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Anticipación del libro Crónicas de la tiranía feminista que será publicado próximamente por SND Editores.

El riesgo no tiene muy buena imagen, hoy en día, casi podríamos decir que es el enemigo público número uno: se mide el riesgo, se lo quiere domesticar, se intenta eliminarlo, en una aspiración a una vida totalmente libre de riesgo.

Pero es que una vida completamente libre de riesgo es también una vida sin libertad, es una existencia priva de nobleza y de aperturas al movimiento, a la transformación y al cambio, es una concepción indigna del ser humano que lo degrada al nivel del mecanismo y de la máquina, es la aspiración a la cuasi-muerte en la cual nada se mueve, eternamente inmóvil y eternamente estéril.

En efecto, todo lo que somos se lo debemos al riesgo, todo lo que nos ha elevado sobre la animalidad y la condición de seres puramente naturales; las invenciones y las creaciones de la mano y del intelecto; cualquier concepción nueva, cualquier innovación o mejora, cualquier ampliación de horizontes, la misma ordenación del espacio humano, social y político; la tecnología que nos ha permitido transformar el mundo y el gusto de conocer, todo ello ha sido posible única y exclusivamente gracias al riesgo.

Todos, absolutamente todos los pasos que hemos recorrido desde que las hordas primordiales de proto-humanos empezaron a ser conscientes de sí mismas, desde la caverna, la caza y la recolección de frutos y el hambre y el miedo a los satélites artificiales y los ordenadores, desde la tribu al Imperio a la nación y la plutocracia, desde las narraciones a la luz de la hoguera a los seriales de telebasura, han sido posibles porque alguien arriesgó algo. Porque alguien fue más allá de donde habían ido los demás y no se quedó dentro del entorno confortable.

Por cualquier motivo que fuese: porque no tenía elección o porque decidió arriesgarlo todo para intentar una vida mejor, porque pesó en una balanza lo que tenía que ganar y lo que tenía que perder, o porque renunció a algo en nombre de algo que le parecía más grande, que atraía su espíritu.

Sin duda la historia de los logros humanos es una historia de riesgo y también de derrotas, de un precio pagado muchas veces con la vida y con la sangre. Pero es también una historia de triunfo y de exaltación, una historia de vida y que no podía ser posible sin pagar el precio del riesgo. Y esto sigue siendo verdadero a todos los niveles, en lo grande como en lo pequeño, en nuestra vida y en todo lo que da valor a la existencia humana, que siempre será inseparable del riesgo.

El riesgo es noble y da nobleza, el que arriesgó porque no tuvo otra opción, o porque renunció a lo fácil y lo seguro en nombre de un ideal o de una llamada interior, estará siempre por encima de quien no arriesgó, estará siempre más vivo que el otro cuyo máximo ideal fue siempre el valor senil de la seguridad y la ausencia total de riesgo. Aunque el que arriesgó fracasara en su empeño, aunque al final la imagen que seguía se revelase solamente un espejismo o una quimera.

Fue él quien estaba realmente vivo y realizó los valores da la vida, en contraste con quien aspiraba en nombre de la seguridad total al paraíso de la muerte en el mecanismo y el movimiento en una serie de círculos cerrados, órbitas eternas contenidas en sí mismas, cuya historia pasada, presente y futura es calculable en cada instante y siempre igual. Eliminando el riesgo, ha atado dentro de sí todo aquello que puede hacerle saltar fuera de su órbita.

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La estabilidad tiene sus razones por supuesto. Pero sin aquellos que aceptaron o eligieron el riesgo, o les fue impuesto por la vida y debieron buscar afanosamente una nueva órbita de movimiento, ni siquiera serían posibles las órbitas estables donde los otros han elegido colocar sus vidas.

 

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REDACCIÓN