21/11/2024 14:57
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Somos muchos los que coincidimos en que occidente vive una decadencia constante y que hoy está llegando a los últimos estadios de su degradación: los movimientos progresistas son la manifestación última de una concepción ideal de la realidad sesgada y extremista, errónea en lo teórico y desastrosa en su aplicación. Aunque multitud de autores describen la enfermedad y sus síntomas las soluciones que ofrecen son raquíticas; o bien románticas o tan extremistas como su opuesto, como la cura del galeno que solo entiende de sangrar o de apuntar. Los cristianos fanáticos, ebrios aun de su antigua gloria, o nos proponen una regresión imposible a la doctrina preconciliar, o un aislamiento social sectario al estilo de la prelatura, soluciones brutales, equivocadas y perjudiciales para el espíritu. La decadencia, le pese a quien le pese, es una fase histórica de la sociedad cristiana y la historia es tan plural como cíclica e irrepetible. Si estamos en el fin de ciclo también estamos al principio de otro nuevo, y eso implica una misión sagrada para el hombre en busca de la trascendencia inmanente, la de buscar un nuevo marco o centro donde poder integrar los elementos de la sabiduría universal para abandonar el viejo ciclo y empezar a transitar por el nuevo.

Hay que comprender que no todo en el progresismo, ni en el cristianismo es descartable por si mismo, son dos caras de la misma moneda que pueden integrarse en el mismo hombre. En nuestra sociedad el progresismo representa a lo que de material tiene la realidad, el cristianismo a lo espiritual; la tradición sapiencial nos dice que la realidad es un compuesto de materia y de espíritu, esta es además una interpretación auténtica de la metafísica aristotélica, que quedo adulterada por la escolástica para adaptarla a la dualidad platónica propia del idealismo espiritualista del cristianismo a partir de la época de la patrística, siendo San Agustín su representante más conocido; mientras que el materialismo marxista es precisamente la reacción a esa espiritualización sobredimensionada, como lo fue el epicureísmo durante el período helénico en la antigua Grecia, por eso precisamente decidió Carlos Marx hacer su tesis doctoral sobre Epicuro.  Tanto daño hizo el epicureísmo como el platonismo a la sabiduría ancestral de los presocráticos, y en este particular me resulta interesante las conclusiones de los hermeneutas heideggerianos, en cuanto a interpretar la historia conforme a un futuro anterior inexplorado, cosa en la que insistimos es una misión sagrada.

Ya no dudamos sobre esta conclusión, el tercer hombre es el que ha conseguido integrar estos polos, dándose cuenta de que pertenecen a la unidad indivisible: la pluralidad dentro de la unidad, esto es lo que nos dice un Heráclito o un Parménides. Platón fue el primer revolucionario conocido, el primer opositor a la tradición, un terrorista filosófico; por eso proponer una vuelta al platonismo supone tropezar dos veces con la misma piedra, de su pensamiento proviene el dualismo epistemológico, la negación de la multitud infinita de pluralidades integradas en la unidad, de aquí la absoluta incomprensión del hombre occidental de si mismo y del mundo que lo rodea, de aquí su afán de progresar hacia la nada y su vacío existencial.

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Para el tercer hombre la vía es un camino ascético – hacia lo alto – con el que a lo largo de la vida medita sobre las cuestiones fundamentales de la realidad, y va integrando en si la no oposición al mundo, que en definitiva es aceptar lo irracional absoluto de la existencia. El hombre que se encuentra en la cúspide de la montaña ya no se opone a fuerzas que le son incomprensibles racionalmente, así pierde el miedo a lo numinoso desconocido y se abandona a la aceptación de la realidad. De esta forma puede vivir plenamente su existencia, como experiencia consciente e irrepetible, lo que supone la paz del espíritu; esto es: el Nirvana, el Sartori, la Santidad. 

Esta es una doctrina libre y no dogmática, que cada cual puede adaptar a su gusto y a su propio carácter, el único requisito es abandonar ese tránsito oscuro – muchas veces necesario – por la religión y la ideología, y disponer cuerpo y espíritu para recibir el conocimiento de la tradición universal. Este camino no es fácil, implica una mente dispuesta a explorar un mundo terrible, y a invertir tiempo en el estudio y la reflexión-meditación, a aceptar un camino que nunca termina y que es o supone la vía de la acción.

Autor

Carlos Ferrández López
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