21/11/2024 23:53
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Estamos en unas fechas que se entremezcla magia y tradición. Días muy especiales para algunos, odiosos para otros y sin importancia para unos pocos. Lo cierto es que si reflexionamos nos daremos cuenta de una realidad que empieza la noche del 24 de diciembre y termina el 6 de enero, día de la Epifanía del Señor.

Estas fechas se celebran desde tiempos inmemoriales. No sabemos cuándo se empezó a celebrar el solsticio de invierno, pero es el origen de todo. Es de suponer que el hombre hizo algún rito desde que tuvo conciencia que las estaciones cambiaban y existía el frío y el calor. Estos rituales evolucionaron con los años a media que el hombre maduró intelectualmente. Con el paso de los años aquellas fiestas paganas que romanos y griegos incluyeron en sus celebraciones tradicionales se cristianizaron. Ya no se celebraba el solsticio, sino el nacimiento del hijo de Dios.

También desde tiempos ancestrales ponemos árboles en nuestras casas. Es una tradición que viene del norte de Europa. Por estas fechas es cuando hacía más frío y las familias se reunían en casa durante más de diez días, sin salir, y celebraban aquel evento quemando troncos de árboles y comiendo en abundancia carne. Con los años los árboles dejaron de quemarse, se adornaron y se encendieron luces para conmemorar aquella ancestral tradición. La familias se siguen reuniendo, alrededor de una mesa, con todo tipo de viandas, presididas por el árbol símbolo de la Navidad.

También desde tiempos inmemoriales se canta en las casas y lugares de reunión canciones. Es una tradición intrínseca en el ser humano. Aquellas canciones paganas se fueron cristianizando. Con el tiempo se compusieron villancicos dedicados al hijo de Dios. El paganismo desapareció para convertirse en todo aquello que celebraremos estos días. Los villancicos salieron de las casas y se trasladaron a las calles y a las iglesias. Con la evolución tecnológica llegaron a la radio, a la televisión y hoy a todas las plataformas musicales.

En por el siglo IV existía un obispo llamado Nicolás de Bari que hacía presentes a los niños necesitados. La historia de aquel santo obispo se convirtió en el llamado Sinterklass de los países del norte. Su personificación es un hombre mayor, con barba, vestido de rojo y con mitra. Esa tradición ancestral vinculada con el cristianismo viajó de la Vieja Europa al Nuevo Mundo. Hubo un hombre que unió la tradición del obispo Nicolás con Sinterklass. Se llamaba Clement Clarke Moore y en el año 1823 publicó A visit from St. Nicolas. En ella unía las dos tradiciones e incluyó de otras que él mismo se inventó. Ya tenemos el guion. Thomas Nast, en 1863, dibujó el personaje y Norman Rockwell lo inmortalizó en la década de los veinte del siglo pasado. Luego vino Coca-Cola y la ilustración de Fred Mizen, de 1930, cuando plasmó un hombre vestido de Santa Claus en el centro comercial Famous Barr Co. de Sant Luis, bebiendo este refresco rodeado de niños. Entre 1931 a 1964 Haddon Sundblom dibujó las campañas navideñas de Coca-Cola, humanizando el personaje. En la 1939, de la mano de Robert L. May nace Rudolf, el reno de la nariz roja. Aquel Sinterklass del Viejo Mundo que viajó al Nuevo Mundo regresó al primero reconvertido en Santa Claus o San Nicolás y, desde finales del siglo XIX, se celebra aquello que escribió Clement Clarke Moore en su poema sobre la noche de Navidad.

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La magia y la tradición se entremezclan con el consumismo. En los Estados Unidos se empieza a preparar después del Thanksgiving Day -Día de acción de Gracias-. En otros países los preparativos comienzan quince días antes. La verdad es que no existe un día para que se dé el disparo de salida a la Navidad. Lo único cierto es que empiezan y todos nos adentramos en un mundo mágico e irrepetible. También el consumismo se adueña de la situación. Se compran los regalos y se esconden para que los más pequeños de la casa no los localicen. Hay carreras, dolores de cabeza, sueños e ilusiones concentradas en estos preparativos que en algunas casas se descubrirán la noche de Navidad y en otras el día de Reyes.

Y no nos podemos olvidar de los Reyes Magos. Simbológicamente se hacen presentes a los niños nacidos en cada casa y, de esta manera conmemoramos aquello que pasó en Belén, cuando Gaspar, Melchor y Baltasar le entregaron oro, incienso y mirra al Niño de Dios. Todos somos hijos de Dios y, por eso, rememoramos el 6 de enero algo que tradicionalmente pasó en un portal. Celebramos todos juntos la Epifanía del Señor.

Al fin y al cabo cada uno tiene su manera de celebrar esta festividad ancestral. No hay una sola Navidad, sino que cada uno la vive como cree y considera que ha de hacerse. Por eso es lógico que cada generación lamente el significado actual de la Navidad. Siempre se quiere volver a lo que piensan que era. Y eso no puede ser. Nuestros recuerdos son agradables sobre el pasado y, con la pérdida de los seres queridos, desearíamos dar marcha atrás. En ocasiones mitificamos el pasado. Consideramos que aquello era lo mejor y no es del todo cierto. Era una parte de nuestra vida y la recordamos con cariño porque en esa imagen había personas que hoy no están. Así de sencillo. Y eso no quiere decir que fueran ni mejores ni peores que las actuales, sino diferentes. Esta es la grandeza de la Navidad. Las tradiciones y los recuerdos nunca son estáticos y nunca se parecen a lo que uno imagina que fueron antes. Ahora bien, la magia de estos días permite que los preservemos en nuestro inconsciente y nos emocionemos -como diría Charles Dickens- al recordar la Navidad pasada.

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Cada uno de nosotros transforma las tradiciones y las hacemos nuestras. Al no ser una tradición estática esto hace que se engrandezca y se convierta en eterna. La magia tiene mucha importancia estos días.

La grandeza de la Navidad está intrínsecamente ligada a tres hechos que hemos mencionado. Hace muchos años vivió una persona llamada Nicolás de Bari. En Belén nació un niño y tres personajes le llevaron presentes. Eso es lo que conmemoramos, de ahí su grandeza. Creyentes y no creyentes, tradiciones paganas, laicas o cristianas, todo lo que hemos explicado se concentra en un día que, desde antaño, es mágico para el ser humano.

A lo largo de la historia han nacido miles de niños. Ahora bien, hace más de 2.000 nació uno en Belén. Puedes creértelo o no, pero cada año rememoramos y celebramos el nacimiento de ese niño al que los creyentes consideran el Hijo de Dios. Por eso aquella fiesta pagana de la cual hablamos al principio y que, con el paso de los años paso a ser Cristiana, hoy en día es universal. Creyente o no creyente, envueltos o no en el caos comercial, con o sin niños, alegres o tristes, solos o acompañados… siempre encontramos un momento, durante estos días, para celebrar el nacimiento de un niño que cambió el rumbo de la humanidad. Ahí radica la grandeza de la Navidad.

No podemos cerrar este pensamiento navideño sin adentrarnos un poco en el mundo mágico y tradicional de Clement Clarke Moore. Hace casi doscientos años de su pluma nació una frase que puso en boca de Santa Claus: Happy Christmas to all, and to all a good-nigth. Pues eso, Feliz Navidad a todos, y a todos buenas noches.

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