22/11/2024 03:09
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 “¡Qué país, Señor, qué país!… la vida humana ya no merece respeto, la justica se condiciona a la política, la autoridad toma partido por un grupo, los transeúntes se juzgan por su vestidura y se cruzan miradas de desafío, el odio se expande y se infiltra como un gas en toda la vida española”

Por la transcripción Julio Merino

Iniciamos hoy, como aprendizaje para jóvenes periodistas, placer de lectura y «antídoto» de sanchistas subvencionados, la publicación de unas cuantas de las ACOTACIONES DE UN OYENTE que el gran Wenceslao Fernández Flores (el inmortal del «Bosque animado») hizo famosas en ABC entre 1931 y 1933…y que el «agitpro» comunista tiene escondidas en la nevera de la libertad (en la de Stalin, claro).

        Así que no se las pierdan, si quieren saber cómo fueron aquellas Cortes Constituyentes de la II República, hombre sí, la legal, la legítima, la constitucional, la de los derechos humanos, que se cargaron los golpistas asesinos del 18 de julio del 36.

Biografía

Hijo de Antonio Luis Fernández Lago y de Florentina Flórez Núñez, nació en una casa de la calle coruñesa de Torreiro, y manifestó desde pequeño vocación por la medicina, aunque la muerte de su padre cuando tenía quince años le obligó a dejar los estudios y trabajar como periodista. Empezó en el diario coruñés La Mañana y posteriormente colaboró en El Heraldo de Galicia, Diario de La Coruña y Tierra Gallega. A los diecisiete años dirigió el semanario La Defensa de Betanzos, publicación que se declaraba enemiga del capitalismo feroz y a favor de los agraristas; un año más tarde y con tan sólo dieciocho años dirigió durante año y medio el Diario Ferrolano, aunque tuvo que falsear su fecha de nacimiento, pues legalmente no podía hacerlo con menos de veintitrés. Después pasó a dirigir El Noroeste de La Coruña. En 1913 fue a Madrid como empleado en la Dirección General de Aduanas, pero abandonó ese cargo para trabajar en El Imparcial y poco después, en 1914, en ABC, donde empezó a publicar sus «Acotaciones de un oyente», una serie de crónicas parlamentarias que le hicieron muy famoso, y que luego reunirá en Crónicas parlamentarias (1914-1936). También escribió en El Liberal y La Tribuna. Desde Madrid continúa manteniendo relaciones con el diario La Mañana y con la prensa gallega.

Su opinión sobre el Madrid rojo

Sobre el Madrid de aquella época escribió posteriormente por boca de uno de sus personajes:

¡Qué país, Señor, qué país! Entonces, ¿qué cabe hacer en él? La vida humana ya no merece el menor respeto, la justicia se condiciona a la política, la autoridad toma partido por un grupo, los transeúntes se juzgan por sus vestiduras y se cruzan miradas de desafío, el odio se expande y se infiltra como un gas en toda la vida española; se incendian iglesias frente a la cara de ese burgués cobarde que tiembla en el Ministerio de la Gobernación y que adula a las turbas mientras acaso piensa en su propio dinero amenazado.

24 septiembre 1931. 

 El Pacto de San Sebastián alzó ayer nuevamente su silueta, y todos lo reverenciamos. El Pacto de San Sebastián nos recuerda aquel castillo inglés, de una novela de Wilde, que un millonario yanqui compra, haciendo incluir en el inventario al fantasma que recorre desde tiempo remoto las galerías y las habitaciones. Nosotros hemos adquirido también una República con su fantasma: el Pacto. Nos ponemos a hacer nuestra Constitución, y el Pacto aparece, lívido y solemne, lanzando aullidos estremecedores. Nos inclinamos sobre el problema catalán y el Pacto dibuja la vaguedad de su sombra detrás de Besteiro, destacando sobre el terciopelo rojo de la pared. Gruñimos contra el Ministerio, y el Pacto, extraviados los ojos, un mechón caído sobre la frente, trágico, se yergue junto al banco azul, con un dedo ante la boca. 

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¿Qué es el Pacto? Nadie lo ha podido explicar claramente. ¿Es una revelación? ¿Una tradición? ¿Un documento? ¿Una charla? ¿Un cocodrilo? Se sabe tan sólo que hay un Pacto y que este Pacto tiene un Moisés: el Sr. Carrasco Formiguera, que bajó del Sinaí con un folleto cuya absoluta autenticidad no está detalladamente corroborada. 

Parece que el Pacto tiene una oportunidad: la de surgir siempre que se le necesita. Y una eficacia: la de declarar tabú todas las cuestiones que toca. Sus efectos son, por lo tanto, conocidos, pero a él mismo, en sus particularidades y en su integridad, no lo conoce nadie. 

Aun hay algo más extraordinario: que la nación le respeta como si en verdad supiese de lo que se trata y hasta como si ella misma lo hubiese discutido y rubricado, aplaudido y sancionado. Lo cual demuestra cuán fácil de gobernar es un pueblo ingenuo que se inclina ante lo que ignora; y también que es estúpido consagrar tantos debates a la Constitución, puesto que, si se admite que esta Constitución está mediatizada por la existencia anterior de un Pacto, es igualmente posible admitir que la Constitución estaba de antemano acordada. 

En la Cámara falta lo que había en el castillo de la novela de Wilde: los muchachuelos irrespetuosos y de buen sentido moderno que demostraron no temer ninguno de los trucos del fantasma y concluyeron por hacer su misión imposible. Alguien que pregunte, sencillamente: «Si el país no ha revisado ese Pacto, ¿por qué lo tenemos que acatar?» 

El Congreso desembocó ayer en uno de los más graves problemas que la situación nos propone; en el más grave. Y, sin embargo, la sesión tuvo el vuelo de un pato doméstico. En ningún discurso se encendió la emoción de estos instantes decisivos para la vida de España. Ni siquiera el cambio de régimen puede igualarse en trascendencia a esta cuestión, que al fin se plantea ante las Cortes, un poco insinuada todavía, pero con suficiente claridad: extensión e intensidad de las autonomías. 

Los períodos en cadeneta del Sr. Alcalá Zamora, robustecidos con alusiones al Pacto, tomaban toda su importancia de la que a ese Pacto quiera concederse, y, aunque el orador haya salido al encuentro de la suspicacia con su propia confesión, no podemos olvidar tan pronto aquellos discursos en los que, evocados por los caracolillos de sus palabras, surgían en ringlera los reyes godos, pisando las adelfas de no recordamos qué lugares, para oponerse a las aspiraciones de Cataluña. ¿Han rectificado también los reyes godos? 

Cuando se toca la cuestión catalana se habla siempre a media voz, veladamente, esquivando la claridad, que tan provechosa sería. Los diputados gritan en los pasillos lo que después no se atreven ni a insinuar en la Cámara. Aseguran en el salón de conferencias que los términos en que está planeada la autonomía acarreará la ruina de la nación; juran que el castellano será bien pronto una lengua desconocida en Cataluña; afirman que Nicolau d’Olwer se negó a poner su nombre bajo el manifiesto que el 10 de diciembre llevó a Barcelona Rafael Sánchez-Guerra, porque el documento revolucionario terminaba con un ¡Viva España!… Luego, en los debates, todo es reverencia, suavidades, halagos, ansia de demostrar que «también el diputado que tiene el honor de dirigirse a la Cámara ha comprendido el hecho diferencial». 

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Julián Besteiro 

 

Y esto es terrible, porque obscurece la situación y siembra recelos entre esas sombras. Dígase la verdad, alta y clara, y discútase lealmente por parte de todos. 

¿Qué afán imperialista achacaba a Cataluña el señor Alcalá Zamora en la última parte de su discurso, al rogar que no pretendiese seguir la ruta del rey don Jaime? Súbitamente se insinuó en nosotros la idea de una Cataluña extendida a las Baleares, acaparadora de Valencia, reivindicando sus derechos en Huesca y en Teruel, donde algún día tuvo su planta, recordando que, más abajo del Ebro, hay una civilización de origen catalán, y retorciéndose los mostachos ante Cerdeña, con la frente cargada de recuerdos históricos y una mano en el espadón de los conquistadores… Pero todo eso, ¿qué quiere decir? ¿Era un simple afán, muy parlamentario, de lucir conocimientos del pasado? ¿Delata un ansia de expansión de Cataluña por los lugares que influyó en otro tiempo? No es porque tengamos personalmente nada que oponer a la mayor anchura de aquella región, sino por horror a las ambigüedades en estos momentos, por lo que hacemos esta observación. Porque nosotros no suscribimos el amable fervor con que el Sr. Alcalá Zamora les suplicaba: 

-¡Deteneos en Aragón! 

Nosotros les decimos, por el contrario: 

-Si sois fuertes, si tenéis virtudes mejores, si podéis inculcar el amor al trabajo, si sabéis ampliar la cultura, si es más fino vuestro instinto político, avanzad; añadid a esos pretextos de imperialismo otros igualmente fáciles; recordad que en Andalucía y en las Castillas tenéis un mercado; que en Vizcaya hay mineral para vuestra metalurgia; que en las rías gallegas casi todos los conserveros de pescado llevan apellidos catalanes. Anexionadnos. 

Vuelo de ave de corral. Faltó un hombre que pusiese en la sesión una nota a la altura del tema. El discurso del Sr. Carner fue un mosaico de recortes de artículo de fondo. Vulgar, empedrado de tópicos; de los que se oyen y se olvidan en cuanto han terminado. El Sr. Zulueta se marcó a sí mismo un límite inferior a sus capacidades. En cuanto a don Antonio Royo Villanova, olvidó que en estos asuntos puede ser un arma la ironía, pero nunca los chascarrillos. Cuando terminó de hablar había empequeñecido tanto el tema y había hecho reír tan largamente a la Cámara, que daban ganas de llorar con amargura.

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