22/11/2024 02:47
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Esta es la segunda parte de la reseña del libro Partes de guerra, una colección de relatos cortos ambientados en nuestra Guerra Civil. La primera parte es esta: Partes de Guerra, colección de cuentos relacionadas con la Guerra Civil Española – Parte primera

Las muchachas de Brunete, de Edgar Neville, trata de dos enfermeras voluntarias nacionales, aristócratas, que caen en manos de los rojos en la ofensiva de Brunete. Su educación y su clase les sirven para salir bien paradas de las situaciones. Hay una descripción de la famosa rueda de la aviación nacional: 

Pero los nueve aviones hacían la rueda sobre la línea de frente; bajaban casi verticalmente disparando todas las ametralladoras y dejando caer granadas; al llegar a muy pocos metros del suelo detenían en seco su caída, pasaban rozando la tierra y luego volvían a subir vertiginosamente. Los nueve aviones formaban una cadena continua que giraba como apoyándose en el paisaje y llenándole de estruendo y de muerte.

 Un espeso telón de polvo se levantó allí donde giraba la noria aérea. Las enfermeras y los soldados presenciaban la escena sobrecogidos, no ya por el miedo, sino por la belleza bárbara del espectáculo.   

Aparecen Miaja y Prieto, y se hace propaganda del bando nacional; una propaganda que dice la pura verdad: 

—¿Qué ocurre ahora? —preguntó Prieto, que había vuelto del ventanal.

—Que siguen resistiendo Quijorna, Villanueva del Pardillo y los demás pueblos atacados.

—¿Cuánto enemigo tenemos enfrente?

—Nada, apenas; una cortina muy débil, con muy poca artillería, porque toda la tienen en el Norte. 

—Entonces, ¿cómo explica usted que cuarenta mil hombres, doscientos cañones, ciento cincuenta tanques y cien aviones se estrellen contra un enemigo escaso, mal armado y sin aviación hasta ahora?

—Pues atacarlos con todo lo que se disponga. Ofrecerles lo que sea si se rinden. ¿Qué clase de enemigo hay delante?

—Falange y tropa regular.

—¿En qué proporción atacamos?

—Diez a uno. Pero no basta

—Falta algo, nos falta algo difícil de definir; algo que tienen ellos, que tenían los del Alcázar, los de Oviedo. Nos falta, aunque parezca mentira, ganas de vencer; nosotros las tenemos, pero a nuestros soldados, en el mejor de los casos, parece que les tiene sin cuidado el final.

—El enemigo resiste en todas partes. En Quijorna, trescientos hombres tienen detenida a una brigada y a treinta carros… 

En general, la historia de las enfermeras es entretenida, pero no creíble. Como literatura diría que es de medio pelo, incluso de cuarto y mitad. Y desde luego es una obra de propaganda, como otras, pero solo de esta se advierte que es propaganda en la reseña de autores y obras del final, curiosamente. En todo caso, la información histórica, si no la historia de las enfermeras, es 100% veraz (unos pocos cientos de falangistas pararon en seco a miles de milicianos), y la narración se lee bien.

 

Manuel Talens firma Jesús Galarraza que cuenta las andanzas detención y muerte de un anarquista andaluz. Estamos ante una auténtica mamarrachada, con topicazos y mentiras pedestres: 

El comandante estaba desayunando la tercera cazalla cuando vinieron a comunicarle que Jesús Galarraza acababa de morir.
El guardia civil terminó de un golpe seco el contenido del vaso, se limpió enseguida los labios y el bigote con el revés de la mano y, chascando la lengua, dejó caer la orden final:
 

—Tiradlo por el tajo. Y a los otros con él 

Solo le faltó añadir que soltó un regüeldo (y no sería de extrañar después de meterse tres cazallas, que el anís tiene efecto carminativo). En todo caso, quienes tiraron prisioneros por el Tajo de Ronda -civiles que no habían empuñado las armas- fueron precisamente los rojos. Acaba con esta traca final, una blasfemia de mal gusto: 

Y luego, ya con los brazos abiertos, extendidos beatíficamente hacia el azul, su hermoso cuerpo desnudo (sin sábanas que lo ayudasen) inició el ascenso con lentitud, envuelto en una corona de luz esplendorosa, y subió mañaneando al Reino de los Cielos, donde está sentado a la diestra de Dios.
Este bellaco tampoco vivió la guerra.

 De Rafael García Serrano se incluye Cristo nace hacia las nueve, que cuenta la nochebuena de una escuadra de falangistas en la línea del frente. Los soldados de los dos bandos habían acordado una entrevista por la tarde: 

El plan acordado era que dos combatientes nacionales bajasen hasta el pueblo desde las posiciones de la Virgen Negra, al tiempo que dos rojos harían lo mismo desde las de San Martín. Las dos parejas quedaron citadas en la plaza, sin armamento, con periódicos y aguinaldo. 

El episodio recuerda la tregua de navidad espontánea del primer año de la Primera Guerra Mundial. El cuento tiene una escritura muy fácil, realista y llena de humanidad, que es la marca RGS. 

Pere Calders en Las Minas de Teruel cuenta otro episódico bélico, aun sin combates. Tienen un pasar, pero sin mayor interés ni especial valor literario en mi opinión.  

Francisco García Pavón firma un cuento de título largo y cervantino: Donde se trazan las parejas de José Requinto y Nicolás Nicolavich con la Sagrario y la Pepa, respectivamente, mozas ambas de La Puerta del Segura, provincia de Jaén. Un episodio gracioso en la retaguardia roja. 

El final de una Guerra, de Jesús Fernández Santos, trata de dos desertores. Sin interés y literariamente simplón, aunque el cuento se deja leer. 

Carne de Chocolate, de Juan García Hortelano, suma otro más a los relatos escritos desde el punto de vista de niños o adolescentes. Me doy cuenta a estas alturas de que se trata de un recurso facilón, porque simplifica muy mucho el relato. En este caso se trata de un adolescente que descubre la sexualidad durante la guerra. 

La charca de Luis López Anglada presenta el caso de dos soldados de diferente bando que se encuentran bañándose en una charca, entablan conversación y se despiden. Se lee con gusto: 

—¿Eres… rojo?

—¿Rojo yo? Soy un soldado de la República. ¡Y a mucha honra! Tú debes ser un faccioso.

—Yo no soy faccioso. Soy soldado nacional y no he matado a nadie. 

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López Anglada fue un voluntario del Bando Nacional y, como vemos, nada sectario.

 El Tajo, de Francisco Ayala presenta otro caso interesante de encuentro fortuito de dos soldados de diferente bando. Además de interesante está bien escrito, pero el sectarismo de este “tercerespañolista” y el embutimiento forzado de asuntos y reflexiones adicionales sobre la familia de uno de los soldados alargan innecesariamente el cuento y lo estropean bastante. En cuanto al sectarismo: 

… la furia, y el valor, y el entusiasmo y la cólera popular se mellaban los dientes, se quebraban las uñas contra la piedra incólume de la fortaleza.

… atrocidades cometidas por Alemania, rehenes ejecutados, destrozos, de que los periódicos rebosaban. «¡Por nada del mundo, hijo, se justifica eso!».
… la llegada a Toledo de la feroz columna africana

… los moros aquellos que, al entrar en Toledo, degollaban a los heridos en las camas del hospital.

Me parece muy mezquino hablar así ante la gesta del Alcázar, un episodio heroico seguido por todo el mundo, para bochorno de estos republicanitos. El asalto fallido de los rojos al Alcázar y su casi destrucción con cientos de civiles dentro fue un intento criminal injustificable. No se olvide que trataron de hacerlo saltar por los aires, con los militares y los civiles refugiados, a base de minas. Y no consta que hubiera una sarracina tras la entrada de los nacionales (más que justificada después de lo de la mina). Ayala recoge también la propaganda aliada contra Alemania durante la Primera Guerra Mundial. 

Más: 

… la mole del Alcázar, en frente, se destacaba, neta, contra el cielo…
La mole del Alcázar quedó destrozada tras el cañoneo y minado de los rojos, así que sobra el “neta”. En fin, esto es propaganda, y propaganda falsaria capaz de pasar por encima de la evidencia. Ayala no tiene perdón, porque no era un patán precisamente. 

El Tanque de Iturri de Lino Novas Calvo presenta la gesta de un bravo tanquista republicano. Es el único episodio bélico y de combate, pero es una pieza de propaganda totalmente inverosímil. Así empieza: 

Los tres compañeros eran campesinos, de diferentes regiones. No habían visto un tanque antes de la guerra.
Tampoco los había en la zona nacional. Esta es una buena:

Los italianos venían entrando en la curva más próxima, cantando ópera. Venían como siempre, como si todo fuera llano ante ellos. El tanque les salió al encuentro al mismo borde de la curva y los abrió en dos partes; así mismo, como un arado que abre una tierra. Algunos no tuvieron tiempo de apartarse y la mole les pasó por encima.
Cantando ópera… Otro topicazo. Solo le faltó añadir que era el coro de Nabucco. 

El cuento es un auténtico sueño húmedo de miliciano. Publicado en el 38, es otro caso de propaganda; el reverso del cuento de Neville. 

La ley, otro cuento de Max Aub, se lee con más interés. Presenta un caso curioso, es entretenido y está escrito con soltura, aunque no puede evitar dejar alguna tontería: 

Cuando los fascistas tomaron Bilbao, Primitivo fue a Santander; cuando ocuparon la Montaña, pasó a Asturias, de allí a Francia y luego, aquí estaba, en su fogón. La mujer se había quedado en Bilbao, a punto de parir. Ahora era padre de un niño, que es todo lo que pudo saber. Hablaba poco, y sólo de eso; socialista, porque todos los bilbaínos decentes lo eran.
Decentísimos, oiga. 

El tema de Pan Francés, de C.A. Jornada, es el hambre que pasaron en Barcelona visto -¡sorpresa!- por un chico: 

Siempre llegaba alguno que había salido de Barcelona justo en el momento en el que entraban los fascistas, y resultaba distraído oír las explicaciones del audaz modo en que habían conseguido escaparse.
Hombre, los “fascistas” venían por el sur, como sabía todo el mundo. La ciudad no estaba cercada, así que no hacía falta ser muy audaz para irse. Otra cosa fue que esperaran porque se creyeran la llamada de los comunistas a resistir a los “fascistas”. 

Combustión interna, de Tomás Segovia, trata de -¡nueva sorpresa!- un chico que está huido con su madre en Francia… Ni el tema ni el estilo tienen mayor interés: un chico aprueba un examen que le conducirá a ser médico, al contrario que sus compañeros, porque otro miliciano huido les había dado clases del motor de combustión. ¡Un cuento de antología, vamos! 

Ruinas, el trayecto: Guerda Taro, de Juan Eduardo Zúñiga, está ambientada en los enfrentamientos del Madrid rojo durante las últimas semanas de la contienda, pero el tema es la fotógrafa propagandista Guerda Taro, una judía comunista, como el famoso y fraudulento Robert Capa. La narración tampoco tiene mayor interés ni estilo. 

—Venían a unirse a las milicias, a combatir. Eran los de las Brigadas Internacionales. Sí, de muchos países, unos huían de las cárceles fascistas, otros sólo buscaban aventuras, pero los más traían ideas claras de contra qué tenían que luchar.
Topicazo al canto. El mundo literario está lleno de relatos de huidos de cárceles fascistas y nacionalsocialistas. No me explico como se huía tan fácilmente de ellas. De las cárceles de la URSS, gestionadas tantas de ellas por comunistas judíos como Guerda Taro, no era tan fácil huir. 

Ojo al dato: 

Le costaría atravesar todo Madrid, del que habían desaparecido los signos de la antigua normalidad —los sosegados transeúntes, las tiendas iluminadas, el pavimento limpio—, ahora era una ciudad de silencio, expectante de lo que iba a ocurrir, igual a todo el país que él había visto, de casas y pajares ardiendo, fusilamientos ante blancas tapias, los sembrados cruzados por hondas trincheras, y las cosechas, perdidas. 

Hay que tener cara para describir el Madrid rojo como sosegado, limpio y luminoso. Solo le faltó añadir bien comido. Y, claro, en aquel Madrid rojo no habían ardido iglesias, ni había habido fusilamientos delante de una tapia, y las cosechas estaban muy bien gestionadas y no se pasaba hambre, al contrario que el zona Nacional. Y por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, y colorín colorado este cuento se ha acabado. 

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La última narración es Campo de los Almendros, de Jorge Campos. El Campo de los Almendros es el primer campo, improvisado, donde concentraron a los prisioneros rojos abandonados por sus jefes en el puerto de Alicante. Es una pequeña historia que tiene su qué. No hay una gota de mala leche ni de drama, y eso que el autor pasó por ellos. Tiene un libro sobre el tema, Cuentos sobre Alicante y Albatera, que trataré de adquirir. 

* * * * * 

Unas reflexiones finales. La selección de cuentos que nos han presentado como “con toda seguridad entre los mejores que se han escrito acerca de la guerra civil.” tienen un interés variable. Hay una referencia en el prólogo a otra antología, Historias del 36, publicada en 1974, que tengo interés en leer, para comparar. No me extrañaría nada que aquella selección “franquista” fuera superior a esta “democrática”. 

La calidad literaria de la selección es, como indicado, variable, tenemos desde cuentos bien armados hasta narraciones pobrísimas. Algunas se pueden calificar como meritorios “ejercicios de redacción”. Así fue descalificado El Jarama de Sánchez Ferlosio por un colega de la pluma, si recuerdo bien. 

A algunos autores citados los tengo bastante bien leídos (Delibes, García Serrano, Ayala), de otros he leído algo (Aldecoa, Barea), de un par ellos no he leído nada (Max Aub, Ramón J. Sender) y pondré en la lista de lectura algún libro suyo, aunque en el caso del último no por el cuento incluido en esta colección. El relato de un par de autores (Atxaga y Trapiello) me ha convencido de que no merecen la pena. En el caso del primero por su sectarismo extemporáneo y ramplón -no conoció ni siguiera la posguerra-; en el del segundo por sus ínfulas de superioridad moral, tan habituales en los tercerespañolistas. 

Caso contrario es el de Jorge Campos, que estando preso en Los Almendros y Albatera, escribe un cuento sin siguiera referirse a la terrible miseria de aquellas condiciones. Tiene un libro, Cuentos sobre Alicante y Albatera, que trataré de conseguir. En relación a estos campos de prisioneros, no se puede dejar de mencionar el testimonio de Eduardo de Guzmán, que hemos reseñado: Eduardo de Guzmán, ascenso y calvario de un cenetista – Parte tercera: El año de la Victoria

Tuve la idea de iniciar un análisis de esta antología creando una tabla con la siguiente información por autor: Provincia, fecha de Nacimiento, fecha de Muerte, Participación en la Guerra, Ideología, Bando, a la que se añadiría otra lista para describir el cuento. Vi que era un trabajo para más de un día y lo he dejado, pero sigue siendo un idea para algún estudiante de humanidades. En todo caso, voy a dejar algunas apreciaciones sobre la selección. 

Primero. Destaca la ausencia de cuentos de carácter bélico. No es que esperara encontrarme con un Tormentas de acero, pero llama la atención la práctica ausencia de verdaderos episodios bélicos. Hay algunos cuentos ambientados en los frentes, pero tratan temas de la convivencia, y de la confraternización con el enemigo, interesantísima en todo caso (otra idea para un libro: recopilación de episodios de confraternización entre ambos bandos). En total, hay solo dos relatos de un episodio bélico y en solo uno de ellos se combate («El tanque de Iturri»). Pero se trata de un cuento -en ambos sentidos- de la propaganda roja, publicado en 1938, cuya historia no tiene ninguna credibilidad. 

El segundo aspecto que más me ha llamado la atención es que sean autores que no conocieron la guerra, que escriben sobre algo que no vieron varios decenios después de los sucesos, quienes se muestran más sectarios. Entre ellos, junto con Atxaga (nacido en el 51), destaca Méndez Ferrín (nacido en el 38) y que publica sus cuentos en 1991.  

El tercer aspecto es la cantidad de narraciones protagonizadas por niños. En el primer cuento lo encontré muy oportuno, porque un episodio tan ignominioso solo lo puede contar un niño desde la inocencia (o un Sade recreándose en la monstruosidad moral). El número de cuentos protagonizados por niños en la selección me parece sospechoso y es el anverso de la falta de episodios bélicos. Técnicamente es muy socorrido tomar el punto de vista de un niño porque simplifica mucho la narración. Cuando, además, el niño es el propio narrador se corre el riesgo de que el cuento sea una historieta del repelente niño Vicente… o una simpleza. En cualquier caso, el recurso cansa y apunta a las limitaciones de la capacidad narrativa de los autores y al intento de ponerse de perfil ante el fenómeno de la guerra, incómodo para la mayoría de ellos. Como un biólogo vegano estudiando las aves rapaces… Están tratando de escurrir el bulto, rehusando tratar de las cosas de la guerra y de lo que estaba en juego -y estaba la esencia de España- en favor de un humanitarismo falso, progresista y sentimental. 

Intentaré hacerme con la colección del 74.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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