16/11/2024 08:01
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  1. DOS RENOMBRADOS ESCRITORES CONTRA EL FALSO ECUMENISMO 

Una vez más pongamos la lupa sobre el falso ecumenismo y veamos que nos  enseñaron dos célebres pensadores: Hugo Wast y G.K. Chesterton. El primero de ellos  en su libro ‘El Sexto Sello’, aseveró: “Cuando la indiferencia religiosa haya caído como  una mortaja sobre los pueblos (…) es seguro que se habrán aplacado todas las  controversias teológicas” (ed. Dictio, Buenos Aires, 1980, p. 21). Y agregó: “Pero esta  paz aparente, ¿no es infinitamente deplorable? Es como la salud que reina en un  cementerio, donde se han concluido las enfermedades porque los muertos no se  enferman” (ob. cit. p. 21). Esa indiferencia religiosa campea hoy por doquier promovida  por doctrinas tan falsas como novedosas. El segundo escritor mencionado nos enseñó en  su obra ‘El Hombre Eterno’: “No es capaz de entender la naturaleza de la Iglesia o la  nota sonora del credo descendiendo de la antigüedad, quien no se da cuenta de que el  mundo entero estuvo prácticamente muerto en una ocasión a consecuencia de la abierta  mentalidad y de la fraternidad de todas las religiones” (ed. Cristiandad, España, 2011, p.  233). 

  1. ¿POR QUÉ SE HACE DIFICIL VER EL MODERNISMO? 

¿Por qué para muchos se torna difícil ver el modernismo dentro de la Iglesia, al  punto que, incluso, casi parecería imposible o cuento de ciencia ficción? Antes que 

nada, porque supo camuflarse. Por otra parte, porque una cosa es señalar al enemigo  externo, por caso, el protestantismo, el judaísmo o el budismo, y otra muy distinta es el  querer admitir que seminarios enteros, casas religiosas enteras, sacerdotes y religiosos,  obispos en números impensados, vale decir, lo que tenemos por sagrado en nuestra  religión, estén contribuyendo al derrumbe de nuestra religión ¡y en nombre de la  religión! Ciertamente no parece que pueda suceder pero sucede. Se torna aún más  difícil, por los que van admitiendo cosas del modernismo al tiempo que conservan cosas  de la tradición, alcanzando una suerte de mixtura que les acarrea algún tipo de  “serenidad de conciencia”, creyendo igualmente que en esa posición ecléctica está el  justo medio, creyendo que eso es el sano progreso; y no; no y no. Van poniendo en su  tasa de té, todos los días, unos gramos de veneno, y ese veneno, tarde o temprano,  termina por dañar demasiado, al punto de poder llegar a matar. Algo de esto es lo que  con muchísima sutileza describió el R.P. Lacunza en 1812: “¿Qué tenemos, pues, que  maravillarnos de que el sacerdocio cristiano pueda en algún tiempo imitar en gran parte  la iniquidad del sacerdocio hebreo? (…). Los que ahora se admiren de esto, o se  escandalizaren de oírlo, o lo tuvieren por un despropósito increíble, es muy de temer,  que llegada la ocasión, sean los primeros que entren en el escándalo, y los primeros presos en el lazo. Por lo mismo que tendrán por increíble tanta iniquidad en personas  tan sagradas, tendrán también por buena a la misma iniquidad” (La venida del Mesías  en gloria y majestad, ed. Universitaria S.A., Chile, 1969, p. 85).  

  1. ARQUEOLOGISMO VS. TRADICIÓN 

Hoy también vemos otra tramoya de los modernistas, consistente en presentar el  arqueologismo como Tradición. El modernista ama el arqueologismo al tiempo que  detesta a la Tradición Católica. A no dejarse engañar. Ese arqueologismo ha sido  condenado por S.S. Pio XII en su Encíclica Mediator Dei: “De manera que, por  ejemplo, sería salir de la senda recta querer devolver al altar su forma primitiva de  mesa”. Hoy está lleno de eso, de mesas y no de altares, por lo que, con claridad tienen  paso las palabras de Pio XII: se ha salido de “la senda recta”. 

  1. MILITANTE VS. SINODAL 

Hay un silencio cómplice y un resguardarse siempre en lo que ha pasado a ser  una suerte de muletilla para salir del paso y que llaman “prudencia”. Lo católico implica  universalidad y no individualismo, por eso es desacertada la postura de; “como a mí me  permitieron esto, luego de lo demás no me hago cargo y mejor quedarse mudo”. Errada  también es la postura de: “cuánto estamos creciendo, luego aquí está la papa”, cuando  para ello se ha aceptado varios lineamientos modernistas: “-¡Pero tenemos excelentes  intenciones, lo nuestro es caridad!” –dirán. Nadie duda de eso. Pero también tienen  buenas intenciones muchos protestantes que van creciendo en número o muchos 

budistas que crecen en número; seguramente muchas de las paganas vestales tenían  rectas intenciones. “¡Pero hay milagros en el modernismo!” –invocará todavía algún  esperanzado en las reformas que se dieron. A eso les respondo con las palabras de la  Escritura: “Se levantaran falsos Cristos y falsos profetas y darán grandes señales y  prodigios; de modo que si puede ser caigan en error aun los escogidos” (Mt. 24, 24); y  también: “Si se levantase en medio de ti un profeta (…) que te anuncia una señal o un  prodigio, aunque se cumpliere la señal o prodigio de que te habló diciendo: ‘vamos tras  otros dioses…’, no escucharás las palabras de ese profeta (…) porque os prueba Yahvé,  vuestro Dios, para saber si amáis a Yahvé” (Deuteronomio 13, 1-3). 

Han llevado a cabo reformas tremendas, alteraciones horrorosas: liturgia  arruinada; misa arruinada; “canonizaciones” de modernistas y promotores del  marxismo; la aberrante comunión en la mano tan extendida; los apóstatas entrarían en la  “comunión de los santos”; se puede comulgar en pecado mortal; lo de soldado de Cristo,  ¡cuidado!, es solo una forma de decir, no hay que herir a los denominados hermanos  separados; y con todo eso producido por las manos del modernismo: ¿qué te hace  pensar que no han alterado también la virtud de la obediencia? ¡Por supuesto que  también la arruinaron! La usan precisamente de arma para doblegar a todos a ser  esclavos del modernismo, de la mundanización del catolicismo.  

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Teórica y prácticamente se ha dejado de lado la calificación de “militante”. No  se habla ni se práctica una Iglesia militante. La razón está más que clara: es contraria a  la esencia modernista el ser militante, a no ser que se trate de militar contra la Tradición  Católica. El modernismo se torna exclusivamente militante cuando de golpear a la  Tradición se trata. Allí sí aparece el duro golpe de las sanciones: aparecen las  excomuniones, las imputaciones de “faltaste a la obediencia”, “eres un rebelde”, “no te  sujetas a la autoridad”, “contestario”, etc. Así como para el modernista eso de “soldado  de Cristo” tomado literalmente deviene anacrónico e incorrecto, de igual modo lo de  “militante” tomado en su literalidad guerrera deviene anacrónico e incorrecto. El falso  ecumenismo amado por el modernismo pide al modernista no combatir el error  contrario, no combatir contra el mundo. Va en busca de la fraternidad universal, de una  unidad del “pueblo de Dios”, pueblo que, desde luego, incluirá a católicos pero no solo  a ellos; es mucho más comprensivo, mucho más amplio. De ahí que, tanto en lo teórico  como en lo práctico, la nueva invención modernista consiste en una recalificación de la  Iglesia en la tierra: ya no se habla de “Iglesia Militante”, se habla de “Iglesia Sinodal”.  Y día tras día la insistencia con eso de la sinodalidad. ¿Y qué es eso? En brevísima  síntesis un abrevar de más mundo, un chorro mayor de esa funesta democratización que  se hace ingresar a la Iglesia, chorro de líquido pestilente venida desde el “pueblo” pero  por empuje desquiciado de los obispos, movidos a su vez por una Roma terrenal; y es  claro, porque también para el modernista el poder va de Dios al pueblo. La sinodalidad  persigue la fraternidad masónica, por eso también excluye en cuanto puede, las  condenas a los movimientos LGBT; y no solo eso, sino que, en varios casos se ha visto  su promoción. En fin, lo diré con las palabras de G.K. Chesterton extraídas de su  inolvidable libro ‘Ortodoxia’: “las innovaciones son las notas características de la nueva  teología de la Iglesia modernista” (ed. San Pablo, Buenos Aires, 2008, p. 149). ¿Alguien  pone en duda mi reflexión? Bien. En su brillante libro ‘El Rin desemboca en el Tíber  (Historia del Concilio Vaticano II)’, hablando sobre los resultados de la primera sesión  que se llevó a cabo en el mencionado Concilio, el R.P. Ralph M. Wiltgen comenta: “La 

última intervención de aquel día fue del obispo Luigi Carli (…). Sostuvo que algunos  Padres conciliares habían llevado sus preocupaciones ecuménicas demasiado lejos (…);  nadie podía ser considerado hereje, nadie podía emplear la expresión ‘Iglesia militante’  (ed. Criterio Libros, España, 1999, p. 67). Esto último fue dicho en la década del  sesenta. Estamos ya en el año 2023. ¿Se ven las evidencias? 

Allá por 1949 enseñaba el R.P. Jacques Leclercq: “La Iglesia sobre la tierra es  militante (…); es de esencia de la Iglesia, tal como existe en la tierra, el tener que  combatir (…). El Reino de Dios sobre la tierra es objeto de combate. Pero no hay  combate sin adversarios. En cierta manera es, pues, de esencia de la Iglesia sobre la  tierra el tener adversarios” (Cristo, Su Iglesia y los cristianos, ed. Desclée de Brouwer,  España, 1949, p. 161). Y esa Iglesia militante solo podrá serlo en tanto y en cuanto sea  fiel a lo que le fue transmitido, pues si cambia eso perderá inevitablemente su mira  sobre lo que debe llevar a cabo su militancia. Así las cosas, y volviendo a citar a  Leclerq, tenemos: “Si la Iglesia es la Iglesia de Cristo, ella debe ser reconocida por su  fidelidad a Cristo. La misión de la Iglesia de Cristo no es proponer a los hombres una  doctrina de su agrado, ni de modificar la doctrina según las corrientes del pensamiento  humano (…). Esta doctrina no la ha inventado la Iglesia; ella la ha recibido. La misión  de la Iglesia se limita a transmitirla” (ob. cit. p. 36). “A medida que los siglos  transcurren, la Iglesia Católica, se apoya más y más sobre la tradición, y la tradición se  desenvuelve en ella en línea ininterrumpida desde los primeros siglos” (ob. cit. págs. 42  y 43).  

  1. DEICIDIO Y ECCESIAECIDIO 

Así como los judíos fariseos llevaron a cabo ‘el deicidio’, esto es, haberle dado  muerte a Cristo, así también los modernistas vienen llevando a cabo lo que denomino aquí ‘el ecclesiaecidio’, esto es, el intento por darle muerte a la Iglesia Católica. ). La  Iglesia no morirá jamás, aunque sí alcanzará la agonía, de modo que, lo de  ecclesiaecidio es un tanto impropio pues en realidad no habrá muerte; y si he utilizado  esa expresión es para mostrar la teleología perseguida, ya que, con toda precisión, los  enemigos internos de la Esposa de Cristo buscan su demolición total. Unos y otros,  fariseos y modernistas, tienen de común el provenir ‘de dentro’, el ataque interno, y el  haberse amparado falsamente en sus padres. Los fariseos se escudaban, por ejemplo, en  los profetas; los modernistas se escudan, por ejemplo, en el Motu proprio Traditiones  Custodes. Pero unos y otros quisieron cortar con su pasado: unos mataron a los profetas,  los otros siguen intentando borrar a la Tradición de la faz de la tierra, principalmente  con el denodado objetivo de hacer desaparecer la misa llamada tridentina. Y por eso,  unos y otros comparten un padre en común: “Ustedes tienen por padre al diablo” (Jn. 8,  44). Si me preguntasen cuáles son los dos crímenes más bestiales, diría entonces: 1) el  deicidio; 2) el ecclesiaecidio. El padre común del fariseísmo y del modernismo, es  decir, Satanás, ayer quiso vencer a Cristo moviendo ánimos para que le den muerte, y  hoy quiere vencer a la Esposa de Cristo moviendo ánimos para que también se llegue a  su ruina. Pero así como ayer Satanás fue vencido por la muerte y resurrección del  Mesías, así también y por fuerza del Mesías la víbora infernal verá frustrada su 

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pretensión sobre la Esposa Inmaculada del Cordero, la Iglesia Católica, pues por muy  reducida que se vea La Barca, está profetizado que las puertas del infierno no  prevalecerán contra ella (Mt. 16, 18 

  1. ¿Y SI SE LO HUBIERAN ENCOMENDADO A UN DIABLO DEL INFIERNO? 

En este escrito solo he mostrado algunas pinceladas de lo que hizo el  modernismo tras el Concilio Vaticano II. Pero dicho movimiento se ha orquestado  desde mucho tiempo antes. Pensar que ya en 1907 San Pio X lo condenó en su Encíclica  Pascendi. Hay dos personajes oscuros de los que no he hablado por razones de espacio,  y ellos son Aníbal Bugnini y Dom Lambert Beauduin. Figuras principales de la  posguerra y cuyas maniobras para que el modernismo sea posible no pueden pasarse por  alto. Quien desee investigar más a fondo sobre dichos personajes le sugiero la excelente  obra ‘El Movimiento Litúrgico’ escrita por el R.P. Didier Bonneterre. A quien quiera  profundizar sobre lo que aquí ha sido expuesto y sobre mucho más, le queda una ardua  tarea por delante. Vale la pena para dónde estamos parados y porqué.  

Hablando sobre San Francisco de Asís, Étienne Gilson dijo: “Las lecciones de  Francisco están siempre llenas de buen sentido y de simplicidad. No se empachó de  metafísica o de teología especulativa. Es todavía un laico y sabe que el primer deber de  los laicos es asegurar el ejercicio del culto, porque el culto es la primera de las  necesidades espirituales. Para aquellos que están en duda sobre por dónde comenzar,  éste es y será siempre el comienzo más natural: no basta renunciar al culto de los ídolos,  hay que asegurar el del verdadero Dios” (Por un Orden Católico, ed. Lectio, 2018, p.  95). Quede claro que con este escrito que está llegando a su fin, solo intento, puestas mis mejores intenciones, luchar por asegurar el culto del verdadero Dios.  

S.S. Pablo VI, en un discurso dado el 29 de junio de 1973, pronunció las  siguientes palabras: “Por alguna fisura, el humo de Satanás ha entrado en el templo de  Dios”. En este escrito han quedado evidenciadas varias grietas por las que opera Lucifer  moviendo a los enemigos internos de la Esposa de Cristo. 

Por último, anotemos algo que también contribuye grandemente a la indigestión  del modernismo. Respecto a la naturaleza objetiva de la reforma litúrgica operadas por  Concilio Vaticano II, Michael Davies, citando lo que ha dicho Dietrich von Hildebrand  en su obra ‘The Devastated Vineyard’, escribe: “si un diablo del infierno se le hubiera  encomendado la ruina de la liturgia, no hubiera podido hacerlo mejor” (El Concilio del  Papa Juan, ed. Iction, Buenos Aires, 1981, p. 234).

Autor

Tomás I. González Pondal
Tomás I. González Pondal
Nació en 1979 en Capital Federal. Es abogado y se dedica a la escritura. Casi por once años dictó clases de Lógica en el Instituto San Luis Rey (Provincia de San Luis). Ha escrito más de un centenar de artículos sobre diversos temas, en diarios jurídicos y no jurídicos, como La Ley, El Derecho, Errepar, Actualidad Jurídica, Rubinzal-Culzoni, La Capital, Los Andes, Diario Uno, Todo un País. Durante algunos años fue articulista del periódico La Nueva Provincia (Bahía Blanca). Actualmente, cada tanto, aparece alguno de sus artículos en el matutino La Prensa. Algunos de sus libros son: En Defensa de los indefensos. La Adivinación: ¿Qué oculta el ocultismo? Vivir de ilusiones. Filosofía en el café. Conociendo a El Principito. La Nostalgia. Regresar al pasado. Tierras de Fantasías. La Sombra del Colibrí. Irónicas. Suma Elemental Contra Abortistas. Sobre la Moda en el Vestir. No existe el Hombre Jamón.
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