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La industria cárnica española aniquila de forma deliberada y metódica a más de 850 millones de animales en los mataderos, según datos ministeriales. Vacas, toros, terneros, cerdos, cabras, ovejas, pollos, conejos y animales de otras especies son trasladados a diario, preferentemente en camiones, hasta tales fábricas de exterminio. Con sus crotales a cuestas, el matadero moderno es factoría donde los camiones arriban de manera incesante – y a rebosar – con cientos o miles de animales. Algunas plantas llegan a procesar más de diez mil pollos por hora o quince mil cerdos al día.  Además de las centenas y centenas de animales que se matan cada día, se matan vacas preñadas, sacrificando pequeñísimos terneros. Incluso son perfectamente visibles los cordones umbilicales. El ritmo no para. La productividad no se detiene por una vaca embarazada, ni por cien. Descenso a los infiernos sin minutos de gloria.

Lavado de imagen

Cualquier matarife honesto te ilumina. «Vi centenas de terneritos que yo mismo tiraba a la basura. Se matan millones de animales cada día, aunque sabemos que no hace falta comer tanta carne. Son los mayoristas, los lobbies, los que necesiten que no pare la producción». Los animales, mera maquinaria de producción. A la sazón, indetenibles cadenas productivas  por la que pasan, más o menos, por ejemplo, treinta y cinco vacas a la hora, sin nunca parar. Repiquetea el ruido de una sirena y la cadena continúa braceando. El ríspido sonido, el olor a sangre seca que te obliga a aprender a respirar por la boca. El frenesí productivo, fiero y feroz.

La etiqueta «bienestar animal» utilizada, en ese sentido, por la industria de la carne, filfa. Blanqueo de imagen y burda propaganda, a mayor gloria de las suculentas ventas. De hecho, nos topamos con una de los lobbies más poderosos de nuestra patria, el cuarto sector industrial y uno de los mayores productores/exportadores a nivel planetario. Negociete de aproximadamente 25.000 millones de euros. Macizo lobby que niega cualquier mal trato. Basto y vastísimo embuste. Su poder en España, casi omnímodo. Industria extremadamente hermética. Llegado el caso, cártel mafioso. Recordemos que en 2016 se filtraron unos documentos estratégicos que punteaban (y apuntaban) a cuatro importantes grupúsculos cárnicos (Interporc, Provacuno, Asici e Interovic) como autoras de una trama de gansteriles ribetes que tenía como fin manosear a la opinión pública ante el informe de la Organización Mafiosa de la Salud donde se vinculaba el cáncer con el consumo de carne. Una de las medidas acopiadas en el plan consistía en una «estrategia de evangelización» para «contrarrestar la información negativa» del informe  de la OMS.

Cámaras ocultas, en esta ocasión, sí

Se presupone que matan a los bichos con el menor sufrimiento posible. Nada de ello es cierto. Las atrocidades de esta industria, puro oscurantismo. Salvo que las imprescindibles cámaras ocultas se cuelen entre sus instalaciones de implacable exterminio. Durante la última década, los potentes lobbies de la industria ganadera se hallan detrás de una promoción legislativa que hostigue la filmación y obtención de imágenes dentro de sus instalaciones. Evidentemente, clarísimos ataques contra la libertad de expresión, el derecho a la información, el bienestar animal, los derechos de los trabajadores o la seguridad alimentaria.

Las empresas cárnicas pretenden hacer creer al consumidor que los animales están salvaguardados bajo rigurosas normativas. Aclaremos. Incumplimiento flagrante, sistémico y sistemático de dichas leyes protectoras de los animales. Las medidas de bienestar animal sí hacen menos dolorosa la explotación y matanza industrial de animales pero es erróneo pensar que los protegen. No solo no lo hacen, sino que además la puesta en marcha de tales medidas es inviable en muchos casos y en otros tiene nula efectividad. De esta forma acaban sirviendo únicamente para azucarar la imagen de la industria. Los trabajadores que abandonan esta sórdida industria, decisivos. Te piden «inflar cabezas de ternero con una pistola de aire comprimido para que nadaran en agua hirviendo como si fueran pelotas de baloncesto». Está claro que «hacía de todo pero aceptaba cualquier cosa que me pedían, coge esta mierda, la cojo, mete esas tripas en el cubo, las meto, esa cabeza también, pues también». Todo por la pasta.

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Violencia estructural, explotación sistemática que se ejerce contra los animales en estos lugares. Las descargas eléctricas, los disparos de bala cautiva o los baños de agua electrificada son rutinas estandarizadas que, por crueles que parezcan, forman parte de la actividad cotidiana de cualquier matadero. Nos topamos, en tantas ocasiones, con megainstalaciones sin claraboyas, atrapados los currelas por el ruido de los ganchos que chocan entre sí, los alaridos de los animales, pavorosos bramidos de sierras y taladros, sirenas, charcos de sangre, mierda de animal. Si un currito pregunta cualquier cosa te dejan las cosas suficientemente despejadas. «Chapa la mui, agacha la cabeza y haz tu trabajo. Y si no estás contento, lárgate».

Transporte y descarga de animales

Hay que tener en cuenta que un importante número de animales nunca llegará a la fase de transporte ni al matadero. La cifra de los que cayeron en las granjas debido a problemas de salud asociados al inhumano régimen de explotación —padecimientos derivados de la selección genética, desbarajustes metabólicos, molestias respiratorias — o debido a lo que la industria designa como «descarte» —escabechina de animales en la propia granja por no obtener los niveles óptimos de producción— se calcula en millones.

Cuando llegan, algunos heridos. O, sin más, cadáveres. Los animales son recibidos, habitualmente, en una vereda que liga directamente con los corrales, lúgubres y sucios éstos, y son transportados a los establos mediante ruidos que los aterrorizan o mediante “empujadores” eléctricos. O a palo limpio, sin más. En ocasiones se aplican patadas y golpes a los que se resisten y a los de menor tamaño los arrojan hacia adelante o desde el camión a las rampas que conducen a tan tétricos cobertizos.

Hacia la muerte, métodos de aturdimiento

Bajo pretexto religioso, la normativa permite la excepción en el caso de la matanza halal o kosher. Sin aturdimiento previo. Alucinante semejante excepcionalidad legislativa. Discutibles prerrogativas para judíos y musulmanes en España. Bárbaro abuso de ley (religiosa), vamos. En el año 2010 y solo en Mercabarna se llegaron a matar de esta manera más de cien mil corderos y más de cuarenta mil terneras. Lo dicho, primer horror.

Pero, en general, ¿se respeta la ley con los métodos de aturdimiento que preceden a la muerte del bicho? Primer método. Pistola de perno cautivo. La pistola arroja un proyectil accionado por un cartucho de pólvora o mediante aire comprimido que, tras introducirse en el cráneo, provoca un trauma cerebral. Segundo método. Aturdimiento eléctrico. Descarga que causa un ataque epiléptico y la instantánea pérdida de conocimiento. Tres. Electroaturdimiento en tanque de agua. El baño de agua electrificada para atontar pollos o aves de tamaño similar, el más utilizado tanto en España como en el resto de Europa

¿La clave de los tres citados tipos de aturdimiento? Su consuetudinaria y excesiva ineficacia. Tras el aturdido, algunos animales —cerdos, ovejas o conejos, muestran palmarios signos de seguir conscientes. Sacuden sus cuerpos con furia, menean los ojos vislumbrando, como pueden, el entorno, se arquean o patalean colgados de una pata. En ocasiones incluso aguantan colgados varios minutos mientras el matarife realiza otros quehaceres. Si el aturdimiento eléctrico no es desarrollado correctamente, bien porque el matarife no lo ha ejecutado donde debe o bien porque la corriente eléctrica no ha sido la adecuada,  es harto probable que los animales no pierdan el conocimiento. Semejante espanto se conoce como un shock perdido o «estado de pesadilla de Leduc«.

Exterminio

Al no morir durante el proceso de aturdimiento nos topamos con asuntos muy jodidos. El matadero de Incarlopsa —empresa situada en Cuenca que suministra elaborados cárnicos a Mercadona— fue condenado por meter a cerdos vivos en los tanques de escaldado durante tres años seguidos. A principios del año 2017, una cámara oculta mostró como los animales eran descolgados vivos dentro de los tanques. Durante el año 2016 una investigación oficial realizada en Gran Bretaña denunció más de 4.000 infracciones graves a las normativas de las leyes de bienestar animal y, lo de siempre, descubrió también casos de cerdos introducidos vivos en los tanques de escaldado.

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Cerdos introducidos vivos en los tanques de escaldado. Necesaria repetición. Y no solo cerdos. Estos cerdos llegan al tanque de escaldado, caen el agua y comienzan a aullar y patear. A veces se agitan tanto que arrojan agua fuera del tanque. No mucha agua, pero es obvio que viven, aullidos delatores. Tarde o temprano se ahogan. Hay un brazo giratorio que los empuja hacia abajo, sin opción alguna de salir. En dos minutos, K.O. Agonía infinita en 120 segundos. Cerdos, muchísimos de ellos de escasos días de vida, tratando de nadar en el tanque de escaldado.

Conscientes tras el ineficiente aturdimiento, un clásico. Y vueltas de tuerca. Animales remolcados por el suelo hasta la zona de matanza mediante un arpón clavado a su garganta. O aves enganchadas de sus propias patas y acarreadas hasta tanque de agua electrificada para allí ofuscarlas y, tras ello, a la zona de desangrado donde se les raja el cuello con una filosa cuchilla. Aun así, tras superar las fases de aturdimiento y degolladura, algunas aves parecen seguir conscientes. En algunos mataderos también utilizan un soplete para chamuscar las pezuñas de los cerdos y desasirlas de las patas. Esta práctica solo debe hacerse cuando el cerdo se halle totalmente muerto. Nada de esto sucede en ocasiones. A veces, y con la intención de ganar tiempo, algún matarife singularmente sádico achicharra con un soplete las patas de un cerdito que aún respira. Las llamas le alcanzan el rostro. Quemado vivo.

¿Hipocresía? ¿Ignorancia? ¿Maldad?

La industria cárnica cuida mucho la forma en la que presenta a los consumidores la explotación y salvaje matanza de los animales. Cuando hablen de «bienestar animal» o vean bucólicas imágenes publicitarias recuerden los innumerables abusos y agresiones que sufren los animales y el horror sistémico y sistemático que padecen. No hay lugar para el bienestar en ninguna granja de corte industrial ni en ningún matadero.

Tal vez no sea generalizada hipocresía, sino ignorancia. La gente desconoce absolutamente lo que sufren los animales ni lo quiere saber. Los esfuerzos de Aitor Garmendia y otros, baladíes. Imagino que existen problemas más importantes cada día. La unidad de la patria, el atroz sanchismo, el NOM, la guerra, el hambre, la inmigración masiva, las falsas pandemias. ¿A quién le importan estas pobres almas mudas, nuestros compañeros en tan insólito y fascinante viaje llamado vida? Al menos, antes de llevarse el próximo trocito de jabugo a la boca, den una vuelta al asunto. En fin.

 

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.