20/09/2024 12:37
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Esta es la parte octava de la serie de artículos sobre el libro de Jesús Hernández Tomás, Yo fui un ministro de Stalin. Continúa el capítulo VI.

La “ayuda” de Stalin (pagada a precio de oro literalmente) está sujeta a los intereses soviéticos y depende de los vaivenes de la coyuntura internacional:

También en el curso del año 1937 se había reproducido la nueva agresión japonesa a China… Nadie la detuvo. La inquietud y la desconfianza de las pequeñas potencias en las democracias occidentales aumentaban por instantes. Los agresores totalitarios se refocilaban de gusto. Sus designios marchaban a pedir de boca.

Stalin se alarmó ante la perspectiva. En el Kremlin se comenzó a reconsiderar el «caso español». Ahora lo analizaban ya desde el punto de vista de tahúres perdedores. La consecuencia fue un notable viraje en su política de suministros de guerra a España que de golpe y porrazo fueron acrecentados…

… «Si nosotros —decían gran parte de los ingleses— concertamos una alianza anglo-alemana podríamos dividirnos el mundo entre nosotros, y ¿quién se atrevería a romper la paz?… Y diríamos sencillamente a los checos y a los polacos que tenían que hacer concesiones a Alemania, o atenerse a las consecuencias. Si ella (Alemania) necesita expandirse hacia Europa Oriental, ese no es asunto nuestro».

… si los rusos buscaban la amistad de Hitler ¿por qué no intentarlo ellas también y adelantárseles en la demanda?.

La propaganda comunista funciona a toda máquina en la España roja: 

A esta finalidad soviética sincronizáronse todos nuestros movimientos tácticos en el período comprendido entre las operaciones de Belchite y el paso del Ebro, que en la historia de nuestra guerra ha quedado registrado como «el período de proselitismo».

Una vez más quise salir al paso de la torpe línea de conducta que veníamos siguiendo, y expuse mi punto de vista sobre la situación en este cuadro de razonamiento: No habíamos logrado mejorar nuestra situación militar desde la crisis de Largo Caballero; en el orden político habíamos perdido considerable terreno al propiciar con nuestros hostiles procedimientos una alianza de facto entre caballeristas, cenetistas y poumistas y por añadidura deberíamos enfrentarnos a la creciente oposición de Prieto a la política militar del Partido… A mis reflexiones contestó Togliatti, en nombre de la delegación soviética, con estas otras:

—La creciente campaña de derrotistas y capituladores se funde a la acción de todos los resentidos políticos. Se está provocando un reagrupamiento patente de las fuerzas del Frente Popular contra el Partido Comunista y contra el Gobierno de Negrín… Deberemos, pues, sin descuidar los problemas que la situación nos crea en la retaguardia, prestar la máxima atención a consolidar y ampliar todas nuestras posiciones en el Ejército, mediante una intensa campaña de reclutamiento y de promoción de comunistas a todos los puestos de mando: Quien domine el Ejército, dictará la orientación política del país.

— [Togliatti:] Todo nuestro aparato de agit-prop, la Comisión Político-Militar y nuestros comisarios políticos deberán proceder a una intensa labor de reclutamiento, enviando cuantos instructores sean precisos a los frentes y a las unidades y coordinando su trabajo con el de las juventudes unificadas…

Bajo mi suprema dirección se puso en movimiento un ejército de incontables proselitistas, entusiastas y fanáticos como buenos comunistas…

Un arrebatamiento demencial se apoderó de nuestros hombres. En la retaguardia las rotativas de nuestros diarios transformaban en épicas las más nimias acciones de nuestras unidades… se adentraron por los caminos más fáciles… y también por los más reprobables. Se reclutaba todo, sin reparar en los antecedentes del neófito; se utilizaron el halago y la coacción, la corrupción y el atropello. Quien se resistía a firmar su boletín de ingreso en el Partido o en las Juventudes sabía que era candidato a las primeras líneas del frente en las unidades de choque… Decenas de miles de nuevos afiliados afluyeron a nuestra organización en las unidades militares. Pero el Partido había trasplantado a los frentes el virus de la discordia, la guerra civil.

 

El ministro de la Gobernación, Zugazagoitia, había de exclamar un día ante el doctor Negrín: «Don Juan, vamos a quitarnos las caretas. En los frentes se está asesinando a nuestros camaradas, porque no quieren admitir el carnet comunista».

El resultado fue un ejército copado por los comunistas:

El 70 por 100 de la totalidad de los mandos del Ejército era patrimonio de los comunistas. Armas tan decisivas como Aviación y Tanques eran coto cerrado de los comunistas.

—Todo esto —refuté— nos está dando número, pero nos resta prestigio y autoridad.

—Pamplinas, Hernández, pamplinas, tiene más fuerza una división mandada por comunistas que las protestas de un millón de ciudadanos.

—De cualquier manera que sea, la consigna del momento, mientras la situación internacional no se despeje es tomar el máximo de precauciones por lo que pueda acontecer. Si es necesario aflojar, aflojaremos, para eso siempre hay tiempo; pero el momento nos aconseja estar preparados a todo.

 

Comprendí lo inútil de mi empeño. Las razones de nuestra campaña proselitista no eran nuestras razones, eran las razones de Moscú. Y para un comunista, Moscú era la razón suprema.

Esto empieza a dar pábulo a la sospecha de que el PCE pretendía dar un golpe de Estado e imponer la dictadura comunista. Por ejemplo, los comunistas son capaces de evacuar a los suyos del Frente Norte ante la caída de Asturias. Esta es versión que da Prieto de una contraorden de los comunistas pasando por encima de él, Ministro de Defensa. El diálogo es de Prieto con el jefe de los asesores soviéticos (empieza hablando el asesor):

—«¿Usted ha dirigido un telegrama a Gijón ordenando que salga el «Ciscar»?

 

—»Sí, señor.

 

—»Pero el «Ciscar» tiene orden de permanecer allí hasta recoger al Estado Mayor.

 

—»El «Ciscar» no puede tener órdenes contrarias a las que dé el ministro de Defensa Nacional. He impuesto a la dotación gran sacrificio y hemos corrido el riesgo de perder el barco. Si continúa en el Musel nos exponemos a que el «Ciscar» se hunda y no pueda recoger al Estado Mayor.

 

—»Ruego a usted que rectifique la orden.

 

—»No puedo hacerlo. Me expongo a perder el buque sin utilidad alguna, pues la entrada de los facciosos en Gijón parece inminente.

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»Insistió mi visitante e insistí yo. La entrevista fue correctísima, pero no llegamos a un acuerdo.

 

»Al día siguiente, 20 —no quisiera equivocarme en la fecha— a mediodía, me entregaron un radiograma cifrado con la noticia de que el «Ciscar» acababa de hundirse en el Musel por efecto de un bombardeo aéreo. Mi estupefacción fue grande, pues yo creía al barco en pleno Atlántico, navegando hacia Casablanca… Días más tarde, Cruz Salido, que ejercía funciones de secretario particular mío, me entregó un telegrama que acababa de pasarle el Gabinete de Cifra de Marina. El despacho era del contraalmirante Fuentes, y decía: «Coronel Prada y Agregado Técnico (se refiere a un técnico ruso) estiman que el «Ciscar» debe continuar aquí. Dígame si rectifica usted su orden». Pero este radiograma que debía haber llegado el mismo 19, cuya era la fecha, lo recibí cinco días después de hundido el Ciscar». Pregunté a Cruz Salido.

 

—»¿Cuándo le han entregado este telegrama?

 

—»Ahora mismo.

 

—»Requiera al funcionario a que, bajo su firma, testimonie el día y la hora en que lo ha entregado.

 

»¡Un telegrama tan importante que tarda en entregarse cinco días al ministro! Si el despacho se me entrega a su debido tiempo, yo hubiese ratificado mi orden y el barco se habría salvado. Versión que se me dio: Que el telegrama cifrado se había caído en el Gabinete de Cifra detrás de un diván donde se encontró al cabo de varios días… Don Valentín Fuentes se presentó en la jefatura del Ejército del Norte a decir que el «Ciscar» iba a salir por orden mía. Se produjo una escena violenta, a la que no fue ajeno algún ruso, que calificó de cobardes a quienes iban a salir en el «Ciscar» por mi orden. Como consecuencia de tal escena, don Valentín Fuentes se creyó en el caso de retrasar la salida hasta que yo respondiera a su consulta; pero no pude contestar a tiempo, porque el telegrama lo recibí a los cinco días de haberse hundido el barco. El «Ciscar» se hundió y quien había motejado de cobardes a sus tripulantes, partió en avión para Francia, de madrugada, tres o cuatro horas después de lanzar tan injustificada injuria.

Otra transcripción de un testimonio de Prieto:

… celebro una entrevista muy larga con el jefe de las Fuerzas Aéreas, coronel Hidalgo Cisneros, el jefe del Estado Mayor de las mismas, hoy subsecretario de Aviación, Núñez Maza, ambos comunistas…

 

Ordené algunos bombardeos que se efectuaron; pero un buen día me encuentro con la noticia de haber sido bombardeado Valladolid. ¡Valladolid!, que había sido eliminado por mí de una lista que me habían presentado. En Valladolid no había objetivo militar y sabíamos, por referencias fidedignas y recientes, que la gran masa de la ciudad nos era afecta, estando enteramente con nosotros.

 

—»¿Qué ha sido eso de Valladolid?

 

—»No tengo más remedio que decirle la verdad, señor ministro. Me habían rogado que dijera a usted que los aviones se dirigían a Salamanca, pero que se habían desviado, mas lo cierto es que los rusos han ordenado bombardear Valladolid.

El resultado fueron al menos, 40 personas; 16 de ellas, menores de 13 años (más aquí). Otro caso:

»Al día siguiente di orden de que la aviación de bombardeo fuese a Córdoba… «No es verdad que haya salido un solo aparato de caza al paso de los nuestros de bombardeo. Se ha visto cómo al llegar éstos a las proximidades de Córdoba, sin saber por qué, la escuadrilla que iba en cabeza ha dado la vuelta, siguiendo tras ella las restantes». Averiguo y resulta que el jefe de la expedición, el que iba al frente de la primera escuadrilla, era un ruso.

Y otro:

… el delegado comercial de la URSS me trajo redactada una carta que yo debía dirigir a Negrín y la cual decía, poco más o menos, que procedía que entregara, como ministro de Hacienda (Negrín era ministro de Hacienda en el Gobierno de Largo Caballero. J. H.), a dicho delegado un millón cuatrocientos mil dólares —creo que esta era la cifra—, por gastos de guerra. Hice serios reparos:

 

—»¿Cómo voy a firmar semejante carta? ¿A qué gastos de guerra aluden? Esto no es cosa corriente.

Y ahora un pasaje de la carta de Stalin a Francisco Largo Caballero, en vísperas de que decretase su decapitación política.

Dice así: «Hemos procedido a enviaros un número de nuestros camaradas militares para que se pongan a vuestra disposición. Estos camaradas han recibido las instrucciones de servir con sus consejos en el terreno militar a los jefes militares españoles, cerca de los cuales los podrá usted enviar.

 

»Les hemos ordenado categóricamente no perder de vista el hecho de que, a pesar de toda la conciencia de solidaridad de que están penetrados el pueblo español y los pueblos de la URSS, un camarada soviético, siendo un extranjero en España, no puede ser realmente útil más que a condición de atenerse estrictamente a las funciones de un consejero y de consejeros solamente.

 

»Pensamos que es precisamente de esta manera como son empleados por usted nuestros camaradas militares.

Así de complacientes se mostraban Stalin, Molotov y Vorochilov, en su carta a Largo Caballero. Lo que les sobraba de ramplona modestia les faltaba de sinceridad. Los consejeros soviéticos procedían como colonizadores, ignorando y vejando a las autoridades españolas. Los rusos expulsaron a Largo Caballero de la presidencia del Consejo de Ministros; los rusos impusieron a Negrín…

Y finalmente, los comunistas deciden cobrarse al propio Prieto:

Todo el frente y toda la retaguardia se llenó de rumores inconcretos: «Prieto es un capitulador» o bien, «Prieto no quiere que los aviadores soviéticos participen en nuestra guerra», o «Prieto ha declarado que sin la ayuda de Francia es estúpido continuar la guerra», o «Prieto ha pedido al Gobierno inglés un destructor para fugarse a Inglaterra», o «Prieto quiere entregar a Franco toda la zona Centro-Sur de la República, so pretexto de hacernos fuertes en Cataluña», etc., etc.

 

En este ambiente envenenado se desarrollaron las ofensivas republicanas de Belchite y de Teruel, la primera con vistas a ayudar al Norte y la segunda para desbaratar la ofensiva nuevamente montada por los facciosos contra Madrid…

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La terminación de esta batalla ofrecía una situación llena de peligros para la República. Se abría el ciclo de las batallas decisivas y nuestras mejores tropas de choque y nuestras reservas habían sufrido un serio desgaste. Ello planteaba ante el pueblo y el Gobierno la necesidad de ritmos superiores a todos los habidos hasta entonces, y se precisaba, ante todo, fundamentalmente, el reforzamiento del Frente Popular, vigorizar la unidad de acción entre los Partidos Socialista y Comunista, buscar la eliminación de todas las diferencias que los separaban, única manera de situarse a la altura de la hora histórica, decisiva, que se aproximaba para el triunfo o la derrota de la República.

—Hay que utilizar la pérdida de Teruel para liquidar a Prieto —dijo con su seriedad de burro soñoliento «Pedro» (Gueré), que actuaba, preferentemente, cerca del Partido Socialista Unificado de Cataluña.

—Los camaradas de la «Casa» aconsejan nutrir al Ejército con nuevas reservas que hagan posible una resistencia prolongada al objeto de mantener la lucha con vistas a una posible conflagración mundial, que cambiaría todo el panorama de la guerra en España. Resistir, resistir y resistir, tal es la directiva de la «Casa»…

—¿Tan seria ven los camaradas de la «Casa» la situación internacional, que les hace prever la guerra a plazo próximo? —pregunté.

 

—Sí —contestó Stepanov—. La guerra se estima ya como inevitable. Podrá tardar unas semanas, unos meses, quizá un año, pero la guerra se perfila como un hecho…

 

—Pero —argüí—, nuestra salvación no está precisamente en acrecentar la alarma de Francia e Inglaterra por el predominio de los comunistas en España, lo que puede inducirlas a caer más fácilmente de rodillas ante Hitler, sino en todo lo contrario.

 

—En este remolino de temores, de cobardías y de egoísmos la orientación de las grandes potencias puede cambiar bruscamente, iniciándose nuevos derroteros —contestó Stepanov.

—Eso requiere cambiar la dirección de la guerra. Prieto es el obstáculo fundamental para una resistencia a ultranza. Su pesimismo lo impide —explicó Togliatti.

 

Mentiría si dijera que no dejaron de impresionarme los argumentos de Stepanov.

—Comparto la opinión de los camaradas de Moscú y estoy igualmente de acuerdo con su análisis de la situación internacional, pero para poder realizar esa política de resistencia nuestro primer paso deberá ser el de lograr reforzar la unidad entre todas las fuerzas populares, muy especialmente entre los socialistas y comunistas, entre la UGT y la CNT… Prieto es el único puente sólido que nos une a los socialistas…

 

—Con Prieto en el Ministerio o fuera de él no avanzaremos un paso en el camino de la unidad —refunfuñó Pasionaria, cuyo odio hacia Prieto tenía raíces en sus líos amorosos con Antón, al cual Prieto había destituido en su función de comisario de Madrid.

—Las cosas caen del lado que se inclinan —dijo sentencioso Togliatti—. Prieto, a medida que se aborrasca el panorama de la guerra, se muestra más adversario de prolongar la lucha. Es lógico, tiene más de pequeño-burgués sentimental que de revolucionario consciente…

… Negrín deberá asumir las funciones de presidente y de ministro de Defensa. Es la única forma viable de realizar sin grandes conmociones políticas nuestra política de resistencia.

 

El 24 de febrero de 1938, redactaba yo un editorial para «Frente Rojo»…

 

El día 1.° de marzo, Pasionaria arremetía contra Prieto en un gran mitin celebrado en Barcelona. Después hay una manifestación con gritos como «¡Abajo los ministros capituladores!», «¡Fuera el ministro de Defensa Nacional!», «¡Viva Negrín!»:

 

Y Negrín les hace el juego a los comunistas:

 

Negrín, previamente advertido por nosotros de lo que iba a suceder aquella tarde, salió a conferenciar con Pasionaria, que encabezaba la manifestación. Le prometió solemnemente que en su Gobierno no se toleraría el menor gesto capitulador.

Coincidiendo con todos estos acontecimientos escribía yo, bajo el seudónimo de Juan Ventura, unos violentísimos artículos contra el ministro de Defensa Nacional, artículos que provocaron un auténtico escándalo político, pues todo el mundo sabía quién se escondía bajo el seudónimo de Juan Ventura.

«A los pocos días publicó “Frente Rojo” otro ataque de “Juan Ventura” contra el señor Prieto. El ministro de la Gobernación informó al Consejo del hecho insólito de que se había publicado tal artículo después de tachado por la censura, y al pedir Gobernación explicaciones a “Frente Rojo”, había contestado el periódico alegando órdenes del ministro de Instrucción Pública de que, aun cuando lo tachara la censura, el artículo se publicase… [Transcripción de un texto de Salvador de Madariaga]

 

Y el 30 de marzo nuestro objetivo se lograba. Prieto refiere el hecho con estas palabras: «La mañana del 30 de marzo, llega a mi despacho, muy temprano, el compañero Zugazagoitia. Gran extrañeza de mi parte, porque no era habitual en él madrugar, puesto que trasnochaba mucho en el Ministerio de la Gobernación. —»Me ha llamado el Presidente del Consejo —me dijo— y me ha preguntado si usted se enfadaría mucho si le quitara del Ministerio de Defensa Nacional, y me he adelantado a decirle que no se enfadará usted. ¿He acertado en la respuesta? —»Plenamente —contesté. —»Pues me alegro —añadió Zugazagoitia—; voy a confirmárselo al Presidente del Consejo. —»Yo también se lo confirmaré para que no tenga dudas…»

 

La España roja era una auténtica casa de tócame Roque.

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