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Pedro Sánchez se jactaba hace unos días de su entrada en la historia por sacar de su tumba a un “dictador” muerto hace más de 45 años. Sin embargo, esa misma izquierda que persigue a los muertos, no tiene ningún reparo en homenajear a Largo Caballero, el “Lenin español”, Companys, Carrillo, La Pasionaria o a las Brigadas Internacionales dirigidas por la Comitern, es decir, por Stalin. Muchos creen que este es un fenómeno particular de la izquierda española, causada por la victoria del régimen de Franco, pero lo cierto es que no es así, y la izquierda presenta el mismo rostro en todas partes. Un buen ejemplo es Eslovenia, que, al contrario de España, sufrió una dictadura comunista durante más de cuarenta años.

La llegada en abril de este año del ecologista liberal Robert Golob al gobierno esloveno fue muy bien recibida en Bruselas y en Moscú. Nada raro, puesto que el hasta entonces primer ministro, el conservador Janez Jansa, había sido señalado por la Comisión Europea y los grandes medios de comunicación europeos por “Orbanizar” Eslovenia, y por el Kremlin por su apoyo sin reservas a la causa ucraniana. El nuevo gobierno de coalición, formado por el Movimiento Libertad de Golob, el partido socialdemócrata (Socialni demokrati – SD) y La Izquierda (Levica), ha tomado medidas contra los medios de oposición conservadores sin que Bruselas haya alzado la voz para proteger la libertad de prensa, algo que sí hizo cuando el centro-derecha estaba en el poder.

En esas elecciones, como en las últimas elecciones presidenciales, la izquierda utilizó el mismo manual de agitación que en el resto de Europa: la derecha es el fascismo. Es lo mismo que sucede en España y que vemos prácticamente a diario, si no aceptas los postulados de la izquierda, por demenciales que sean, eres un enemigo de la democracia y automáticamente te conviertes en un fascista. Pero este no es el único punto de convergencia de “nuestras” izquierdas, porque en Eslovenia, como en España, la izquierda rinde homenaje a criminales responsables de miles de muertos.

Así, la ministra de Cultura eslovena, Asta Vrečko, de La Izquierda, ha publicado una foto en sus redes sociales posando sonriente junto a la estatua de uno de los dictadores comunistas más criminales del siglo XX, el mariscal Tito, el carnicero de los Balcanes. No deja de ser curioso como estos activistas de izquierda, defensores de la democracia, el planeta y un sinfín de derechos humanos, admiran a genocidas comunistas. Como también es sorprendente el silencio de sus amigos de Bruselas que no dejan de hablar de “valores europeos” mientras hacen la vista gorda a la pérdida de libertades causada por los gobiernos “progresistas”.

Podríamos entenderlo ya que, al fin y al cabo, es comunista, o eco-socialista según la neolengua imperante. Pero, al igual que en España, los socialistas también rinden homenaje a los criminales comunistas. Hace dos años, en el 75º aniversario de la denominada “fundación del primer gobierno esloveno”, una delegación de los socialdemócratas encabezada por el ex presidente del partido Dejan Židan, Tanja Fajon (actual ministra de Asuntos Exteriores) y Marko Koprivec depositó una corona de flores en el monumento a Boris Kidrič situado en la capital.

Los socialistas rinden homenaje a Boris Kidrič.

¿Quién fue Boris Kidrič? Kidrič fue un joven de clase media alta que se afilió en las juventudes comunistas y que fue encarcelado brevemente por agitación revolucionaria. Posteriormente, trabajó en París y Praga como agente de la Comintern. Se formó en Moscú durante un tiempo y sobrevivió a las purgas de Stalin porque era conocido como un seguidor completamente fanático y dogmático del estalinismo. Como la Pasionaria, Kidrič defendió el pacto de Stalin con Hitler y denunció a todos sus opositores. Cuando comenzó la revolución comunista durante la Segunda Guerra Mundial, fue el principal planificador de las matanzas junto con Edvard Kardelj, líder del Partido Comunista esloveno. Fue el instigador de la creación del VOS (Servicio de Inteligencia de Seguridad), un grupo de asesinos que eliminaba a los enemigos del partido comunista: burgueses, terratenientes, capitalistas, industriales y campesinos ricos, dirigentes y funcionarios de los partidos burgueses que no trabajaban en el OF (Frente de Liberación) o en el NOV (Frente de Liberación Nacional), dirigentes de la Guardia Blanca (nacionalistas católicos), dirigentes de la Guardia Azul (monárquicos proyugoslavos), intelectuales, estudiantes y clérigos, todo justificado bajo la “lucha contra el ocupante”. Cuando se le dijo que el número de víctimas del terror revolucionario era demasiado grande, respondió: “Aunque al final de la lucha sólo queden cinco eslovenos vivos, será una victoria completa para nosotros mientras todos sean comunistas”. Todo un demócrata.

Durante la guerra fue el principal comisario político de los partisanos eslovenos y el responsable del sometimiento del Frente de Liberación (una coalición de comunistas con liberales de izquierda, socialistas cristianos, socialistas, sindicatos y unas 30 asociaciones y grupos políticos de izquierda más pequeños) al Partido Comunista. En 1944, Lindsay Rogers, médico neozelandés de los partisanos eslovenos, escribió lo siguiente sobre Kidrič: “Su rostro brilla con la fiebre de la revolución, sus palabras son duras, concisas, sucintas y formuladas de forma dogmática, sus ojos son los de un fanático religioso y su religión es el comunismo”. También es significativo el mensaje de Kidrič al Politburó esloveno de que la Unión Soviética “es nuestro único aliado y amigo, pero es necesario seguir una política correcta hacia nuestros aliados occidentales”. Terminada la guerra, se convirtió en presidente del autoproclamado gobierno comunista esloveno y participó en la planificación de los asesinatos en masa sumarios en mayo y junio de 1945. Otra de sus “hazañas” fue la erradicación de la minoría alemana de Eslovenia, diciendo que no debía haber “ningún sentimentalismo mezquino”. Más de 60.000 alemanes fueron asesinados y medio millón fue deportado a Austria, y de los 90.000 soldados alemanes prisioneros, 16.000 murieron en campos de concentración. El pueblo de Sterntal, donde se encontraba el mayor campo de concentración para alemanes, pasó a llamarse posteriormente Kidričevo. En 1946, y hasta su muerte en 1953, se convirtió en ministro de Industria yugoslavo y dirigió la nacionalización de la propiedad. También fue el artífice de la creación de empresas estatales, institutos educativos y planes económicos “quinquenales”, siguiendo el modelo soviético. Este es el héroe de los socialdemócratas eslovenos. Lo que pasa en España no es la excepción, es la regla.

Autor

Álvaro Peñas