21/11/2024 15:18
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Esta es la decimoctava parte del repaso al libro Mis recuerdos, de Largo Caballero. Las partes anteriores están aquí.

La evacuación del campo:

Súbitamente, el día 21 de abril se recibió la noticia en el Hospital de que ya estaban evacuando el Campo.

Algunos me preguntaban: «Caballero, ¿se marcha usted?» «No»; era mi respuesta.

Usted —le, dijo a Fargas— debe irse a la barraca con los españoles para salir con ellos. Esta noche los S.S. van a incendiar el Campo».

Las historias de evacuaciones son otro de los temas favoritos de la literatura concentracionaria; en muchos casos no solo son ficción, sino literatura fantástica.

Creíamos que el personal era todo el del Hospital: médicos, enfermeros, laboratoristas, etc. ¡Tremenda equivocación, que estuvo a punto de costarme la vida! Un poco antes de las cinco de la tarde tuve todo arreglado: una mochila con ropa sucia y dos paquetes: uno con la mitad del que mandaron los canadienses, que me correspondió en unión de Fargas, y otro con la máquina de afeitar y otras menudencias. Parecía demasiado para un hombre de setenta y seis años, pero como iba con el personal, me sería fácil llevarlo.

Es decir, a los presos les llegaban paquetes de comida.

Habíamos avanzado como cosa de un kilómetro, cuando las piernas se negaron a andar; los dolores del pie enfermo eran más agudos que otras veces y fui quedándome retrasado hasta llegar al final del grupo. Un soldado S.S. empezó a gritarme y a empujarme. Yo seguía sin poder andar; desesperado porque adivinaba lo que me iba a suceder. El soldado se enfureció, me dio varios empujones y me echó fuera del grupo; caí al suelo y me propinó patadas y culatazos; me levanté y siguió pegándome; volví a caer y sin consideración a mi edad y a mi estado, me pateó sin piedad. Yo le hablaba, pero no me entendía, además hubiera sido igual. El soldado gritaba como un energúmeno y a otro empujón caí por tercera vez. Entonces disparó un tiro al aire para amedrentarme y me hizo señas para que entrase en el bosque lindante con la carretera, yo me negué y me dio de bofetadas. Quería liquidarme allí.

El grupo había seguido su marcha. El soldado siguió gritándome e intentó decir algo que no entendí. Al fin me dejó solo y casi sin poderme mover me encaminé hacia el Campo, lleno de barro y deshecho por los golpes recibidos.

Otro de los motivos recurrentes de esa literatura es quienes no pueden continuar las “marchas de la muerte” son rematados en las cunetas (siempre las cunetas; sin embargo, no aparecen esqueletos cuando amplían las carreteras…). Por lo que cuenta, la conclusión obvia es que el soldado quería dejarlo con vida y que ocultara en el bosque. Si los soldados tenían permiso para acabar a quienes no podrían continuar y no lo hizo, no cabe concluir el relato -querido Watson- diciendo que pretendía liquidarlo allí… Para confirmarlo:

… A mis gritos acudió un Jefe que por casualidad pasaba por la carretera. No sé qué le hablaron, pero yo le expresé por señas que me dirigía al Hospital. Por fortuna comprendió de lo que se trataba y dio orden a un soldado ciclista para que me acompañase hasta el Campo.

Pero Caballero insiste en el tema:

Si no hubieran venido detrás de nuestro grupo, otros que podían ver mi cadáver, el soldado salvaje me hubiera dejado tendido en la cuneta como acostumbraban a hacer.

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¿Pero no se da cuenta de que su narración no tiene lógica? Si era práctica habitual no podía importarles hacerlo, especialmente para dejarlo como aviso para caminantes. Era lo que hacían los suyos en aquellos paseos que dejaban sembrados de cadáveres los alrededores de Madrid.

Carta vigésimoquinta: Con los ejércitos ruso y polaco

Los alemanes se han ido y los presos que se quedan son dejados a su suerte:

Desde que se produjeron los bombardeos de Oranienburg, no había agua ni funcionaban los retretes. Las deyecciones se echaban en hoyos al aire libre y no había quien los limpiase. El peligro de una epidemia era constante.

Se oculta generalmente que las causas de toda la miseria de los campos de concentración en los últimos día de la Alemania nacionalsocialista fueron los bombardeos de los “demócratas”.

Pasaron dos horas y llegaron otros oficiales polacos que iban directamente a verme. Conversamos en francés y me preguntaron que cuándo pensaba salir de allí. Les contesté que no lo sabía y entonces uno de los oficiales me dijo que iba a hablar con el General en Jefe para enterarse si estaba dispuesto a ponerme en libertad. Al poco rato volvió para comunicarme que el General había dado orden de que me sacaran del Campo inmediatamente. Subimos en un automóvil y en el camino me dijeron: «Nosotros le queremos a usted, porque representa la España antifascista».

El diecisiete de mayo me llevaron a presencia del Mando, y pude llegar a comprenderles que al cabo de dos días saldría para Francia. Al oír esta noticia, mi alegría no tuvo límites y así se lo expresé de la mejor manera que pude. Pasaron sin embargo muchos días y no salía. ¿Qué habría sucedido para que no se realizase el viaje como me habían dicho? No lo pude averiguar, por lo de siempre: ¡el dichoso idioma! Ninguno de los rusos que había allí me entendía y no podía pedir informes.

Sentí algunas molestias que me alarmaron un poco, pues no las había sentido en el Campo. Se me inflamaron algo las piernas, y como no podía explicarle al médico lo que tenía o sentía, veía una grave dificultad para curarme.

Tampoco en el campo se entendía con el médico, al que no le hace falta entender al paciente… Es decir, los rusos no le hacían caso.

Atención a esto:

Tengo una excelente impresión de los ejércitos polaco y ruso. Los he visto desfilar por carreteras con dirección a los frentes y su aspecto no podía ser mejor. Todos los soldados eran jóvenes, fuertes, con color que revelaba buena salud y buena alimentación. Estaban bien vestidos. Su disciplina era magnífica. No vi cometer a ningún soldado ni una sola incorrección. Su trato con los alemanes y alemanas no era el de vencedores y vencidos, sino el de camaradas. Les daban comida y tabaco, y a los niños les trataban cariñosamente. Las mujeres que trabajaban limpiando calles y habitaciones eran tratadas con respeto, no vi un soldado que se tomase una libertad con ellas, las miraban como a compatriotas; no había el despotismo y la altivez del vencedor. Cuando veía cómo trataban los rusos y los polacos a los familiares de aquellos que habían asesinado a millares de compatriotas, le daba a uno vergüenza del odio que conservaba nuestro corazón contra los que nos habían hecho sufrir. No sabíamos perdonar.

Esto es todo una burdísima falsedad. Los crímenes del ejército rojo, la violaciones de mujeres, el maltrato a la población civil y el espanto de los alemanes ante aquellos salvajes eran de sobra conocidos por todos. La muy hipócrita BBC habla de crímenes “ocultos”; quiere decir ocultados por medios de comunicación de las democracias, como ellos mismos.

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Carta vigésimosexta: Breves reflexiones sobre el nazismo

No cabe esperar nada agudo de Largo Caballero al respecto, pero para que conste su ramplonería intelectual:

El nacionalsocialismo no surgió como una necesidad de carácter nacional o social. Se organizó como instrumento para destruir todo lo que representase un peligro para los privilegios del capitalismo alemán.

Al contrario, surgió en un momento de extrema necesidad para una Alemania que sufría una profunda crisis económica, social y moral. Aquello era una ruina económica y una ciénaga moral.

Partido Socialista y otro Comunista fuertes en número, débiles en convicciones, y ambos constituían un peligro para los magnates de la Banca, de la Industria y de la tierra.

Otro topicazo. Los magnates de la Banca (los de la Tierra ya no contaban y los de la Industria eran ambivalentes) nunca han tenido problemas con los socialistas y comunistas. Es una de las vergüenzas del “comunismo”, estar a sueldo de la gran finanza internacional.

Como primer ensayo, ingresó en el Partido Socialista. Allí vio que no era fácil erigirse en jefe, ¡ya había muchos!, y lo abandonó.

No; esto es una completa falsedad.

Se le prestó la ayuda moral y económica necesaria, sin fijación de límite, y se le garantizó la impunidad para las incidencias de su actuación.

Otra falsedad. Estuvo en la cárcel.

Para el desarrollo del plan de dominio universal se buscó otro aliado, y éste, renegado también, fue Mussolini…

Este sí estuvo en el Partido Socialista Italiano. Se fue porque era italiano pero no socialista… Lenin advirtió si valía como demagogo y lamentó que le hubieran dejado irse. Lo de “renegado” pone de manifiesto que ven al partido como una religión.

En sus planes de guerra proyectaron tomar posiciones estratégicas en Europa, y una de esas posiciones fue España, que estaba situada a espaldas de Francia. Por eso ayudaron a Franco a provocar y mantener la guerra civil.

Tonterías todo. Siempre buscaron la paz. El Canciller Hitler estuvo haciendo ofertas de paz continuamente a Inglaterra. Continuamente. Fue la España Nacional la que les pidió ayuda tras el fracaso del golpe de estado.

Declarada la guerra, interpretando Hitler las ambiciones del capitalismo alemán, se quitó la careta y proclamó que quería organizar una nueva Europa, que no necesitase de Inglaterra ni de América, bastándose con África…

Tonterías. Es bien sabido que el Canciller Hitler tenia un respeto casi patológico por Inglaterra. Le Salió caro.

Queda el último capítulo de esta serie.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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