24/11/2024 03:33
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Si, lo sé, mi corazón oprimido y en escombros, vórtice de cangilones, pecera melancólica, moridero de ruiseñores mortecinos, plomo desalentado, henchido de ingratitudes y desapegos y contrariedades, en su mejor momento una nostalgia, en su peor momento un desamparo, lo sabe: el gran y voraz ataúd de la noche, su nigérrimo velo levanta.

De la nada a la nada, nada salva

Definitiva y marmórea y alabastrina melancolía, azules hipogrifos del sinsentido, sé que nada salva, también lo sé. Ni el resignado ejercicio de la escritura, ni la estrella que en la arrasada noche ignora la alborada. Y también sé que el olvido, como un agua maldita, nos da una sed más honda que la sed que nos quita. Y que el rocío del sueño jamás está hecho de lorquianas manzanas: sueños, mártires descentrados de un corazón maniático.

Cernudianamente, estar cansado de todo, sabinianos velos de alquitrán en la mirada, baudelairianas y selenitas tristezas. Y, como Borges, el más grande, instantes. Epifánicos. Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima también trataría de cometer más errores.

De la nada a la nada, ininteligible tránsito, lo llaman vida: grave acorde, brota del fondo del silencio, otro silencio. El silencio enmudece del todo, horizonte color té. ¿Existe algo peor que darse cuenta, tarde, del insondable y fugaz paso por la vida?…

…Y gracias, siempre, a los lectores de El Correo de España que todavía me leen. Y a Álvaro Romero, claro. Gracias. El resto, hamletianamente, púdica mudez. En fin.

 

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