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Buenos días Miguel,
A punto de transcurrir tres meses desde que os pedí una simple tarjeta mastercard (os he remitido numerosos correos electrónicos extrañado porque no me avisabais para pasar a recogerla), me mandas un mensaje diciendo que no sabes por qué razón, la tarjeta no ha sido remitida a vuestra oficina, sino a otra oficina del banco (en concreto a otra oficina de la calle Gran Vía de Madrid) con la que no tengo ningún vínculo.
Habiéndome puesto en contacto con dicha sucursal para que me confirmasen que la tarjeta obraba en su poder, me contestan “que sí, pero que vuelva a llamar para pedir una cita y seguir el protocolo de entrega”.
Le respondo a la señorita que me atiende, diciéndole que me dé ella misma la cita, y me contesta secamente con un “no es posible”, e insiste en que pida esa cita.
He tenido que dedicar de nuevo mucho tiempo a esa llamada para solicitar una cita porque nadie contestaba al teléfono.
Una auténtica pesadilla, Miguel. Jamás podría haberme imaginado que ocurriera esto con un banco que funcionaba a la perfección, con el que vengo operando desde hace tantos años.
No sé qué política os han dicho los “gurus” de vuestra entidad que sigáis en lo referente a la atención al cliente, pero presiento que “os vais a hacer puñetas” como sigáis así.
Bien es verdad (en vuestro descargo) que no sois el único banco que trata así de mal al público, ya que trabajo con otras entidades, y tengo la sensación de que todas ellas están dirigidas por los mismos “gurús” o, al menos, todas siguen un patrón común.
Esta última conclusión a la que llego, me hace cambiar de opinión, sobre la marcha y rectificar, quizás “no os vais a hacer puñetas” como manifestaba antes, “a hacer puñetas” nos vamos nosotros, vuestros clientes (si es que no nos hemos ido ya), puesto que a nada que uno analice la situación, es bastante fácil de entender:
Ya no tenéis que “hacerle la rosca” al cliente como antaño, cuando regalabais baterías de cocina, balones o bolígrafos, puesto que “el rebaño” al completo ha entrado por fin en el redil del sistema, en el que “todo quisqui” está obligado operar con una entidad bancaria, a no ser que acepte convertirse en un paria o en un indigente del sistema.
No necesitáis haceros lo simpáticos con los clientes, porque sabéis que nos tenéis cogidos por “esa parte de la entrepierna”, puesto que, si no tenemos una cuenta abierta en un banco, no podemos domiciliar los recibos de luz, de agua, del gas, del alquiler, del seguro médico, de hogar, de vida, del coche (o del puñetero Amazon). Es decir, estamos fuera del sistema y, por tanto, ¡ya no somos nadie!.
Eso lo sabéis perfectamente, por eso tratáis así a las personas, por eso tratáis como tratáis a los clientes de todas las edades, aunque me duela especialmente comprobar el trato que dispensáis a las personas mayores.
Si a todo ello, añadimos la carrera contra reloj que estáis llevando a cabo para terminar, de una vez por todas, con todo resquicio de dinero en efectivo, con el fin de implementar definitivamente el “plástico” el microchip o cualquier otro elemento tecnológico, en un plan perfectamente diseñado por las élites de la agenda globalista, poco más puedo añadir, querido Miguel, más allá de certificar la “defunción de la banca tradicional” (D.E.P.).
Bueno, tal vez pueda añadir que tú, querido Miguel, sin darte cuenta (o tal vez sí), eres víctima también, (tú, en calidad de empleado de banca y cooperador necesario) de ese oscuro sistema que se está implantando sin solución de continuidad. Porque, tampoco tú, te libras de que “ese hilo de seda” sobre el que se sostiene tu puesto de trabajo, se deshilache y rompa cuando llegue el momento (no te lo deseo) en el que esos “gurús” a los que antes me refería, dando el siguiente paso, os sustituyan a los que sobrevivís en las sucursales (“los últimos mohicanos”), por una fría “herramienta informática o app”, tan de moda en los últimos tiempos. Todo ello, claro está, mientras las entidades financieras publican cada año sus indecentes resultados y beneficios.
Es un hecho ya constatable, que tratáis a vuestros clientes, con la misma frialdad mecánica, con la que lo hacen esas dichosas aplicaciones. El siguiente paso, probablemente, será que paséis a llamarnos por los cuatro últimos dígitos de nuestras cuentas corrientes en lugar de por nuestros nombres y apellidos, poco antes de cerrar definitivamente al público.
Te ruego le hagas llegar este mensaje a tu Director (máximo responsable de la oficina), al cual no tengo el placer de conocer. Al respecto de esto último, te recuerdo que hubo una época (y no es el Neolítico), en la que los directores de sucursal salientes, se despedían de sus clientes antes de jubilarse o de mudarse a otra oficina, y en la que los directores entrantes, se dirigían entusiasmados a presentarse ante sus clientes.
Bien es verdad que, en esa época no tan lejana, la educación y los valores eran virtudes que cotizaban al alza; valores que, hoy en día, uno todavía puede encontrar, no sin cierta dificultad, en alguna “almoneda” del Rastro a precio de saldo.
Algo que, en justicia y a decir verdad, no es solo culpa vuestra, sino de una sociedad decadente que, obviamente, tiene su parte alícuota de responsabilidad, dada su pasiva complicidad y su flagrante omisión del deber de reaccionar antes de que sea demasiado tarde.
De “apagar toda llama” o atisbo de reacción por parte de la sociedad civil, ya se ocupan las grandes plataformas mediáticas, con sus series de televisión, el fútbol, el covid y sus variantes, los “reality shows”, u ofreciendo herramientas engañosas como (por ej.) “Twitter” para que el ciudadano insatisfecho ejerza su inane “derecho a la pataleta” creyendo que está salvando el mundo, en lugar de salir a la calle a expresar su más que justificada indignación.
Recibe un cordial saludo.
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