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Foto de un estudiante. Raza extinta.

Sumidos en un setenta por ciento de inflación, en una pobreza que ronda el cincuenta por ciento de los habitantes, en una corrupción que ya está institucionalizada desde hace décadas, y encorsetada en una falsa disyuntiva progresista que se traviste de izquierda o de derecha, la República Argentina hace todos los esfuerzos posibles para que el continente americano se reúna, geológicamente, con África, no por un deseo altivo de retornar a pretéritas fusiones tectónicas, sino por un inconsciente manifiesto de autodestruirse. Se imaginarán los “desocupados lectores” cervantinos que, entre tanta crisis, entre tanta miseria, ese gasto que llaman educación, a nadie interesa. Sería como hablar de ostras con champaña a un pordiosero, o preguntarle a un analfabeto cuál es la mejor novela de Borges – que no escribió ninguna, pero para ironías, valga la doble -. Sin embargo, como docente me planteo cada día ese dilema que, la pandemia vino a noquear definitivamente, dejando en mutismo absoluto a aquellos pedagogos que se babeaban ante el poder de la informática como herramienta futura para la educación de las nuevas generaciones.

Hoy por hoy, la escuela y la universidad están vegetando en un mar de sargazos del que la nave parece no tener salida. Dos años de clases a distancia han osificado los músculos ya de por sí debilitados de los educadores y de los educandos, ambos convencidos de que el sistema educativo es un trámite sin sentido, que nada enseña, que sólo retiene unos años hasta que se tiene la edad para salir al paupérrimo mercado laboral. Decretos y resoluciones ministeriales avalan la aprobación cuasi automática de los párvulos aunque nada sepan, y defenestran las evaluaciones, a las que oponen el “trabajo a distancia”, “la resolución de problemas de manera virtual”, el “trabajito” práctico que permita la aprobación inmediata. Se imaginará el “desocupado lector” que la marea aprobatoria se lleva puesto a cuanto docente aún pretende algo de “calidad” o de “exigencia”, y que, quien no se aviene a reafirmar que internet es la fuente indiscutible de la verdad, de la que manan todas las respuestas de los citados “trabajitos”, es un fascista, un retrógrado, o un apocalíptico sin posible integración a la “Eco” catalogación.

En el último censo que nos realizó la actual administración – gobierno sería mucho decir – poco interesaba el nivel educativo. Lo que sí tenía su importancia era cómo nos percibíamos: Varón, Mujer, No binario, Trans… Otro. Yo quise responder “dinosaurio”, porque amén de ser heterosexual tengo estudios universitarios, y leo en griego clásico, es decir, que soy un redomado hijo de la antigüedad antediluviana. Pero de ese planteo me alejó mi cuerda esposa, que me dijo que si eso hacía, ingresaría en el percentil de los “otros”, sin más. Ah, y del nivel educativo… Nada.

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Mientras tanto, continúo dando clases (O lo que quiere serlo). Si me lo permiten Tik Tok, Instagram, Facebook, y cuantas redes mantienen conectados con el mundo a los adolescentes, en una “nube” que los eleva por sobre la medianía de la educación. Porque en el fondo, casi a contrapelo de toda corriente, siento que uno en un millar que pueda volverse “ocupado lector” alimenta otra posibilidad. Aquello que llamamos “mérito”, cualidad que fuera denostada por el primer mandatario de mi país, y que me redime de explicar por qué llegó a ese cargo, o cómo se hizo de una cátedra en la universidad…

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REDACCIÓN