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En el siglo XIX dos esoteristas franceses recuperaron y revitalizaron para el mundo moderno los ideales de la sinarquía desarrollados en la época de la antigua Grecia.
El primero de ellos fue el erudito Fabre d’Olivet, cuya agitada vida estuvo repleta de contactos y aventuras con distintos grupos de masones, teósofos y otras sociedades secretas.
Algún autor asegura que llegó a contactar con los “Illuminati” aunque no a militar en su organización. En su afán por llegar hasta el significado original de las ceremonias de las viejas religiones, aprendió latín, hebreo y sánscrito para traducir directamente todos los textos que llegaran a sus manos.
D’Olivet fundó una curiosa variante de la masonería, lejanamente emparentada con las primitivas y bucólicas “asociaciones de carbonarios”, y que se basaba en la jardinería y la agricultura. Una especie de ecologismo actual, pero sin la “niña de la curva”, Greta Histerikenberg.
Los tres grados de su organización eran aspirante, labrador y cultivador, que sustituían a los clásicos aprendiz, compañero y maestro.
Sus ideas y reflexiones sobre el bienestar de la humanidad influyeron mucho en algunos socialistas utópicos, como Charles Fourier o Claude Henry Rouvroy, conde de Saint Simón, así como en literatos de la talla de Víctor Hugo, André Bretón y Rainer Maria Rilke.
El segundo esoterista de importancia fue un conocido de D’Olivet, su principal discípulo y amigo Saint Yves d’Alveydre, que, al trabajo de su maestro, añadió su propia aportación derivada de las influencias religiosas y mitológicas hindúes, así como de su conocimiento de la lengua árabe. Además, contó con una ventaja inusual, la solvencia económica de por vida que le dio el hecho de casarse con la rica – pero feucha – condesa de Keller, con lo que pudo dedicarse con tranquilidad a sus investigaciones.
Fue él quien introdujo en Occidente el arquetipo oriental del Rey del Mundo: un monarca tan enigmático como poderoso, verdadero dueño de la Tierra, y que dirigiría los destinos de todos los seres humanos desde un centro de poder oculto en Agartha, una ciudad mágica ubicada en un lugar indeterminado, próximo a los Himalayas o quizá en el interior de las mismas montañas.
¿Agartha de Lagarta como la lagarterana Lagarde?
El británico rubicundo de dedos raros, David Icke, insiste en que existen una especie de lagartos que controlan desde las sombras el mundo, al estilo la película “ellos viven” de Carpenter (1988).
Mítica película de John Carpenter (en inglés, “carpintero”) que merece ser vista por su curioso mensaje:
Y es que hay personajes siniestros con nombres evocadores que te hacen dudar: Mario Draghi (Dragones) y Anthony Fauci (fauces) entre otros…
¿Habra realmente alguien encerrado en las profundidades de la tierra como informa el Quoran donde expone que el “Dajjal” está esperando para salir de su agujero en el desierto?
¿Serán dos seres opuestos y enfrentados?
De cualquier forma, la auténtica tradición oriental nunca ha hablado de Agartha sino de Shambal-la, por lo que no está claro si Saint Yves utilizó el primer nombre como sinónimo del segundo, si creía en la existencia de ambos parajes o si simplemente mezcló las dos versiones de manera arbitraria.
En cualquier caso, Saint Yves elaboró su propia teoría sobre la reorganización ideal de la sociedad, empleando el concepto de Agartha de la misma forma que había hecho Platón con la Atlántida en varios de sus diálogos.
Para Saint Yves, el ideal de la felicidad social pasaba por una “teocracia” en la que se modificaran las relaciones del hombre con lo sagrado, de manera que éste fuera lo más importante de la civilización.
Este sistema precisaba de una clase “sacerdotal” diferente de la establecida por el Vaticano (de la diosa etrusca del inframundo, VATIKA) o por otras confesiones cristianas, de las que no se fiaba.
Así llegó a la conclusión de que los nuevos hierofantes debían ser «los miembros de la aristocracia económica», es decir, los banqueros -o bankgsters-, los de las levitas negras.
¿Ahora va cuadrando mejor lo de que la arpia Lagarde sea la Presidenta del BCE, a que sí?
Debido a sus contactos diarios con los ricos prohombres europeos con los que trataba gracias a su esposa, Saint Yves dedujo que sólo esta clase social estaba dotada de los medios suficientes para modificar y mejorar la situación socioeconómica de la población una vez asumido el poder político real.
Creía que elevando ese nivel económico se elevaría también el nivel cultural y, de esa forma, las masas podrían comprender mejor a la divinidad y ser más felices.
Es obvio que si hubiera dispuesto del don de la videncia para ver cómo funciona el mundo actual, habría desechado sus ideales, puesto que, si algo hemos aprendido en Occidente, especialmente en los últimos cien años, es que el incremento de las comodidades materiales y del tiempo de ocio no parece generar precisamente una mayor inquietud espiritual, sino más bien, todo lo contrario.
Parece que lo han entendido y ahora han decidido que nadie va a atener nada, y a ver si esta vez son felices.
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