos para votar las nuevas normas del Estado, le declaran decaído, sin que pueda reivindicarlos jamás para él ni para sus sucesores.
De todos los bienes, acciones y derechos de su propiedad que se encuentren en territorio nacional se incautará en su beneficio el Estado, que dispondrá del uso más conveniente que deba dárseles.
Esta sentencia, que aprueban las Cortes soberanas Constituyentes, después de sancionada por el Gobierno provisional de la República, será impresa y fijada en todos los Ayuntamientos de España y comunicada a los representantes diplomáticos de todos los países, así como a la Sociedad de Naciones».
Antes el Rey se había despedido de la Nación con estas palabras:
Al País: Las elecciones celebradas el domingo (12 de abril) me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, y puse el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas.
Un rey puede equivocarse, sin duda erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra patria se mostró en todo momento generosa ante las culpas sin malicia. Soy el rey de todos los españoles, y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa.
Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del poder real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos.
También ahora creo cumplir el deber que me dicta el amor a la patria. Pido a Dios que tan hondo como yo lo sienta y lo cumplan los demás españoles. Alfonso XIII.
Y llegamos a la nueva Monarquía y al nuevo Rey, Don Juan Carlos I.
¿Y cómo llegó la Instauración, que no Restauración, de 1975? Veamos:
El primer paso lo dio Franco, el generalísimo vencedor de la Guerra Civil, ya en 1947, cuando por la Ley de Sucesión se declaró España como Reino. (No hay que olvidar que Franco vivió sus mejores años con la Monarquía e incluso que Don Alfonso XIII fue padrino de su boda). Es verdad que fue un paso oportunista por la situación internacional de acoso a España y que la Monarquía tendría que esperar muchos años más, pero algo quedó claro entonces: que con Franco no habría República (4).
El segundo paso, ya casi definitivo, lo dio en 1969, cuando solemnemente y con las Cortes reunidas en un pleno extraordinario, proclamó al Príncipe de España (que no Príncipe de Asturias) su heredero a Título de Rey. Aquella sesión fue histórica y allí comenzó realmente la Transición (5). Aquella jornada Franco dijo:
La ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de veintiséis de julio de mil novecientos cuarenta y siete, sancionada tras el clamoroso Referéndum de diecisiete de junio del mismo año y modificada en algunos de sus aspectos por la Ley Orgánica del Estado, de diez de enero de mil novecientos setenta y siete, aprobada por el ochenta y cinco y medio por ciento del Cuerpo electoral que representó el noventa y cinco, coma, ochenta y seis por ciento de los votantes en el Referéndum nacional de catorce de diciembre de mil novecientos setenta y seis, establece en su artículo seto un procedimiento directo e inmediato de proveer a la sucesión en la Jefatura del Estado, confiriendo al Caudillo de España y Generalísimo de los Ejércitos la prerrogativa de proponer a las Cortes la persona que estime deba ser llamada en su día a sucederle, a título de Rey o de Regente, con las condiciones exigidas por dicha Ley. Sólo en el caso en que se produjera inopinadamente el hecho sucesorio sin que el Jefe del Estado hubiera designado sucesor, sería de aplicación, con carácter supletorio, las previsiones contenidas en el artículo octavo de la citada Ley de Sucesión.
Por todo ello, estimo llegado el momento de proponer a las Cortes Españolas como persona llamada en su día o sucederme, a título de Rey, al príncipe Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, quien, tras haber recibido la adecuada formación para su alta misión y formar parte de los tres Ejércitos, ha dado pruebas fehacientes de su acendrado patriotismo y de su total identificación con los Principios del Movimiento y Leyes Fundamentales del reino, y en el que concurren loas demás condiciones establecidas en el artículo noveno de la Ley de Sucesión.
La designación de sucesor comporta su previa aceptación y, de acuerdo con lo establecido en el artículo noveno de la Ley de Sucesión y cincuenta de la Ley Orgánica del Estado, disponer lo concerniente a la fórmula y demás circunstancias del juramento que habrá de prestar ante las Cortes, precisándose asimismo el Título que ha de ostentar, sus deberes y derechos.
Además, por tratarse de sucesor a Titulo de Rey, se precisa declarar lo relativo a la instauración de la Corona a que hace referencia el artículo once de la Ley de Sucesión y dejar establecido el plazo dentro del cual deberá procederse, en su día, a dar cumplimiento al artículo séptimo de dicha Ley Fundamental.
Tales son los fines a que responde la presente Ley, propuesta en ejercicio de la facultad que me confiere el artículos Sexto de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado y los artículos diecisiete de la Ley de treinta de enero de mil novecientos treinta y ocho y, séptimo de la Ley de ocho de agosto de mil novecientos treinta y nueve, en los términos de los preceptos de aquella y previo dictamen del Consejo del Reino.
En su virtud, y de conformidad con la Ley aprobada por las Cortes Españolas, vengo a sancionar la presente Ley.
La Ley en un principio tenía sólo 5 artículos, y el segundo 2 apartados, pero después se supo que el propio Franco introdujo un apartado tercero con la formula del juramento, que sería el siguiente:
“En nombre de Dios y sobre los Santos Evangelios, ¿Juráis lealtad a Su Excelencia el Jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino?, el designado sucesor responderá: Sí, juro lealtad a Su Excelencia el Jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino. Y el Presidente de las Cortes contestará: Si así lo hiciereis que Dios os lo premie, y si no, os lo demande”.
(Con esa fórmula y el juramento del Príncipe, Franco pensó que el futuro ya estaba atado y bien atado, pues Juan Carlos se había comprometido firmemente a mantener la herencia que le dejaría el Caudillo al morir. Lo que no sabía Franco es que a su muerte “alguien” píllamente retocaría ligeramente la formula del juramento y permitiría al Nuevo Rey manos limpias para rectificar el pasado).
Y el tercer paso y definitivo se dio a la muerte de Franco en 1975. Porque entonces se puso en marcha, automáticamente el mecanismo sucesorio que Franco había dejado “atado y bien atado” y el Príncipe de España fue proclamado Rey con el título de Juan Carlos I en una sesión emotiva con Franco de cuerpo presente en el Palacio de Oriente.
Los hechos de aquel día fueron:
Primero las palabras del Presidente de las Cortes, y del Consejo de Regencia D. Alejandro Rodríguez de Valcárcel:
“Señor, las Cortes Españolas y el Consejo del Reino, convocados conjuntamente por el Consejo de Regencia en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 7.º de la ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, están reunidos para recibir de V.A. el juramento que la Ley prescribe: solemnidad previa a vuestra proclamación como Rey de España. Ruego a SS. SS. se pongan en pie”.
(El Presidente del Consejo de Regencia toma en sus manos el libro de los Evangelios, sobre el que S.A.R. pone la mano derecha).
“Señor ¿juráis por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional?”.
S.A.R. El Príncipe de España juró diciendo:
“ Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional”.
El señor Presidente del Consejo de Regencia respondió:
“Si así lo hiciereis, que Dios os lo premie, y si no, os lo demande.
En nombre de las Cortes Españolas y del Consejo del Reino, manifestamos a la Nación Española que queda proclamado Rey de España Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, que reinará con el nombre de Juan Carlos I.
Señores Procuradores, Señores Consejeros, desde la emoción en el recuerdo a Franco: ¡Viva el Rey! ¡Viva España”.
Luego, el Príncipe, ya Rey, pronunció un sibilino discurso de aceptación, del que reproducimos estas frases:
En esta hora cargada de emoción y esperanza, llena de dolor por los acontecimientos que acabamos de vivir, asumo la Corona del Reino con pleno sentido de mi responsabilidad ante el pueblo español y de la honrosa obligación que para mí implica el cumplimiento de las Leyes y el respeto de una tradición centenaria que ahora coinciden en el Trono.
Como Rey de España, título que me confieren la tradición histórica, las Leyes Fundamentales del reino y el mandato legítimo de los españoles, me honro en dirigiros el primer mensaje de la Corona, que brota de lo más profundo de mi corazón.
Una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su recuerdo constituirá para mí una exigencia de comportamiento de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la Patria. Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien, como soldado y estadista, ha consagrado toda la existencia a su servicio.
(Palabras tranquilizadoras para el Franquismo).
Yo sé bien que los españoles comprenden mis sentimientos en estos momentos. Pero el cumplimiento del deber está por encima de cualquier otra circunstancia. Esta norma me enseñó mi padre desde niño, y ha sido una constante de mi familia, que ha querido servir a España con todas sus fuerzas.
Hoy comienza una nueva etapa de la Historia de España. Esta etapa, que hemos de recorrer juntos, se inicia en la paz, el trabajo y la prosperidad, fruto del esfuerzo común y de la delicada voluntad colectiva. La Monarquía será fiel guardián de esa herencia, y procurará en todo momento mantener la más estrecha relación con el Pueblo.
La Institución que personifico integra a todos los españoles, y hoy, en esta hora tan transcendental, os convoco porque a todos nos incumbe por igual el deber de servir a España. Que todos entiendan con generosidad y altura de miras que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional.
(Palabras de esperanza para la oposición de Izquierdas naciente).
Pero, ¿de verdad de verdad estaba “todo atado y bien atado?”, como había dicho y creído Franco. Pues, no del todo por lo que pasó después. Pues no hay que engañarse. Entró, y fue proclamado Rey, el que Franco había designado como heredero, pero en menos de 3 años el nuevo Rey traicionó a Franco (eso sí en bien de España) y acabó con los Principios Fundamentales y la Dictadura. Como antes había traicionado a su padre, el conde de Barcelona, y legítimo heredero y continuador de la Dinastía (eso sí en beneficio de la Monarquía).
Y que nadie se moleste por la palabra traición, pues “en la política no hay traiciones, sino circunstancias y oportunismos”, como le dijo el sabio Talleyrand a Napoleón la primera vez que le acusó de traidor.
Y además se demostró que el “atado y bien atado” de Franco dejaba a la nueva Monarquía a los pies de los caballos, ya que nacía sin el respaldo democrático que tanta falta le iba a hacer cuando llegase el gran cambio. En aquellos momentos todos ¡todos! aceptaron (unos por miedo a los sables de los generales de Franco, otros por intereses políticos y otros por intereses familiares de dinastía) el mecanismo sucesorio de Franco. Es verdad que algunas voces alertaron de ese “pecado original” y proclamaron una ruptura en toda regla y que antes de proclamar al nuevo Rey se hiciese una consulta al pueblo español para que fuese el pueblo, depositario último de la soberanía nacional, el que decidiese la forma del nuevo Estado.
El gran cerebro de aquellos momentos, el artífice del cambio y el ideador de la posterior “Ley para la Reforma política”, don Torcuato Fernández Miranda, lo diría después y poco antes de morir en Londres:
“Fue un error traer la Monarquía, o mejor dicho el cómo habíamos traído la Monarquía. La nueva monarquía tenía que haber roto con la monarquía de Franco… Tras el 20 de noviembre tuvimos que dar otros pasos: el Príncipe tuvo que renunciar a sus “derechos franquistas” y empezar de cero. El Consejo de Regencia debió disolver las Cortes, cesar al gobierno Arias y autoinmolarse en favor de un Gobierno Provisional que convocara elecciones generales a unas verdaderas Cortes Constituyentes. Luego debió celebrarse un Referéndum sobre la forma de Estado, para ver que quería realmente el pueblo español…
Pero, eso era aceptar la “ruptura” que patrocinaba la oposición… Sí, pero también era nacer sin hipotecas, las que luego nos maniataron, y desde la legitimidad. Yo no era partidario de una Monarquía absoluta, como la que Franco había dejado “atada y bien atada”, pero tampoco de una Monarquía de adorno, como la que a la postre se trajo… y más, cuando en contra de mi criterio, se dio carta de naturaleza al “Estado de las Autonomías y las Nacionalidades”.
Pero, no se hizo así y el pecado de origen no se ha lavado aún… y algún día el pueblo español reclamará ese derecho inalienable . Dicen que el pueblo español es un pueblo olvidadizo y lo perdona todo mientras no se le toque el bolsillo. Sin embargo, a lo largo de la Historia ha demostrado que tiene conciencia, como todos los pueblos, y que tarde o temprano acaba exigiendo lo suyo.
Y como nos tememos que ese momento está ya cerca nos preguntamos: ¿Será aprovechando la salida del Rey Juan Carlos por abdicación o esperará a su muerte natural? ¿Aceptará que el Príncipe de Asturias sea proclamado Rey sin que antes se manifieste el pueblo sobre la forma de Estado?.
La Constitución de 1978 dejó bien atado el mecanismo sucesorio en sus artículos 57, 58 y 59 (6), pero ya se sabe eso tan español de que “quien hace la ley hace la trampa” (y bien que lo demostró Fernández Miranda cuando la Reforma Política, “desde la ley a la ley y legalmente” (7).
Bien, pues ese es nuestro “juego”, nuestra hipótesis de futuro, y el que vamos a desarrollar en los próximos capítulos. ¿Llegará el Príncipe Felipe a ser Rey de España?.
Está claro que a partir de este momento aparcamos la Historia y nos adentramos en el mundo de la política-ficción.
Se dice que a la muerte de Enrique IV al salir de la habitación donde había muerto, la Reina dijo al Primer Ministro:
“¡El Rey ha muerto! Y la respuesta que recibió la Reina fue:
“Os engañáis, señora. En Francia jamás muere el rey”.
Claro que los revolucionarios de 1789 se olvidaron de esto y le cortaron la cabeza al Rey Luis XVI para poder decir: “En Francia también mueren los Reyes”
CONTINUARÁ
Folletón de El Príncipe Republicano. Prólogo. Por Julio Merino
Autor
-
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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La historia del periodo Carlos IV-Godoy- Fernando VII esta tan manipulada, tergiversada y podrida que se necesita un libro bien gordo para devolver la historia de esta época a su ser.