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Enrique de Diego
Alfonso XII
Es usted, don Ignacio, escritor de pluma afilada, con gran dominio del idioma de Cervantes, y mente clarividente y me entenderá si confieso haber sentido un temor reverencial antes de acudir a un debate sobre monarquía o república. Es tanto alto mi ideal, tan esencial para el bien de la Patria, que me inquieta que mis pocos méritos, y su verbo fácil y su elevado pensamiento, no sean capaces de prestar la suficiente defensa a mi Dulcinea republicana.
Agradezco el tono amable y civilizado de su reto y me apresto al combate en el terreno de las ideas. Parte usted con ventajas considerables: la instalación de la monarquía borbónica en la Jefatura del Estado, de modo que desalojarla implica una conmoción nacional, y la perversión de la idea republicana por los nostálgicos del bolchevismo.
En efecto, al declararme republicano me encuentro de inmediato en malas compañías. En la de quienes no aspiran a una tercera República, nueva y abierta, sino a una reedición de la Segunda, con un guerracivilismo agresivo y esterilizante. Habría que añadir ahora, incluso, a los sediciosos de la república apellidada catalana, que pretenden la ruptura de la unidad nacional, a la que concibo íntimamente ligada la República por venir, como solución a todos los males, y específicamente al de la sedición.
República presidencialista, elección directa en circunscripción nacional
Acierta usted al situarme en la estela magisterial de Don Antonio García Trevijano. Sentemos, pues, plaza: soy firme partidario de la República presidencialista, elegido su presidente mediante sufragio directo en circunscripción nacional. Ese presidente no dependería de ningún territorio, no tendría que ceder lo más mínimo, sino responder a los anhelos generales de la sociedad y al bien superior de la nación. Explicaré más adelante, si usted me lo consiente, más características de esa República que propugno y avizoro.
Voy a darle para bajarle los humos, don Ignacio, un bajonazo: en no poca medida mi convicción republicana se la debo a un personaje patibulario al que los dos conocemos bien: Luis María Anson. Lo dejó ahí. Aunque quizás recurra en otros momentos si me veo acorralado, contra las cuerdas.
Alfonso XIII con el dictador Miguel Primo de Rivera.
Antes de entrar en la idea y el ideal, plantea usted, don Ignacio, algunas cuestiones históricas fundamentales sobre las que es preciso establecer opinión y despejar errores. Su posición se resume en que las dos experiencias anteriores fueron sonoros fracasos y que la última de ellas desembocó en una cruenta guerra civil. Por ende, la idea republicana es, en la praxis, nefanda para España y no forma parte de la identidad de los españoles cuya constitución histórica pasaría por la monarquía borbónica. De la primera república se destaca la anarquía cantonalista, el ¡Viva Cartagena! y las declaraciones de guerra entre ciudades cercanas. Mas no se dice que esa república depuró tal error y en su tramo final era una república unitaria, contra la que el monárquico Martínez Campos dio un golpe de Estado. Porque el golpismo y la violencia han tenido en España un indeleble marchamo monárquico, como las guerras carlistas, de impronta dinástica, o el asesinato del egregio Juan Prim, cuya aversión a la plaga borbónica era intensa y clarividente.
No sabría establecer, la verdad, si la eclosión cantonalista fue más negativa que el cáncer autonomista, montado por Juan Carlos de Borbón y su mayordomo, Adolfo Suárez. Aunque del desastre de la transición me gustaría hablar más adelante. Nuestras visiones, don Ignacio, son muy distintas.
Alfonso XIII y Don Juan.
La vergonzante huida de Alfonso XIII
Voy con la malograda Segunda República. La historiografía cortesana ha ensalzado la figura del pornógrafo Alfonso XIII como la persona responsable que no quiso desatar la guerra civil. En el mensaje justificador de su huida vergonzante expresa: “Las elecciones celebradas el domingo revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que este desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España. Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado de la Historia, de cuya custodia ha de pedirme algún día cuenta rigurosa”.
Recordemos que el 12 de abril de 1.931 no se dirimía entre monarquía y república, sino que se trataba de unas elecciones locales. Cierto que las candidaturas republicanas, aunadas por el Pacto de San Sebastián, se alzaron con el triunfo en 41 capitales de provincias, y en las más pobladas como Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia y Valladolid, mientras los éxitos monárquicos se limitaron a Vitoria, Ávila, Burgos, Baleares, Cádiz (donde el espectacular resultado de 40 a 0 hacía pensar en una cacicada de Carranza), Gerona, Lugo, Pamplona y Soria. En las capitales de provincia, los concejales republicanos fueron 953 por 602 los monárquicos; en el número de votos la diferencia fue aún más abrumadora. En Madrid y Barcelona, triplicaban los republicanos a los partidarios de la dinastía. El resultado global fue de 22.150 concejales monárquicos por 5.775 republicanos, pero el triunfo monárquico en el campo estaba deslegitimado por el caciquismo.
Alfonso XIII decidió salir por Cartagena dejando detrás de él un vacío de poder que fue llenado por la República el 14 de abril. Esa salida no alejaba la guerra civil sino que la acercaba y la hacía inevitable. Sí hubo quien lo vio. Fue el ministro de la Corona, Juan de la Cierva que insistió tanto a Alfonso XIII para que no echara la Corona al arroyo que éste le espetó que no veía más allá de sus narices. Juan de la Cierva contestó: “Lo peor no es que en España estemos algunos que no vemos más allá de nuestras narices: lo peor es que al nivel y junto a ellas la trágica realidad española nos diga que el rey se equivoca si piensa que su alejamiento y pérdida de la Corona evitará que se viertan sangre y lágrimas en España”.
En 1932, los monárquicos, con el general Sanjurjo, dieron el primer golpe de Estado. El 18 de julio de 1936, el segundo que degeneró en guerra civil, pero para ese momento el debate entre monarquía y república había quedado ampliamente superado por la amenaza totalitaria socialista y bolchevique. Fue el marxismo, su introducción y despliegue, como gran ideología de odio, el causante último de la guerra fratricida, porque media España no estuvo dispuesta a ser exterminada.
El gran error de Franco, caudillo invicto, fue volver a traer a la plaga borbónica que puso en marcha la nefasta transición. Pero por hoy vale. ¡Viva la tercera república!
Carta abierta a Enrique de Diego sobre la función de la Corona. Por Ignacio Fernández Candela
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La cosa promete, la reflexión es digna de leerse.
Hay repúblicas y repúblicas y monarquías y monarquías. No sería lo mismo Luis Alfonso de Borbón que la porquería de ahora, ni la República Social Italiana que la porquería que tuvimos desde 1931.
Fabulosa réplica. Es muy aguda la observación sobre si el cantonalismo fue peor que el sistema autonómico ( tantos ayes por parte de algunos al hablar del cantón de Cartagena pero para ellos las 17 taifas son un sistema la mar de lógico y eficiente ). Y la forma lapidaria e incontestable con que se refiere a Alfonso XIII. Y al error de Franco, no el único – quién no se equivoca – pero sí el peor, el enorme, el nefasto. Estoy ansiosa por escuchar o leer el debate, que promete ser de aúpa aun con guante de seda.
Sin olvidar al «antifranquista-de-toda-la-vida» Luis María Ansón, convertido en «Anson» en los últimos tiempos…
Obras completas de Jose Antonio y teoria politica de FE-JONS
El asunto es irresoluble. Hay buenos argumentos en favor de monarquía y republica, y aún más poderosos en contra. En la experiencia pasada de España hay razones para temer a una tercera república más que a la peste. Así que mejor no agitarlas aguas, aun preparándose para lo que venga, porque no veo a la cadeta de reina, la verdad.
En relación al argumento de final De Diego, es una trampa. En efecto, el gran error del Caudillo fue poner a España otra vez a los pies de los Borbones, pero podría haber ofrecido el trono a los Habsburgo. Otra cosa es que los amos del mundo hubieran dado el visto bueno a una dinastía que nunca dobló la rodilla ante ellos.
Si lee usted con atención la carta y la interpreta con entendimiento pausado, Miguel, verá que D. Enrique de Diego desdeña el frentepopulismo de la II República y defiende un republicanismo formal sin considerar a las bestias de la Guerra Civil que emponzoñaron la República de la que eran pacíficos partidarios Ortega y Gasset, Unamuno, y muchos otros eruditos que se horrorizaron de los desmanes que provocaron la confrontación guerracivilista. Lo digno de la libertad de expresión es que cada cuál argumente su parecer manteniendo el respeto debido al derecho de discrepar o pensar diferente, sin cortar por el patrón del fanatismo y la radicalidad los pareceres del prójimo.
«¿Qué Dios les Bendiga, a pesar de que en Él no creen?»¿Cómo puede ser usted así, tanto que presume de dignidad? Dios es mi leit motiv de vida, lo es todo y me consta que también de D. Enrique de Diego. Sr. Sánchez, podría pensar que su torticera manera de retorcer argumentos ajenos se originan en una anómala moral y acostumbrada forma de dirigirse por la vida con la falacia y la manipulación; las que tanto critica siendo mendaz y, sí, traidor, porque su forma de actuar no tiene nada que ver con lo hablado con usted pensando yo que trataba con un caballero de palabra. Mi padre fue militar y tengo amigos Caballeros Legionarios que no tiene nada que ver con su comportamiento personal. No es usted digno. Pero prefiero pensar que sus devaneos con la mentira y la tergiversación, con costumbre enfermiza, son fruto de alguna anomalía psíquica no diagnosticada. Hágaselo mirar.
En España argumentos a favor de la Republica?
Digame uno…con la historia por delante por supuesto nada de elucubraciones o entelequias
Quitarnos de encima el pesado lastre de los Borbones, más de tres siglos gorroneando de todos nosotros, y sin aportar valor añadido alguno…
¿Le parece poco?