22/11/2024 01:32
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Vivimos un periodo plagado de amenazas en el que los grandes medios difunden pánico sin cesar. A virus y pandemias les suceden, en las portadas de los diarios y abriendo los informativos, todo tipo de desastres. Todos los días estamos en «riesgo extremo» de incendios, lluvias o temporales. Incluso nos anuncian ataques bioterroristas, o caídas de servicios básicos.

Sabemos que el miedo es el alma de las dictaduras pero no habíamos visto manejarlo con tanta maestría. Asistimos, además, a una tergiversación del lenguaje en el que el obediente al poder lo hace «por el bien común» y el rebelde es un «insolidario», sin que la mayoría se percate del engaño.

A veces nos sorprende como las grandes compañías, o ciertas campañas políticas y publicitarias, logran prever tan bien nuestras acciones y deseos, sin darnos cuenta de que les hemos cedido el acceso a nuestras almas desde hace mucho tiempo y ellos llevan, ese tiempo y enormes inversiones, dedicados a escrutarnos, a hacer una radiografía completa de lo que almacenamos en nuestras mentes y en nuestros corazones. Pretenden conocernos tan profundamente no para mejorarnos sino para vendernos productos comerciales o políticos. Desde hace más de 100 años, la publicidad se instaló en nuestras vidas, intentando conocer cada aspecto de nuestras ideas y aspiraciones. Ese profundo conocimiento alcanza su máxima expresión en las redes sociales dónde ya son capaces de indicarnos quiénes pueden ser nuestros amigos, lo que debemos pensar o proponernos actividades a la medida de nuestros deseos. Esa manipulación- que nos parece imposible- relaciona elementos tan dispares como tu afición por una serie de televisión y tú opción política (los seguidores de series de zombis eran más proclives a votar a Trump, descubrieron, por ejemplo) en un entramado en el que están las estrellitas que pones a una película, los «me gusta» de un comentario, o las encuestas que respondes. Llegamos así a un punto en el que las grandes empresas nos conocen más profundamente que nosotros mismos, no para hacernos más libres sino para hacernos más dependientes.

Porque ese conocimiento los hace más ricos y poderosos. El duopolio en España de la televisión(Mediaset y A3Media) se lleva más del 80 % de los ingresos publicitarios. Eso junto a las prebendas del gobierno de turno los hace inalcanzables para cualquier mínima competencia. Eso condiciona el discurso único qué ese duopolio impone frente a las cuestiones que realmente le interesan (o quieren silenciar) a los poderosos.
 
En el plano internacional, Google Facebook controlarían alrededor de ese 80% del negocio de Internet. ¿Qué competencia puede haber ante esos porcentajes? Ha llegado el momento de defender, junto a la democracia, la libertad de las ideas y de su plasmación política, la libertad de la competencia en todos los terrenos poniendo límites a estos oligopolios y a su concentración monopolista. Se imagina alguien que Telefónica se hubiera permitido, hace 30 años, intervenir una conversación con tu prima y cerrarla si decías algo «inconveniente». Pues hemos asumido, como normal, un trato de domesticados. Y eso debe terminar.
 
Te han sustituido la acción política real por responder cómodamente una encuesta online, o firmar, desde tu ordenador en tu casa, una propuesta, o una petición, en favor de los niños africanos o el oso polar. Pero eso solo sirve para ir debilitando tú actividad política y redirigiendo ideológicamente tus posiciones hacia dónde le interesa a los globalitarios. Pretenden impulsarte, a que apoyes está o aquella iniciativa, empujándote a conseguir un determinado número de firmas. En una apariencia de actividad política que no tiene otro sentido que conocerte en profundidad y saber cuantos (identificados) apoyan tu punto de vista. Por si alguien no lo sabe muchas de esas empresas y webs «para que participes» están organizadas por los grandes magnates, empeñados en organizarnos la vida y las ideas. Por ejemplo, change.org tiene a la Bill&Melinda Gates Foundation como su financiador principal.
 
Además, han sabido manipularnos de tal manera que millones de personas crean contenido gratis para que ellos se hagan más ricos. El reconocimiento facial de Facebook o el Traductor de Google son algunas de esas herramientas en las que el trabajo común se lo apropian, gratis, cuatro poderosos. YouTube, Instagram, el mundillo de «influencers» y toda la parafernalia con que lo adornan los grandes medios (que participan y son financiados por el entramado) es, fundamentalmente, trabajo esclavo en el que ni siquiera el amo tiene que procurar que sus explotados sobrevivan. Las denuncias sobre las presiones que ejerce Instagram sobre sus jóvenes usuarios no han encontrado eco en esos medios cómplices, a pesar de que pueden relacionarse unos cuantos suicidios y depresiones con ellas. Tampoco los políticos se dan por aludidos. Como dice el escultor Pablo Bruera «es como un fabricante de zapatos, con millones de obreros que solo pagase a un puñado de los que más producen, aunque vende todos los zapatos«. Parece de justicia elemental que esas grandes plataformas tengan que pagar un porcentaje justo por cada contenido que venden y monetizan. Nos han atado a una rueda y tenemos los ojos vendados, para no darnos cuenta de que solo damos vueltas y sacamos agua para ellos que nos quieren sumisos, aislados y controlados.
 
El número de teléfono es su mejor localizador. Por eso cada vez más empresas, como los bancos y por supuesto las grandes entidades de consumo, quieren que lo hagas todo a través del móvil. Las redes sociales se han instalado en tu terminal y lo priorizan frente a cualquier otro porque ahí es prácticamente imposible esconderse. Saben quién está detrás y pueden relacionarlo con toda tu actividad, en todos los terrenos. Es evidente que ha llegado el momento de destapar el truco y que el público vea quienes son los verdaderos artífices de la trama y quienes mueven los hilos de las marionetas. Por eso, es imprescindible hacer una radiografía real de los muñecos y sus amos. Descubrir sus financiadores y sus ejecutivos y sus conexiones con el mundo político y mediático.
 

Ha llegado el momento de analizar en profundidad todo este entramado, de ponernos en guardia frente a los que nos controlan permanentemente y empezar a salir del dominio de los grandes monopolios y vivir en auténticas democracias.

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REDACCIÓN
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