22/11/2024 01:11
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Las recientes protestas en Cuba han sido utilizadas por la derecha institucional para reaccionar con el mismo infantilismo con el que la izquierda progre les reprocha su adhesión de antaño al régimen franquista. Los representantes institucionales de Unidas Podemos, que abiertamente han respaldado al castrismo vía Twitter en los últimos años, lanzan balones fuera ante las preguntas de si Cuba está gobernada por un régimen dictatorial, procurando no obstante mantenerse consecuentes con sus declaraciones de siempre. De este modo, Franco y Cuba terminan convirtiéndose en topicazos arrojadizos a pesar de que la Historia haya retratado que sus relaciones diplomáticas nunca fueron de hostilidad[1].

 

Hay unas declaraciones que han sido muy criticadas por la derecha institucional en medio de esta vorágine infantiloide. La nueva vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo ha achacado a la Organización de Naciones Unidas la atribución de lo que es un régimen democrático[2]. Y razón no le falta. España, sin necesidad de ir más allá de nuestras fronteras para citar un ejemplo, durante mucho tiempo se presentó como una democracia orgánica frente a las inorgánicas democracias liberales y las falsas democracias populares del bloque comunista; y la misma ONU, que en un principio negó la entrada a España por ser una «dictadura», no tuvo reparos en cambiar de postura por la mediación e intereses de los Estados Unidos, país que se encargó durante la Transición de que quedase atada y bien atada la reconversión de España en una democracia homologada con los demás países liberales bajo la influencia useña, es decir, la que el régimen anterior etiquetaba como inorgánicas.

 

Yolanda Díaz y demás cargos podemitas, a consecuencia de su responsabilidad institucional y perspectivas electorales, no pueden explayarse explicando por qué jamás de los jamases llamarán dictadura al castrismo. Muchos posibles votantes no lo entenderían y eso les restaría apoyos en las urnas (junto con otros muchos temas), del mismo modo que entrar en críticas hacia el régimen que convirtió en icono al Ché Guevara molestaría a sus bases tanto como verse al propio Ernesto erigido en icono LGTB. Pero esta reciente polémica me ha recordado las palabras que escuché en su momento a una profesora de instituto (y que podría jugarme un brazo, y no lo perdería, a que hoy estará respaldando a Unidas Podemos) sobre por qué consideraba a Cuba una democracia verdadera: «En Cuba votan a personas y no a partidos políticos financiados por bancos«. También he recordado lo que escuché a otra profesora en una Facultad de Derecho, siendo ésta de las que sólo considera democracia lo que establece la ONU, sobre la conversación que habría mantenido con unos estudiantes cubanos durante una visita institucional: «- ¿Cuántos partidos se presentan a las elecciones en Cuba? – Los suficientes«.

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Democracia es una de las palabras más manoseadas, interpretadas y tergiversadas durante los últimos siglos; nada sorprendente si tenemos en cuenta, como expuso el Pablo Iglesias politólogo y no el tertuliano o cargo institucional, que «la guillotina es la madre de la democracia moderna«[3]. Como gobierno del pueblo, adoptando un sentido muy amplio, pueden tener cabida tanto un sistema donde los gobernados elijan entre diferentes partidos políticos como otro donde voten a representantes autorizados bajo la supervisión de un único partido. Muchos se escandalizarán y reprocharán cómo puede compararse un sistema de pluralidad política (aunque la pluralidad esté bien acotada y financiada por intereses ajenos a los del electorado) con otro donde esté abiertamente delimitado qué tiene cabida y qué no. Pero es que el asunto no es tan sencillo como diferenciar entre presuntas y verdaderas democracias de partidos respecto a dictaduras plebiscitarias. Corea del Norte, por ejemplo, representa hoy para muchos liberales la mayor de las tiranías habidas sobre la faz de la Tierra, pero es un país donde existen elecciones e incluso un parlamento con más de una fuerza política representada[4]; sin embargo, ningún demócrata bajo la homologación de la ONU estará dispuesto a considerar este país como una democracia a pesar de la aparente pluralidad de partidos con representación institucional. Del mismo modo, ningún defensor del castrismo estará dispuesto a considerar como regímenes democráticos a la democracia orgánica del franquismo, la democracia «organizada, centralizada y autoritaria» que habría representado el fascismo[5] o la «superdemocracia»[6] que habría existido en la Alemania nacionalsocialista por la adhesión entusiasta de la población; al contrario, todo aquel que se identifique con el comunismo (sin entrar en cuestiones de ortodoxia comunista) manifestará que todos esos modelos políticos, al igual que las democracias de partidos imperantes en la actualidad, no son más que dictaduras capitalistas, con la diferencia de que los regímenes autoritarios son dictaduras reconocidas mientras que las democracias liberales son dictaduras camufladas.

 

Todos, absolutamente todos los modelos políticos tienden a su supervivencia; la diferencia es que unos reprimen abiertamente a los opositores mientras que otros les ridiculizan y les dejan expresarse, conscientes de que ellos mismos se encargarán de deslegitimarse, ya sea por ausencia de medios reales para alterar al poder de turno o por un discurso que por diversos motivos le resulte extremadamente complicado encontrar apoyos en el resto de la población. En este sentido se equivocó (y mucho) José Antonio Primo de Rivera al manifestar: «El Estado liberal no cree en nada, ni siquiera en su destino propio, ni siquiera en sí mismo. El Estado liberal permite que todo se ponga en duda, incluso la conveniencia de que él mismo existe. Para el gobernante liberal, tan lícita es la doctrina de que el Estado debe subsistir, como la de que el Estado debe ser destruido«[7]. La bomba atómica, el napalm, las listas negras, los golpes de timón y las transiciones tuteladas desde los Estados Unidos de América durante el último siglo desmienten la ausencia de fe de los liberales en su propio modelo, el cual están dispuestos a perpetuar a toda costa a causa de los intereses económicos que lo sostienen. Y ahora todo apunta, porque en esta vida los grandes acontecimientos nunca son espontáneos, a que haya una mano agitando desde bambalinas el cocktail compuesto por la miseria que padece el pueblo cubano, la pandemia coronavírica y la debilidad institucional del castrismo. Por muy molestos que estén los cubanos con las décadas de comunismo que arrastran, no deberían olvidar el Maine si de verdad desean un futuro mejor.

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[1] https://www.lasexta.com/programas/sexta-columna/noticias/franco-y-fidel-castro-la-verdadera-historia-de-una-relacion-inconfesable_201911225dd828ef0cf2a277e0099a1a.html

[5] «… si la democracia significa el no apartar al pueblo de las tareas del Estado, el fascismo podrá ser definido como una «democracia organizada, centralizada y autoritaria»«

Hillers de Luque, S.; Falange y Fascismo. Dos doctrinas diferentes. Dos modos distintos de entender la vida y la muerte, Poesía que promete, 2010; pág. 852

[6] «Ejemplo de lo que se llama Estados totalitarios son Alemania e Italia; y notad que no sólo no son similares, sino que son opuestos radicalmente entre sí; arrancan de puntos opuestos. El de Alemania arranca de la capacidad de fe de un pueblo en su instinto racial. El pueblo alemán está en el paroxismo de sí mismo, Alemania vive una superdemocracia (…) El movimiento alemán es de tipo romántico; su rumbo de siempre; de allí partió la Reforma e incluso la Revolución Francesa, pues la declaración de los derechos del hombre es copia calcada de las constituciones norteamericanas, hijas del pensamiento protestante alemán«

Primo de Rivera, J. A.; «Conferencia en Valladolid», 3 de marzo de 1935; Obras Completas, Edición del Centenario, 2003; pág. 795

[7] «Orientaciones hacia un nuevo Estado»; El Fascio, Ediciones Nueva República, 2004; pág. 29

Autor

Gabriel Gabriel