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Perdonen ustedes si, en las líneas que siguen, advierten algo de petulancia por mi parte. Les aseguro que no es esa mi forma de ser. Pero, hecha la anterior aclaración, les diré también que me considero una persona educada, correcta, formal y con una formación académica aceptable, sobre todo si me comparo con muchos de mis compatriotas, que son analfabetos funcionales, como consecuencia de unas leyes educativas infames que han sumido a la mayoría de los españoles en la indigencia cultural.
Pero, sobre todo, y por encima de todo, soy una persona con dignidad, que, según certera definición que transcribo, para los que no estén muy puestos en la materia, les diré que “es la cualidad del que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás, y no deja que lo humillen ni degraden”.
Como consecuencia de esa dignidad que poseo (y esto no es petulancia, sino una realidad), soy una persona respetuosa, con todo y con todos. Tengo amigos de todas las ideologías políticas y de todas las condiciones sociales. Para ilustrar lo dicho anteriormente, me van a permitir ustedes que les cuente un hecho real de mi vida, a saber: una de las personas a las que más he querido y respetado, y con quien me unió una sincera y noble amistad, fue el primer alcalde democrático de mi pueblo natal, Sabiote (Jaén); se llamaba Manuel Jurado Poyuelo (fue alcalde desde 1979 hasta 1987, y murió hace mucho tiempo). Manuel Jurado era socialista, pastor evangélico, pero, fundamentalmente, era un hombre bueno, en el sentido machadiano del término, una persona íntegra, formal, coherente, sincera, de moral intachable y honesto hasta más no poder. Trabamos una buena amistad, basada en el respeto mutuo, y eso que nos separaban muchos años, pero es que yo empecé a ser su amigo cuando apenas era un niño, por razones que ahora no hacen al caso.
He hecho la anterior introducción para que se vea que no me mueve ningún sectarismo ideológico. Comprendo que hay diferentes formas de pensar, tantas como personas estamos en el mundo, así como múltiples perspectivas de ver la vida y sus circunstancias.
Pero hay una cosa que no tolero en las personas: la ordinariez. Por eso no soporto a María Jesús Montero, la que, para nuestra desgracia, todavía es ministra de Hacienda. Y no la trago porque es una mujer ordinaria, vulgar, barriobajera, cutre, arrabalera, maleducada y chabacana. Por cierto, que, chabacanería, según mi maestro Julián Marías, “es la vulgaridad satisfecha de sí misma”. Y eso es María Jesús Montero, vulgar hasta la náusea.
Ya escribí un artículo sobre esta ¿señora?, en El Correo de España, de tan grato recuerdo para mí. Corría el mes de marzo de 2020 y, en dicho artículo, hablaba de la relación de María Jesús Montero con la muerte de mi madre, sí, porque mientras mi madre vivió sus últimos años, y la ¿señora? María Jesús Montero era consejera de Salud de la Junta de Andalucía, todos los veranos castigaba a mi pobre madre con una carta (sobre cómo protegerse del calor, la pobre), que era, la carta, en sí misma, un insulto, no sólo a mi anciana madre, sino a quienes entonces la cuidábamos.
Las imágenes de la noche del 23 de julio, tras conocerse los resultados de las elecciones generales, en la puerta de la sede de su partido, en la calle Ferraz de Madrid, con María Jesús Montero al lado de Pedro Sánchez, son un monumento a la estupidez, una oda a la falta de educación y un insulto al decoro.
Esos gestos desencajados (los de la ¿señora? Montero, digo), esos gritos estentóreos, esa puesta en escena cateta y pueblerina, esa chabacanería hortera, esas risotadas ridículas, etc., no son cosas propias de una persona que ostenta un cargo público, por respeto a los demás ciudadanos, la hayan votado o no, pero sobre todo por respeto a ella misma, si es que esta ¿señora? conoce lo que significa la palabra respeto.
María Jesús Montero me pareció en ese momento una vulgar vendedora de mercadillo ambulante, con todas mis consideraciones hacia las personas que se ganan la vida honestamente en tan digno trabajo. Cuando la vi subida en la plataforma que habían preparado en la puerta de la sede de su partido, comportándose como una energúmena, totalmente desencajada, me pareció que, con sus gestos, bien podía estar en un mercadillo callejero vendiendo bragas, y gritando: “¡a euro… a euro! O naranjas mandarinas, ofreciéndolas con su voz hortera y sus gestos zafios: “¡a tres euros, cinco kilos…!”. Y la cosa hubiera quedado que ni pintiparada.
Viendo a María Jesús Montero el domingo 23 de julio por la noche en televisión, por primera vez en mi vida sentí vergüenza de ser andaluz y español. Sí, me dio vergüenza compartir orígenes con una persona tan abyecta como ella, porque los políticos tienen que guardar las formas siempre, tanto cuando ganan como cuando pierden, por respeto a los demás ciudadanos, pero, sobre todo, y por encima de todo, por respeto a ellos mismos, y en el caso de María Jesús Montero, además, porque es mujer, y a las mujeres que se dedican a la cosa pública se les presupone un “saber estar” que esta ¿señora? no ha conocido en su puñetera vida.
Se ve que, en la escuela, en el instituto, o en la universidad, no le enseñaron a esta mujer el significado de la palabra dignidad, pero se lo voy a recordar yo en este artículo: “Dignidad es la cualidad del que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás, y no deja que lo humillen ni degraden”.
Y justo eso es lo que hizo María Jesús Montero el domingo 23 de julio por la noche, humillarme y degradarme, a mí, que soy una persona educada y correcta y que, además, pago mis impuestos… a ella, que es ministra de Hacienda. Para mi desgracia. Para nuestra desgracia.
Autor
- Blas Ruiz Carmona es de Jaén. Maestro de Educación Primaria y licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Tras haber ejercido la docencia durante casi cuarenta años, en diferentes niveles educativos, actualmente está jubilado. Es aficionado a la investigación histórica. Ha ejercido también el periodismo (sobre todo, el de opinión) en diversos medios.
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Creo que no llega ni a ordinaria, pues hasta para ser ordinaria hay que tener un mínimo de clase, aunque poca.
Tiene pintas de mujerzuela, de buscona, y que me perdonen las golfas, que muchas lo hacen por necesidad, para poder dar de comer a sus hijos menores de edad…
He leído que, de joven, vivía en un piso de estudiantes, dónde se fumaban sustancias prohibidas, y que aquello parecá un sube y baja, y ustedes ya me entienden.
Desconozco si es cierto, obviamente, pues yo no estaba allí, pero tiene pintas de liberada y pasota, además de maleducada, prepotente, y absolutamente inútil para el ministerio que regenta.
Yo la veo más de madame o encargada en un piso de señoritas de la moral distraída.
«Ordinaria» es un eufemismo. Similar a cuando se dice, piadosamente, que alguien es una persona muy común. Es gentuza y un sangrante ejemplo de lo bajo que ha caído España, teniendo encaramados al Estado cosas grotescas, peludas, malolientes y descerebradas así al timón.
Esta socialista es mas zafia que un seron.
Lo malo es que es zafia y vulgar por dentro y por fuera
Marruecos está encantada con la continuidad de su Ministra de Hacienda.
No llega a ordinaria…
Podrías encontrarla en cualquier esquina, haciendo la calle, y no te sorprenderías, en absoluto.
Pucherazo Braguetazo Illuminato
Cocainomana perdida y loca de atar… Representacion perfecta de sus votantes…
No se que son sustancias prohibidas De todas maneras lo de liberada es bueno Lo de Elena Francis era de otra época Ella se lo pasaba bien y tenía todo el derecho a divertirse Carmen no seas tan carca que te pareces a tu aguela
Muchas de las que hacen la calle tienen más dignidad que las que van de santitas
Mucha gente de derechas de esos que van a misa y comulgan y van con sus pulseras rojigualdas y llevan a sus nenes a coles de monjas cuando eran jovenes no iban de ejercicios espirituales precisamente No seamos hipócritas por favor
Las mujeres no son señoritas Son señoras igual que los hombres