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Tal vez no asistamos a ningún Apocalipsis, pero que el mundo está cambiando es algo que nadie puede negar a estas alturas. Demasiados acontecimientos en tan escaso tiempo han dejado en un segundo plano lo que las élites globalistas deseaban para nosotros en el mundo prepandémico: un futuro inmediato marcado por un lavado cerebral a gran escala que machaconamente nos vendiera las bondades del feminismo y el ecologismo bajo la interpretación del establishment. Por fortuna, el proyecto globalista parece irse a pique aunque de sus efectos no nos libraremos durante mucho tiempo. Mientras el capitán del supuesto mundo libre es un viejo senil, los rusos y los chinos recuerdan diariamente al resto del planeta en qué consiste el ejercicio del poder por medio de la guerra en los terrenos militar y económico.
De un tiempo a esta parte se viene barruntando una auténtica obsesión por la salud mental. Sí, obsesión es el término más adecuado para denominar la preocupación que ha entrado en las instituciones globalistas respecto a las preocupaciones de las sociedades de Occidente. Algo tendrá que ver la debilidad mental de unas generaciones criadas entre algodones (con razón las han acusado de ‘generación de cristal’) y el adanismo tan propio de nuestros tiempos, que lleva a muchos a pensar que sus problemas son el centro del mundo y nadie los experimentó antes. Todo ello, sin duda, consecuencia de un modelo político, económico y social incapaz de afrontar los problemas estructurales que engendran esos problemas de salud mental y, a destiempo, aspira a convertir una realidad mediocre y sin sentido alguno en una especie de parque de atracciones donde lo fundamental es divertirse y sentirse a gusto consigo mismo. «Una caca recubierta de purpurina«, decía el personaje de Estela Reynols en La que se avecina sobre el show bussiness, y lo mismo podemos afirmar respecto a la sociedad posmoderna.
No es casualidad que personajes con estudios de Psicología como Irene Montero y Ione Belarra ostenten cargos relevantes en el Gobierno de España. Una época tan obsesionada con los sentimientos y las emociones es abono para los muchos charlatanes, vendehumos y oportunistas que campan por el área de la Psicología, del mismo modo que los pedagogos sustituyen a los maestros en la Educación. Porque hemos entrado en una dinámica en que desde el Estado no pueden corregirse las desigualdades entre las clases sociales relacionadas con la educación y el empleo que lastrarán el futuro de los españoles durante el próximo medio siglo, pero los actuales gobernantes no escatimarán en presumir de invertir en campañas sobre igualdad de género, la importancia de acudir al psicólogo y pensar en positivo.
Quizá cuando gobierne la derecha no les interese tanto, al contrario, cuando gobierne la derecha querrán una masa social furiosa por las subidas del precio de la luz, la precariedad laboral y la inflación, pero a día de hoy lo que más interesa al Gobierno de coalición progre es una sociedad de seres empastillados y llorando sus penas en un diván. Obviamente, hay muchas personas que necesitan ayuda profesional pero ello no justifica que hoy se hable más de salud mental que del Covid-19, por ejemplo. Si se insiste tanto en el tema es porque así conviene. Los destinatarios de esos mensajes diarios deberían reflexionar sobre el porqué de tanta insistencia, sobre todo porque hay problemas personales que nunca se resuelven del todo, sino que debemos aprender a convivir con ellos. Y, por más que pretendan hacernos creer lo contrario, es absolutamente imposible que el Estado resuelva nuestros traumas cuando sus obligaciones institucionales cada vez dejan más que desear.
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