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Cae una tímida lluvia y el viento del Sur se ha llevado los fríos. Minerva me dice que quiere salir a dar un paseo pero se lo niego por escribir este artículo sobre un tema tan importante, y que quiero que me salga lo mejor posible.
El caso es que yo fui, hasta que tuve un desprendimiento de retina en el ojo derecho, un alumno de muy buenas notas. Aunque yo era una personilla bien adaptada y ningún tipo raro, siempre había algún compañero, o varios, en las sucesivas aulas por las que fui pasando, que odiaba lo que yo representaba, y por ende a mi también.
A alguno hube de ponerle firme a su debido tiempo, pues no estaba yo dispuesto a convertirme en ninguna víctima del bulliying o acoso escolar. No es que yo fuera un fortachón, era más bien canijo, pero creo que sabía defenderme.
Viene todo esto a cuento de la persecución de la excelencia a la que asistimos en estos tiempos igualitarios. Ahora le ha tocado el turno a una persona que se ha hecho a si misma, cual es Amancio Ortega. Antes le tocó el turno a los Marios Condes, los Ruiz Mateos, etc, etc.
Y la ley que destila y condensa todo ese odio acumulado hacia el que destaca en nuestro país es la actualmente aprobada ley de enseñanza o ley Celaá.
Señores, hacia donde vamos a ir sin líderes sociales? Esta ley que premia por igual al que se ha pasado todo un año tocándose la breva que al que se ha esforzado, no es más que el último ataque por parte de los nihilistas y gentes sin objetivos vitales a los que se esfuerzan por ser mejores. Por valía, por afán de servicio o por lo que sea.
Este país que ha devenido en un inmenso chiringuito para solaz de los europeos, y que ha visto desmantelada toda su industria y agricultura, no se merece esta puñalada final a sus intentos de convertirse si no en una potencia, al menos en un país normal.
Si ya se le había suprimido la autoridad al maestro por leyes anteriores, ahora toca la desvalorización del trabajo acumulado durante un año en provecho de los que han estado de flores.
Si fuéramos un país boyante como los Países Bajos o similares se podría perdonar la estulticia. Pero somos el país con más paro de Europa, el paro juvenil desbocado y vamos arrastrándonos poco a poco hacia el abismo de la hambruna y el conflicto social.
Así pues aquí tenemos otra tarea inaplazable. El dar de baja a esta maldita ley en cuanto alguien, con un mínimo de sentido común, pueda hacerlo. Desde ADÑ poco podemos hacer por ahora, pero esperemos en que el pueblo español abra por fin los ojos antes de caer en las cuotas más bajas de la infamia. A todo esto, nuestros estudiantes son los que peores notas en Ciencias sacan de toda la Unión Europea.
Si las escuelas van a quedar en un púlpito de adoctrinamiento LGTB y de corrupción de menores legalizada, mejor que volvamos a los maestros individuales y dejar de perseguir el sueño del ascenso social por méritos de los más capacitados. A esto nos está llevando el odio a la excelencia y a los que destacan por sus cualidades. No nos engañemos.
En fin, voy a echarle de comer a las gallinas un poco, y después le daré una vuelta a Minerva a pesar de la lluvia fina. Ojalá que un viento suave se lleve todos estos odios y rencores por parte de los mediocres y chusma fanatizada y nuestros mejores hombres puedan desarrollar todo su potencial tranquilos y con confianza. Por el bien de España y de nuestro futuro.
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