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Turismo de la pobreza: la nueva forma de viajar que nos demuestra la bajeza moral a la que ha llegado este ser humano del siglo XXI. Por Manuel del Rosal.

“Llegó el momento en que el sufrimiento de los demás ya no les bastó. Tuvieron que convertirlo en espectáculo” Amelie Nothomb, escritora belga

¿Dónde se encuentra el fondo de la degradación de nuestra sociedad, de su falta de sensibilidad hacia sus mismos hermanos, de su bajeza moral?

Ha llegado el verano y con él las tan esperadas vacaciones, y con las vacaciones un tipo de vacaciones que nos muestra la miseria moral que ha alcanzado el ser humano en este siglo XXI para mayor gloria del progreso.

Ya escribí sobre el turismo de la pobreza como ejemplo de la bajeza moral de esta sociedad que disfruta viendo como seres humanos iguales a ellos viven en condiciones infrahumanas. Gentes ávidas de nuevas experiencias se refocilan con la miseria de sus semejantes. Ven las favelas de Sao Paulo, chabolas infames hechas de cuatro chapas, algunas de ellas suspendidas en posiciones inverosímiles, ven el cableado eléctrico sin la más mínima seguridad que ha dado lugar a incendios devastadores, ven las aguas fecales correr por las calles embarradas, ven los niños sucios y andrajosos y los hombres y mujeres devastados por la droga y el alcohol. Y lo ven todo desde su cómoda posición en el vehículo que los lleva y los trae. Enarbolan sus cámaras y sus móviles de última generación y con ellos, como si de un safari se tratara, van a la caza de la imagen que más tarde podrán exhibir como trofeo de caza ante sus amigos, conocidos y vecinos; mientras con sus pañuelos de fino hilo impregnados en agua de colonia, tapan sus narices para evitar el tufo maloliente de ese entorno de miseria. Repugnante.

Otros eligen Dharavi en Bombay (India) el mayor asentamiento humano de miseria, pobreza, suciedad y desechos; el mayor y más mísero suburbio del planeta. En una extensión de 2 kilómetros cuadrados se hacinan entre 700.000 y un millón de seres humanos cubiertos de arriba abajo de pobreza y miseria que no se puede definir con palabras conocidas, habría que inventarlas. Dos vías de ferrocarril cruzan este círculo infernal por cuyas calles – si se puede llamar a eso calles – se deslizan pestilentes los residuos fecales de los pocos retretes comunitarios que existen (uno por cada 2.000 habitantes). Dos gigantescos colectores de agua que sirven a la gran ciudad festonean las casas y, sin embargo, carecen de agua potable de la que solo disponen durante dos horas en las fuentes públicas donde las gentes se hacinan por conseguirla. Los hombres, mujeres y niños semejan zombis envueltos en suciedad y costras. Los turistas sin alma, sin sensibilidad, embrutecidos por una vida basada en el placer que les impide sentir algo por sus semejantes que la vida ha condenado en esos lugares, sacan las instantáneas de esa miseria vergonzosa para, una vez, en sus países “civilizados” mostrar como trofeo de unas vacaciones “diferentes”. Los hay que se van a Sudáfrica para vivir durante unos días en los guetos del apartheid. Pero no formando parte de ellos, de esos millones de criaturas que aún están marginadas de la Sudáfrica blanca. El turoperador los lleva hasta el inmenso gueto de pobreza y miseria para que se muevan por entre esos desafortunados que pasan a su lado con la mirada perdida, exhaustos por el peso de años y años de soportar las paupérrimas condiciones de vida. Pisan el barro mucilaginoso, se fotografían con niños comidos por las moscas, se hacen selfis con una sonrisa indecente de oreja a oreja. Una vez terminada la visita, el turoperador les devuelve a sus hoteles. Y lo primero que hacen, al igual que los turistas de favelas o los de Dharavi, es meterse en la bañera o bajo la ducha para limpiar sus cuerpos de la mugre pútrida y de los olores fétidos que les ha impregnado el estar en contacto de tanta miseria y pobreza. La reconfortante espuma del perfumado gel limpia sus cuerpos, pero no sus almas, pues para tanta miseria moral y tanta bajeza no existe ni jabón ni colonia que pueda eliminar el olor pestilente de esos hombres y mujeres que se refocilan con el sufrimiento de los demás.

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REDACCIÓN
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