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Son tiempos de caos, de desorientación espiritual: la cuarta revolución industrial trae consigo el posthumanismo; un hombre invertebrado en lo sustancial, en el espíritu; la sensación interna colectiva de vivir sin sentir la experiencia del ser, la de no ser uno mismo y desperdiciar la vida. Pero ante las ruinas hay un tipo de hombre capaz de mantenerse en pie, de salvar su riqueza espiritual adentrándose en el camino del despertar. Para ello es necesario recuperar la vista, la óptica fundamental de la realidad, arrancarse las vendas de la ideología, el sentimentalismo religioso, y la moral burguesa; es decir: de todo aquello que nos aleja del ser, que es a fin de cuentas la nominación de lo uno platónico, de lo absoluto budista.
No nos detengamos en más disquisiciones, sobra con una escueta presentación, y veamos cuales son las tres ópticas fundamentales necesarias, como punto de partida, para elaborar lo que corresponde a cada uno según su experiencia vital: su método propio de mantenerse en pie frente a la disolución del relativismo, frente al kaliyuga presente.
Sobre la realidad: La adecuada comprensión de la realidad es la aristotélica clásica – nada de interpretaciones neoplatónicas – la realidad es monista, se percibe por los sentidos y se llega a su mayor grado de comprensión por la contemplación: las cosas son en potencia o en acto, nosotros las percibimos en acto, pero somos capaces de comprender la potencia: somos seres espirituales porque la potencia es precisamente el espíritu de las cosas: lo que pueden llegar a ser. En las doctrinas tradicionales dichas potencias se han identificado con entidades angélicas – lo que está bien como explicación alegórica –. El problema es cuando identificamos la idea con una realidad separada como hacía Platón, ahí nos estamos desviando de la realidad, y caemos en el terreno de la pura ideología, que no es sino fruto de la imaginación del hombre, de su propia fantasía: ya sea en el paraíso comunista o el islámico: creer que uno le esperan cuarenta vírgenes a la muerte, o que es posible una sociedad sin conflictos, es fruto de la pura ingenuidad o de un carácter venido a menos: querer vivir para siempre o vivir sin problemas. Los individuos que asumen esta óptica, por lo general vivirán con una sensación perpetua de vacío.
Sobre la religión: La religión no puede experimentarse como un opio, si una doctrina nos sirve para evadirnos de una realidad que hemos considerado injusta, esa doctrina debe ser desechada: por mucho que nos esforcemos en cambiar la realidad con plegarias, esta no va a cambiar, es una pérdida de tiempo. Las plegarias no pueden ser una herramienta para alterar la justicia divina, sino para llegar a la contemplación de la absoluto de la realidad – para los occidentales la contemplación de Dios –; también son útiles los textos religiosos para aprender de los mitos: formas de conducta, métodos de trascendencia, normas de conducta útiles – lo cual se ha perdido en las tradiciones occidentales, salvo los elementos estoicos de la moral católica –. Así contemplada la religión puede volver a ser para uno mismo una vía necesaria para contemplar su estancia en el mundo, su desarrollo vital, y para alcanzar un estado de poder espiritual – la paz mental, la tranquilidad de espíritu –. Las personas se encuentran desorientadas porque no encuentran una vía espiritual, y en occidente la religión se ha convertido en un teatro insustancial que se materializa en los pomposos espectáculos de la Semana Santa, y en los canturreos de seminaristas amanerados – con muchas honrosas excepciones – pero que fuera de acercarnos a lo divino lo que hace es separarnos: la prueba es el vacío de las iglesias, con una doctrina espiritual seria nadie se rebaja a ideologías baratas: no les pasa ni a los ortodoxos, ni a los taoístas.
Sobre la moral: el bien y el mal se relativizan cuando no se comprenden: lo bueno y lo malo no son más que expresiones o categorías morales de dos energías espirituales: lo positivo y lo negativo; pero esa dicotomía no está presente en la realidad, las energías las percibe el sujeto según sus propias creencias: quiero decir que la actividad no es relativa, sino que es el hombre el que la incorpora una categoría según le convenga. Las instituciones sociales utilizan las categorías para manipular al individuo: el poder temporal con la coacción física – penas y sanciones – el “espiritual” con coacciones psicológicas – el pecado, la culpabilidad –. La ética, una vez más, debe ser comprendida al estilo aristotélico: una perspectiva de la virtud heroica, desde el término medio, y por tanto una vida práctica inspirada en el método epicúreo: de nada demasiado: aunque hoy en día se educa en un humanismo disparatado, demasiada bondad o piedad, constituyen un desorden por exceso, al igual que lo contrario puede convertir al hombre en un tirano inclemente. A veces hay que emplear todas las fuerzas en aniquilar al enemigo, otras es sabio perdonarlo; solo la experiencia puede ser maestra de la conducta.
La verdad es que no es fácil si quiera, estructurar un pequeño marco que sirva de eje fundamental. Hay tanto por estudiar, tanto por leer, tanto por vivir… y sin embargo llego a la conclusión de que lo más importante para enfrentarse a la vida moderna es la vía del espíritu, llegar a una perspectiva tradicional de trascendencia inmanente, la de vivir conforme al Ser: honestamente, sin ocultar ni distanciar ni lo mejor ni lo peor, asumiendo que son parte de la realidad: esa es la óptica adecuada para un espléndido inicio.
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